miércoles, 24 de abril de 2024

...EL MIEDO EN EL MUNDO...

El filósofo danés Soren Kierkegaard distinguió el temor de la angustia. El temor, dice, siempre se refiere a algo determinado, a un peligro concreto: tengo miedo al lobo, a que el avión se caiga, al examen, etc. En cambio, la angustia no está referida a un objeto. En ella permanece incierto lo que se percibe como peligro. La definió como un estado de ánimo indeterminado. Es un sentimiento básico del ser humano postmoderno. Los filósofos existencialistas como Heidegger, Jaspers, Sartre y Camus, conciben al “ser en el mundo” del hombre como determinado por la angustia. Heidegger dirá “la angustia no se angustia frente a algo intramundano, sino frente al estar-en-el-mundo mismo”. Este sentimiento vuelca al ser humano sobre sí mismo y lo aísla. “En la angustia uno se siente desazonado” pues ésta le muestra al ser humano que está en el mundo, pero no en su casa. Este “no estar en su casa” lleva a la experiencia de desazón del ser, lo que hoy llamamos angustia existencial. Heidegger se refiere con esto a que el ser humano se siente extraño en este mundo, se siente alienado. La angustia lo obligará a tener que descubrir su esencia más interna, “la propiedad de su ser”. Lo obliga a la libertad de elegirse a sí mismo. En este estado de angustia es como si el ser estuviera inmerso en la nada. Muchos filósofos describen la vida del ser humano actual como “ser en la angustia”. Esto es típico de nuestro tiempo. Nuestra angustia está estrechamente ligada a nuestra relación con el mundo. Tenemos miedo de perder el mundo y todo lo que nos vincula a él: bienes materiales, éxito, fama, afecto, aprobación, compañía, salud, fuerza. Tenemos miedo de nuestra finitud. Sentimos como que nuestro anhelo de infinito no se puede satisfacer. El mundo no cumple lo que promete: nos ofrece seguridad y sostén, nos promete recompensa por nuestro servicio y reconocimiento por lo que hacemos, pero no cumple lo que promete. Todo lo que vinculamos con el mundo es frágil: nuestro cuerpo es vulnerable, la posesión es pasajera. No podemos llevarnos nada de esta vida.

Ahora bien, en el Evangelio según San Juan, encontramos que Jesús también vincula la angustia con el ser en el mundo. Recordemos el pasaje de Jn 16,33 “Os he dicho estas cosas para que tengáis paz en mí. En el mundo tendréis que sufrir: pero no teman, yo he vencido al mundo”. Los gnósticos y muchos seguidores de Cristo se agarraron de este pasaje para huir del mundo, seguir un camino espiritual, llegar a ser uno con Dios en la mística pero para escapar de este mundo y de su poder


El camino que indica el Evangelio para relacionarse con la angustia es otro: el sendero de la fe debe vincular ambos polos entre sí: La angustia ligada al ser en el mundo puede derrotarse cuando la persona aprende a dirigirse al mundo sin angustia por lo cual, al mismo tiempo, sentirá la libertad interior del mundo y de su poder. Es una cuestión interior que no depende de lo externo en absoluto.

Tenemos otro filósofo religioso llamado Eugen Drewermann que relacionó la angustia del ser de la filosofía existencialista con las cuatro formas básicas de angustia humana. El hombre vive en este mundo como un ser libre entre los polos de la necesidad y la posibilidad, de la finitud y la infinitud. El ser humano debe soportar en sí mismo esta bipolaridad y vincular ambos polos. La angustia se torna amenazante cuando, al no querer tolerar o atravesar esta tensión, el hombre coloca toda su energía en un polo y se aferra a él. Las cuatro angustias básicas tienen relación con estos puntos que marcan el ser en el mundo del ser humano. Se vinculan con nuestra actitud frente al mundo. Y, finalmente, SOLO PUEDEN SUPERARSE EN LA FE.

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La primera angustia básica es la de la PERSONA COMPULSIVA . Esta persona gira en torno al polo de la necesidad. Por miedo a todo lo posible, esta persona se encierra en un mundo de necesidades. En consecuencia, “todo el sentimiento de vida, todo el pensamiento, toda la actitud de la existencia están dominados por este axioma: Para estar autorizado, necesito tener derecho a existir”. La angustia del compulsivo es la angustia frente a la propia falta de valor. Me siento carente de valor en el mundo. Por esta razón, debo comprobar mi valor mediante el servicio y el trabajo. Pero cuanto más me esfuerzo por demostrarlo, tanto más se intensifica la angustia. Por último, esta angustia sólo puede superarse en la fe, de manera que, independientemente de todo servicio, experimente el ser aceptado incondicionalmente por Dios tal como soy. 


La segunda angustia básica es la de la PERSONA HISTERICA que gira en torno al polo de la posibilidad infinita. Es la angustia frente a la inconsistencia del ser, frente a lo efímero, a la finitud. Por no tener un sostén firme, porque el mundo y todo lo que es valioso en él desaparece, debe buscar un sostén exterior. Este puede ser la posesión de cosas a las que se aferra firmemente o también a una persona. Pero si espera un apoyo absoluto y una seguridad absoluta de una persona, la sobre-exigirá y por lo tanto huirán de él y luego se quejará de estar solo y pondrá toda la responsabilidad en lo exterior, en los demás: el mundo es malo, la gente es egoísta, se victimiza. En consecuencia no podrá calmar su angustia profundamente arraigada. Esto sólo PUEDE HACERLO LA FE EN DIOS, que da sostén. Dios es el fundamento sobre el cual puedo construir mi casa de vida sin tener miedo a que se derrumbe. 


La tercera angustia es la de la PERSONA CON TENDENCIA DEPRESIVA. Esta persona duda de la eternidad. Es la angustia frente a la culpa del ser. Por el mero hecho de ser en el mundo, ha cargado infinita culpa sobre sí mismo. Esta persona les quita a otros el tiempo y el espacio que necesitan para vivir. Los sofoca. Muchos, sin embargo, tratan de combatirla agotándose por los demás. Quieren saldar al mismo tiempo su deuda. Pero cuanto más se esfuerzan entregándose a los demás, tanto más se sobre-exigen a sí mismos y, en algún momento, explotan. Su angustia por la culpa los persigue hasta la sobre-exigencia. Los conduce a la desesperación, que Kierkegaard ha descripto como la forma primitiva de la angustia. 

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La cuarta angustia es la de la PERSONA ESQUIZOIDE. Esta persona siente angustia frente a la proximidad. No puede aceptar el polo de la finitud. No está en contacto con sus sentimientos y, por lo tanto, actúa en forma fría y distante. Es el típico personaje que no se involucra con nada ni con nadie en forma profunda o cercana. Describe lesiones o experiencias suyas dolorosas pero como si no estuviera involucrado. Por no estar emocionalmente vinculado consigo mismo, con los demás ni con el mundo, proyecta sus propias fantasías sobre los demás. Coloca su pensamiento en el lugar de la realidad. Por girar únicamente en torno a sí mismo, el mundo le resulta ajeno. No se integra, o se integra hasta ahí. Parece encerrado en un bunker que puede ser su familia, su limitado círculo de amistades selectas. Sólo la fe puede liberar de la angustia a esta persona esquizoide al brindarle un sentimiento de hogar y seguridad. “Recién sobre el fondo de una bondad absoluta detrás de todas las cosas y en ellas, la persona puede dejar de persistir en su angustia esquizoide frente al mundo” nos dirá el filósofo de la religión Drewermann. 

Personalidad depresiva ¿en qué consiste?

En el Evangelio según San Juan, se nos presenta un Jesús que no tiene miedo. Él descansa en Dios. En Dios ha superado toda la angustia humana. Jesús también atraviesa la Pasión como alguien que se encuentra por encima de cualquier amenaza humana. El ha encontrado su centro en Dios. Por esta razón, tampoco un Pilatos puede correrlo de su núcleo. E incluso los verdugos no pueden hacerle nada. Sólo matar su cuerpo. Pero él entenderá la muerte horrenda que le causan, como un ir hacia el Padre. Jesús ha superado en sí mismo la angustia. Y así nos invita a superarla en la fe. Al mirar a Jesús, puedo relacionarme de otro modo con ella: si estoy angustiado, siempre debo preguntarme si estoy dependiendo patológicamente del mundo,  y por lo tanto, así permito que éste y sus parámetros me determinen.

EL CAMINO PARA LIBERARSE DE LA ANGUSTIA CONSISTE EN SOLTARSE DE LA ATADURA DEL MUNDO, lo cual implica apagar el yo para que de esa forma la persona pueda liberarse de las cosas y de las influencias extrañas, ya no tendrá temor, ya no podrá decepcionarse, descansa en Dios, descansa en sí mismo (esto me remite al Budismo: “si el mundo no me importa, tampoco podrá angustiarme”.Pero esta forma de superación sólo es útil para las angustias que genera el mundo en mí pues al apagar el yo, se anula su origen. Pero ¿cómo hacer cuando un ser humano comienza a sufrir en sí mismo y cuando choca infaliblemente contra el tipo de angustia que lo hace ser cada vez más yoico porque desciende de su ser persona, es decir, cuando ya no se trata de la angustia que surge del reflejo del mund0 en el consciente, sino de la propia reflexión de la conciencia?”. Aquí Drewermann ve a la fe cristiana como la terapia eficaz pues se trata de la relación con una persona, la persona de Cristo, frente a la cual nosotros mismos podemos desarrollar nuestro ser persona. Y él cita las famosas palabras de Martin Buber: “Yo llego a ser yo en el tú”. ¿Vieron cómo superamos momentos de angustia cuando una persona viene afectuosa a nuestro encuentro y nos permite ser nosotros mismos? Pero no se trata de una persona humana a la cual únicamente volveríamos a aferrarnos, sino que se trata, en definitiva, de la PERSONA DIVINA, el Tú Divino frente al cual se calma totalmente nuestra angustia por el ser persona.  El único camino para liberarse de la angustia en general consiste en que el “yo aprenda frente al Yo Absoluto de Dios a acuñar su propio yo” (similitud con Jung cuando habla del “sí mismo” y del “Sí Mismo”). Ese encuentro que tengo con Dios que me acepta incondicionalmente, que no me evalúa ni juzga, sino que me deja valer tal como soy, es el lugar en el que vislumbro algo del Ser Persona Absoluto de Dios, que es el fundamento último de mi ser, que en lo profundo de mí toma esa angustia que tengo por mí mismo. En la persona de Jesucristo, resplandece para nosotros el Tú de Dios en forma única. Jesús nos transmite  una confianza absoluta en la bondad de Dios, que pudo calmar su angustia profundamente arraigada. Para ello, utilizó imágenes y símbolos arquetípicos (por ejemplo el Padre Misericordioso, el Buen Pastor que busca a la oveja perdida dejando a las otras 99) que llegan hasta la profundidad del inconsciente humano, y de esa forma se calma y se ilumina el origen de la angustia. 

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De acuerdo con el Evangelio de Juan, Jesús superó el mundo. El no se dejó dirigir por los parámetros de éste. Y confió en Dios, su Padre. Esto lo liberó del poder del mundo. El descubrió el mundo, desenmascaró sus vacías promesas y vio su existencia terrena en total relación con su Padre Divino. En la fe participamos de esta superación de la angustia de Jesús. Allí superamos el mundo. Si bien continuamos en él, ya no somos de él. Dado que nuestro fundamento más profundo está oculto en Dios, el mundo ya no tiene poder sobre nosotros. Ya no puede atemorizarnos. En la fe vemos el mundo con otros ojos. Miramos el fundamento, la esencia de las cosas. Y en todo vemos, finalmente, a Dios. Por esta razón, estamos en el mundo, pero no dominados por éste. Si todo está penetrado de Dios, el mundo pierde lo atemorizante. Entonces, encontramos a Dios en el mundo. La superación de la angustia de acuerdo con el Evangelio de Juan consiste, por un lado, en la libertad frente al mundo y, por el otro, en su transformación mediante la fe. En la fe vemos que el propio Dios ha venido a este mundo a través de Jesucristo. Y colmado de Dios, éste se convierte en nuestro hogar. Pero el hogar más profundo en medio del mundo es el sabernos fundados en Dios. Estar en El nos regala la verdadera libertad frente a nuestra angustia.

 

sábado, 30 de marzo de 2024

SABADO SANTO

 

El sábado Santo es aquel intervalo único e irrepetible en la historia de la humanidad y del universo en que Dios, en Jesucristo, compartió no solo nuestro morir, sino también nuestro permanecer en la muerte. La solidaridad más radical. En ese «tiempo más allá del tiempo», Jesucristo "descendió a los infiernos". ¿Qué significa esta expresión? Quiere decir que Dios, hecho hombre, llegó hasta el punto de entrar en la soledad máxima y absoluta del hombre, a donde no llega ningún rayo de amor, donde reina el abandono total sin ninguna palabra de consuelo: "los infiernos". Jesucristo, permaneciendo en la muerte, cruzó la puerta de esta soledad última para guiarnos también a nosotros a atravesarla con él. Todos hemos sentido alguna vez una sensación espantosa de abandono. Esto es lo que más tememos de la muerte. Como los niños, nos da miedo quedarnos solos en la oscuridad. Solo la presencia de una persona que nos ama nos da seguridad. Pues bien, esto es lo que ha ocurrido en el Sábado Santo: en el reino de la muerte ha resonado la voz de Dios. Ha sucedido lo inimaginable: que el Amor ha penetrado “en los infiernos”: en la oscuridad extrema de la soledad humana más absoluta. También nosotros podemos escuchar la voz que nos llama y la mano que nos toma y nos saca fuera. El ser humano vive porque es amado y puede amar. Y si en el espacio de la muerte ha penetrado el amor, entonces ha llegado allí la vida. En la hora de la extrema soledad, nunca estaremos solos: "Passio Christi. Passio hominis". . (Benedicto XVI. Turín, 2-5-2010)

miércoles, 6 de marzo de 2024

La redención como liberación del miedo

Hoy vamos a tratar el tema de las angustias neuróticas, también conocidas como fobias que pueden desencadenar los famosos ataques de pánico. Entre éstas se encuentra por ejemplo, la agorafobia o temor a lugares abiertos, la claustrofobia temor a lugares cerrados o llenos de gente; en este caso veremos que las personas que padecen de éste último buscan siempre los sitios más cercanos a las puertas de salida. El origen de estos miedos está oculto en lo íntimo del ser. Este tipo de miedos produce un bloqueo interior intenso; no se puede pensar claramente; perjudica enormemente el quehacer cotidiano de la persona, por ejemplo la fobia a los exámenes en los estudiantes; la fobia a una entrevista laboral, etc. Muchos experimentan el “miedo al miedo” o el temor a que de repente surja el pánico. Aquí la persona vive en permanente estado de angustia, es un miedo de fondo que atormenta continuamente y que por lo general está vinculado a un estado insatisfactorio en la vida del afectado. ¡No lo busquemos afuera!

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Lucas describe el misterio de la redención por Jesucristo como liberación del miedo. Cuando recitamos el cántico de Zacarías Lc 1, 74 y ss “… de concedernos que, libres de temor, arrancados de la mano de nuestros enemigos, le sirvamos con santidad y justicia en su presencia todos nuestros días…” En griego se emplea aquí el término “aphobos” que significa “ausencia de temor, carencia de temor”. En Jesucristo, Dios nos obsequió la liberación del miedo. Cuando habla de la liberación de todos nuestros enemigos se está refiriendo a los enemigos de nuestra alma que son los que causan el temor. Estos enemigos son nuestros modelos de vida enfermos, nuestras rigideces, sobre-exigencias para con uno mismo y con los demás, nuestras debilidades, nuestras miserias: envidias, críticas, odio, rencor, mentira, sed de venganza, perfeccionismo; nuestros complejos, nuestros defectos, afán de controlarlo todo, soberbia, vanidad, etc. etc. En el lenguaje bíblico estos serían los demonios que no nos permiten llegar a ser aquello para lo cual Dios nos ha hecho. Las psicología los describe diciendo que son interpretaciones equivocadas de la realidad, modelos de pensamientos distorsionados que perciben la realidad sólo de modo unilateral y ven en ella únicamente lo que atemoriza.

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Para Lucas la redención no consiste tanto en el perdón de los pecados, sino mucho más en la liberación del miedo y en su superación. El filósofo Eugen Biser definió al cristianismo como “la religión de la superación del miedo”. Jesús constantemente transmite que no debemos temer frente a la propia culpabilidad o frente a nuestros enemigos interiores que, desde adentro, nos insinúan lo malos que somos. Jesús constantemente libera al ser humano del poder de los demonios. El levanta a la mujer encorvada por el miedo y le muestra su belleza y dignidad primitivas, de manera que pueda andar erguida por la vida alabando a Dios por haberla hecho tan maravillosa Lc 13, 10-17 (leer en casa). El abre los ojos a las personas temerosas para que puedan reconocer correctamente la verdad y ser libres de la proyección de sus miedos sobre la realidad de este mundo. Deja bien en claro que el temor surge por la interpretación equivocada del mundo y que la mejor manera para superarlo es ver el mundo tal como fue creado por Dios. Lucas ve al ser humano de modo realista, es decir no a través de lentes oscuros, sino con los ojos de Dios que lo ha creado como bueno. Según Lucas, Jesús nos permite vivir en santidad frente a Dios y no dejarnos dominar por los miedos que nos atan al mundo tal y como está, Jesús nos llama a ser “santos” que significa para los griegos aquello que está sustraído del mundo y por lo tanto el mundo no tiene poder sobre ellos o nosotros.

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En todo ser humano se encuentra un espacio sagrado (NO OLVIDEMOS JAMAS ESTE CONCEPTO QUE ES CRUCIAL PARA ENTENDER AL CRISTIANISMO FUNDADO POR CRISTO, ES DECIR PARA ENTENDERLO A ÉL), un espacio de silencio en el que el ruido de este mundo no puede penetrar, un espacio en el que vive Dios y donde las personas no tienen acceso. En este sitio sagrado, tomamos contacto con la esencia sagrada e intacta en nosotros. Allí no puede penetrar el temor, allí no tiene poder sobre nosotros. Allí estamos REDIMIDOS, es decir, LIBRES DEL MIEDO OPRIMENTE Y ASFIXIANTE (ANGUSTIA).

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Para Lucas “justo” es el ser humano que vive correctamente, que se corresponde con su propia esencia, que ve correctamente el mundo: tal como es. Lucas nos muestra en Jesús la imagen del hombre justo de verdad. Dios nos piensa a todos así. Son tres los aspectos de Dios que aparecieron para nosotros en Jesús y que buscan liberarnos del miedo: la misericordia de Dios; su luz, que nos ilumina; y la paz, que nos es regalada cuando permitimos que su amor nos penetre.

La misericordia trata de enseñarnos a proceder misericordiosamente con nosotros mismos, en lugar de condenarnos y enojarnos contínuamente. La dureza para con uno siempre nace del miedo a no ser lo suficientemente bueno. La misericordia entonces es el camino para celebrar la paz con nosotros mismos.

 Cuál es el Dios de la misericordia

La luz de Dios que resplandece en Jesucristo penetra hasta en los abismos más profundos de nuestros temores. Desea iluminar la oscuridad para permitirnos tener una mirada misericordiosa hacia la profundidad del inconsciente y celebrar la paz con todo lo que hay en nosotros.

Cómo traer la luz de Dios a nuestras vidas en tiempos de oscuridad

Jesús señaló también en su prédica un tercer aspecto: un camino hacia la paz. Debemos celebrar la paz con los enemigos de nuestra alma en lugar de combatirlos. Lo hemos dicho ya muchas veces. Debemos celebrar la paz con el miedo. Entonces se convertirá en nuestro amigo. Jesús explica esta relación en la parábola del rey con los diez mil soldados (Lc 14, 31 y sig.). Si con nuestros diez mil soldados, con nuestra voluntad, con nuestra disciplina, con nuestra razón, peleamos contra los veinte mil soldados del miedo, esta lucha nos agotará. Cuanta más energía pongamos en esta lucha, tanto mayor será la fuerza contraria que el miedo desarrolle. Nos obligará a malgastar toda nuestra energía para construir muros, con el fin de que el miedo no pueda penetrar en nuestro corazón. La energía que ponemos en la construcción de la defensa nos faltará para la vida. Seremos incapaces de sentirnos a nosotros mismos. El muro que construimos también nos separará del propio corazón. Jesús nos invita a celebrar la paz con el miedo. Entonces, la fuerza que se encuentra en él pasará a nosotros. El miedo tal vez, nos acompañará siempre en nuestro camino, pero si convertimos a los enemigos en amigos, nuestra tierra se ensancha. En lugar de diez mil soldados ahora tendremos treinta mil a nuestra disposición. Tendremos por lo tanto mucha más fuerza. Nuestra vida será más rica, más tranquila y colorida. A algunos, sin embargo, les provoca temor celebrar la paz con su miedo. Consideran que deberían vencerlo. Pero recién cuando hayamos celebrado la paz con él, se convertirá en un amigo que nos permita una vida más libre y más intensa, no antes.

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jueves, 1 de febrero de 2024

La superación del miedo en la oración

Es necesario que analicemos más en profundidad cómo el Señor actuó en referencia a los miedos que nos asaltan. De esa forma nos daremos cuenta que por medio de la gran herramienta de FE que es la ORACION DE SILENCIO Y QUIETUD, pero también las demás formas de oración, a saber, la de petición, la de alabanza y gratitud, la de adoración, podremos llegar a ese estado de confianza que se nos pide. La confianza la va a ir construyendo el Señor en nuestras almas en la medida en que perseveremos en el encuentro personal con El. Nosotros, sólo con nuestros medios, no podemos hacer nada, simplemente colaborar con la gracia que no es poca cosa. El Señor mismo nos lo dice en Jn 15, 5 : Yo soy la vid, vosotros los sarmientos; el que permanece en mí y yo en él, ése da mucho fruto, porque separados de mí nada podéis hacer”.

Como hemos dicho tenemos que estar dispuestos a mirar nuestros miedos y a descubrir la verdad en nuestra alma. El miedo siempre tiene relación con la historia de vida y con la comprensión de uno mismo, con el autoconocimiento. Sin embargo, muchas personas quieren pasar por alto este camino doloroso del encuentro consigo mismos y del observar sin prejuicios esta emoción oprimente. Muchos no enfrentan su verdad. En ese caso, tampoco ayudará mucho la oración, pues se ora a un Dios del que se espera sólo magia.

En las tradiciones auténticas de todas las religiones, la oración es un camino para dejar que Dios actúe con nuestros miedos y, en consecuencia los vaya transformando. 

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En el caso de la oración de petición, de diálogo verbal con Dios,  me dispongo a  atravesar mi miedo reconociendo qué imagen tengo de mí mismo, qué expectativas exageradas tengo de mí, de mi vida, de Dios. En la oración verbal converso con Dios y dejo de estar solo con mis miedos. También  le puedo preguntar al Señor qué desea decirme, qué desea recordarme a través de tal o cual temor. En este diálogo puedo tomar conciencia del sentido de mi miedo.

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Jesús vivió horas de angustia extrema y de temor extremo en su agonía en el Huerto de los Olivos. “Agonía” deriva de “lucha”. Jesús luchó colmado de miedo contra la muerte. Todo en él era alboroto, tensión. El temor lo dominó por completo. Lucas nos dice que “el sudor de miedo cae a la tierra como gotas de sangre”. Marcos nos habla de “susto y horror” y del “miedo al aislamiento” (“ademonein” que significa estar sin pueblo, estar abandonado, estar solo). Mateo reemplaza el “susto” de Jesús por tristeza. El miedo lo deprime y entristece. El miedo de Jesús se mezcla con el dolor por su destino… ¿Cómo supera Jesús ese miedo?: en la oración. Se lo ofrece a Dios. Dios no se desentiende del miedo de Jesús sino que le envía un ángel.

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Hoy también Dios nos manda ángeles, ya sea personas que nos acompañan, o algún relato de la Biblia. Dios envía su ángel a nuestra soledad, a nuestra debilidad y a nuestro miedo para consolarnos y fortalecernos ¿Lo aceptamos? ¿Vemos esos ángeles? ¿o nos ciega el pensamiento mágico que espera todo de arriba sin nosotros hacer nada?

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Pidámosle al Señor que abra nuestros corazones para dejarlo entrar y compartir nuestros pesares con El. El no nos dejará solos JAMÁS. Ante nuestros temores y necesidades SIEMPRE debemos buscar refugio en Dios. De acuerdo al sentimiento o emoción negativa que nos embargue en ese momento, introduzcamos una palabra de la Biblia en ese miedo, en esa emoción negativa, en ese pensamiento oprimente. Por ejemplo: “El Señor está conmigo, no temo. ¿Qué podrá hacerme el hombre? (Salmo 118). Esto nos conduce a la confianza que en ese momento de temor la tenemos tapada. Esta u otras frases de la Biblia son altamente SANADORAS, LIBERADORAS. Nos ponen en contacto con lo salvo e íntegro que ya está en nosotros, pero que ha venido perdiendo fuerza a causa de nuestras ideas negativas.

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Por ejemplo, si nuestro temor es al ridículo, podemos repetir “Puedo cometer errores. Dios me acepta y me ama siempre. No es tan importante lo que los demás piensen de mí”. A través de este miedo, Dios me invita a buscar leyes de vida más saludables para mí. 

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Quizás también quiera decirme que tengo una imagen infantil de Él cuando creo  que es el garante contra todo miedo y que, gracias a Él, nunca podrá sucederme nada malo, o que, a través de Él, estaré siempre libre del miedo y de la depresión. Esta actitud, además de inmadura es ilusoria. Se vive en una ilusión, en una mentira. De esta forma, proyecto mis necesidades infantiles sobre Dios. ¿Encuentran mucha gente así?

Dios es aquel que me conduce en la oscuridad y en el miedo con el objeto de enseñarme que me debo entregar totalmente a Él. Es necesario que muchas veces el Plan de Dios vaya por estos caminos duros para conducirnos a un puerto seguro, el de la LIBERACION Y SANACION PROFUNDA.

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Una mujer tiene miedo de no poder desarrollar su vida. Una y otra vez tiene depresiones y le aterra la idea de no poder ejercer más su profesión con lo cual tiene también miedo de no poder solventarse. Si ella pudiera ver ese miedo como un Ángel que la acompaña y la está conduciendo hacia Dios, hacia la oración, hacia el encuentro personal con El, podría decir: “Admito el miedo. Sí, puede suceder que ya no pueda dominar mi vida”. Pero ¿qué significa esto? Significa: “También en el fracaso estaré en manos de Dios, su Divina Providencia jamás me abandonará”. Si supiéramos cómo Dios nos escucha en estos actos de confianza. Este tipo de oración lo enternece  y lo alegra pues se sabe amado y depositario de toda confianza.

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Un hombre tiene pánico de contraer cáncer y morir. Consulta a los médicos que le confirman que está bien. El miedo no se le va. El único camino para vivir con este temor sería hablar con Dios en la oración, admitir este miedo y luego reconocerlo como un ángel que quiere llevar a este hombre hacia Dios. Sería bueno que se repitiera a sí mismo: “Sí, podría contraer cáncer. Pero sé que también en la enfermedad estaré en manos de Dios”. El temor le está indicando de qué se trata su vida. No se trata de cuanto tiempo vivimos, sino de vivir con intensidad el momento presente. El miedo entonces me estará invitando a desprenderme de mí y de todas las cosas y personas de las que dependo (desprenderme interiormente, soltar) y así confiarme a Dios. De este modo, el miedo se convierte en ese ángel que me acompaña, y me abre los ojos una y otra vez a lo que es esencial, a lo verdaderamente importante.

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Muchas personas consideran el miedo como un obstáculo, o creen que es signo de que tienen poca fe o nada de confianza. Están decepcionados porque, a pesar de las oraciones, su temor no se disuelve. Hasta se enojan con Dios y se alejan de Él. No caigamos nunca en esta tentación. Para esto nos ayudará pensar una vez más  en la escena del Monte de los Olivos tal como la describe Lucas. Cuando el ángel desciende del Cielo y le da nueva fuerza a Jesús, su miedo no desaparece, sino que el ángel lo fortalece mucho más para poder rezar en su miedo con mayor intensidad. Al mismo tiempo, este temor se muestra ahora en toda su dimensión; Jesús comienza a transpirar. Es decir, mediante la oración, no se libera simplemente del miedo, sino que está en condiciones de enfrentarlo (no confrontarlo) y de transitar con su miedo el camino de la Pasión hasta la Cruz. El miedo ya no obstaculiza su camino.

San Miguel consoló a Jesús durante la Agonía en el Huerto?

Este es el objetivo de toda oración: no rezamos contra nuestro miedo, sino con él. Esta emoción negativa me conduce a Dios, o sea que ya no es el enemigo al que debo combatir, sino el amigo que me lleva al Señor. Me muestra que no dependo únicamente de mí y de mi fuerza, sino que debo confiar sólo en Dios. También me hace entender que no tengo ninguna garantía de que pueda manejar exitosamente mi vida o de que aquello que temo no suceda. Pero sé que, con mi miedo a cuestas, estoy en manos de Dios. Como a Jesús, el temor me invita a entregarme a Su amor. Al entregarme a Dios, mi miedo se disuelve. Siempre volverá a aparecer, pero entonces ya no deberé enojarme porque reaparezca, sino que, al igual que Jesús en el Monte de los Olivos, puedo hasta saludarlo como a un amigo que me dirige hacia Dios: como a un ángel que viene de Él y me conduce hacia Él.

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