martes, 20 de septiembre de 2011

TRADICION HESICASTA O MEDITACION CRISTIANA

La Tradicion Hesicasta

CABALLEROS DE DEVOCIÓN DE LA ORDEN BONARIA.-




Todos los que aman al Señor con todo el corazón, con toda el alma y con toda la mente, con todas las fuerzas, y aman a sus prójimos como a sí mismos, y reciben el cuerpo y la sangre de nuestro Señor Jesucristo, y hacen frutos dignos de caridad y sacrificio por los que están necesitados de amor, y caridad: ¡Oh cuán bienaventurados y benditos son ellos y ellas, mientras hacen tales cosas y en tales cosas perseveran!, porque descansará sobre ellos el espíritu del Señor y hará en ellos habitación y morada, y son hijos del Padre celestial, cuyas obras hacen.
A todos aquellos a quienes lleguen estas letras, les rogamos, en la caridad que es Dios, que reciban benignamente, con amor divino, las susodichas odoríferas palabras de nuestro Señor Jesucristo. Y los que no saben leer, hagan que se las lean muchas veces; y reténganlas consigo junto con obras santas hasta el fin, porque son espíritu y vida. Y los que no hagan esto, tendrán que dar cuenta en el día del juicio, ante el tribunal de nuestro Señor Jesucristo, que es Amor, Perdón y Caridad.
Los Bonarios de Devoción, pues, busquen la persona viviente y operante de Cristo en los hermanos, en la Sagrada Escritura, en la Iglesia y en las acciones litúrgicas. Sea para ellos inspiración y guía de su vida eucarística.
Sepultados y resucitados con Cristo en el Bautismo, que los hace miembros vivos de la Iglesia, y a ella más estrechamente vinculados por la Profesión, háganse testigos e instrumentos de su misión entre los hombres, anunciando a Cristo con la vida, con la palabra, pero también en la Hospitalidad y la Caridad, con los necesitados.
Como Jesucristo fue el verdadero adorador del Padre, del mismo modo los Bonarios de Devoción, hagan de la oración y de la contemplación el alma del propio ser y del propio obrar.Participen de la vida sacramental de la Iglesia, especialmente de la Eucaristía, y asóciense a la oración litúrgica en alguna de las formas propuestas por la misma Iglesia, reviviendo así los misterios de la vida de Cristo.
La Virgen María, Nuestra Señora del Buen Ayre, humilde sierva del Señor, siempre atenta a su palabra y a todas sus mociones, fue para Nuestro Señor centro de indecible amor.
Los Bonarios de Devoción den testimonio de su ardiente amor hacia Ella por la imitación de su disponibilidad incondicional, y en la efusión de una confiada y consciente oración, pero más en el trabajo de cuidar a los niños y criaturas indefensas, que sin Madre terrenal; vean en nuestro trabajo, una labor de la Madre del Cielo.
Asociándose a la Devoción redentora de Jesús, que sometió su voluntad a la del Padre, cumplan fielmente las obligaciones propias de la condición de cada uno, en las diversas circunstancias de la vida, y sigan a Cristo, pobre y crucificado, confesándolo aun en las dificultades y persecuciones.
Llamados, juntamente con todos los hombres de buena voluntad, a construir un mundo más fraterno y evangélico para edificar el Imperio de Dios, conscientes de que «quien sigue a Cristo, Hombre perfecto, se hace a sí mismo más hombre», cumplan de modo competente sus propios deberes con espíritu cristiano de servicio y caridad.
Estén presentes con el testimonio de su vida humana y también con iniciativas eficaces, tanto individuales como comunitarias, en la promoción de la justicia, particularmente en el ámbito de la vida pública, empañándose en opciones concretas y coherentes con su fe.
Extractos de la Regla de los Caballeros de Devoción de la Muy Noble y Augusta Orden de Santa María de los Buenos Ayres, ORDEN BONARIA, aprobada por el Santo Sínodo de la Santa Iglesia Apostólica Primitiva, Católica y Ortodoxa.
Monje.-

ESPIRITUALIDAD GUERRERA SEGÚN LA MEDITACIÓN HESICASTA.
Cuando el joven caballero, llegó al Monasterio, había leído ya un cierto número de libros sobre la espiritualidad ortodoxa, particularmente la pequeña filocalia de la oración del corazón en los relatos del peregrino ruso.
Estaba seducido sin estar verdaderamente convencido. Una liturgia vivida en su ciudad le había inspirado el deseo de pasar algunos días en el Monasterio, para saber un poco más sobre el método de la oración de los hesicastas, esos silenciosos a la bosqueda de "hesychia", es decir, la paz interior.
Contar con detalle cómo llegó el padre Serafín, que vivía en un eremitorio próximo a San Pantaleón, sería demasiado largo. Digamos únicamente que el joven filósofo estaba un poco cansado. No encontraba a los monjes a la altura de sus libros. Digamos también que, si bien había leído varios libros sobre la meditación y la oración, no había rezado verdaderamente ni practicado una forma particular de meditación y lo que pedía en el fondo no era un discurso más sobre oración o la meditación sino una "iniciación" que le permitiera vivirlas y conocerlas desde dentro por experiencia y no sólo de "oídas".
El padre Serafín tenía una reputación ambigua entre los monjes de su entorno. Algunos le acusaban de levitar, otros de que aullaba, algunos le consideraban como un campesino ignorante, otros como un venerable staretz inspirado por el Espíritu Santo y capaz de dar profundos consejos así como de leer en los corazones.
Cuando se llegaba a la puerta de su eremitorio, el padre Serafín tenía la costumbre de observar al recién llegado de la manera más impertinente: de la cabeza a los pies, durante cinco largos minutos, sin dirigirle ni una palabra. Aquellos a quien ese examen no hacía huir, podían escuchar el áspero diagnóstico del monje:En usted no ha descendido más abajo del mentónDe usted, no hablemos. Ni siquiera ha entradoUsted... no es posible, qué maravilla. Ha bajado hasta sus rodillas.
Hablaba el Espíritu Santo y de su descenso más o menos profundo en el hombre. Algunas veces a la cabeza pero no siempre al corazón ni a las entrañas... Así es como juzgaba la santidad de alguien, según su grado de encarnación del Espíritu. El hombre perfecto, el hombre transfigurado era para él el habitado todo entero por la presencia del Espíritu Santo de la cabeza a los pies.
"Esto no lo he visto sino una vez en el staretz Silvano, decía, era verdaderamente un hombre de Dios, lleno de humildad y de majestad".El jóven filósofo no estaba aún ahí. El Espíritu Santo sólo había encontrado paso en él "hasta el mentón". Cuando pidió al padre Serafín que le hablase de la oración del corazón y de la oración pura según Evagrio Póntico, el padre Serafín comenzó a aullar. Esto no desanimó al joven, que insistió. Entonces el padre Serafín le dijo: "Antes de hablar de la oración del corazón, aprende primero a meditar como la montaña..." Y le mostró una enorme roca: "Pregúntale cómo hace para rezar. Después vuelve a verme.
Meditar como una montaña.-

MEDITAR COMO UNA MONTAÑA.-
Así comenzó para el joven una verdadera iniciación al método de oración hesicasta. La primera meditación que le habían propuesto se refería a la estabilidad, al enraizamiento de un buen cimiento.
En efecto, el primer consejo que se puede dar al que quiere meditar no es de orden espiritual sino físico: siéntate. Sentarse como una montaña quiere decir tomar peso, estar grávido de presencia. Los primeros días al joven le costaba mucho quedarse inmóvil, con las piernas cruzadas, con la pelvis ligeramente más alta que las rodillas. Una mañana sintió realmente lo que quería decir meditar como una montaña. Estaba allí con todo su peso, inmóvil.
Formaba una sola cosa con ella, silencioso bajo el sol. Su noción del tiempo había cambiado ligeramente. Las montañas tienen un tiempo distinto, otro ritmo. Estar sentado como una montaña es tener la eternidad delante, es la actitud justa para el que quiere entrar en la meditación: saber que está la eternidad detrás, dentro y delante de sí.Antes de construir una iglesia es necesario ser piedra y sobre esta piedra (esta solidez imperturbable de la roca) Dios podría construir su Iglesia y hacer del cuerpo del hombre su templo. Así comprendía el sentido de la palabra evangélica: "Tú eres piedra y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia".Se quedó así varias semanas. Lo más duro era pasar varias horas "sin hacer nada". Era menester volver a aprender a estar, simplemente estar, sin objeto ni motivo. Meditar como una montaña era la meditación misma del Ser, "del simple hecho de Ser", antes de cualquier pensamiento, cualquier placer o dolor.
El padre Serafín le visitaba cada día, compartía con él sus tomates y algunas aceitunas. A pesar de este régimen tan frugal, el joven parecía haber ganado peso. Su paso era más tranquilo. La montaña parecía haberle entrado en la piel. Sabía acoger su tiempo, acoger las estaciones, estar silencioso y tranquilo, a veces como la tierra árida y dura, otras veces como el flanco de una colina que espera la cosecha.Meditar como una montaña había modificado igualmente el ritmo de sus pensamientos. Había aprendido a "ver" sin juzgar, como si diese a todo lo que crece en la montaña "el derecho de existir".Un día, unos peregrinos, impresionados por la calidad de su presencia, le tomaron por un monje y le pidieron la bendición. Al enterarse de esto, el padre Serafín comenzó a molerle a golpes... EI joven empezó a gemir."Menos mal, creía que te habías hecho tan estúpido como los guijarros del camino... La meditación hesicasta tiene el enraizamiento, la estabilidad de las montañas, pero su objeto no es hacer de ti un tocho muerto sino un hombre vivo".Tomó al joven del brazo y le condujo hasta el fondo del jardín donde, entre las hierbas salvajes se podían ver algunas flores."Ahora ya no se trata de meditar como una montaña estéril. Aprende a meditar como una amapola, aunque no olvides por eso la montaña".
Meditar como una amapola.-

MEDITAR COMO UNA AMAPOLA.-
Así fue como el joven aprendió a florecer.La meditación es ante todo un cimiento y eso es lo que le había enseñado la montaña. Pero la meditación es también una "orientación" y es lo que ahora le enseñaba la amapola: volverse hacia el sol, volverse desde lo más profundo de sí mismo hacia la luz. Hacer de ello la aspiración de toda su sangre, de toda su savia.Esta orientación hacia lo bello, hacia la luz, le hacía a veces enrojecer como una amapola. Aprendió también que para permanecer bien orientada, la flor debía tener el tallo erguido.
Comenzó, pues, a enderezar su columna vertebral.Esto le planteaba algunas dificultades porque había leído en ciertos textos de la filocalia que el monje debía estar ligeramente curvado, con la mirada vuelta al corazón y las entrañas...Cuando pidió una explicación al padre Serafín, los ojos del staretz le miraron con malicia."Eso era para los forzudos de otros tiempos. Estaban llenos de energía y había que recordarles la humildad de la condición humana. Doblarse un poco el tiempo de la meditación no les hacía ningún daño... pero tú más bien tienes necesidad de energía y por tanto, en el tiempo de la meditación, enderézate, estate vigilante, ponte derecho vuelto a la luz, pero sin orgullo... por otro lado, si observas bien la amapola, te enseñará no sólo el enderezamiento del tallo sino además una cierta flexibilidad bajo las inspiraciones del viento y también una gran "humildad".En efecto la enseñanza de la amapola consistía también en su fugacidad, en su fragilidad. Había que aprender a florecer pero también a marchitarse.
El joven comprendía mejor las palabras del profeta: "Toda carne es como la hierba y su delicadeza es la de la flor de los campos. La hierba se seca, la flor se marchita...Las naciones son como una gota de agua de rocío en el borde de un cubo... Los jueces de la tierra apenas plantados, apenas arraigados..., se secan y la tempestad se los lleva como paja" (cf Is 40)La montaña le había enseñado el sentido de la eternidad, la amapola le enseñaba la fragilidad del tiempo: meditar es conocer lo Eterno en la fragilidad del instante, un instante recto, bien orientado.
Es florecer el tiempo en que se nos ha dado florecer, amar en el tiempo en que se nos ha dado amar, gratuitamente, sin por qué; puesto que ¿por qué florecen las amapolas?Aprendía así a meditar "sin objeto ni beneficio", por el placer de ser y de amar la luz. "El amor tiene en sí mismo su propia recompensa", decía San Bernardo. "La rosa florece porque florece, sin por qué", decía también Angelus Silesius. La montaña florece en la amapola, pensaba el joven, todo el universo medita en mí. Ojalá pueda enrojecer de alegría todo el tiempo que dure mi vida".Este pensamiento era sin duda excesivo. El padre Serafín comenzó a sacudir a nuestro filósofo y de nuevo le cogió por el brazo.Lo llevó por un camino abrupto hasta el borde del mar, a una pequena cala desierta. "Deja ya de rumiar como una vaca el sentido de las amapolas. Adquiere también el corazón marino. Aprende a meditar como el océano".
Meditar como un oceáno.-

MEDITAR COMO UN OCEANO.-
El joven se acercó al mar. Había adquirido un buen cimiento y una orientación recta; estaba en buena postura. ¿Qué le faltaba?, ¿Qué podía enseñarle el chapoteo de las olas?. El viento se levantó. El flujo y reflujo del mar se hizo más profundo y eso despertó en él el recuerdo del océano.
En efecto, el viejo monje le había aconsejado meditar "como el océano" y no como el mar. Como había adivinado que el joven había pasado largas horas al borde del Atlántico, sobre todo de noche, y que conocía ya el arte de poner de acuerdo su respiración con la gran respiración de las olas. Inspiro, expiro... y luego soy inspirado, soy expirado. Me dejo llevar por el soplo como uno que se deja llevar por las olas. Hacía el muerto, llevado por el ritmo de las respiraciones del océano.Eso le había conducido a veces al borde de extraños desvanecimientos. Pero la gota de agua, que en otro tiempo "se desvanecia en el mar" guardaba hoy su forma, su consciencia. ¿Era efecto de su postura?, ¿de su enraizamiento en la tierra? Ya no era el ritmo profundizado de su respiración quien le llevaba. La gota de agua conservaba su identidad y sin embargo sabía "ser una" con el océano. De este modo el joven aprendió que meditar es respirar profundamente, dejar ir el flujo y reflujo del aliento.
Aprendió igualmente que aunque hubiese olas en la superficie, el fondo del océnano seguía estando tranquilo. Los pensamentos van y vienen, nos llenan de espuma, pero el fondo del ser permanece inmóvil. Meditar a partir de las olas que somos para perder pie y echar raíces en el fondo del océano. Todo esto se hacía cada día un poco más vivo en él y se acordaba de las palabras de un poeta que le habían impresionado en su adolescencia: "La existencia es un mar lleno de olas que no cesan. De este mar la gente normal sólo percibe las olas. Mira cómo de las profundidades del mar aparecen en la superficie innumerables olas mientras que el mar queda oculto en ellas".Hoy el mar le parecia menos "oculto en las olas", la unidad de las cosas parecía más evidente sin que esto aboliera la multiplicidad. Tenía menos necesidad de oponer el fondo y la forma, lo visible y lo invisible.
Todo constituía el océano único de su vida.En el fondo de su alma, ¿no estaba el roah, el pneuma, el gran soplo de Dios?"El que escucha atentamente su respitación, le dijo entonces el monje Serafín, no está lejos de Dios. Escucha quién está ahí, al fin de tu expiración, quién está en la fuente de tu inspiración". En efecto, había momentos de silencio más profundos entre el flujo y el reflujo de las olas, había allí algo que parecía llevar en sí el océano.
Meditar como un pájaro.-

MEDITAR COMO UN PÁJARO.-
Estar sobre un cimiento, estar orientado hacia la luz, respirar como un océano no es todavía la meditación hesicasta, le dijo el padre Serafin; ahora debes aprender a meditar como un pájaro. Y le llevó a una pequeña celda cercana a su eremitorio donde vivian dos tórtolas.
El arrullo de los dos animalitos le pareció de momento encantador pero no tardó en ponerle nervioso. Parece que escogían el momento en que caía dormido para arrullarse con las palabras más tiernas. Preguntó al viejo monje qué significaba todo aquello y si esa comedia iba a durar mucho. La montaña, la amapola, el océano, podían pasar (aunque uno pueda preguntarse qué hay de cristiano en todo ello), pero proponerle ahora este pájaro lánguido como maestro de meditación era demasiado.El padre Serafín le explicó que en el Antiguo Testamento la meditación se expresa con la raíz haga traducida en general al griego por mélété -meletan- y en latín por meditar-meditatio. En su forma primitiva la raíz significa "murmurar a media voz".
Igualmente se emplea para designar gritos de animales, por ejemplo el rugido del león (Is 31,4), el piar de la golondrina y el canto de la paloma (Is 38,14, pero también el gruñido del oso."En el monte Athos no hay osos. Por eso te he traído junto a una tórtola, pero la enseñanza es la misma. Hay que meditar con la garganta, no sólo para acoger el aliento, sino para murmurar el nombre de Dios día y noche... Cuando eres feliz, casi sin darte cuenta canturreas, murmuras a veces palabras sin significado y ese murmullo hace vibrar todo tu cuerpo con una alegría sencilla y serena. Meditar es murmurar como una tórtola, dejar subir ese canto que viene del corazón, como tú has aprendido a dejar que suba a ti el perfume de la flor... Meditar es respirar cantando.
Sin quedarnos mucho tiempo en su significado, te propongo que repitas, murmures, canturrees lo que esta en el corazón de todos los monjes del monte Athos: "Kyrie eleison, Kyrie eleison..."Esto no le gustaba mucho al joven filósofo. En algunas bodas o entierros lo había oído traducido por: "Señor, ten piedad".El monje se puso a sonreir: "Sí, es uno de los significados de esta invocación, pero hay otros muchos. Quiere decir también "Señor envía a tu Espíritu", " que tu ternura esté sobre mí y sobre todos" ,"que tu nombre sea bendito", etc., pero no busques demasiado el sentido de la invocación. Ella se te revelará por sí misma. De momento sé sensible y estáte atento a la vibración que despierta en tu cuerpo y en tu corazón. Procura armonizarla apaciblemente con el ritmo de tu respiración. Cuando te atormenten tus pensamientos recurre suavemente a esta invocación, respira más profundamente, manténte erguido y conocerás el comienzo de la hesiquia, la paz que da Dios sin engaño a los que le aman".
Al cabo de unos días el "Kyrie eleison" se le hizo familiar. Le acampañaba como el zumbido acampaña a la abeja cuando hace la miel. No lo repetía siempre con los labios. El zumbido se hacía entonces más interior y su vibración más profunda.El "Kyrie eleison" cuyo sentido había renunciado a "pensar" le conducía a veces al silencio desconocido y se encontraba en la actitud del apóstol Tomás cuando descubrió a Cristo resucitado: "Kyrie eleison", mi Señor es mi Dios. La invocación le llevaba poco a poco a un clima de intenso respeto por todo lo que existe. Pero también de adoración por lo que está oculto en la raíz de toda existencia.El padre Serafln le dijo entonces: "Ya no estás lejos de meditar como un hombre. Tengo que enseñarte la meditación de Abraham".
Meditar como Abraham.-
MEDITAR COMO ABRAHAM.-
Hasta aquí la enseñanza de staretz era de orden natural y terapéutico. Según el testimonio de Filón de Alejandría, los antiguos monjes eran "terapeutas". Más que conducir a la iluminación, su papel consistía en curar la naturaleza; ponerla en las mejores condiciones para que pudiera recibir la gracia, que no contradecía la naturaleza sino que la restauraba y cumplía. Es lo que hacía el monje con el joven filósofo enseñándole un método de meditación que algunos podrían llamar "puramente natural".
La montaña, la amapola, el océano, el pájaro, eran otros tantos elementos de la naturaleza que recuerdan al hombre que debe ir más lejos, recapitular los diferentes niveles del ser o incluso los diferentes reinos que componen el macrocosmos: el reino mineral, el reino vegetal, el reino animal... A menudo el hombre ha perdido el contacto con el cosmos, con la roca, con los animales y esto ha provocado en él desazones, enfermedades, inseguridades, ansiedad. La persona humana se siente "de más ", extranjera en el mundo. Meditar era comenzar a entrar en la meditación y la alabanza del universo porque, como dicen los Padres, "todas las cosas saben rezar antes que nosostros".
El hombre es el lugar en que la oración del mundo toma consciencia de ella misma; está para nombrar lo que balbucean las criaturas. Con la meditación de Abraham entramos en una consciencia nueva y más alta que se llama fe, es decir, la adhesión de la inteligencia y del corazón en ese "tú" que se transparenta en el tuteo múltiple de todos los seres.Esa es la experiencia de Abraham: detrás del titilar de las estrellas hay algo más que estrellas, un presencia difícil de nombrar, que nada puede nombrar y que sin embargo posee todos los nombres.Es algo más que el universo y que sin embargo no puede ser aprehendido fuera del universo. La diferencia que hay entre el azul del cielo y el azul de una mirada, más allá de todos los azules.
Abraham iba a la búsqueda de esa mirada.Después de haber aprendido el cimiento, el enraizamiento, la orientación positiva hacia la luz, la respitación apacible de los océanos, el canto interior, el joven estaba invitado a despertar el corazón. "He aquí que de repente tú eres alguien". Lo propio del corazón es, en efecto, personalizarlo todo y en este caso, personalizar al Absoluto, la fuente de todo lo que es y respira, nombrarlo, llamarle "mi Dios, mi Creador" e ir en su Presencia. Para Abraham meditar es mantener bajo las apariencias más variadas el contacto con esta Presencia. Esta forma de meditación entra en los detalles concretos de la vida cotidiana.
El episodio de la encina de Mambré nos muestra a Abraham "sentado en la entrada de la tienda, en lo más cálido del día"; allí acogerá a tres extranjeros que van a revelarse como enviados de Dios. Meditar como Abraham, decía el padre Serafin, es "practicar la hospitalidad: el vaso de agua que das al que tiene sed, no te aleja del silencio sino que te acerca a la fuente. Meditar como Abraham, ya lo entiendes no sólo despierta en ti paz y luz sino también al amor por todos los hombres". El padre Serafin leyó al joven el famoso pasaje del libro del Génesis en que se trata de la intercesión de Abraham."Abraham estaba delante de Yahvé... se acercó y le dijo: ¿Vas a suprimir al justo con el pecador? ¿Acaso hay cincuenta justos en la ciudad y no perdonarás a la ciudad por los cincuenta justos que hay en su seno... ? "
Poco a poco Abraham fue reduciendo el número de los justos para que Gomorra no fuera destruida. "Que mi Señor no se irrite y hablaré una vez más: ¿Acaso se encontrarán diez? (cf.Gen 18,16) Meditar como Abraham es interceder por la vida de los hombres, no ignorar su corrupción pero sin embargo no desesperar jamás de la misericordia de Dios.Este estilo de meditación libera el corazón de cualquier juicio y condena, en todo tiempo y lugar. Aunque sean muchos los horrores que pueda contemplar, llama al perdon y a la bendición. Meditar como Abraham lleva aún más lejos. Las palabras pugnaban por salir de la garganta del padre Serafin, como si quisiera ahorrar al joven una experiencia por la que él mismo había debido pasar y que despertaba en su memoria un temblor casi sutil... esto puede llevar hasta el sacrificio... y le citó el pasaje del Génesis en que Abraham se muestra dispuesto a sacrificar a su propio hijo Isaac: "Todo es de Dios, murmuró el padre Serafín, Todo es de él, por él y para él. Meditar como Abraham te lleva a una total desposesión de ti mismo y de lo que te es más querido... busca lo que valoras más, lo que identifica tu yo... para Abraham era su hijo unico. Si eres capaz de esta donación, de ese abandono moral, de esa confianza infinita en lo que trasciende toda razón y todo sentido común, todo te será devuelto centuplicado: "Dios proveerá". Meditar como Abraham es adherirse por la fe a lo que trasciende eluniverso, es practicar la hospitalidad, interceder por la salvación de todos los hombres. Es olvidarse de uno mismo y romper los lazos más legitimos para descubrirnos a nosostros mismos, a nuestros prójimos y el universo habitado por la infinita presencia del "Único que es".
Meditar como Jesús.-

MEDITAR COMO JESÚS
El padre Serafin se mostraba cada vez más discreto. Notaba los progresos que hacía el joven en su meditación y oración. Varias veces le habla sorprendido con el rostro bañado en lágrimas, meditando como Abraham e intercediendo por los hombres: "Dios mío, misericordia. ¿Qué será de los pecadores?". Un día, el joven fue hacia él y le preguntó: "Padre ¿por qué no me hablas nunca de Jesús? ¿Cómo era su oración, su forma de meditar?.
En la liturgia y en los sermones sólo se habla de él. En la oración del corazón, tal como se describe en la filocalia, hay que invocar su nombre. ¿Por qué no me dices nada de eso?.El padre Serafín pareció turbarse: como si el joven le preguntara algo indecente, como si tuviera que revelar su propio secreto. Cuanto más grande es la revelación recibida, más grande debe ser nuestra humildad para transmitirla. Sin duda no se sentía tan humilde: "Eso sólo el Espíritu Santo te lo puede enseñar. "Quién es el Hijo lo sabe sólo el Padre: quién es el Padre, lo sabe sólo el Hijo y aquél a quien el Hijo se lo quiera revelar" (Lc 10,22).Tienes que hacerte hijo para rezar como el Hijo y tener con quién él llama su Padre, las mismas relaciones de intimidad que él y esto es obra del Espíritu Santo. El te recordará todo lo que Jesús ha dicho. El evangelio se hará vivo en ti y te enseñará a rezar como hay que hacerlo".Pero el joven insistió: "Pero dime algo más". el viejo sonrió: "Ahora, lo que mejor podría hacer sería aullar, pero tú lo tomarías como un signo de santidad; por tanto lo mejor será decirte las cosas con sencillez.
Meditar como Jesús recapitula todas las formas de meditación que te he trasmitido hasta ahora. Jesús es el hombre cósmico... sabía meditar como la montaña, como la amapola, como el océano, como la paloma. Sabía meditar como Abraham. Su corazón no tenía límites, amando hasta a sus enemigos, sus verdugos: "Padre, perdónales porque no saben lo que hacen". Practicando la hospitalidad con los que se llaman enfermos y pecadores, los paralíticos, las prostitutas, los colaboracionistas... Por la noche se retiraba a orar en secreto y allí murmuraba como un niño "abba", que quiere decir "papa"... Esto puede parecer insignificante, llamar "papa" al Dios trascendente, infinito, innombrable, más allá de todo. El cielo y la tierra se acercan terriblemente... Dios y el hombre se hacen una sola cosa... quizás hace falta que alguien te haya llamado "papa" en la oscuridad para comprenderlo...
Pero talvez hoy estas relaciones íntimas de un padre y una madre con su hijo ya no signifiquen nada. Quizás sea una mala imagen. Por eso yo prefería no decirte nada, no usar imágenes y esperar a que el Espirita Santo pusiera en ti los sentimientos y el conocimiento de Jesucristo para que ese "abba" no saliera de la punta de los labios sino del fondo de tu corazón. Ese día empezarás a comprender lo que es la oración, la meditación de los hesicastas".

Ahora Vete.-

AHORA VETE
El joven se quedó algunos días más en el monasterio. La oración de Jesús le llevaba a los abismos, a veces al borde de una cierta "locura". "Ya no soy yo quien vive, es Cristo quien vive en mí", podía decir con san Pablo.
Delirio de humildad, de intercesión, de deseo de que "todos los hombres se salven y lleguen al pleno conocimiento de la verdad". Se hacía amor, se hacía fuego. La zarza ardiente ya no era para él una metáfora sino una realidad: "Ardía pero sin consumirse".Fenómenos extraños de luz visitaban su cuerpo. Algunos decían que le habían visto andar sobre el agua o estar inmóvil a treinta centímetros del suelo...Esta vez el padre Serafin se puso a aullar: "¡Ya está bien! Ahora vete".Y le pidió que dejara Athos, que volviera a su casa y que viese allí lo que quedaba de esas bellas meditaciones hesicastas.
El joven se fue. Volvió a su país. Lo encontraron más delgado y no vieron nada espiritual en su barba más bien sucia ni en su aspecto más bien descuidado... Pero la vista de su ciudad no le hizo olvidar la enseñanza de su staretz.Cuando estaba muy agobiado, sin nada de tiempo, se sentaba como una montaña en la terraza del café. Cuando sentía en él orgullo o vanidad, se acordaba de la amapola ("toda flor se marchita") y de nuevo su corazón se volvía hacia la luz que no pasa nunca. Cuando la tristeza, la cólera, el disgusto, invadían su alma, respiraba profundamente, como un océano, volvía a tomar aliento en el soplo de Dios, invocaba su nombre y murmuraba: "Kyrie eleison".
Cuando veía el sufrimiento de los seres humanos, su maldad y su impotencia para cambiar nada, se acordaba de la meditación de Abraham. Cuando le calumniaban, cuando decían de él todo tipo de infamias, era feliz meditando con Cristo... Exteriormente era un hombre como los demás. No intentaba tener "aire de santo"... Había olvidado incluso que practicaba el método de la oración hesicasta; simplemente intentaba amar a Dios en cada momento y caminar en su presencia.
Por la Gracia de Dios, Obispo de la Santa Iglesia Apostólica Primitiva, Católica y Ortodoxa del Rito Sirio Bizantino, parte inseparable de la Iglesia de Jesús el Cristo; Rector Episcopal de la Misión Apostólica de Araraquara, Prelado Superior de los Caballeros de Devoción de la Orden Bonaria, Vicario Magistral, Duque del Cristo Redentor: “A los fieles en Cristo Jesús por todo el Mundo: Saludos, Gracia, Paz y Nuestra Bendición Apostólica”

jueves, 15 de septiembre de 2011

PADRES DEL DESIERTO

P. Manuel M. Lasanta Ruiz

Los primeros monjes cristianos vivieron en Egipto en el siglo IV. Eran personas muy comunes, de vidas virtuosas. No eran inteligentes ni famosos, pocos de ellos podían leer las Escrituras, por lo que las conocían de memoria. No eran clérigos ni estaban interesados en las cuestiones eclesiales. Incluso las liturgias eran vistas como un tanto mundanas debido a la pompa que se iba imponiendo en ellas; además: si sólo se rezaba a esas horas, decían ellos, no estás orando verdaderamente. Una auténtica persona de oración la tiene constantemente en su corazón. Sin embargo, los relatos de sus vidas son parte de la literatura cristiana más influyente. La mayoría de esos escritos consiste en una serie de consejos para recordar y vivir, e historias relacionadas con determinados monjes. En los textos se los llama “amma” o “apa” (madre o padre espiritual) como señal de respeto, aunque el título no indicaba ninguna posición oficial. Los “staretz” (guías espirituales) nunca juzgaban o sermoneaban, ni enseñaban desde una posición de poder. Ante todo aprendían a amar no desde sus necesidades o deseos, sino desde el amor de Cristo. Quienes los conocieron dicen que por ellos el mundo era conservado, que tal como el árbol fabrica oxígeno para purificar la atmósfera, así estos orantes eran árboles del espíritu.

Durante casi trescientos años la Iglesia vivió con la amenaza constante de la persecución. Todo cristiano sabía que algún día podía ser llevado ante los tribunales y afrontar la alternativa de apostatar del Señor Jesús. ¿Cómo podía uno seguir siendo cristiano cuando la Iglesia ahora se unía a los poderes mundanos, y el lujo y la ostentación se adueñaban de altares y asambleas?

Antes de Constantino ya hubo cristianos que se sentían llamados a un estilo de vida diferente. En las Cartas de Pablo aparecen las “viudas y vírgenes” que, como célibes, dedicaban todo su tiempo y recursos a la Iglesia. El gran teólogo alejandrino Orígenes organizó su vida en forma muy semejante, y lo mismo hizo san Agustín. El futuro monaquismo se nutrió de las palabras paulinas en el sentido de que los célibes se podían dedicar mejor al Señor y a su Reino.

La palabra “monje” viene del griego “monachós”, que quiere decir “solitario”. El término “anacoreta” quiere decir “retirado” o “fugitivo”, es decir, los monjes eran cristianos que se marchaban a lugares despoblados para vivir alejados de una Iglesia que se confundía con el imperio. No sabemos a ciencia cierta quién fue el primero de ellos, pero los dos más famosos que se disputan este título fueron Pablo (cuya vida escribe san Jerónimo) y Antonio (cuya vida escribe san Atanasio). De hecho, el monaquismo no fue invención de un individuo concreto, sino más bien un éxodo en masa, un contagio inaudito que afectó al mismo tiempo a millares de personas.

De san Antonio sabemos por san Atanasio que era hijo de padres acomodados y que heredó una cifra que le permitía vivir holgadamente. Sin embargo, hacia el año 270, con unos veinte años, oyó en la liturgia las palabras de Jesús al joven rico: “Vete, vende todo lo que tienes, da el dinero a los pobres y Dios será tu tesoro. Luego, ven y sígueme” (Mc 10,21). Entonces repartió sus bienes entre los pobres y se retiró al desierto. Pero allí se encontró no solamente con Dios, sino también consigo mismo. Y experimentó una rebelión en su interior. Por decirlo de una forma moderna, tuvo que confrontarse con sus “sombras”. A veces se sentía atraído por los placeres que había dejado atrás, otras se arrepentía de vender sus bienes y marchar al yermo. Pero confiaba en Dios y aguantó. Un día sale de allí un hombre “enamorado de Dios”, como lo describe Atanasio. Tenía alrededor de cincuenta años cuando se internó todavía más en el desierto, pero tampoco allí permanece solo. Por el año 300 vemos ermitaños por todas partes. Muchos son discípulos de Antonio; otros se han hecho monjes sin depender de él. La aspiración de encontrar a Dios en la soledad del monacato era tan fuerte en aquella época que por todas partes surgieron grutas y celdas, a cierta distancia unas de otras. Los monjes eran los nuevos mártires, los verdaderos testigos de Cristo. Eran los máximos exponentes de la nostalgia original de Dios que hay en toda persona. De hecho, aquellos Padres del Desierto fueron como los psicólogos de su tiempo. En la soledad, observaban y analizaban sus pensamientos y sentimientos, de los que el domingo, al reunirse para celebrar la liturgia, trataban con el abad para no dejarse engañar en sus luchas. Dialogaban sobre sus experiencias, su estilo concreto de vida y su ruta hacia Dios. Entre ellos hubo verdaderos guías que realizaban una anticipación del coloquio que luego desarrolló la psicoterapia. De hecho, incluso de las más alejadas ciudades, innumerables fieles acudían a aquellos prófugos a pedir consejo. Algo parecido a como tantos buscadores peregrinan hoy a Oriente buscando un gurú. La Iglesia sabía que en el desierto vivían cristianos que no se doblegaban ante los favores imperiales y que hablaban de Dios con autenticidad. Para entonces algunos viajeros cuentan que había más gente en el desierto que en las ciudades del imperio.

En el año 323 el abad Pacomio fundó un monasterio en el desierto de Egipto. Fue la primera comunidad cenobita (“vida común”) de monjes, y su hermana María fundó varias comunidades de monjas. Así surgieron grandes monasterios de hasta más de mil monjes rígidamente organizados. La nostalgia por la primitiva Iglesia, donde “todos eran de un solo corazón y una sola alma, y lo tenían todo en común” (Hechos 4,32ss), los inspiraba. Algunos cultivaban pequeños huertos, la mayoría se sustentaba tejiendo cestas y esteras que luego vendían a cambio de un poco de pan y aceite. Mientras tejían un cesto con juncos y paja, recitaban un salmo, elevaban una plegaria o memorizaban una porción del Evangelio. Su dieta era frugal, un poco de pan, queso, aceite, legumbres y fruta. Sus posesiones no eran más que el rasón necesario, los instrumentos de oración y lectura y una estera para dormir. Unos a otros se enseñaban de memoria libros enteros de la Biblia y dichos de los Padres antiguos, que llamaban “joyas de sabiduría”. A pesar de que todos participaban del trabajo manual, nadie se consideraba superior a nadie. La norma fundamental era el servicio mutuo, de tal modo que aun los superiores, a pesar de la obediencia que debían recibir, estaban obligados a servir a los demás. El propio Pacomio, que era el abad o archimandrita, daba ejemplo ocupándose de las labores más humildes. Aquella vida del desierto no se acoplaba bien con la nueva jerarquía eclesiástica, cuyos obispos residían en palacios y gozaban del favor del gobierno. Muchos pensaron que lo peor que le podía pasar a un monje era ser ordenado obispo, pero siempre había comunidades cristianas que pedían se les enviara algún monje para dirigirlas, por eso a veces un obispo iba al desierto y se llevaba a algún monje para ordenarlo. Hubo incluso monjes a los que hubo que atar a la silla para ordenarlos. Desgraciadamente, también hubo monjes orgullosos que pensaron que sus vidas mostraban un nivel de santidad más elevado que el de los eclesiásticos, y que eran ellos y no los obispos, quienes habían de decidir en qué consistía la ortodoxia. Como muchos de estos monjes eran rudos, se convirtieron en peones fáciles de manipular por otros.

En la segunda mitad del siglo IV, los monjes se pasaron unos a otros los dichos de los grandes Padres antiguos. Esas frases eran como aguijones que avivaban y estimulaban, y pronto empezaron a circular recopilaciones de tales dichos. Los apotegmas fueron escritos sistemáticamente por Evagrio (345-399), griego y teólogo culto que había estudiado con los Padres Capadocios, pero huyó de Constantinopla y se hizo monje en Egipto. Adoctrinado por un padre antiguo en el monacato, Evagrio llegó a ser un guía espiritual muy solicitado. Sus escritos fueron, durante siglos, las enseñanzas fundamentales de los monjes. Famosa fue su frase: “Teólogo es quien ora, y quien ora es teólogo”. Su discípulo Juan Casiano (365-435), nacido en lo que hoy es Rumania, consiguió que su sabiduría y forma hesicasta llegase hasta nosotros. Fundó dos monasterios en Marsella e influyó grandemente en san Benito. Fue suyo el bello dicho: “Siempre un salmo en los labios; siempre Cristo en el corazón”. De hecho, los apotegmas de Evagrio y Casiano y la Regla de san Basilio son el texto oficial para todos los que hoy también quieren ser monjes.

¿Y hoy? Esta sabiduría fue diseñada para monjes cuya vida estaba exclusivamente orientada a la búsqueda de Dios. Los célibes podían dedicar muchas horas a la oración, al silencioso trabajo manual y a la meditación de la liturgia. Pero en nuestra época todo esto ha cambiado. Ahora las personas están casadas y trabajan en fábricas, oficinas y escuelas; pero también aspiran a una vida de contemplación. Hace falta, pues, una sabiduría mística renovada que vuelva a hablar de la llama del amor viva en la actividad seglar, sin olvidar la vida en pareja, la familia y el trabajo. De hecho, hay que tener presentes que esta vida monástica no pertenecía a la estructura esencial de la Iglesia. Esto quiere decir que ella vivió sin monjes hasta el siglo III. De modo que no es impensable que pueda llegar el día en que la Iglesia subsista de nuevo sin ellos. Y por doloroso que le resulte a algunos, nada esencialmente grave sucedería. De hecho, Evagrio, Macario y Diádoco pertenecen a otros tiempos. Aquella proyección colectiva está cerrada y toda tentativa de volver a ella podría volverse una peligrosa ilusión. El ciclo completo ha terminado. El monacato fue una fuerza impactante que influyó profundamente en la historia. Pero después de la catársis del desierto, los espirituales enseñan una nueva y definitiva interiorización: “Entra en tu alma y encuentra allí a Dios, a los ángeles y el Reino” (Macario el Grande). La nueva conciencia alcanza su plenitud en la caridad cósmica de los santos (san Isaac). Cuando Simeón el Estilita ató su pie a una cadena para reducir sus movimientos a lo estrictamente necesario, el Patriarca Melecio le hizo notar que es perfectamente posible lograr la inmovilidad mediante la sola voluntad. Juan Mosco describe a un joven monje que no duda en frecuentar las tabernas, pero mantiene un corazón puro y provoca la envidia de un viejo monje que había pasado 50 años en Escete y no había logrado adquirir la misma pureza de corazón. Bajo la influencia pedagógica de la Iglesia se reconoce la enseñanza evangélica: en adelante los actos de amor superan las explosiones ascéticas extremistas. El abad de un gran monasterio decía: “Después de 40 años el sol jamás me vio comer”. Un simple monje le respondió: “Sin embargo, a mí el sol nunca me ha visto enfadado”. La ascesis de san Isaac el Sirio llama la atención por su gran aprecio del ser humano y de la creación de Dios. Llegados a este nivel, el monje puede incluso regresar al mundo, porque para él no está hechizado, puede volver a su ciudad, pues ha adquirido la caridad que le empuja a dejar su soledad. Todo lo contempla con ojos puros. Decía san Serafín: “Abre la puerta de tu celda y recibe al mundo con la alegría de la Pascua”.

Los Padres del Desierto realizaron en el alma pagana una especie de exorcismo global, válido de una vez por todas. El movimiento en adelante, fue menos de rechazo que de transfiguración. El monacato había cerrado un ciclo histórico, como afirma Evdokimov, pero la espiritualidad del desierto avanza entre las formas cambiantes de la sociedad mediante nuevos testigos. Hoy encuentra su acogida en el sacerdocio universal, llamado “monacato interiorizado”. Un “accidente” de los tiempos modernos cambió algunos conceptos. En la extinta URSS gran número de monjes tuvieron que dejar sus respectivos monasterios para trabajar en fábricas y estudiar en universidades, permaneciendo en el mundo con una existencia monástica. Para diferenciarse del monaquismo institucional y su rasón negro, se denominó a este movimiento “el monacato blanco”. ¿Será el futuro?

ENSEÑANZAS DE LOS PADRES DEL DESIERTO

Estrategia de los demonios

Con mucha fineza y profundidad presenta Evagrio, basándose principalmente en la observación psicológica, las tácticas con que los demonios buscan hacer valer sus poderes sobre los anacoretas. Pero aquí debe señalarse inmediatamente que las enseñanzas de Evagrio están dirigidas exclusivamente a quienes viven como ermitaños o anacoretas, pues el demonio modifica su estrategia según el modo de vida de los hombres a los que intenta someter (TP 48; cf. 5).

Contra el monje ermitaño la estrategia preferida de los demonios es la de la guerra inmaterial, o lucha por medio de los malos pensamientos, que es la más difícil de contrarrestar (cf. TP 5).

Evagrio no confunde los malos pensamientos con el demonio, o los demonios, que los inspiran. El mal pensamiento NO es el demonio, sino el arma que éste utiliza para provocar la tentación:

“La tentación es lo característico del monje, que suele ser tentado por pensamientos que obscurecen su inteligencia, y que nacen en la parte del alma en la que tiene su sede la pasión” (TP 74).

Observando los pensamientos se aprende a conocer a los distintos demonios y el arte que suelen emplear. A veces, parecería que Evagrio usa indistintamente las palabras pensamiento y demonio, pero se trata más bien de una simplificación en la expresión, no de una identificación de conceptos. Conviene asimismo tener presente que Evagrio no considera malos a todos los pensamientos los hay también buenos, inspirados ora por los ángeles ora por los santos[1].

La estrategia de los demonios es sugerir a través de pensamientos diversos, especialmente valiéndose de los ocho logismoi principales. Por ejemplo: el pensamiento de la gula le sugiere al monje el inmediato abandono de su ascesis (TP 7). O bien, el de la avaricia le sugiere una larga vejez... (TP 9).

Las sugestiones enviadas por cada uno de los demonios son tanto más peligrosos cuanto más se presentan bajo la apariencia de ser buenos pensamientos, o incluso se apoyan en algún texto de la Sagrada Escritura.

Los demonios, según Evagrio, no pueden ejercer una acción directa sobre el espíritu del hombre, pero pueden rodearlo de tinieblas, obscurecerlo[2], y excitar a las pasiones que lo entorpecen:

“¿Qué buscan los demonios al excitar en nosotros la gula, la impureza, la avaricia, la ira, el rencor y las demás pasiones? Que el espíritu sea entorpecido por ellas y no pueda orar como es debido. Porque cuando las pasiones irracionales dominan, (el espíritu) ya no puede moverse de acuerdo a la razón[3] y salir en busca del Verbo de Dios” (TO 50).

Por tanto, la estrategia de los demonios consiste en introducir en el alma del ermitaño fantasías y recuerdos, para así impresionar o deformar la inteligencia. El logismoi es una imagen, y la lucha contra los malos pensamientos se coloca, para Evagrio, en el mundo de las imágenes que el monje lleva dentro de el mismo. Todavía más que el laico, el monje habla, obra y peca en pensamiento. Esto se aprecia, siempre según Evagrio, de forma manifiesta en los sueños nocturnos, cuando ciertas imágenes toman forma, con la colaboración de la memoria (cf. TP 54).

Evidentemente no todos los sueños, imágenes y pensamientos provienen de la estratégica acción de los demonios, sino solamente aquellos que buscan arrastrar al ermitaño hacia una acción pecaminosa.

Existe, por otra parte, una relación entre pensamiento y pasión: por medio de aquel los demonios activan ésta. En la sistematización evagriana es claro que un mal pensamiento no es eficaz si no provoca una pasión; la guerra contra los logismói es, pues, un combate contra los recuerdos turbados por la pasión: “Si encontramos en nosotros recuerdos turbados por la pasión, que provienen de antiguas experiencias, significa que hemos recibido algún objeto con pasión. Porque todos los objetos que en el presente recibamos con pasión dejarán recuerdos turbados por esa misma pasión” (TP 34).

El monje lucha para obtener la gracia de no pecar en pensamiento, para no temer a los malos pensamientos y para tener recuerdos simples, no turbados por la pasión (cf. TP 36).

Los demonios al verse frustrados en su accionar, entonces modificarán su estrategia: “Cuando el demonio ha fracasado por el lado de los pensamientos, empieza a palpar los miembros del cuerpo” (Antirretikós II, 55; cf. KG VI,25).

Se trata, según Evagrio, de un verdadero contacto físico (o al menos así lo experimenta el anacoreta), cuya finalidad es apartarlo de la oración, de la contemplación. Es una táctica sutil, por su naturaleza engañosa, ya que el demonio por la “composición” del cuerpo suscita en el intelecto alguna imagen, o una figura que puede ser tomada como una epifanía divina. Dos pasajes de Evagrio nos ilustran acerca de este procedimiento:

a) “Cuando el envidioso demonio no puede perturbar la memoria durante la oración, fuerza la complexión corporal para provocar alguna imagen peregrina que informe al espíritu. Este, acostumbrado a pensar con formas mentales, fácilmente se doblega y se deja engañar tomando el humo por luz, él, que tendía a la gnósis inmaterial y libre de toda forma” (TO 68)

b) “Cuando el espíritu ora con pureza, sin distraerse y verdaderamente entonces los demonios no se acercan a él por la izquierda sino por la derecha. Le representan la gloria de Dios como una figura agradable a los sentidos, para que crea que ya alcanzó perfectamente el fin de la oración” (TO 72).

Evagrio advierte que sólo Dios puede alcanzar nuestro espíritu sin provocar una alteración corporal:

“Los demonios producen en el espíritu razonamientos, pensamientos y visiones, causando alteraciones corporales. Pero Dios hace lo contrario: llega al mismo espíritu, le infunde el conocimiento que quiere, y, a través del espíritu, calma la intemperancia del cuerpo” (TO 63).



[1] “... Tu voluntad tiene el poder de destruir por medio de pensamientos humanos los pensamientos del demonio. Pero resistir con humildad al pensamiento de la vanagloria y con continencia al pensamiento de la fornicación es signo de una muy profunda apátheia” (TP 58).

[2]La tentación es lo característico del monje, que suele ser tentado por pensamientos que obscurecen su inteligencia, y que nacen en la parte del alma en la que tiene su sede la pasión.

“El pecado del monje es el consentimiento dado al placer prohibido que propone el pensamiento” (TP 74-75).

[3] Se refiere a la parte “racional” del alma.

NUESTRA SEÑORA DE LOS DOLORES


Tus lágrimas son preciosas
para Dios

Hola
¿Has sentido alguna vez el abrazo de Dios?

Las lágrimas que son lloradas durante la oración son muy valiosas, son como gotitas de diamantes. No hay nada malo con ponerse sentimental y derramar nuestras penas sobre Dios. Cuándo tu corazón está agobiado con penas por cualquier pérdida, cualquier preocupación, o cualquier herida, Jesús espera que compartas la carga con él. Date permiso para que todo salga verdaderamente, desde lo más profundo de ti. Dios no tira estos diamantes. El los aprecia. El llora contigo.

¿Si las lágrimas no fueran diamantes de oración, por qué lloraría nuestra Santísima Madre en el cielo? ¿Por qué sería ella Nuestra Señora de los Dolores? ¿No se supone que el cielo es un lugar de alegría, donde no hay más penas? Sin embargo, ella llora por el pecado en el mundo. Ella llora por ti cuando te alejas de su Hijo. Ella llora cuando alguien peca contra ti. Ella llora contigo cuando tú lloras, y así también Jesús.

El llanto parece ser un rasgo femenino; por la manera que fuimos creados biológicamente, las mujeres lloran más a menudo que los hombres. Los científicos explican que las hormonas de los hombres transmiten su pena a enojo, y sin embargo Jesús - completamente un hombre - lloró por los demás cuando él los vio llorando sobre la muerte de Lázaro, y él lloró por Jerusalén cuando él previo su destrucción, y él lloró por él mismo cuando él encaró la crucifixión.


Dios aprecia nuestras oraciones llenas de lágrimas, porque significa que somos honestos con él y con nosotros mismos. Tales oraciones vienen de una pasión profunda. No sólo son ofrendas de dolor, como diamantes preciosos para Dios, sino que son también un acto de rendición. Hemos alcanzado el fin de nuestra capacidad de ser fuertes, felices, y la aceptación de las dificultades de la vida. En esa rendición humilde, Dios tiene espacio para entrar y aliviarnos y darnos su propia fuerza para continuar hacia adelante.


¿Has sentido alguna vez el abrazo de Dios? Uno de los nombres bíblicos para el Espíritu Santo es el Consolador, ¿pero cómo podemos sentir el abrazo de un Dios que es invisible e intangible? A menudo nuestras lágrimas vienen de no poder sentir su toque cuando más lo necesitamos. Y entonces, tenemos que buscar las varias maneras en las que él se hace conocer. A través del día, Jesús está a nuestro lado haciéndonos favores grandes y pequeños. Generalmente, sin embargo, nosotros permitimos que nuestro dolor nos distraiga de darnos cuenta de sus regalos.

En la lectura del Evangelio de hoy, el abrazo consolador de Dios se hace palpable entre María y el discípulo Juan. Mientras él sufría por el dolor y la pérdida de su querido amigo, ella sufría con un tormento que sólo una madre puede sentir. Y Jesús, en medio de su propio dolor, dio el regalo del consuelo a su madre y al amigo dándoles a ambos el uno al otro.

Es por medio de la comunidad - el regalo del uno y el otro - que encontramos el consuelo. No hay dolor más grande que sufrir solo. Dios no quiere que sufras solo, nunca. El te proporciona con amigos que te darán su abrazo, tal como lo hizo con María y Juan. Si no sabes quiénes son estos compañeros que brindan alivio, mira con atención, hacia nuevas direcciones; ellos ya están allí para ti.

Reflexión de Las Buenas NuevasJueves de la Vigésima Cuarta Semana del Tiempo Ordinario 15 de septiembre, 2011

miércoles, 14 de septiembre de 2011

EXALTACION DE LA SANTA CRUZ


Este día nos recuerda el hallazgo de la Santa Cruz en el año 320, por parte de Santa Elena, madre de Constantino. Más tarde Cosroas, rey de Persia se llevó la cruz a su país. Heraclio la devolvió a Jerusalén.

El cristianismo es un mensaje de amor. ¿Por qué entonces exaltar la Cruz? Además la Resurrección, más que la Cruz, da sentido a nuestra vida.

Pero ahí está la Cruz, el escándalo de la Cruz, de San Pablo. Nosotros no hubiéramos introducido la Cruz. Pero los caminos de Dios son diferentes. Los apóstoles la rechazaban. Y nosotros también. Cuando Clovodeo leía la Pasión exclamaba: ¡Ah, si hubiera estado allí yo, con mis francos!

La Cruz es fruto de la libertad y amor de Jesús. No era necesaria. Jesús la ha querido para mostrarnos su amor y su solidaridad con el dolor humano. Para compartir nuestro dolor y hacerlo redentor.

Jesús no ha venido a suprimir el sufrimiento: el sufrimiento seguirá presente entre nosotros. Tampoco ha venido para explicarlo: seguirá siendo un misterio. Ha venido para acompañarlo con su presencia. En presencia del dolor y muerte de Jesús, el Santo, el Inocente, el Cordero de Dios, no podemos rebelarnos ante nuestro sufrimiento ni ante el sufrimiento de los inocentes, aunque siga siendo un tremendo misterio.

Jesús, en plena juventud, es eliminado y lo acepta para abrirnos el paraíso con la fuerza de su bondad: "En plenitud de vida y de sendero dio el paso hacia la muerte porque El quiso. Mirad, de par en par, el paraíso, abierto por la fuerza de un Cordero" (Himno de Laudes).

En toda su vida Jesús no hizo más que bajar: en la Encarnación, en Belén, en el destierro. Perseguido, humillado, condenado. Sólo sube para ir a la Cruz. Y en ella está elevado, como la serpiente en el desierto, para que le veamos mejor, para atraernos e infundirnos esperanza. Pues Jesús no nos salva desde fuera, como por arte de magia, sino compartiendo nuestros problemas. Jesús no está en la Cruz para adoctrinarnos olímpicamente, con palabras, sino para compartir nuestro dolor solidariamente.

Pero el discípulo no es de mejor condición que el maestro, dice Jesús. Y añade: "El que quiera venirse conmigo, que reniegue de sí mismo, que cargue con su cruz y me siga". Es fácil seguir a Jesús en Belén, en el Tabor. ¡Qué bien estamos aquí!, decía Pedro. En Getsemaní se duerme, y, luego le niega.

"No se va al cielo hoy ni de aquí a veinte años. Se va cuando se es pobre y se está crucificado" (León Bloy). "Sube a mi Cruz. Yo no he bajado de ella todavía" (El Señor a Juan de la Cruz). No tengamos miedo. La Cruz es un signo más, enriquece, no es un signo menos. El sufrir pasa, el haber sufrido -la madurez adquirida en el dolor- no pasa jamás. La Cruz son dos palos que se cruzan: si acomodamos nuestra voluntad a la de Dios, pesa menos. Si besamos la Cruz de Jesús, besemos la nuestra, astilla de la suya.

La Cruz aceptada - no la buscada - tiene un gran valor... Dijo una ostra a otra ostra: "Siento un gran dolor dentro de mí. Es pesado y redondo y me lastima". Y la otra ostra replicó con arrogancia: "Alabados sean los cielos y el mar. Yo no siento dolor dentro de mí. Me siento bien e intacta'". Un cangrejo que pasaba por allí las escuchó y dijo a la que estaba bien e intacta: "Sí, te sientes bien, pero el dolor de la otra es una hermosa perla".

Es la ambigüedad del dolor. El que no sufre, queda inmaduro. El que lo acepta, se santifica. El que lo rechaza, se amarga y se rebela.