viernes, 25 de septiembre de 2015

CON EL APORTE DE MI AMIGA BERNARDETTE, UN BELLO TEXTO DE THOMAS MERTON

La vida de contemplación en la acción y la pureza de corazón es, pues, una vida de gran sencillez y de libertad interior.
 
Uno no busca en ella nada especial ni pretende ninguna satisfacción en particular, sino que se contenta con lo que es. Hace lo que hay que hacer, y cuanto más concreto sea, mejor, sin preocuparse por los resultados. Se siente satisfecho con tener buenos motivos para llevarlo a cabo y el pensar que puede cometer errores no le produce demasiada ansiedad.
 
De ese modo puede nadar en la viva corriente de la vida y estar constantemente en contacto con Dios, en el anonimato y la cotidianidad del momento presente en su evidente tarea.

En este tipo de momentos, andar por la calle, barrer el suelo, lavar los platos, pasar la azada por la tierra para cuidar las alubias, leer un libro, dar un paseo por el bosque… todo ello puede enriquecerse con la contemplación y con la oscura sensación de la presencia de Dios.
 Esta contemplación es más pura si cabe porque uno no la “observa” para ver si está ahí. Semejante “caminar con Dios” es una de las formas más sencillas y seguras de llevar una vida de oración, y de una de las más infalibles. Nunca atrae la atención de nadie, y menos aún la atención del que la vive. Y uno pronto aprende a no desear ver nada especial en sí mismo. Este es el precio de su libertad.


martes, 22 de septiembre de 2015

HOY PUEDO DECIR QUE TENGO UN CORAZÓN SACERDOTAL, ME PREOCUPA EL DESTINO DE MIS SEMEJANTES

Todo comenzó cuando sentí que mi vida quedaba en suspenso y que, de dar un paso, me precipitaría en el abismo. Pero di ese paso adelante convencido de que aquel abismo, aunque oscuro y peligroso, era Dios. Y caí en él sintiendo, mientras me desplomaba, una felicidad inaudita, casi insoportable.
- Sí, sí, sí -alcancé a decir mientras era absorbido por aquel abismo, hasta que de pronto, sin saber cómo ni por qué, volví a encontrarme arriba, como si nunca hubiera empezado a caer en sus manos divinas y como si todo aquello fuera un sueño del que ahora me despertaba para volver a la normalidad.
La opción por Dios pasa necesariamente por la perdición humana: no podemos llegar a Él sin vaciarnos o renunciar a lo que somos. Ese momento de renuncia, olvido o vaciamiento es muy raro en la vida de los hombres, pero cuando se produce, aunque sea por pocos segundos, se experimenta algo que a falta de otro nombre habrá que llamar milagro.
Mi acceso a Dios no fue un ascenso, como otros lo describen, sino más bien una caída en el abismo de sus manos. Él puso ese abismo ante mí y yo, evitando el pensamiento, di en un segundo el paso decisivo: "Sí, sí, sí". Aún resuenan en mí aquellas tres palabras que dije; y dije "sí", porque aquello que me estaba sucediendo lo deseaba ardientemente.
Desde entonces, aunque luego volviera a la superficie, entre Dios y yo quedó sellada una unión aún superior. Y supe entonces que ningún otro ideal del mundo, por sublime que fuera, satisfaría mi corazón.
Yo he sido llamado por Dios y solo en Él quiero descansar; este es mi deseo más profundo. Me pregunto cómo llegar a esta meta lo mejor y lo antes posible y, mientras tanto, visito a los enfermos y escribo mis libros, predico sobre el silencio y hago meditación. Mi corazón está en ese abismo por el que un día empecé a caer y por el que, según presumo, caeré también en el instante de mi muerte. Meditar es acercarse a ese abismo, convocarlo. Pero el abismo aparece cuando quiere y a nosotros compete tan solo, llegado el momento, dar un solo paso. Uno solo. Es así de sencillo. Toda la vida caminando para poder dar, en el instante cumbre, un solo paso.
Hoy puedo decir que tengo un corazón sacerdotal, pues percibo cómo me preocupa el destino de mis semejantes y cómo les miro y hablo como si fueran hijos que necesitan del cariño, protección y consejo de un padre. Nunca me he sentido padre hasta ahora; me entristece y enfada ver cómo se pierde la gente tomando derroteros equivocados e insensatos. "No lo hagas, por favor", les digo.
Me alegro cuando les va bien y me sonrío con indulgencia cuando veo cómo ponen su esperanza en cosas hermosas, sí, pero que pronto les decepcionarán. Lloro cuando lloran porque se han perdido y no les puedo ayudar. Tengo, por primera vez en casi 25 años de sacerdocio, un corazón auténticamente paternal. Será que me he hecho viejo, me digo, burlándome de mí. Pero no es eso. Es solo que hacen falta décadas para empezar a ser aquello a lo que habíamos sido llamados.
Hoy veo a mis semejantes sentados en los bancos de la Iglesia, o en los asientos del metro, o incluso en la calle, corriendo quién sabe adónde, y tengo ganas de decirles: "Venid a mí los que estáis cansados y agobiados y yo os aliviaré". Así lo pienso, tal cual, como si yo fuera Cristo, sin ningún pudor. ¿Y qué haría si vinieran? ¿Qué hago, de hecho, cuando vienen? Les doy el único nombre que nos puede salvar, el de Cristo. Les digo que repitan esa palabra, solo "Jesucristo", y que esa palabra, sin nada más, les purificará.
Hoy soy un apóstol de la oración del corazón, en eso me he convertido. Y reparto estampas de la Virgen a los enfermos. ¡Yo, que nunca imaginé que repartiría estampas! Y rezo el rosario por las noches, caminando de un lado al otro en la iglesia de la que soy capellán. Me he convertido en un cura de los de antes, pienso. Y sonrío al comprender que hay que vivir tanto para volver al punto en el que fuimos engendrados en el Espíritu.
Un corazón sacerdotal. Solo con escribirlo me emociono como si fuera un niño. Ese corazón mío ha dejado por fin de ser duro y frío y es ahora, por fin, ¡qué tarde, Dios mío!, sencillamente el corazón de un hombre sencillo.

Pablo D'Ors

martes, 15 de septiembre de 2015

PAPA FRANCISCO Y EL TEMA DE LA AMISTAD EN UNA RADIO ARGENTINA

Queridos amigos: Les comparto un programa de radio en el que participa nuestro Santo Padre Francisco. El tema: LA AMISTAD. Recuerden poner pausa a la música de fondo de este blog clickeando en las líneas perpendiculares del ícono "música bella" debajo y a la derecha de esta página. Que lo disfruten!!! Vale la pena escucharlo varias veces. 


viernes, 11 de septiembre de 2015

¿ESTAMOS LLAMADOS TODOS LOS SERES HUMANOS A DESARROLLAR NUESTRA INTELIGENCIA ESPIRITUAL?


 
Más allá de la Inteligencia Racional (IR) y de la Inteligencia Emocional (IE) el ser humano tiene la Inteligencia Espiritual (IES) que es la facultad que nos capacita para relacionarnos con Diosencontrar el sentido de nuestras vidas y responder a nuestra llamada íntima que es la propia vocación. El rechazo a ciertas imágenes de Dios ha llevado a muchas personas a la increencia o a la salida de la institución eclesial, quedando el ser humano a merced de sí mismo y de los valores que le propone la sociedad. Pero la imagen de Dios a la que tenemos que aspirar es la de un ser bondadoso al extremo que nos acompaña y está presente en nuestras vidas en lo más profundo de nuestro ser. Como dice el apóstol Pablo: “¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿Tribulación, o angustia, o persecución, o hambre, o desnudez, o peligro, o espada? ...estoy seguro de que ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni potestades, ni lo presente, ni lo por venir, ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús Señor nuestro” (Romanos 8,35-39). No desarrollar nuestra (IES) es como quedar decapitados en nuestro interior.
Si la (IR) se alimenta con raciocinios, la (IE) con emociones, la (IES) se alimenta del silencioNecesitamos el silencio para entrar en contacto con Dios, mediante la oración, y poder escuchar su voz: “Habla Señor, que tu siervo escucha” (1Sm 3,9). Dios quiere comunicarse con nosotros, pero no le queremos escuchar. Deberíamos dedicarle un tiempo para darle la oportunidad de que nos hable. Se trata de entrar sin miedo en el interior de uno mismo, abandonando la superficialidad de las cosas, para descubrir las maravillas interiores. "Dios nos crea criándonos y en ningún instante nos deja de la mano y nos deja de criar". (Teresa de Ávila). El hecho de haber sido creados a imagen de Dios genera en nosotros un dinamismo interior: somos imagen suya, pero hemos de llegar a ser “verdadera imagen suya” desplegando nuestra Inteligencia espiritual. Y el culmen de este camino interior, como nos dice Olivier Clément, “es la oración incesante. Quien llega a ella se ha establecido en su morada espiritual. Cuando el Espíritu pone su morada en un hombre, éste ya no puede dejar de orar, ya que el Espíritu ora continuamente dentro de él. No importa si duerme o está despierto,la oración estará siempre trabajando en su corazón. No importa si come o bebe, si descansa o trabaja, el incienso de la oración se prolongará desde su corazón por si solo. La oración dentro de él ya no estará relacionada con un momento especial, es ininterrumpida. Incluso cuando duerme, su acción continúa, a escondidas, ya que el silencio de un hombre que se ha hecho libre, de por sí ya es una oración. Sus pensamientos se los sugiere Dios, el mínimo impulso de su corazón es como una voz que canta para el Invisible en silencio y en secreto”. Todo un reto.

 José Luis Vázquez Borau

martes, 1 de septiembre de 2015

SOBRE EL SUFRIMIENTO



Escrito por Hno. Heraldo del Santo Abandono

Queridos hermanos, quería comentarles algo sobre el sufrimiento, lo que he meditado sobre él en los períodos en que se me hizo compañero de viaje.
He tratado de ver en qué consiste, cuál es su característica esencial y me pareció ver que el sufrimiento no es sentir angustia, dolor, ansiedad, tristeza, tedio de la vida, desgana, pereza de vivir. No, todo eso puede surgir por diversas circunstancias de nuestra vida social, por diversos acontecimientos, por nuestra misma constitución orgánica y nuestra propia psicología, puede surgir por causas conocidas o desconocidas, voluntarias o involuntarias, causas algunas que tienen solución y otras que no, o que la tienen muy difícil.
Creo que podemos “padecer” todas esas cosas y sin embargo no sufrir. Porque creo que el sufrimiento es otra cosa. Creo que el sufrimiento lo generamos nosotros, fuera existe el dolor, el padecer, pero el sufrir está en nosotros, el origen del sufrimiento es una “disconformidad“.
Es resistir lo real, rebelarse contra lo que acontece una vez acontecido, es rechazar lo que está y desear ardientemente lo que no está.
Es un producto de nuestros deseos, cuando le damos preeminencia sobre lo real, cuando ellos no se “conforman“, no se adaptan con lo real.
El sufrimiento es una atención a un deseo insatisfecho, por eso la raíz del sufrimiento está en el deseo, pero tiene además un componente cognitivo, perceptual, dirigir nuestra atención a lo que no es, poner nuestros ojos en lo que hubiéramos querido que fuera pero que no es, dar nacimiento a una ilusión.
Si el sufrimiento es una disconformidad, la paz está en la conformidad, “conformarse” a lo real, a lo que acontece, a lo que tenemos.
Esto no implica no buscar aquellas buenas cosas que legítimamente podemos desear, no trabajar por nuestro progreso en las distintas dimensiones de nuestra vida, no luchar por la justicia, caer en un fatalismo resignado, en una perezosa pasividad.
Por el contrario, significa poner de nuestra parte todo nuestro empeño en busca de lo mejor, tanto empeño como si todo dependiera de nosotros y nada más que nosotros, pero esperar y aceptar el resultado como si todo dependiera de Dios. Esta actitud es la que nos traerá la paz.
Lograr esta conformación con lo real, lograr no resistir lo que es y no ansiar vehementemente lo que no es, creo que sólo ocurrirá si ponemos nuestro deseo en lo único que nos sacia completamente y en lo único que tenemos con absoluta certeza, Dios, el Dios que nos ama incondicionalmente.
Toda criatura, entendiendo por ello toda cosa, persona o circunstancia, no nos sacia por completo, y en cualquier momento podemos carecer de ella. Dios es la única realidad que nos sacia completamente. Nuestro corazón, por Él creado ha sido por El diseñado para descansar en Él, “Nos hiciste Señor para Ti y nuestro corazón estará inquieto hasta que descanse en Ti” decía San Agustín.
Dios es además, lo único que tenemos siempre, Dios nos está amando permanentemente, incluso cuando pecamos él nos sigue amando, Él no puede no amar.
No se trata de querer lograr una aceptación resignada, fría, dura y voluntarista de lo que sucede, de lo que es, no se trata de una actitud estoica, sino de saber por la Fe, o sea creer, que lo que sucede, lo que es, aunque sea doloroso, es el “lugar” y el “momento” donde puedo unirme con Dios, es la ventana a través de la cual me conecto con el Eterno, es la única oportunidad que tengo de conformar mi voluntad con la de Dios, el llamado por algunos “sacramento” del momento presente.
Practicar la aceptación amorosa de lo real (repito, una vez que hayamos hecho todo lo que podamos para que suceda lo que honestamente creemos es lo mejor para nosotros y lo que nos rodea), decía que practicar esta aceptación es un acto tremendamente liberador.
Lo que nos esclaviza no es sujetarnos a lo que es, sino al contrario apegarnos a nuestros deseos que no son. Esclavo se es de las ilusiones.
Y la posibilidad de hacer esta aceptación amorosa es el saber por la Fe, o sea creer, que nada se le escapa a la amorosa Providencia de Dios. Este tema es muy delicado y ríos de tinta se han vertido tratando de relacionar la Providencia de Dios con el hecho de la existencia del mal, del dolor, en sus varias manifestaciones.
La reflexiones de la mente en algunos momentos me ayudaron, pero cuando el aguijón del dolor penetró en lo más profundo de mi corazón, ningún argumento racional me dio paz, sino sólo una actitud, creer firmemente que ese dolor de algún misterioso modo, desconocido por mi razón, contribuía a mi perfección, a mi liberación, en definitiva a mi salvación, la que siempre Dios me está ofertando en Jesús.
No sé por qué tal dolor, no sé por qué ese y no otro, no sé si era la única opción posible o no para mí, no sé si es ocasionado sobre todo por mí mismo, mis acciones, o por la conjunción de innumerables variables genéticas, sociales, históricas, económicas o por disposición divina.
No lo sé, pero sí sé una cosa: que Dios es infinitamente Bueno, infinitamente Sabio e infinitamente Poderoso, y que ni un cabello cae de nuestra cabeza sin su consentimiento como dice Jesús en el Evangelio, por lo tanto, en esta situación, más allá de si sea ella buscada, querida o solamente permitida por Dios (nada sucede sin su permiso) no me pongo a indagar tanto en ello, sé por la Fe, o sea creo, que su Bondad, Sabiduría y Poder infinitos, respectivamente Desea, Sabe y Puede sacar de cada situación, hacer surgir de ella y a través de ella mi bien principal, es decir la redención, la salvación.
Sabiendo esto, creyendo esto, trato de abandonarme a su voluntad. Cada vez que ocurrió de las veces que lo intenté, la paz llegó a mi corazón y allí se alojó. La paz es el fruto del Santo Abandono.

"¡Padre mío, que se haga tu Voluntad y no la mía!"