lunes, 8 de mayo de 2017

Vigilad y orad dice el Señor. Ascesis aplicable al ser humano del siglo XXI

El ser humano néptico es, como ya hemos dicho, aquél que vigila y se vigila, es aquél que ha desarrollado el autoconocimiento y como consecuencia ya puede discernir (diakrisis) distinguir entre los diversos pensamientos e impulsos que lo asaltan. . En virtud de la ascesis (práctica de las virtudes a fin de obtener la pureza de corazón) y de la oración, el ser humano podrá  conocer la diferencia entre el bien y el mal, entre lo superfluo y lo esencial, entre las fantasías de su imaginación y lo verdadero, genuino, real. Y así podrá cerrar fácilmente la puerta a las tentaciones y provocaciones del enemigo.
Como hemos dicho, una de las razones esenciales de esta vigilancia es la "lucha contra las pasiones". Por pasión entendemos no sólo el desorden de tipo sexual, sino todo apetito o deseo desordenado que se apodera violentamente del alma: cólera, celos, gula, avaricia, sed de poder, orgullo, etc. Estas pasiones, según los Padres (Abbas) y Madres (Ammas) del Desierto, son en sí, extrañas a la verdadera naturaleza del ser humano. 
Nuestro objetivo no será eliminar dichas pasiones, sino reorientar su energía. La rabia incontrolada se transformará, por ejemplo, en una indignación justificada. Los celos, llenos de desprecio, en un celo por la verdad; el desenfreno sexual se convertirá en un eros puro. Por cierto se trata entonces de purificar las pasiones y no de matarlas . Deben ser educadas y no eliminadas. Deben servir a fines positivos y no a fines negativos. No suprimamos, transformemos. Este esfuerzo por purificar estas tendencias deberá llevarse a cabo simultáneamente en el nivel del alma y en el del cuerpo. En el nivel del alma, las pasiones son purificadas por medio de la oración, por la recepción regular de los sacramentos de la penitencia y de la comunión, por la lectura cotidiana de la Escritura, cuidando de 
alimentar nuestro espíritu con pensamientos sanos, y por medio de gestos de atención amorosa hacia el otro.
 






En el nivel del cuerpo, las pasiones se purifican ante todo por medio del ayuno y la abstinencia y con frecuentes prosternaciones durante la oración (ejercicios penitenciales)

El ser humano no es un ángel, sino una unidad compuesta de cuerpo y alma. Por esta razón se insiste en el valor espiritual del ayuno. No ayunamos porque sea malo comer o beber. El alimento y la bebida son dones de Dios y se deben aprovechar con placer y gratitud. Ayunamos no por desprecio a estos dones divinos, sino para tomar mejor conciencia de que verdaderamente son un don. Ayunamos, por ejemplo, para purificar nuestra actitud hacia el alimento y la bebida y hacer de ellos no una concesión a la gula, sino un sacramento y un medio de comunión con Aquél que nos los dispensa.
 
Entendido así, el ayuno ascético no está dirigido contra el cuerpo sino contra la carne (recordemos que este término se refiere a todos aquéllas malas inclinaciones o pasiones en general). La finalidad de ayunar no es debilitar el cuerpo de una manera destructiva, sino una forma creadora de hacerlo más espiritual.
 
La purificación de las pasiones conduce eventualmente, con la gracia de Dios, a lo que Evagrio del Ponto llama la apatheia o "ausencia de pasión". Por este término entendemos no una condición negativa, como la indiferencia o la insesibilidad para no sentir la tentación, sino un estado positivo de reintegración y libertad espiritual, gracias al cual NO CEDEMOS a la tentación. La mejor forma de traducir el término apatheia sería sin dudas, "pureza de corazón". Esto quiere decir que se progresa de la inestabilidad a la estabilidad, de la duplicidad a la simplicidad o a la unicidad del corazón, de la inmadurez de nuestros temores y de nuestras sospechas a la madurez de la inocencia y de la confianza. Para Evagrio, la ausencia de pasión y el amor están estrecha e íntegramente relacionados como las dos caras de la misma moneda. El desenfreno impide el amor.

Apatheia significa que somos liberados del dominio del egoísmo y del deseo incontrolado y por lo tanto somos capaces de amar verdaderamente.
Experimentamos la "verdadera libertad de los hijos de Dios" (Rom 8, 21). Pasamos de la "esclavitud a la libertad" (Gál 5,1)
 
La persona "sin pasiones", lejos de ser apática, tiene un corazón que arde en amor por Dios, por el prójimo y por toda la creación.
 
 San Isaac el Sirio escribe:
"Cuando un ser humano con un corazón así se pone a pensar en las criaturas y a mirarlas, sus ojos se llenan de lágrimas, pues su corazón se desborda con una compasión extrema.
 
Su corazón se enternece hasta tal punto que no puede oír hablar de una herida o soportar el menor sufrimiento infligido a cualquier criatura. Por eso, no deja de orar con lágrimas en los ojos incluso por los animales, los enemigos de la verdad y los que la maltratan, para que sean protegidos y reciban misericordia divina". 

Aquí ya estamos hablando del ser humano deificado, en virtud de la Gloriosa Resurrección de Cristo Jesús.
... Continuará...