jueves, 1 de febrero de 2024

La superación del miedo en la oración

Es necesario que analicemos más en profundidad cómo el Señor actuó en referencia a los miedos que nos asaltan. De esa forma nos daremos cuenta que por medio de la gran herramienta de FE que es la ORACION DE SILENCIO Y QUIETUD, pero también las demás formas de oración, a saber, la de petición, la de alabanza y gratitud, la de adoración, podremos llegar a ese estado de confianza que se nos pide. La confianza la va a ir construyendo el Señor en nuestras almas en la medida en que perseveremos en el encuentro personal con El. Nosotros, sólo con nuestros medios, no podemos hacer nada, simplemente colaborar con la gracia que no es poca cosa. El Señor mismo nos lo dice en Jn 15, 5 : Yo soy la vid, vosotros los sarmientos; el que permanece en mí y yo en él, ése da mucho fruto, porque separados de mí nada podéis hacer”.

Como hemos dicho tenemos que estar dispuestos a mirar nuestros miedos y a descubrir la verdad en nuestra alma. El miedo siempre tiene relación con la historia de vida y con la comprensión de uno mismo, con el autoconocimiento. Sin embargo, muchas personas quieren pasar por alto este camino doloroso del encuentro consigo mismos y del observar sin prejuicios esta emoción oprimente. Muchos no enfrentan su verdad. En ese caso, tampoco ayudará mucho la oración, pues se ora a un Dios del que se espera sólo magia.

En las tradiciones auténticas de todas las religiones, la oración es un camino para dejar que Dios actúe con nuestros miedos y, en consecuencia los vaya transformando. 

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En el caso de la oración de petición, de diálogo verbal con Dios,  me dispongo a  atravesar mi miedo reconociendo qué imagen tengo de mí mismo, qué expectativas exageradas tengo de mí, de mi vida, de Dios. En la oración verbal converso con Dios y dejo de estar solo con mis miedos. También  le puedo preguntar al Señor qué desea decirme, qué desea recordarme a través de tal o cual temor. En este diálogo puedo tomar conciencia del sentido de mi miedo.

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Jesús vivió horas de angustia extrema y de temor extremo en su agonía en el Huerto de los Olivos. “Agonía” deriva de “lucha”. Jesús luchó colmado de miedo contra la muerte. Todo en él era alboroto, tensión. El temor lo dominó por completo. Lucas nos dice que “el sudor de miedo cae a la tierra como gotas de sangre”. Marcos nos habla de “susto y horror” y del “miedo al aislamiento” (“ademonein” que significa estar sin pueblo, estar abandonado, estar solo). Mateo reemplaza el “susto” de Jesús por tristeza. El miedo lo deprime y entristece. El miedo de Jesús se mezcla con el dolor por su destino… ¿Cómo supera Jesús ese miedo?: en la oración. Se lo ofrece a Dios. Dios no se desentiende del miedo de Jesús sino que le envía un ángel.

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Hoy también Dios nos manda ángeles, ya sea personas que nos acompañan, o algún relato de la Biblia. Dios envía su ángel a nuestra soledad, a nuestra debilidad y a nuestro miedo para consolarnos y fortalecernos ¿Lo aceptamos? ¿Vemos esos ángeles? ¿o nos ciega el pensamiento mágico que espera todo de arriba sin nosotros hacer nada?

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Pidámosle al Señor que abra nuestros corazones para dejarlo entrar y compartir nuestros pesares con El. El no nos dejará solos JAMÁS. Ante nuestros temores y necesidades SIEMPRE debemos buscar refugio en Dios. De acuerdo al sentimiento o emoción negativa que nos embargue en ese momento, introduzcamos una palabra de la Biblia en ese miedo, en esa emoción negativa, en ese pensamiento oprimente. Por ejemplo: “El Señor está conmigo, no temo. ¿Qué podrá hacerme el hombre? (Salmo 118). Esto nos conduce a la confianza que en ese momento de temor la tenemos tapada. Esta u otras frases de la Biblia son altamente SANADORAS, LIBERADORAS. Nos ponen en contacto con lo salvo e íntegro que ya está en nosotros, pero que ha venido perdiendo fuerza a causa de nuestras ideas negativas.

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Por ejemplo, si nuestro temor es al ridículo, podemos repetir “Puedo cometer errores. Dios me acepta y me ama siempre. No es tan importante lo que los demás piensen de mí”. A través de este miedo, Dios me invita a buscar leyes de vida más saludables para mí. 

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Quizás también quiera decirme que tengo una imagen infantil de Él cuando creo  que es el garante contra todo miedo y que, gracias a Él, nunca podrá sucederme nada malo, o que, a través de Él, estaré siempre libre del miedo y de la depresión. Esta actitud, además de inmadura es ilusoria. Se vive en una ilusión, en una mentira. De esta forma, proyecto mis necesidades infantiles sobre Dios. ¿Encuentran mucha gente así?

Dios es aquel que me conduce en la oscuridad y en el miedo con el objeto de enseñarme que me debo entregar totalmente a Él. Es necesario que muchas veces el Plan de Dios vaya por estos caminos duros para conducirnos a un puerto seguro, el de la LIBERACION Y SANACION PROFUNDA.

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Una mujer tiene miedo de no poder desarrollar su vida. Una y otra vez tiene depresiones y le aterra la idea de no poder ejercer más su profesión con lo cual tiene también miedo de no poder solventarse. Si ella pudiera ver ese miedo como un Ángel que la acompaña y la está conduciendo hacia Dios, hacia la oración, hacia el encuentro personal con El, podría decir: “Admito el miedo. Sí, puede suceder que ya no pueda dominar mi vida”. Pero ¿qué significa esto? Significa: “También en el fracaso estaré en manos de Dios, su Divina Providencia jamás me abandonará”. Si supiéramos cómo Dios nos escucha en estos actos de confianza. Este tipo de oración lo enternece  y lo alegra pues se sabe amado y depositario de toda confianza.

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Un hombre tiene pánico de contraer cáncer y morir. Consulta a los médicos que le confirman que está bien. El miedo no se le va. El único camino para vivir con este temor sería hablar con Dios en la oración, admitir este miedo y luego reconocerlo como un ángel que quiere llevar a este hombre hacia Dios. Sería bueno que se repitiera a sí mismo: “Sí, podría contraer cáncer. Pero sé que también en la enfermedad estaré en manos de Dios”. El temor le está indicando de qué se trata su vida. No se trata de cuanto tiempo vivimos, sino de vivir con intensidad el momento presente. El miedo entonces me estará invitando a desprenderme de mí y de todas las cosas y personas de las que dependo (desprenderme interiormente, soltar) y así confiarme a Dios. De este modo, el miedo se convierte en ese ángel que me acompaña, y me abre los ojos una y otra vez a lo que es esencial, a lo verdaderamente importante.

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Muchas personas consideran el miedo como un obstáculo, o creen que es signo de que tienen poca fe o nada de confianza. Están decepcionados porque, a pesar de las oraciones, su temor no se disuelve. Hasta se enojan con Dios y se alejan de Él. No caigamos nunca en esta tentación. Para esto nos ayudará pensar una vez más  en la escena del Monte de los Olivos tal como la describe Lucas. Cuando el ángel desciende del Cielo y le da nueva fuerza a Jesús, su miedo no desaparece, sino que el ángel lo fortalece mucho más para poder rezar en su miedo con mayor intensidad. Al mismo tiempo, este temor se muestra ahora en toda su dimensión; Jesús comienza a transpirar. Es decir, mediante la oración, no se libera simplemente del miedo, sino que está en condiciones de enfrentarlo (no confrontarlo) y de transitar con su miedo el camino de la Pasión hasta la Cruz. El miedo ya no obstaculiza su camino.

San Miguel consoló a Jesús durante la Agonía en el Huerto?

Este es el objetivo de toda oración: no rezamos contra nuestro miedo, sino con él. Esta emoción negativa me conduce a Dios, o sea que ya no es el enemigo al que debo combatir, sino el amigo que me lleva al Señor. Me muestra que no dependo únicamente de mí y de mi fuerza, sino que debo confiar sólo en Dios. También me hace entender que no tengo ninguna garantía de que pueda manejar exitosamente mi vida o de que aquello que temo no suceda. Pero sé que, con mi miedo a cuestas, estoy en manos de Dios. Como a Jesús, el temor me invita a entregarme a Su amor. Al entregarme a Dios, mi miedo se disuelve. Siempre volverá a aparecer, pero entonces ya no deberé enojarme porque reaparezca, sino que, al igual que Jesús en el Monte de los Olivos, puedo hasta saludarlo como a un amigo que me dirige hacia Dios: como a un ángel que viene de Él y me conduce hacia Él.

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