jueves, 4 de febrero de 2010

EN ORACION CON MARIA, LA THEOTOKOS


Reflexiones del Padre Jean Lafrance.

María oraba como respiraba porque no salió nunca de las manos de Dios que la había modelado. María es la gran orante en la Iglesia, la madre de la oración contínua. Debemos acudir a su escuela para volver a encontrar el camino de la oración del corazón. Cuando María tome el relevo de nuestra oración, su propia oración brotará en nosotros sin poderse detener.

¿Cómo es la escuela de oración de María?

En primer lugar era preciso que la Virgen se supiera “muy amada” de Dios para que pudiese escuchar su palabra que le dice: “Quieres ser la Madre de mi Hijo?”

María ora en el silencio del corazón. Lucas nos dice “María, por su parte, guardaba todas estas cosas, y las meditaba en su corazón” (Lc 2,19 y 51)

“A María se la presenta inaccesible y habría que presentarla IMITABLE, hacer destacar sus virtudes, decir que vivía de fe.” (Obras completas de Teresa de Lisieux.

“Meditar en su corazón”, “no comprender”, “estar asombrada y llena de admiración”, expresiones que nos llevan a una actitud profunda del corazón de la Virgen, hecha de silencio, de interrogación y de adoración. Los que se inscriben en la escuela de la Virgen para aprender a orar, son conducidos un día u otro a este silencio de escucha, de mirada y de adoración.

Para acoger la Palabra de Dios, María necesitaba un silencio tal que estuviese vacío de todo pensamiento, deseo e imagen. (LA GRAN MEDITADORA). María se hizo silencio, o más bien el Padre la puso en silencio para recibir su Verbo. En este silencio Trinitario fue colocada María para recibir en el vacío de su ser, la encarnación del Verbo.

María, mujer que se acostumbró a vivir en silencio, hasta el día en que Dios la puso en un silencio todavía más profundo antes de enviarle el ángel para que le comunicase el mensaje de la Encarnación.

La Madre del Señor escuchó de tal manera las palabras de Dios, que esa fue la razón por la cual un día pudo concebir a ese mismo Verbo de Dios. El silencio había ahondado su cuerpo, su corazón, su alma y todo su ser de tal manera que se había hecho pura capacidad para dar un cuerpo a la Palabra de Dios. Por eso no dijo más que una sola palabra: FIAT. En el silencio de la Trinidad, de la creación entera y de la humanidad que se ha como concentrado en ella, María se convirtió así en la Madre del VERBO ETERNO.

Los que están llamados a convertirse en “casas de oración” consagrando su vida a la intercesión, a la meditación y a la adoración, deben amar la contemplación de este silencio de María, atenta al nacimiento del Verbo en ella. En estas “casas de oración” formadas en la Escuela de María, la oración en todas sus formas, vive en ellos, aunque no se den cuenta. María les enseñará a tejer los lazos de amor filial con el Padre, de escucha atenta del Verbo y de consagración total a la acción del Espíritu.

También en nosotros, la meditación de la Palabra de Dios debe conducirnos a un más allá de la palabra. Cada vez que tomamos contacto con la palabra de Dios debemos convencernos de que estas “palabras” nos conducen a una zona de silencio misterioso y oculto donde resuena la verdadera palabra, el VERBO, que no se agota en ninguna palabra humana. Cuando los Padres del Desierto comentaban la Palabra de Dios, afirmaban que lo mejor de lo que decían era lo que no decían y no podían decir porque Dios es incognoscible e indecible; por eso decían cosas tan “interesantes” sobre Dios.

María contemplaba, como la primera Adoradora, al Niño (in-fans, sin palabra) de Belén que no habla y luego al Crucificado que calla (Iesus autem tacebat). La contemplación de la Iglesia no se separa de la contemplación de María que va de un silencio a otro: del silencio de Jesús Niño al silencio de Jesús crucificado. En Navidad, María contempla al Verbo en un estado de no poder decir nada y luego, al pie de la Cruz, mira con amor al Verbo que aceptó el silencio por los hombres. Entre estos dos silencios, están las palabras de la vida pública que nos orientan y nos hacen desembocar en la contemplación de Jesús.

Santa Brígida de Suecia decía: “Si los predicadores supiesen lo que es el amor de Dios, se callarían y no podrían hablar”.

Por eso los silencios de Cristo son más elocuentes que sus palabras, aunque tenemos necesidad de sus palabras para desembocar en el silencio. Por eso, María meditaba estas palabras en su corazón, para ser la primera adoradora, como hemos dicho, de Jesús Niño. El ángel le había hablado en la Anunciación y también los ángeles en la noche de Navidad, pero era para orientarla hacia el SILENCIO DE JESUS, en Navidad o en el Calvario donde la cuna se convierte en una tumba. Hay que hacer notar también que Jesús resucitado habla muy poco: se muestra como en una teofanía. La paradoja de la Encarnación, es que el Verbo de Dios se hizo silencio. La locura de Dios que se deja crucificar está ya presente en la locura del Dios que se encarna.

Para comprender estas cosas difíciles de expresar en lenguaje humano, hay que pasar por la Virgen que engendra en silencio al autor de la vida que se hizo Niño y Verbo crucificado. Es el misterio de Dios pobre y desarmado frente a la DUREZA DEL CORAZON DEL HOMBRE. Por eso Jesús quiso también presentarse como la impotencia desarmada de un niño crucificado. María debe envolvernos en el silencio de su oración para enseñarnos a dejarnos tocar por el “espectáculo” (Gal 3,1) de su hijo en Cruz. Mientras nuestro corazón no haya sido tocado y conmovido, no pasará nada.Con dulzura, María nos envolverá en el silencio de SU ORACION para conducirnos a la verdadera conversión del corazón.

No hay comentarios :

Publicar un comentario