miércoles, 25 de noviembre de 2015

P. René Voillaume, Relaciones interpersonales con Dios y vida consagrada.Ed. Paulinas.Madrid, 1972, p.122s




“[…] Nos vemos obligados a decir algo sobre la oración permanente, porque tal estado de unión a Dios es uno de los frutos de la oración prolongada, que habitúa el alma a la continua presencia de Dios.
     Realmente no se trata de hacer esfuerzos desordenados para pensar de continuo en Dios, sino que se trata de un estado tranquilo que permite, dentro de la acción, sentirnos espontáneamente inclinados a un comportamiento en consonancia con el evangelio. Es una especie de presencia de la caridad, con todas las actitudes espirituales beatificadas por Cristo en el sermón de la montaña.
     La imagen de Cristo se halla suficientemente grabada en nosotros para hacernos obrar constantemente de una manera conforme a su espíritu. He aquí una comparación. Cuando alguien nos pregunta nuestro nombre, nosotros lo sabemos sin género de duda; nuestro nombre, está vinculado en cierto modo a la conciencia de nuestra personalidad. Y, sin embargo, no pensamos de continuo en nuestro nombre. Que, no obstante, es una realidad evidente y permanente en nosotros; se identifica con nosotros mismos.
     Pues bien, otro tanto ocurre con nuestro nombre divino, que es nuestra posesión por Jesucristo. Nuestas relaciones con él pueden llegar a ser algo consciente y permanentemente sentido, como una parte de nosotros mismos. Esto nos es connatural, está inscrito en nosotros. De tal suerte, que cuando pensamos en ello tenemos la impresión de no haber perdido nunca de vista la mirada de Dios, de no haber salido jamás de su presencia. El único cambio que se produce en la oración consiste en que entonces pensemos en ello, mientras no lo haciamos antes; pero nada importante ha cambiado, pues se trata de un estado permanente.”

(Nota: la presentación en “párrafos” del post, es obra de la fraternidad.)


No hay comentarios :

Publicar un comentario