Un indigente muere en la cuneta.
Un árbol se resquebraja con el frío:
Un sonido espeluznante.
En el solsticio de invierno, el día es el más corto de todos y la noche es la más larga. También puede ser el momento de un frío cortante. El viento sopla con glacial ferocidad, cortándolo todo ante sí. La nieve y el hielo se vuelven letales. Quienes no tienen un hogar mueren expuestos. Incluso el más impresionante de los árboles puede rajarse por una caída de la temperatura.
El sonido de un árbol partiéndose es una súbita bofetada.
Los horrores, las tragedias que trae este nadir! El invierno tortura al mundo con un látigo helado, y los débiles son suelo bajo sus glaciales tacones. A veces, incluso ni nos atrevemos a lamentarnos por quienes murieron en el violento ataque del invierno, por miedo a que las lágrimas se nos congelen sobre las mejillas. Pero vemos, y oímos. Acurrucándonos más cerca del fuego, juramos sobrevivir.
No importa qué tanto seamos afectados por la desgracia, debemos recordar que esta es la parte más baja de la vuelta de la rueda. Las cosas no pueden descender para siempre. Hay límites para todo –incluso para el frío, y para la oscuridad, y para el viento, y para la muerte.
Lo llaman el primer día del invierno, pero en realidad es el comienzo de la muerte del invierno. Desde este día en adelante, podemos esperar anhelantes el que se ponga más cálido y luminoso.
"Los que siembran con lágrimas, cosecharán con gritos de alegría." Salmo 126:5
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