martes, 10 de enero de 2023

COMO ADQUIRIR CONFIANZA Y FE PARA VENCER NUESTROS MIEDOS

No lo vamos a lograr sencillamente proponiéndonoslo. Pero contamos con los recursos que el Señor nos dejó en herencia:

Ya hablamos del valor de la práctica de los Sacramentos. Sin embargo, la confianza crecerá aún más si me encuentro a menudo con Jesús en la oración contemplativa (silencio y quietud). No podemos persuadirnos a creer, pero todos tenemos la intuición de que esta fé nos puede liberar. 

También a través de la Lectio Divina, cuando oramos las historias  bíblicas de curación, esto también hará crecer nuestra fe. Sólo debemos identificarnos con el enfermo y decirnos “Así estoy yo y este Jesús que está vivo, hoy viene a mi encuentro en la lectura orante de la Biblia, en la lectura de libros espirituales, en la experiencia de los santos, en la enseñanza de los doctores de la Iglesia, en mis momentos de oración contemplativa de silencio y quietud, en la Eucaristía en la que se hace presente en Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad. 

 

¿Voy a Misa? ¿Practico mi fé? ¿Profundizo en el conocimiento de mi fé cristiana? ¿Recurro a los sacramentos? ¿Me confieso a menudo? Debo confesar mi falta de confianza en Dios y mis temores, mi desaliento, mi egoísmo, mi falta de obediencia a los médicos y tantas otras cosas que no consideramos pecado, pero que son muy graves! Son pecados contra Dios, contra su amor, contra su fidelidad, su generosidad. Son pecados contra Su Madre, que dijo “Sí” a todo lo que se le presentó en la vida. Cuando los confesamos SIN JUSTIFICARNOS, Cristo en ese mismo instante por medio del Sacerdote que en ese momento oficia “in persona Christi,” NOS LIBERA Y SANA. ¡Hagamos la prueba!

Tengamos siempre presente que Jesús, sin embargo, confía en nosotros, en mí particularmente:  quiere verme feliz, cree en mí. ¿Lo dejo actuar en mí? ¿Practico la oración en la que me encuentro con El en silencio y quietud? ¿O espero magia de parte de El? Este también es otro pecado contra Dios.

Si yo permito que El me toque y me tome, entonces su fuerza y su vitalidad comenzarán a fluir en mí.

San Juan de la Cruz enseña que el silencio interior es el “lugar” donde el Espíritu Santo unge el alma y sana las más profundas heridas. ¿Lo creo? 

La realidad es lo que es, pero el problema radica en nosotros que no podemos relacionarnos con ella debido a los obstáculos que llevamos dentro. Cuando estos últimos han sido eliminados en su totalidad por la acción del Espíritu Santo en nosotros, la luz de la presencia de Dios iluminará nuestro espíritu en todo momento, así estemos absorbidos por un sinnúmero de actividades y problemas. En lugar de dejarnos apabullar por situaciones externas, el auténtico “Yo”, en íntima unión con Dios, podrá dominarlas.

La invocación del Santo Nombre de Jesús u Oración de Jesús, o la repetición de una palabra sagrada o símplemente el silencio acompasado de nuestra respiración,  es la llave que abre nuestro corazón y nos permite ingresar en lo más profundo de El. Es entonces cuando aflora mi verdadero Yo. Allí, salvo Dios, nadie más tiene acceso. Entonces tengo la sensación de que estoy allí a solas con Dios. Todos mis problemas quedan afuera. Los asuntos que deba tratar hoy, no los trato en el momento en que estoy orando en forma contemplativa pues hasta allí, hasta ese centro, no llegan. Incluso los graves problemas del mundo: el hambre, el cambio climático, la corrupción, el narcotráfico, el terrorismo, las guerras,  son asuntos que no entran en este momento de encuentro con mi Señor que me espera en lo profundo de mi alma. Todo esto me da un sentimiento de libertad. Hay un lugar al que puedo retirarme y nadie más que Dios puede encontrarme allí. Nadie puede ingresar en mis pensamientos y sentimientos y nada ni nadie me preocupa allí: ni mi salud, ni mis familiares, ni mis posesiones etc. etc. ESTOY A SOLAS CON DIOS. ¿Tengo conciencia de lo que esto significa? ¿O creemos en un Dios lejano, insensible, indiferente, frío? Hay un punto en mí que es totalmente intangible para aquello que me inunda diariamente. Notaré grandes cambios en mi vida cotidiana: lo que haga a conciencia me hará bien. Notaré que los problemas que deberé enfrentar ya no me dominarán, no serán una roca en mi corazón o una espada clavada. Sabré tomar distancia entre ellos y yo. Y no pretendo decir con esto que de esta forma estaremos huyendo de los problemas. Esto no se trata de quietismo ni evasión, es ORACION EN SU FORMA MAS PURA. EL NOS DARÁ ESTA GRACIA SI LE DEDICAMOS UN TIEMPO AL SILENCIO Y LA QUIETUD DIARIAMENTE. 

Por supuesto que, por estar fascinado por el lugar del silencio absoluto, existe la tentación de querer quedarme allí en el Tabor. Pero Dios me llama para que salga del Tabor como lo hizo con el profeta Elías que, huyendo, se había escondido en una cueva: “Sal y ponte en el monte ante Yahveh” (1 Re 19, 11). Por las montañas, por el huracán de mi vida cotidiana, por allí pasará Dios. No debo ocultarme en ningún refugio. Pero sólo podré afrontar las tormentas una vez que haya experimentado en la oración, que en mí hay un “lugar” donde la tormenta no me alcanza. Esta vivencia es decisiva para mi vida.  Mi vida ya no me oprime, no me tiene en stress permanente, porque sé guardar una distancia interior, busco morar  en un lugar en el que nadie me persigue, en un lugar en el que puedo ser yo a mis anchas, A SOLAS CON DIOS. AMÉN.

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