jueves, 15 de septiembre de 2011

ENSEÑANZAS DE LOS PADRES DEL DESIERTO

Estrategia de los demonios

Con mucha fineza y profundidad presenta Evagrio, basándose principalmente en la observación psicológica, las tácticas con que los demonios buscan hacer valer sus poderes sobre los anacoretas. Pero aquí debe señalarse inmediatamente que las enseñanzas de Evagrio están dirigidas exclusivamente a quienes viven como ermitaños o anacoretas, pues el demonio modifica su estrategia según el modo de vida de los hombres a los que intenta someter (TP 48; cf. 5).

Contra el monje ermitaño la estrategia preferida de los demonios es la de la guerra inmaterial, o lucha por medio de los malos pensamientos, que es la más difícil de contrarrestar (cf. TP 5).

Evagrio no confunde los malos pensamientos con el demonio, o los demonios, que los inspiran. El mal pensamiento NO es el demonio, sino el arma que éste utiliza para provocar la tentación:

“La tentación es lo característico del monje, que suele ser tentado por pensamientos que obscurecen su inteligencia, y que nacen en la parte del alma en la que tiene su sede la pasión” (TP 74).

Observando los pensamientos se aprende a conocer a los distintos demonios y el arte que suelen emplear. A veces, parecería que Evagrio usa indistintamente las palabras pensamiento y demonio, pero se trata más bien de una simplificación en la expresión, no de una identificación de conceptos. Conviene asimismo tener presente que Evagrio no considera malos a todos los pensamientos los hay también buenos, inspirados ora por los ángeles ora por los santos[1].

La estrategia de los demonios es sugerir a través de pensamientos diversos, especialmente valiéndose de los ocho logismoi principales. Por ejemplo: el pensamiento de la gula le sugiere al monje el inmediato abandono de su ascesis (TP 7). O bien, el de la avaricia le sugiere una larga vejez... (TP 9).

Las sugestiones enviadas por cada uno de los demonios son tanto más peligrosos cuanto más se presentan bajo la apariencia de ser buenos pensamientos, o incluso se apoyan en algún texto de la Sagrada Escritura.

Los demonios, según Evagrio, no pueden ejercer una acción directa sobre el espíritu del hombre, pero pueden rodearlo de tinieblas, obscurecerlo[2], y excitar a las pasiones que lo entorpecen:

“¿Qué buscan los demonios al excitar en nosotros la gula, la impureza, la avaricia, la ira, el rencor y las demás pasiones? Que el espíritu sea entorpecido por ellas y no pueda orar como es debido. Porque cuando las pasiones irracionales dominan, (el espíritu) ya no puede moverse de acuerdo a la razón[3] y salir en busca del Verbo de Dios” (TO 50).

Por tanto, la estrategia de los demonios consiste en introducir en el alma del ermitaño fantasías y recuerdos, para así impresionar o deformar la inteligencia. El logismoi es una imagen, y la lucha contra los malos pensamientos se coloca, para Evagrio, en el mundo de las imágenes que el monje lleva dentro de el mismo. Todavía más que el laico, el monje habla, obra y peca en pensamiento. Esto se aprecia, siempre según Evagrio, de forma manifiesta en los sueños nocturnos, cuando ciertas imágenes toman forma, con la colaboración de la memoria (cf. TP 54).

Evidentemente no todos los sueños, imágenes y pensamientos provienen de la estratégica acción de los demonios, sino solamente aquellos que buscan arrastrar al ermitaño hacia una acción pecaminosa.

Existe, por otra parte, una relación entre pensamiento y pasión: por medio de aquel los demonios activan ésta. En la sistematización evagriana es claro que un mal pensamiento no es eficaz si no provoca una pasión; la guerra contra los logismói es, pues, un combate contra los recuerdos turbados por la pasión: “Si encontramos en nosotros recuerdos turbados por la pasión, que provienen de antiguas experiencias, significa que hemos recibido algún objeto con pasión. Porque todos los objetos que en el presente recibamos con pasión dejarán recuerdos turbados por esa misma pasión” (TP 34).

El monje lucha para obtener la gracia de no pecar en pensamiento, para no temer a los malos pensamientos y para tener recuerdos simples, no turbados por la pasión (cf. TP 36).

Los demonios al verse frustrados en su accionar, entonces modificarán su estrategia: “Cuando el demonio ha fracasado por el lado de los pensamientos, empieza a palpar los miembros del cuerpo” (Antirretikós II, 55; cf. KG VI,25).

Se trata, según Evagrio, de un verdadero contacto físico (o al menos así lo experimenta el anacoreta), cuya finalidad es apartarlo de la oración, de la contemplación. Es una táctica sutil, por su naturaleza engañosa, ya que el demonio por la “composición” del cuerpo suscita en el intelecto alguna imagen, o una figura que puede ser tomada como una epifanía divina. Dos pasajes de Evagrio nos ilustran acerca de este procedimiento:

a) “Cuando el envidioso demonio no puede perturbar la memoria durante la oración, fuerza la complexión corporal para provocar alguna imagen peregrina que informe al espíritu. Este, acostumbrado a pensar con formas mentales, fácilmente se doblega y se deja engañar tomando el humo por luz, él, que tendía a la gnósis inmaterial y libre de toda forma” (TO 68)

b) “Cuando el espíritu ora con pureza, sin distraerse y verdaderamente entonces los demonios no se acercan a él por la izquierda sino por la derecha. Le representan la gloria de Dios como una figura agradable a los sentidos, para que crea que ya alcanzó perfectamente el fin de la oración” (TO 72).

Evagrio advierte que sólo Dios puede alcanzar nuestro espíritu sin provocar una alteración corporal:

“Los demonios producen en el espíritu razonamientos, pensamientos y visiones, causando alteraciones corporales. Pero Dios hace lo contrario: llega al mismo espíritu, le infunde el conocimiento que quiere, y, a través del espíritu, calma la intemperancia del cuerpo” (TO 63).



[1] “... Tu voluntad tiene el poder de destruir por medio de pensamientos humanos los pensamientos del demonio. Pero resistir con humildad al pensamiento de la vanagloria y con continencia al pensamiento de la fornicación es signo de una muy profunda apátheia” (TP 58).

[2]La tentación es lo característico del monje, que suele ser tentado por pensamientos que obscurecen su inteligencia, y que nacen en la parte del alma en la que tiene su sede la pasión.

“El pecado del monje es el consentimiento dado al placer prohibido que propone el pensamiento” (TP 74-75).

[3] Se refiere a la parte “racional” del alma.

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