jueves, 13 de octubre de 2011

SI ACEPTAS PERDONARTE, PERDONARAS


A. Grün

La reconciliación consigo mismo también significa decir sí a lo que soy ahora y aceptarme con mis cualidades y partes fuertes, lo mismo que con mis defectos y puntos débiles, con mis temores, sensibilidad, con mis inclinaciones depresivas, con mi incapacidad para asumir compromisos y con la mediocridad de mi fortaleza. Tengo que mirar y reconocer con amor mis lagunas y deficiencias, mis impaciencias, angustias y complejos de inferioridad. Porque cuando pensamos estar ya hace tiempo reconciliados con nosotros mismos, aparecen de repente signos de debilidad que nos irritan y cuya existencia nos gustaría negar. En esos momentos es especialmente importante dar un sincero y rotundo sí y aceptar cuanto hay en nosotros.

Este sí valiente a lo que descubro en mí es una reconciliación con mis sombras o aspectos negativos. Para C. G. Jung, "sombra" es todo lo que no hemos tolerado, lo que hemos excluído de nuestra vida por no coincidir con la imagen ideal que de nosotros habíamos formado. El ser humano, afirma Jung, está estructurado de manera polar, es decir, se mueve siempre entre dos polos, entre la razón y los sentimientos, entre disciplina e improvisación, entre amor y odio, entre anima y animus, entre espíritu e instintos. En la primera parte de la vida suele desarrollarse preferentemente uno de estos polos con detrimento del otro. El polo desatendido queda relegado a la zona de las sombras. Pero no se resigna a quedar inactivo y sigue desde allí dando señales de su presencia. Los sentimientos reprimidos se exteriorizan en forma de sentimentalismo. Una agresividad reprimida porque nos parecía que deformaba la imagen, suele exteriorizarse en actitudes de dureza y frialdad, o también en síntomas de depresión, que es una manera de dirigir la agresividad contra uno mismo.

Hacia la mitad de la vida nos sentimos obligados a mirar de frente a las sombras y reconciliarnos con ellas. Si no es así, sobrevendrá la enfermedad.

Es necesario reconocer que en nuestro interior existen amor y odio, que a pesar de todos los esfuerzos religiosos y morales quedan vivos en nosotros instintos criminales, sentimientos sádicos y masoquistas, agresividad, ira, celos, estados depresivos, angustia y timidez. Además del hambre de espíritu coexisten zonas ateas que no tienen que ver nada con la devoción. El que no es capaz de enfrentarse decididamente con sus sombras las proyectará necesariamente sobre los otros.

Aceptar las propias sombras y lo negativo de uno mismo, no es regodearse en ello, es sólo admitir su existencia. Esto supone humildad para descender de las cumbres de la imagen ideal y valor para enfrentarse con las miserias de la propia realidad.

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