Luna sobre agua.
Siéntate en soledad.
Si las aguas son plácidas, la luna será reflejada perfectamente. Si nos aquietamos, podemos reflejar perfectamente lo divino. Pero si nos involucramos sólo en las actividades frenéticas en las que participamos cotidianamente, si buscamos imponer nuestros propios esquemas sobre el orden natural, y si nos permitimos estar absortos en opiniones egocéntricas, la superficie de nuestras aguas se volverán turbulentas.
No hay esfuerzo que podamos hacer para aquietarnos. La verdadera quietud viene naturalmente de momentos de soledad en que dejamos que nuestra mente se asiente. Tal como el agua busca su propio nivel, la mente gravitará hacia lo sagrado. El agua turbia se volverá clara si se le permite quedarse tranquila, y así también se aclarará la mente si se le permite estar en calma.
Ni el agua ni la luna hacen ningún esfuerzo por lograr un reflejo. De la misma manera, la meditación será natural e inmediata.
«Estad quietos y sabed que yo soy Dios. Seré glorificado entre las naciones y sobre la tierra» Salmo 46:10.
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