miércoles, 24 de abril de 2024

...EL MIEDO EN EL MUNDO...

El filósofo danés Soren Kierkegaard distinguió el temor de la angustia. El temor, dice, siempre se refiere a algo determinado, a un peligro concreto: tengo miedo al lobo, a que el avión se caiga, al examen, etc. En cambio, la angustia no está referida a un objeto. En ella permanece incierto lo que se percibe como peligro. La definió como un estado de ánimo indeterminado. Es un sentimiento básico del ser humano postmoderno. Los filósofos existencialistas como Heidegger, Jaspers, Sartre y Camus, conciben al “ser en el mundo” del hombre como determinado por la angustia. Heidegger dirá “la angustia no se angustia frente a algo intramundano, sino frente al estar-en-el-mundo mismo”. Este sentimiento vuelca al ser humano sobre sí mismo y lo aísla. “En la angustia uno se siente desazonado” pues ésta le muestra al ser humano que está en el mundo, pero no en su casa. Este “no estar en su casa” lleva a la experiencia de desazón del ser, lo que hoy llamamos angustia existencial. Heidegger se refiere con esto a que el ser humano se siente extraño en este mundo, se siente alienado. La angustia lo obligará a tener que descubrir su esencia más interna, “la propiedad de su ser”. Lo obliga a la libertad de elegirse a sí mismo. En este estado de angustia es como si el ser estuviera inmerso en la nada. Muchos filósofos describen la vida del ser humano actual como “ser en la angustia”. Esto es típico de nuestro tiempo. Nuestra angustia está estrechamente ligada a nuestra relación con el mundo. Tenemos miedo de perder el mundo y todo lo que nos vincula a él: bienes materiales, éxito, fama, afecto, aprobación, compañía, salud, fuerza. Tenemos miedo de nuestra finitud. Sentimos como que nuestro anhelo de infinito no se puede satisfacer. El mundo no cumple lo que promete: nos ofrece seguridad y sostén, nos promete recompensa por nuestro servicio y reconocimiento por lo que hacemos, pero no cumple lo que promete. Todo lo que vinculamos con el mundo es frágil: nuestro cuerpo es vulnerable, la posesión es pasajera. No podemos llevarnos nada de esta vida.

Ahora bien, en el Evangelio según San Juan, encontramos que Jesús también vincula la angustia con el ser en el mundo. Recordemos el pasaje de Jn 16,33 “Os he dicho estas cosas para que tengáis paz en mí. En el mundo tendréis que sufrir: pero no teman, yo he vencido al mundo”. Los gnósticos y muchos seguidores de Cristo se agarraron de este pasaje para huir del mundo, seguir un camino espiritual, llegar a ser uno con Dios en la mística pero para escapar de este mundo y de su poder


El camino que indica el Evangelio para relacionarse con la angustia es otro: el sendero de la fe debe vincular ambos polos entre sí: La angustia ligada al ser en el mundo puede derrotarse cuando la persona aprende a dirigirse al mundo sin angustia por lo cual, al mismo tiempo, sentirá la libertad interior del mundo y de su poder. Es una cuestión interior que no depende de lo externo en absoluto.

Tenemos otro filósofo religioso llamado Eugen Drewermann que relacionó la angustia del ser de la filosofía existencialista con las cuatro formas básicas de angustia humana. El hombre vive en este mundo como un ser libre entre los polos de la necesidad y la posibilidad, de la finitud y la infinitud. El ser humano debe soportar en sí mismo esta bipolaridad y vincular ambos polos. La angustia se torna amenazante cuando, al no querer tolerar o atravesar esta tensión, el hombre coloca toda su energía en un polo y se aferra a él. Las cuatro angustias básicas tienen relación con estos puntos que marcan el ser en el mundo del ser humano. Se vinculan con nuestra actitud frente al mundo. Y, finalmente, SOLO PUEDEN SUPERARSE EN LA FE.

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La primera angustia básica es la de la PERSONA COMPULSIVA . Esta persona gira en torno al polo de la necesidad. Por miedo a todo lo posible, esta persona se encierra en un mundo de necesidades. En consecuencia, “todo el sentimiento de vida, todo el pensamiento, toda la actitud de la existencia están dominados por este axioma: Para estar autorizado, necesito tener derecho a existir”. La angustia del compulsivo es la angustia frente a la propia falta de valor. Me siento carente de valor en el mundo. Por esta razón, debo comprobar mi valor mediante el servicio y el trabajo. Pero cuanto más me esfuerzo por demostrarlo, tanto más se intensifica la angustia. Por último, esta angustia sólo puede superarse en la fe, de manera que, independientemente de todo servicio, experimente el ser aceptado incondicionalmente por Dios tal como soy. 


La segunda angustia básica es la de la PERSONA HISTERICA que gira en torno al polo de la posibilidad infinita. Es la angustia frente a la inconsistencia del ser, frente a lo efímero, a la finitud. Por no tener un sostén firme, porque el mundo y todo lo que es valioso en él desaparece, debe buscar un sostén exterior. Este puede ser la posesión de cosas a las que se aferra firmemente o también a una persona. Pero si espera un apoyo absoluto y una seguridad absoluta de una persona, la sobre-exigirá y por lo tanto huirán de él y luego se quejará de estar solo y pondrá toda la responsabilidad en lo exterior, en los demás: el mundo es malo, la gente es egoísta, se victimiza. En consecuencia no podrá calmar su angustia profundamente arraigada. Esto sólo PUEDE HACERLO LA FE EN DIOS, que da sostén. Dios es el fundamento sobre el cual puedo construir mi casa de vida sin tener miedo a que se derrumbe. 


La tercera angustia es la de la PERSONA CON TENDENCIA DEPRESIVA. Esta persona duda de la eternidad. Es la angustia frente a la culpa del ser. Por el mero hecho de ser en el mundo, ha cargado infinita culpa sobre sí mismo. Esta persona les quita a otros el tiempo y el espacio que necesitan para vivir. Los sofoca. Muchos, sin embargo, tratan de combatirla agotándose por los demás. Quieren saldar al mismo tiempo su deuda. Pero cuanto más se esfuerzan entregándose a los demás, tanto más se sobre-exigen a sí mismos y, en algún momento, explotan. Su angustia por la culpa los persigue hasta la sobre-exigencia. Los conduce a la desesperación, que Kierkegaard ha descripto como la forma primitiva de la angustia. 

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La cuarta angustia es la de la PERSONA ESQUIZOIDE. Esta persona siente angustia frente a la proximidad. No puede aceptar el polo de la finitud. No está en contacto con sus sentimientos y, por lo tanto, actúa en forma fría y distante. Es el típico personaje que no se involucra con nada ni con nadie en forma profunda o cercana. Describe lesiones o experiencias suyas dolorosas pero como si no estuviera involucrado. Por no estar emocionalmente vinculado consigo mismo, con los demás ni con el mundo, proyecta sus propias fantasías sobre los demás. Coloca su pensamiento en el lugar de la realidad. Por girar únicamente en torno a sí mismo, el mundo le resulta ajeno. No se integra, o se integra hasta ahí. Parece encerrado en un bunker que puede ser su familia, su limitado círculo de amistades selectas. Sólo la fe puede liberar de la angustia a esta persona esquizoide al brindarle un sentimiento de hogar y seguridad. “Recién sobre el fondo de una bondad absoluta detrás de todas las cosas y en ellas, la persona puede dejar de persistir en su angustia esquizoide frente al mundo” nos dirá el filósofo de la religión Drewermann. 

Personalidad depresiva ¿en qué consiste?

En el Evangelio según San Juan, se nos presenta un Jesús que no tiene miedo. Él descansa en Dios. En Dios ha superado toda la angustia humana. Jesús también atraviesa la Pasión como alguien que se encuentra por encima de cualquier amenaza humana. El ha encontrado su centro en Dios. Por esta razón, tampoco un Pilatos puede correrlo de su núcleo. E incluso los verdugos no pueden hacerle nada. Sólo matar su cuerpo. Pero él entenderá la muerte horrenda que le causan, como un ir hacia el Padre. Jesús ha superado en sí mismo la angustia. Y así nos invita a superarla en la fe. Al mirar a Jesús, puedo relacionarme de otro modo con ella: si estoy angustiado, siempre debo preguntarme si estoy dependiendo patológicamente del mundo,  y por lo tanto, así permito que éste y sus parámetros me determinen.

EL CAMINO PARA LIBERARSE DE LA ANGUSTIA CONSISTE EN SOLTARSE DE LA ATADURA DEL MUNDO, lo cual implica apagar el yo para que de esa forma la persona pueda liberarse de las cosas y de las influencias extrañas, ya no tendrá temor, ya no podrá decepcionarse, descansa en Dios, descansa en sí mismo (esto me remite al Budismo: “si el mundo no me importa, tampoco podrá angustiarme”.Pero esta forma de superación sólo es útil para las angustias que genera el mundo en mí pues al apagar el yo, se anula su origen. Pero ¿cómo hacer cuando un ser humano comienza a sufrir en sí mismo y cuando choca infaliblemente contra el tipo de angustia que lo hace ser cada vez más yoico porque desciende de su ser persona, es decir, cuando ya no se trata de la angustia que surge del reflejo del mund0 en el consciente, sino de la propia reflexión de la conciencia?”. Aquí Drewermann ve a la fe cristiana como la terapia eficaz pues se trata de la relación con una persona, la persona de Cristo, frente a la cual nosotros mismos podemos desarrollar nuestro ser persona. Y él cita las famosas palabras de Martin Buber: “Yo llego a ser yo en el tú”. ¿Vieron cómo superamos momentos de angustia cuando una persona viene afectuosa a nuestro encuentro y nos permite ser nosotros mismos? Pero no se trata de una persona humana a la cual únicamente volveríamos a aferrarnos, sino que se trata, en definitiva, de la PERSONA DIVINA, el Tú Divino frente al cual se calma totalmente nuestra angustia por el ser persona.  El único camino para liberarse de la angustia en general consiste en que el “yo aprenda frente al Yo Absoluto de Dios a acuñar su propio yo” (similitud con Jung cuando habla del “sí mismo” y del “Sí Mismo”). Ese encuentro que tengo con Dios que me acepta incondicionalmente, que no me evalúa ni juzga, sino que me deja valer tal como soy, es el lugar en el que vislumbro algo del Ser Persona Absoluto de Dios, que es el fundamento último de mi ser, que en lo profundo de mí toma esa angustia que tengo por mí mismo. En la persona de Jesucristo, resplandece para nosotros el Tú de Dios en forma única. Jesús nos transmite  una confianza absoluta en la bondad de Dios, que pudo calmar su angustia profundamente arraigada. Para ello, utilizó imágenes y símbolos arquetípicos (por ejemplo el Padre Misericordioso, el Buen Pastor que busca a la oveja perdida dejando a las otras 99) que llegan hasta la profundidad del inconsciente humano, y de esa forma se calma y se ilumina el origen de la angustia. 

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De acuerdo con el Evangelio de Juan, Jesús superó el mundo. El no se dejó dirigir por los parámetros de éste. Y confió en Dios, su Padre. Esto lo liberó del poder del mundo. El descubrió el mundo, desenmascaró sus vacías promesas y vio su existencia terrena en total relación con su Padre Divino. En la fe participamos de esta superación de la angustia de Jesús. Allí superamos el mundo. Si bien continuamos en él, ya no somos de él. Dado que nuestro fundamento más profundo está oculto en Dios, el mundo ya no tiene poder sobre nosotros. Ya no puede atemorizarnos. En la fe vemos el mundo con otros ojos. Miramos el fundamento, la esencia de las cosas. Y en todo vemos, finalmente, a Dios. Por esta razón, estamos en el mundo, pero no dominados por éste. Si todo está penetrado de Dios, el mundo pierde lo atemorizante. Entonces, encontramos a Dios en el mundo. La superación de la angustia de acuerdo con el Evangelio de Juan consiste, por un lado, en la libertad frente al mundo y, por el otro, en su transformación mediante la fe. En la fe vemos que el propio Dios ha venido a este mundo a través de Jesucristo. Y colmado de Dios, éste se convierte en nuestro hogar. Pero el hogar más profundo en medio del mundo es el sabernos fundados en Dios. Estar en El nos regala la verdadera libertad frente a nuestra angustia.

 

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