jueves, 30 de mayo de 2024

En el amor no existe el miedo

El filósofo Ulrico Hommes atribuye el crecimiento del miedo en nuestro tiempo a la circunstancia “de que las personas hoy padecen por lo general de una típica falta de relación. Es muy probable que precisamente la falta de relación tenga como consecuencia el miedo, así como la falta de relación también puede conducir a una mayor agresividad”. Pero a muchas personas les resulta difícil admitir esto. Y, entonces, prefieren buscar en circunstancias externas el motivo de sus miedos: en la inseguridad de la época, en los problemas políticos, económicos, sociales, en los seres humanos que nos amenazan, etc.

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El psicólogo norteamericano Irwin Yalom denomina a esta falta de relación “aislamiento existencial”. La persona ya no se siente protegida en el mundo. No se relaciona con el mundo que lo mantiene, pero tampoco con otras personas, ni siquiera consigo mismo. Para Erich Fromm, este aislamiento es la fuente de toda angustia. El que sabe que sólo depende de sí mismo tiene miedo de que el mundo se le venga encima y quede totalmente desamparado. Por ello, la experiencia del amor es una ayuda decisiva para superar la angustia que aparece en la soledad. 

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No se trata, entonces, sólo de tratar de manejar la angustia, sino de preguntarme por qué las amenazas externas me provocan tanto miedo. Y allí chocamos contra la propia falta de relación. Para poder vincularnos mejor con el temor, son necesarias las experiencias de protección y sostén, que en última instancia, se trata de la experiencia del amor, me permitirá no reaccionar con miedo frente a las amenazas exteriores, sino  con confianza y con la esperanza de que saldré airoso frente a los desafíos de la vida. Ulrico Hommes denomina al amor el auténtico baluarte contra el temor: “Lo que sirve contra el miedo cuando nada más sirve es el amor. El amor que me brindan y el amor que yo mismo doy”.

Esta es también la perspectiva de la Biblia. Ya en la Primera Carta de San Juan, se resume esta superación del miedo a través del amor con las siguientes palabras que vamos a analizar: “En el amor no hay temor, sino que el perfecto amor echa fuera el temor; porque el temor lleva en sí castigo. De donde el que teme, no ha sido perfeccionado en el amor” (2 Jn 4,18). Juan no habla aquí del amor a Dios ni tampoco al prójimo sino mucho más del amor que proviene de Dios y que ejerce su fuerza en el ser humano; se refiere a ese amor que nos transforma la vida. El amor es como un fuego que nos da calor y como una fuente que nos recorre. El que lo percibe se verá libre de miedo. El amor es benevolencia frente a todo, es aprobación de lo que sé y de lo que es. Y en él me sé totalmente aceptado por Dios. Cuando el amor fluye en mí, no existe nada que no pueda aceptar, ya que el amor toca todo en  mí. La superación del miedo consiste entonces, para Juan, en la experiencia del amor. Un camino para experimentar este amor en nosotros es la reflexión sobre Jesucristo, especialmente en el Evangelio según San Juan en el que se hace visible el amor de Dios que, por otra parte, fue perfeccionado en la cruz. Allí Jesús atravesó todos los opuestos en el ser humano. El amor perfecto que resplandeció para Jesús en la cruz expulsa todo temor. Ya no existe nada frente a lo cual debamos temer, dado que los opuestos que se dan en nosotros están ya colmados de amor. El amor llega hasta lo profundo de nuestro inconsciente y elimina el aislamiento intrapersonal, bajo el cual Yalom entiende la escisión de los sectores interiores. La mirada hacia el amor hecho visible en la cruz, que reconcilia todo entre sí, puede disolver el miedo frente a las partes escindidas que tenemos  los seres humanos y así evitar nuestra desintegración. Ya no existen abismos interiores en los que no viva el amor. 

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Ahora tomemos la frase “el temor lleva en sí castigo”. El término griego “kolasis” indica el juicio final. Aquí se aborda el miedo que en el pasado atormentó a innumerables cristianos: el miedo al juicio, a la condena, a estar perdido para siempre. Este miedo molestó a Martín Lucero y lo superó en su teoría de la justificación que desarrolló con la mirada puesta en la cruz de Jesús. Allí observó el amor de Dios que nos abraza frente a toda obra propia. Dado que nos mostró en la cruz de Jesucristo su amor incondicional, nos liberó por tanto, del miedo de no poder satisfacer a Dios. No debemos ni podemos hacernos justos a nosotros mismos. No debemos ni podemos demostrarle a Dios ni a nosotros mismos que somos perfectos o correctos. Es Él quien nos ha hecho justos en Jesucristo. Para Martín Lucero, la mirada al amor incondicional y pleno de Jesús revelado en la cruz es la liberación del miedo, de que pudiéramos ser juzgados y condenados. Lutero tomó así la experiencia de San Pablo, quien, en su época de fariseo, quería demostrar su valor frente a Dios mediante el cumplimiento de la Ley y luego aprendió en Cristo: “Nada puede separarnos del amor de Dios que está en Jesucristo nuestro Señor” (Rom 8,39).

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Pero no debemos entender el castigo únicamente como el juicio final, sino también como la imagen del autocastigo que se infligen a sí mismas las personas. En nosotros existe una tendencia a castigarnos, a condenarnos y a juzgarnos. Tenemos miedo frente a lo que hay en nosotros, lo que condenamos. El autocastigo es la causa principal de las fobias. Por ejemplo está el caso de una mujer que tenía miedo de cruzar la calle. En el análisis con su terapeuta recordó una circunstancia de su Primera Comunión: se había olvidado de mencionar un pecado en la confesión. Tenía miedo de que Dios la castigara por eso y cuando estaba en camino desde el banco hacia el altar, se desmayó. Cuando reaccionó, pensó que  Dios la había castigado por esa culpa. En las fobias a los animales, también se evidencia el miedo frente a la conducta animal en mí mismo que me prohíbo. A veces, “el animal representa la instancia castigadora o vengadora”. El miedo que es expresión del propio rechazo y autocastigo nos protege frente a aquello que consideramos peligroso para nosotros (cosas que a veces no son nada peligrosas, pero que nos han enseñado a temerles). Cierta persona no se animaba a andar por un determinado camino. Quedó demostrado que este camino era para él la imagen de su naturaleza, que él, como hombre profundamente religioso, se había prohibido. Contra tales miedos, sólo ayuda una terapia que observe el origen de lo reprimido y escindido, y que enseñe a las personas a observarse a sí mismas con amor. Lo que es pulsional, cuando se lo observa con amor, perderá su poder amenazante.

Si en mí ya no queda entonces nada para condenar, el amor habrá expulsado de mí al temor. Quien teme todavía no ha sido totalmente penetrado por el amor. Cuando éste toca todo en mí, soy íntegro y salvo, soy recién ahí “perfecto”. El temor siempre indica que todavía existe algo dentro nuestro que no fue penetrado por el amor. Por esta razón, la terapia contra el miedo según la Primera Carta de Juan consiste en permitir que el amor recorra todos los sectores de mi cuerpo y de mi alma, de mi consciente y de mi inconsciente.

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El amor que expulsa el temor se refiere tanto al amor como fuerza propia que me penetra, como así también al amor que experimento de Dios y de las personas, que percibo frente a Dios y a las personas. El que se sabe amado incondicionalmente por Dios y por su prójimo, no tendrá miedo al rechazo, al abandono, al fracaso. Ni siquiera la muerte le producirá temor si sabe que ella tampoco le robará este amor. El amor es más fuerte que la muerte. El que ama profundamente a alguien, en ese momento, no siente miedo. Se tiene miedo a perder a quien se ama. Se tiene miedo a la enfermedad y a la muerte. Pero en la sensación del amor, cuando lo experimento sobre todo en la Oración Contemplativa en la que me invade todo el Amor de Dios, no puedo sentir miedo aunque quiera. No entra allí el temor. No puede. Es natural que tengamos miedo, pero éste desaparece de nosotros en el mismo instante en que empiezo a reflexionar sobre el amor, en el mismo instante en que rezo o medito o adoro a Jesucristo o lo alabo. Al hacerlo, ya estoy en el amor. Ningún ser humano puede permanecer sin embargo, constantemente en el amor. Por lo menos, no acá abajo, la plenitud la experimentaremos sólo cuando estemos en Dios. De manera que no debemos desalentarnos porque podemos entrar en ese ámbito del amor cuando queramos. 

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Un sacerdote al que lo invadían  muchos miedos contó que tuvo la experiencia de libertad absoluta de todos sus miedos, lo cual describió como una experiencia divina, cuando experimentó a Dios y a su amor. En ese breve instante, el miedo quedó TOTALMENTE DISUELTO. Recién entonces entendió lo que Juan quiso decir con las palabras “en el amor no hay temor” (1 Jn, 4,18)

En el Amor no hay temor. 1 Juan 4:18 | Lámina fotográfica

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