Introducción:
El mensaje central del cristianismo es que Jesús murió en la cruz y Dios lo resucitó.
Después de la muerte de Jesús, sus discípulos estaban impactados. Ellos no podían entender que este rabí maravilloso que había sanado a tantos enfermos y hablado tan imponentemente de Dios, hubiera muerto en la cruz. La muerte de Jesús cuestionó su fe. Pero la experiencia de su resurrección permitió que ellos comprendieran de otro modo el misterio de Jesús como el de Cristo. Y para ellos fue una experiencia tan grandiosa que debían partir para proclamar a todo el mundo este mensaje "Porque no podemos dejar de decir lo que hemos visto y oído" (Hech 4,20).
Los cristianos no nos enredamos en la cadena infinita de reencarnaciones, sino que en la muerte nos introducimos en la gloria de Dios. Nos espera el propio Cristo que nos precedió en la muerte. Nuestra vida tiene una meta. La resurrección es más que la inmortalidad del alma. Somos aceptados en la gloria de Dios con cuerpo y alma, incluso cuando este cuerpo se descompone, para transformarse luego en un cuerpo celestial, como Pablo lo expresa a los Corintios: "se siembran cuerpos corruptibles y resucitarán incorruptibles" (1 Cor 15,44).
Sin embargo el mensaje de la resurrección de Jesús afirma algo más. Es la confirmación de que no existe nada en nuestra vida que pueda separarnos de Dios. No existe ningún fracaso que no desemboque en un nuevo comienzo; ninguna oscuridad que no sea aclarada; ninguna desesperación que no se transforme en confianza; ningún entumecimiento que no se abra hacia una nueva vitalidad.
La muerte y la resurrección presentan ante nuestros ojos que Dios transformará todo en nosotros, que inclusive resucitará lo muerto en nosotros hacia una nueva vida. Pablo expresó con palabras maravillosas este misterio de la muerte y la resurrección de Jesús: "porque tengo la certeza de que ni la muerte ni la vida, ni los ángeles ni los principados, ni lo presente ni lo futuro, ni los poderes espirituales, ni lo alto ni lo profundo, ni ninguna otra criatura, podrá separarnos jamás del amor de Dios, manifestado en Cristo Jesús, nuestro Señor" (Rom 8, 38 ss).
La muerte y la resurrección de Jesús nos dan el valor para elevarnos frente a todo lo que obstaculiza la vida, lo que esclaviza a las personas.
Nunca mejor dicho que como lo dice Pablo en 1 Cor 15, 12-13; 20-23; 35-37; 42-44) citado a continuación:
"Si de Cristo se predica que ha resucitado de entre los muertos ¿cómo dicen algunos entre vosotros que no hay resurrección para nosotros?. Si no hay resurrección para nosotros tampoco resucitó Cristo..."
Pero Cristo resucitó de entre los muertos como primicia de los que ahora reposan...En Cristo serán todos vivificados, cada uno en su sitio: primero Cristo como primicia, después los suyos cuando vuelva a hacerse presente...
Algunos preguntarán pero ¿cómo resucitarán los muertos o con qué cuerpo?: "¡lo que tú siembras no cobra vida si no muere primero! Y lo que siembras no es el cuerpo que no ha de ser sino un simple grano, de trigo o de otra semilla; y Dios le da el cuerpo que quiere..."
"Así será en la resurrección de los muertos: se siembra en corrupción y se resucita en incorruptibilidad, se siembra en poquedad y se resucita en gloria, se siembra en debilidad y se resucita en fuerza, se siembra un cuerpo inteligente y se resucita un cuerpo espiritual."
La resurrección no se trata de una mera "reviviscencia. No se trata pues de la vuelta de un muerto a esta vida que sigue estando sometida al poder de la muerte y a la vulnerabilidad de la libertad, es decir, al poder de la degradación física y a veces moral. No se trata de una vuelta sino de una entrada: la entrada en otra vida nueva que es la Vida misma de Dios.
Continuará en los próximos posts ...