"Con
el salmista, el amante de la soledad puede exclamar: «Huiré a lo lejos,
me albergaré en el desierto» (Sal. 54,8). Dejar su morada a la manera
de Abraham sin saber lo que se va a descubrir, partir fuera, a la
aventura, hollando tierras desnudas, o también partir hacia adentro, al
lugar secreto donde "verdea" lo divino. La soledad en tanto que
acercamiento a una "terra incognita" se manifiesta siempre reveladora."
"Desde
el fondo del abismo, he gritado hacia ti" (Sal. 130, 1). Y el abismo
del fondo del hombre clama hacia el abismo divino: abyssus abyssum
invocat (Sal. 42,8). Ciertos traductores harán alusión a chorros, a
cataratas. Para que el Eterno devenga una "roca", un pasaje por lo
torrentoso se comprueba como necesario. La vuelta a la fuente no puede
efectuarse sin paso por el tumulto de los remolinos.
Osar
descender al desierto interior, o también tener la audacia de iniciar
la ascensión de la montaña de adentro. Estos movimientos que podrían
parecer opuestos son idénticos”.
"El desierto es un
lugar privado de caminos en el cual todo deviene vía de acceso. Tal es
el misterio del desierto y de la oración brotante. En la privación de
los caminos, en el seno de un perpetuo desenraizamiento exigiendo el
rechazo de todo equipaje, es decir de toda posesión, de todo saber, de
toda rutina, la existencia deviene novedad de vida. Y esta novedad
comporta otro lenguaje en el diálogo de la oración, en el monólogo de
las llamadas sucesivas y también en la vibración del silencio provocando
el paso del tiempo a la eternidad".
“En
el desierto interiorizado, la oración deviene una escucha y una visión,
la oreja y el ojo se acompañan. El oído se hace mirada contemplativa,
él intelige hacia adentro. En ese instante, la oración suscita el
asombro.
Un asombro tal
nace del esplendor que se descubre: este escapa al decir y a la
escritura. La oración deviene silenciosa. El miedo se disuelve. Ningún
temor por el porvenir podría subsistir. El Eterno nutre el nómada del
desierto, en el interior Él lo protege, lo toma a su cargo y lo
conduce”.
“El silencio
deviene un "si" de confiante ternura. Todo ocurre en el instante. El
pasado se desvanece. El porvenir no conlleva ningún terror porque la
oración se adhiere a aquello que ha venido, viene y vendrá. Por su
despliegue el "si", perpetua plegaria, toma una dimensión privada de
toda frontera. El "si" destruye las barreras, desmantela las
fortificaciones. Esta plegaria se instala como un río, fluye...
Silencio
de una plegaria que no tiene ya más nada que expresar. Situada en el
hecho de un amor cognoscente y de un conocimiento amoroso, el "si" de la
oración se esboza como una sonrisa.
Así
la oración se presenta como una sonrisa maravillada. En el desierto de
sí mismo, el orante se sitúa más allá del sufrimiento y de la alegría,
más allá de la soledad, más allá de lo creado, más allá de la luz y de
la noche, más allá del desierto y del valle. Nada más que un despliegue
del misterio de la Presencia”.
Marie Madelaine Davy. La vía del desierto.
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