sábado, 20 de diciembre de 2025

... Resucitó ...

La conversión pascual de los discípulos tiene un carácter de resurrección. El encuentro con el Resucitado es para aquellos hombres y mujeres una gracia que "resucita" su fe y reanima toda su vida.

 He visto al Señor!”: María Magdalena ve a Jesús resucitado

Es el encuentro con el Resucitado el que transforma a estos hombres: los reanima, los llena de alegría y paz verdadera, los libera del miedo y la cobardía, les abre horizontes nuevos y los impulsa a una misión evangelizadora.

 Las apariciones de Cristo resucitado - Evangelico Digital

Es significativa la catequesis pascual de Juan 20, 11-18: María es una mujer triste y desorientada. Le falta el Señor. Juan la describe "llorando, fuera, junto al sepulcro" (Jn 20, 11). No ha penetrado todavía en el misterio de la resurrección. Está afuera, llorando.

Pero María adopta una postura de búsqueda que la llevará al encuentro pascual. Primeramente se dirige a los discípulos; luego, a los ángeles del sepulcro; por fin, al que ella cree que es el jardinero. A todos les dice lo mismo: "Se han llevado al Señor y no sé dónde lo han puesto".

El evangelista nos presenta gradualmente todo el proceso. Los discípulos no le responden nada. Tampoco ellos saben dónde y cómo encontrar al Señor (20, 2). Los ángeles le dicen algo muy importante. La obligan a abandonar una investigación puramente exterior para entrar en sí misma: "Mujer, ¿por qué lloras?" (20, 13). "El jardinero" le va a hacer la pregunta completa: "Mujer ¿por qué lloras? ¿A quién buscas?" (20, 15).

Cristo resucitado - GoodSalt 

El Resucitado se hace presente a María con estas cuestiones fundamentales. Son las preguntas clave para vivir la experiencia pascual de encuentro con Cristo Resucitado: ¿Por qué hay tanta insatisfacción y tristeza en mi vida? ¿Qué ando buscando? ¿Qué estoy haciendo con mi vida? ¿Qué es lo que justifica y da sentido a mi vivir diario?.

La experiencia pascual hemos de entenderla como una "resurrección". San Pablo entiende la vida cristiana como un "morir al pecado" que nos deshumaniza y un "resucitar a una vida nueva", la vida de Cristo Resucitado, que llena de su energía vital a quienes a Él se adhieren, "a fin de que, igual que Cristo fue resucitado de entre los muertos por medio de la gloria del Padre, así también nosotros vivamos una vida nueva" (Rm 6, 4).

 Imágenes de Nueva vida cristo - Descarga gratuita en Freepik

La muerte, en cuanto destrucción de la vida, no es sólo el final biológico del ser humano. Antes que llegue al término de nuestros días, la muerte puede invadir diversas zonas de nuestra existencia. No es difícil constatar cómo, por diversos factores y circunstancias, el pecado va matando en nosotros la fe en el valor mismo de la vida, la confianza en las personas, la capacidad para todo aquello que exija esfuerzo generoso o valor para correr riesgos.

 El pecado destruye el alma, pero también la salud del cuerpo, por el P.  Augusto Marín - El Español Digital "La verdad sin complejos"

Casi inconscientemente, el pecado va acrecentando en nosotros pasividad, inercia, inhibición. Sin darnos cuenta, podemos caer en el escepticismo, el desencanto, la pereza total. Tal vez ya no esperamos gran cosa de la vida. No creemos apenas ni en nosotros mismos ni en los demás. El pesimismo, la amargura y el malhumor se adueñan cada vez más fácilmente de nosotros.

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Quizá descubrimos que, en el fondo de nosotros mismos, la vida se encoge y se va empequeñeciendo. El pecado se ha ido convirtiendo en costumbre. Tal vez sabemos, aunque no lo queramos confesar abiertamente, que nuestra fe es convencional y vacía, costumbre religiosa sin vida, inercia, formalismo externo, letra "muerta". 

Vivir la experiencia pascual tiene que ser para nosotros acoger el Espíritu vivificador del Resucitado, escuchar sus palabras, que son "espíritu y vida" (Jn 6, 63), y experimentar en nosotros la fuerza que Cristo posee de "resucitar lo muerto".

Entramos en la dinámica de la resurrección, cuando, enraizados en Cristo, vamos liberando en nosotros las fuerzas de la vida, luchando contra todo lo que nos deshumaniza, nos bloquea y nos mata como seres humanos y creyentes.

Vivir la dinámica de la resurrección es vivir creciendo: acrecentando nuestra capacidad creativa, intensificando nuestro amor, generando vida, estimulando todas nuestras posibilidades, abriéndonos con confianza al futuro, orientando nuestra existencia por los caminos de la entrega generosa, el amor fecundo, la solidaridad generadora de justicia.

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Se trata de entender y vivir la existencia cristiana como un "proceso de resurrección", superando cobardías, perezas, desgastes y cansancios que nos podrían encerrar en la muerte, instalándonos en un egoísmo estéril y decadente, una utilización parasitaria de los otros o una indiferencia y apatía total ante la vida.

"Siendo sinceros en el amor, crezcamos en todo hacia Aquél que es la Cabeza, Cristo" (Ef 4, 15).

"Unidos a la Cabeza, de la cual todo el Cuerpo (la Iglesia) ... recibe nutrición y cohesión, para realizar su crecimiento en Dios" (Col 2, 19).

Este crecimiento no consiste en un incremento en número, extensión, poder, sabiduría, prestigio. Se trata de "revestirse del Hombre Nuevo", creado según Dios en la justicia y santidad de la verdad" (Ef 4, 24). "Revestirse del Kyrios Jesucristo" (Rm 13, 14). Crecer en el Resucitado.

 Se les pidió despojarse del hombre viejo al que sus pasiones van  destruyendo, pues así fue su conducta anterior, y renovarse por el espíritu  desde dentro. Revístanse, pues, del hombre nuevo, el

Constantemente repetimos que el "tener" va sustituyendo al "ser" en la experiencia cotidiana del hombre contemporáneo, pero tal vez no advertimos hasta qué punto esta "neurosis de posesión" está impidiendo hoy el crecimiento de las personas, el crecimiento de la vida, del amor y la amistad, de la autenticidad, de la ternura y la solidaridad.

 La "filosofía del tener" ha penetrado tan profundamente en nosotros que está incluso deformando sustancialmente la vida de fe de bastantes cristianos. Hay creyentes que entienden la fe como algo que se tiene: unos la poseen y otros no. Todo se reduce a "conservar la fe" sometiéndose a la autoridad de a Iglesia.

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Pero, cuando la fe se entiende así, como un "depósito de verdades" que hay que asegurar y conservar, lamentablemente es difícil vivir aquella dinámica de crecimiento que Jesús promete para el tiempo pascual: "Cuando venga Él, el Espíritu de la verdad, os guiará hasta la verdad completa" (Jn 16, 13). Lo más "sencillo y cómodo" es instalarse interiormente: entender la fe como algo ya poseído de una vez para siempre y sentirse dispensado de irse abriendo día a día al misterio de Dios (crecer).

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De la misma manera, cuando la moral se reduce a "conservar las buenas costumbres", cuando las comunidades cristianas poseen ya un estilo hecho e inamovible, cuando las parroquias funcionan "por cursos" y cada año se vuelve a repetir invariablemente lo del curso anterior, sin enriquecer la experiencia cristiana, al ritmo de cada día, cuando se entiende el ministerio pastoral como una posesión o beneficio, entonces tenemos que decir que nos falta esa dinámica de crecimiento que implica la vida pascual.

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La experiencia pascual que necesitamos consiste precisamente en descubrir que la fe no es simplemente algo que se posee, sino una vida que crece en nosotros; que la moral cristiana no se reduce a cumplir unos preceptos, sino que es seguimiento fiel de Cristo y expansión de toda nuestra persona habitada por el Espíritu del Señor. Viviremos la experiencia pascual cuando pasamos de "tener fe", a dejarnos transformar por la presencia vivificadora del Resucitado.

lunes, 1 de diciembre de 2025

... Resucitó ...

A veces solemos olvidar que la experiencia pascual ha sido fundamentalmente una experiencia de perdón.

Los discípulos son conscientes de su pecado: han negado al Maestro y lo han abandonado. La tristeza de estos hombres no es sólo la de quien ha perdido al Maestro admirado o al amigo querido, es la tristeza del culpable.

Lo primero que se les regala a los discípulos en la experiencia pascual, es la paz, el perdón y la amistad renovada con el Resucitado. Una y otra vez Jesús los saluda diciendo "La paz con vosotros" (Lc 24, 36; Jn 20, 19.21). Jamás les reprocha su negación ni su abandono.

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Esa es precisamente la experiencia pascual que estamos necesitando: espacios en los que podamos confesar nuestros pecados y reconocer a Cristo como amigo de pecadores, capaz de pacificar nuestra existencia y poner reconciliación en lo más íntimo de nuestro ser.

Es en el interior de esa experiencia de perdón donde nosotros podemos experimentar hoy a Cristo como Resucitado, como alguien que vive y da vida. El perdón es "Resucitador".

Por otra parte, el encuentro con Cristo resucitado es también un acontecimiento que transforma a los discípulos. Una experiencia de conversión y cambio profundo en su existencia.

La ruptura con Jesús no ha sido definitiva. El seguimiento no termina en fracaso. Jesús les ofrece de nuevo su amistad y su vida entera queda transformada. 

La experiencia pascual es una gracia de conversión a Jesús como Cristo y Señor. Los que lo habían abandonado, se confían de nuevo a Él como Señor y Salvador (Jn 20, 28). Los que se habían dispersado se reúnen otra vez en su nombre (Lc. 24, 33). Los que se resistían a aceptar su mensaje comienzan ahora a proclamarlo con total convicción  (Hch 2, 14-36; 3, 12-26, etc.). Los que paralizados por la cobardía, habían sido incapaces de seguirle en el momento de la cruz, arriesgan ahora sus vidas por la causa del Crucificado.

Es particularmente significativo el caso de Saulo de Tarso: el encuentro con Cristo Resucitado lo convertirá de perseguidor de las comunidades cristianas, en testigo y predicador de la Buena Noticia de Cristo (Gál 1, 23; Flp 3, 5-14; 1 Cor 15, 9-10).

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No hay experiencia pascual sin conversión. El encuentro con el Resucitado acontece precisamente en ese abrirnos a una nueva posibilidad de vida. Cuando preferimos seguir viviendo sin esa interioridad,  cerrados a toda nueva llamada, sin despertar en nosotros nuevas responsabilidades, indiferentes a todo lo que pueda interpelar nuestras vidas, empeñados en asegurar nuestra pequeña felicidad por los caminos egoístas de siempre, ahí no hay espacio para la experiencia pascual.

Esa conversión pascual que viven los discípulos no consiste en corregir un aspecto de su vida, o una postura equivocada o un comportamiento desviado. No es eso. Sino que es una reorientación de toda su persona a Cristo Resucitado. Una conversión a Cristo como fuente única de vida y salvación. No se trata pues de esforzarnos antes que nada en hacerlo todo mejor de ahora en adelante, sino de abrirnos a ese Dios que se nos revela en Cristo como nuestro Salvador y que nos quiere mejores y más humanos. No se trata de "hacernos buenas personas", sino de volvernos a Aquél que es Bueno con nosotros.

A los discípulos el Señor les hace una Segunda Llamada, a nosotros también. Esta segunda llamada puede ser más importante que la primera pues viene a resucitar nuestra vocación.

Los roces de la vida y nuestra propia mediocridad nos van desgastando día a día. Aquél ideal que veíamos con tanta claridad parece haberse oscurecido. Tal vez seguimos caminando pero la vida se nos hace cada vez más dura y pesada. Seguimos "cumpliendo nuestras obligaciones", pero en el fondo sabemos que algo ha muerto en nosotros. La vocación primera parece apagarse.

Es precisamente en ese momento cuando debemos experimentar esa segunda llamada que puede devolver el sentido y el gozo a nuestra vida. Dios comienza siempre de nuevo. Cristo nos puede resucitar.

La escucha de esta segunda llamada es ahora más humilde y realista. Conocemos nuestras posibilidades y nuestras limitaciones. Sabemos lo que es el desaliento y la tentación de abandono y la huida. No podemos contar sólo con nuestras fuerzas. Tenemos que desprendernos de nosotros mismos para confiar más en Dios. Es el momento de repetir la experiencia de Pedro cuando le dice a Jesús: "Señor, Tú lo sabes todo; Tú sabes que te amo" (Jn 21, 17). 

 El discípulo que escucha - Somos Vicencianos

miércoles, 29 de octubre de 2025

... Resucitó ...

La experiencia pascual es regalo gratuito. Algo que se ofrece a los discípulos de forma totalmente inmerecida.

 Cristo resucitado sana, libera y envía a reconciliar. II domingo de pascua.  Ciclo C. - Revista SIC

Es "autodonación" del Resucitado, que se manifiesta y regala por encima de sus expectativas y creencias. Es para ellos un acontecimiento inesperado y desconcertante. Lo anuncian como algo bueno, una Buena Noticia ("euaggelion"). El gran desafío que se plantea para los cristianos es abrirnos a la Gracia, dejar más espacio a lo gratuito. La experiencia pascual es posible cuando nos experimentamos y nos aceptamos a nosotros mismos como gracia de Dios. En esa experiencia de gratuidad se abre para nosotros la posibilidad de encontrarnos con el Resucitado que sostiene nuestras vidas. Entonces experimentaremos nuestra fe no como producto de pruebas científicas ni razones o argumentos sino como algo que brota de Alguien que nos trabaja interiormente. Cuando experimento que mi seguimiento de Jesucristo se alimenta en algo que no es simplemente mi convicción, mis razones o mi voluntad, cuando experimento que amo a Cristo no por lo que sé acerca de Él, ni por las ideas que me han transmitido sobre Él, sino que mi amor está siendo sostenido por algo más que mi misma libertad,  es ahí cuando estoy teniendo una verdadera experiencia Pascual.

Las experiencias personales de cada uno pueden ser múltiples, pero uno de los lugares privilegiados de la experiencia pascual para todos ES, SIN DUDAS, LA EUCARISTÍA. En la celebración eucarística no celebramos nuestros esfuerzos, trabajos y luchas, sino la Salvación que se nos ofrece en el Crucificado devuelto a la Vida.

La fe en Cristo resucitado que nos ofrece su salvación día a día, genera ese estilo de vida conformado por la Acción de Gracias y al que con mucha frecuencia nos invita San Pablo: "En todo dad gracias, pues esto es lo que Dios, en Cristo Jesús quiere de vosotros" (1 Tes 5-18). "Cantad y salmodiad en vuestro corazón al Señor, dando gracias continuamente y por todo a Dios Padre, en nombre de Nuestro Señor Jesucristo" (Ef 5, 20).

 LA SANTA MISA EXPLICADA POR SAN PÍO DE PIETRELCINA

... continuará en próximos posts ...

 

jueves, 9 de octubre de 2025

... Resucitó ...

Naturalmente, la Resurrección de Jesús, como acontecimiento escatológico que alcanza su plenitud más allá de la muerte, nos trasciende y desborda a los que nos movemos todavía, tanto a nosotros como a los primeros discípulos.

La resurrección de Cristo no se controla ni verifica sino que se acoge gozosamente en la fe.

Estudiamos el sepulcro vacío, las apariciones del Resucitado, el testimonio de los discípulos, pero no acertamos a vivir nosotros mismos "la experiencia pascual". No sabemos encontrarnos con el Resucitado que nos dice: "Yo soy el que vive. Estuve muerto, pero ahora estoy vivo por los siglos de los siglos (Ap 1, 17-18).

Los discípulos reconocen en su experiencia pascual a aquel Jesús al que previamente han conocido en Galilea.

Es bueno preguntarse: ¿Cuál puede ser hoy nuestra experiencia pascual?; ¿dónde y cómo vivir el reencuentro con el Resucitado?; ¿cómo y cuándo puede hacerse presente para nosotros la fuerza y la vida que brotan de la Resurrección de Jesús? Vamos a tratar de recorrer el camino de la experiencia pascual de los discípulos, de manera que podamos también nosotros vivir nuestra propia experiencia pascual.

Es un encuentro personal con Jesús lleno de vida.

Jesús se deja ver, se les hace presente y se les impone lleno de vida. Jesús vive y está de nuevo con ellos. Recuperan de nuevo a Jesús como alguien que vive y viene a su encuentro.

Lo decisivo también para nosotros es dejarnos alcanzar por la persona de Cristo. Encontrarnos, no con algo, sino con Alguien. Lo importante es la apertura, la disponibilidad, la acogida de Alguien que vive en el interior mismo de nuestra vida.

Impulsados por la Resurrección de Jesús, los primeros creyentes empiezan ahora a recordar de nuevo sus palabras, pero no como si estas fueran el testamento de su Maestro que ha muerto, sino palabras del que está vivo y sigue hablando en sus discípulos con la fuerza de su Espíritu. Nace así un género literario desconocido hasta entonces: el Evangelio.

Lo importante, no es escuchar sólo a los que nos transmiten o hablan del mensaje cristiano, sino escucharlo a Él que nos habla al corazón: "Mira que estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y me abre la puerta, entraré en su casa" (Ap 3,20).

La actividad salvífica de Jesús no terminado con su muerte. Aquel que perdonaba a los pecadores, hoy sigue perdonando. Aquel que llamaba al seguimiento hoy nos sigue llamando. Jesús no es algo acabado o finalizado. Su historia se sigue hoy escribiendo en nosotros y con nosotros.

Una de nuestras tareas es, sin dudas, ir pasando de un Jesús concebido como un personaje del pasado, a un Cristo vivo y actual presente en nuestras vidas. Lo más importante no es creer que Jesús, hace aproximadamente dos mil años, curó ciegos, limpió leprosos, hizo caminar a los paralíticos, resucitó muertos, sino experimentar que hoy puede curar nuestra visión de la vida, limpiar nuestra existencia, hacernos más humanos, resucitar lo que está muerto en nosotros. La experiencia pascual se actualiza para nosotros cuando descubrimos que Cristo sigue siendo "Espíritu vivificador" (1 Cor 15, 45); cuando de alguna manera, podemos repetir la experiencia de San Pablo: "Ya no vivo yo sino que es Cristo quien vive en mí" (Gal 2, 20).

... Continuará en los próximos posts ...

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lunes, 6 de octubre de 2025

Y RESUCITÓ AL TERCER DÍA

Introducción: 

El mensaje central del cristianismo es que Jesús murió en la cruz y Dios lo resucitó.

Después de la muerte de Jesús, sus discípulos estaban impactados. Ellos no podían entender que este rabí maravilloso que había sanado a tantos enfermos y hablado tan imponentemente de Dios, hubiera muerto en la cruz. La muerte de Jesús cuestionó su fe. Pero la experiencia de su resurrección permitió que ellos comprendieran de otro modo el misterio de Jesús como el de Cristo. Y para ellos fue una experiencia tan grandiosa que debían partir para proclamar a todo el mundo este mensaje "Porque no podemos dejar de decir lo que hemos visto y oído" (Hech 4,20).

Los cristianos no nos enredamos en la cadena infinita de reencarnaciones, sino que en la muerte nos introducimos en la gloria de Dios. Nos espera el propio Cristo que nos precedió en la muerte. Nuestra vida tiene una meta. La resurrección es más que la inmortalidad del alma. Somos aceptados en la gloria de Dios con cuerpo y alma, incluso cuando este cuerpo se descompone, para transformarse luego en un cuerpo celestial, como Pablo lo expresa a los Corintios: "se siembran cuerpos corruptibles y resucitarán incorruptibles" (1 Cor 15,44).

Sin embargo el mensaje de la resurrección de Jesús afirma algo más. Es la confirmación de que no existe nada en nuestra vida que pueda separarnos de Dios. No existe ningún fracaso que no desemboque en un nuevo comienzo; ninguna oscuridad que no sea aclarada; ninguna desesperación que no se transforme en confianza; ningún entumecimiento que no se abra hacia una nueva vitalidad.

La muerte y la resurrección presentan ante nuestros ojos que Dios transformará todo en nosotros, que inclusive resucitará lo muerto en nosotros hacia una nueva vida. Pablo expresó con palabras maravillosas este misterio de la muerte y la resurrección de Jesús: "porque tengo la certeza de que ni la muerte ni la vida, ni los ángeles ni los principados, ni lo presente ni lo futuro, ni los poderes espirituales, ni lo alto ni lo profundo, ni ninguna otra criatura, podrá separarnos jamás del amor de Dios, manifestado en Cristo Jesús, nuestro Señor" (Rom 8, 38 ss).

La muerte y la resurrección de Jesús nos dan el valor para elevarnos frente a todo lo que obstaculiza la vida, lo que esclaviza a las personas. 

Nunca mejor dicho que como lo dice Pablo en 1 Cor 15, 12-13; 20-23; 35-37; 42-44) citado a continuación:

"Si de Cristo se predica que ha resucitado de entre los muertos ¿cómo dicen algunos entre vosotros que no hay resurrección para nosotros?. Si no hay resurrección para nosotros tampoco resucitó Cristo..."

Pero Cristo resucitó de entre los muertos como primicia de los que ahora reposan...En Cristo serán todos vivificados, cada uno en su sitio: primero Cristo como primicia, después los suyos cuando vuelva a hacerse presente...

Algunos preguntarán pero ¿cómo resucitarán los muertos o con qué cuerpo?: "¡lo que tú siembras no cobra vida si no muere primero! Y lo que siembras no es el cuerpo que no ha de ser sino un simple grano, de trigo o de otra semilla; y Dios le da el cuerpo que quiere..."

"Así será en la resurrección de los muertos:  se siembra en corrupción y se resucita en incorruptibilidad, se siembra en poquedad y se resucita en gloria, se siembra en debilidad y se resucita en fuerza, se siembra un cuerpo inteligente y se resucita un cuerpo espiritual."

La resurrección no se trata de una mera "reviviscencia". No se trata pues de la vuelta de un muerto a esta vida que sigue estando sometida al poder de la muerte y a la vulnerabilidad de la libertad, es decir,  al poder de la degradación física y a veces moral. No se trata de una vuelta sino de una entrada: la entrada en otra vida nueva que es la Vida misma de Dios.

Continuará en los próximos posts ... 

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jueves, 4 de septiembre de 2025

... DESCENDIÓ A LOS INFIERNOS ...

Les comparto el desarrollo de este tema según el Catecismo de la Iglesia Católica:

"632 Las frecuentes afirmaciones del Nuevo Testamento según las cuales Jesús "resucitó de entre los muertos" (Hch 3, 15; Rm 8, 11; 1 Co 15, 20) presuponen que, antes de la resurrección, permaneció en la morada de los muertos (cf. Hb 13, 20). Es el primer sentido que dio la predicación apostólica al descenso de Jesús a los infiernos; Jesús conoció la muerte como todos los hombres y se reunió con ellos en la morada de los muertos. Pero ha descendido como Salvador proclamando la buena nueva a los espíritus que estaban allí detenidos (cf. 1 P 3,18-19).

 El descenso de Jesucristo al infierno: ¿Qué hizo el Hijo de ...

633 La Escritura llama infiernos, sheol, o hades (cf. Flp 2, 10; Hch 2, 24; Ap 1, 18; Ef 4, 9) a la morada de los muertos donde bajó Cristo después de muerto, porque los que se encontraban allí estaban privados de la visión de Dios (cf. Sal 6, 6; 88, 11-13). Tal era, en efecto, a la espera del Redentor, el estado de todos los muertos, malos o justos (cf. Sal 89, 49;1 S 28, 19; Ez 32, 17-32), lo que no quiere decir que su suerte sea idéntica como lo enseña Jesús en la parábola del pobre Lázaro recibido en el "seno de Abraham" (cf. Lc 16, 22-26). "Son precisamente estas almas santas, que esperaban a su Libertador en el seno de Abraham, a las que Jesucristo liberó cuando descendió a los infiernos" (Catecismo Romano, 1, 6, 3). Jesús no bajó a los infiernos para liberar a los condenados (cf. Concilio de Roma, año 745: DS, 587) ni para destruir el infierno de la condenación (cf. Benedicto XII, Libelo Cum dudum: DS, 1011; Clemente VI, c. Super quibusdam: ibíd., 1077) sino para liberar a los justos que le habían precedido (cf. Concilio de Toledo IV, año 625: DS, 485; cf. también Mt 27, 52-53).

634 "Hasta a los muertos ha sido anunciada la Buena Nueva ..." (1 P 4, 6). El descenso a los infiernos es el pleno cumplimiento del anuncio evangélico de la salvación. Es la última fase de la misión mesiánica de Jesús, fase condensada en el tiempo pero inmensamente amplia en su significado real de extensión de la obra redentora a todos los hombres de todos los tiempos y de todos los lugares porque todos los que se salvan se hacen partícipes de la Redención.

635 Cristo, por tanto, bajó a la profundidad de la muerte (cf. Mt 12, 40; Rm 10, 7; Ef 4, 9) para "que los muertos oigan la voz del Hijo de Dios y los que la oigan vivan" (Jn 5, 25). Jesús, "el Príncipe de la vida" (Hch 3, 15) aniquiló "mediante la muerte al señor de la muerte, es decir, al diablo y libertó a cuantos, por temor a la muerte, estaban de por vida sometidos a esclavitud "(Hb 2, 14-15). En adelante, Cristo resucitado "tiene las llaves de la muerte y del Infierno" (Ap 1, 18) y "al nombre de Jesús toda rodilla se doble en el cielo, en la tierra y en los abismos" (Flp 2, 10).

«Un gran silencio envuelve la tierra; un gran silencio y una gran soledad. Un gran silencio, porque el Rey duerme. La tierra está temerosa y sobrecogida, porque Dios se ha dormido en la carne y ha despertado a los que dormían desde antiguo [...] Va a buscar a nuestro primer Padre como si éste fuera la oveja perdida. Quiere visitar a los que viven en tinieblas y en sombra de muerte. Él, que es la mismo tiempo Dios e Hijo de Dios,  va a librar de sus prisiones y de sus dolores a Adán y a Eva [...] Yo soy tu Dios, que por ti y por todos los que han de nacer de ti me he hecho tu Hijo. A ti te mando: Despierta, tú que duermes, pues no te creé para que permanezcas cautivo en el abismo; levántate de entre los muertos, pues yo soy la vida de los muertos» (Antigua homilía sobre el grande y santo Sábado: PG 43, 440. 452. 461).

Resumen

636 En la expresión "Jesús descendió a los infiernos", el símbolo confiesa que Jesús murió realmente, y que, por su muerte en favor nuestro, ha vencido a la muerte y al diablo "Señor de la muerte" (Hb 2, 14).

637 Cristo muerto, en su alma unida a su persona divina, descendió a la morada de los muertos (inferos, en latín, se entendía como "el lugar de los muertos"). Abrió las puertas del cielo a los justos que le habían precedido".

 El descenso de Jesucristo al infierno: ¿Qué hizo el Hijo de ...

Jesús rompe las puertas del hades y muestra que ni la muerte ni el abismo pueden retenerlo. No significa que Jesús haya sufrido las penas del infierno (como lo conocemos hoy, un lugar de tormento), sino que llevó la luz de la salvación a quienes esperaban la redención.

La Iglesia Oriental celebra esto de forma muy visual en los íconos de la Anástasis (resurrección): Cristo bajando al Hades, levantando de la mano a Adán y Eva como símbolo de la liberación de la humanidad entera.

San Agustín agrega que se trata de "el Seno de Abraham donde estaban los justos aguardando. 

El descenso de Jesucristo al infierno: ¿Qué hizo el Hijo de ...