Después de permanecer tres meses acompañando a Isabel, María regresa a Nazaret y continúa el tiempo de la espera maternal. "En estos nueve meses, la Madre, viviendo una identificación simbiótica y una intimidad identificante con aquél que iba germinando silenciosamente dentro de ella ... , debió experimentar algo único, que jamás se repetirá. Como sabemos, entre la gestante y la criatura de su seno, se da el fenómeno de la simbiosis. Significa que dos vidas constituyen una sola vida. La criatura respira por la madre y de la madre. Se alimenta de la madre y por la madre, a través del cordón umbilical. En una palabra, dos personas con una vida, o una vida en dos personas".
Esta realidad de una maternidad hondamente experimentada es elevada aún más porque el hijo esperado es el propio Mesías. María siente como nadie la identificación total con Cristo. Con mayor fuerza que San Pablo podría reclamar: "Vivo, pero no yo, sino que es Cristo quien vive en mí". (Gal 2, 20).
Y llega la hora del nacimiento de Jesús. Nuevamente es San Lucas quien relata estos acontecimientos. Se preocupa en subrayar la realidad histórica de los mismos y menciona circunstancias concretas: el edicto de César Augusto, cuando Cirino es gobernador de Siria; se trata de un primer empadronamiento ... José y María deben partir hacia Belén para cumplir con la orden de empadronarse en la ciudad de origen. Se realiza así la profecía que anunciaba el nacimiento del Mesías en Belén, ciudad del Rey David (Miq 5, 1-3).
María da a luz en la pobreza de un pesebre después de la búsqueda infructuosa de albergue. Un signo más de una de las dimensiones más profundas del misterio de la encarnación: Cristo, siendo de condición divina se despojó de sí mismo tomando la condición de siervo y se hizo semejante a nosotros. (Fil 2, 6-11). María lo envuelve en pañales, lo ama y cuida con toda su ternura maternal. Vive momentos de profunda plenitud humana ante el misterio de una vida surgida de sus entrañas, y simultáneamente momentos de indescriptible unión con Dios, a quien adora en la fragilidad del Niño. Ha nacido el Mesías, eso es lo que llena su mente e invade su corazón.
El mensajero de Dios lo anuncia a los pastores, quienes a toda prisa se dirigen al pesebre. Estos hombres sencillos y pobres son los primeros en recibir la Buena Noticia, que encuentra en ellos una acogida creyente y generosa. Alaban y glorifican a Dios, eco terreno a la alabanza de una multitud de ángeles que entonan un cántico de glorificación a Dios y desean la paz a los hombres en quienes Él se complace. Estos hechos excepcionales realzan el significado del acontecimiento central en la Historia Humana.
En el Niño se realizan las promesas de Dios a su pueblo y a toda la humanidad. Las genealogías de Jesús poseen ese significado (Mt 1, 1-17; Lc 3, 23-38). No buscan una exactitud histórica, sino que señalan su pertenencia a nuestra raza. Cristo -en la perspectiva de Mateo- por medio de su padre legal, José, hereda las promesas hechas a Abraham, a David, al Pueblo de Israel. Pertenece a la historia de este pueblo escogido y es la culminación de la misma. Esto es típico del mundo oriental, donde la comunidad de destino toma forma concreta en la pertenencia al tronco de una misma familia. De allí la importancia concedida al árbol genealógico. En Israel tiene, además, un significado religioso: las promesas fueron hechas a Abraham y a su descendencia. Pertenecer a su raza es estar ligado a esas promesas.
La perspectiva de Lucas es más universal. Partiendo de Cristo, y más allá de Abraham y de la historia del pueblo escogido, traspasa los siglos hasta llegar a Adán. Vincula así a Cristo con toda la humanidad en su larga historia de esperanza.
El relato de la Adoración de los Magos acentúa esta universalidad de la salvación (Mt 2, 1-12). El salvador de todos los pueblos es reconocido y adorado por hombres paganos. No pertenecen al pueblo de las promesas y, sin embargo, reciben el anuncio de la Buena Nueva.
María es testigo de la fe de los pastores y de los magos. Es ella quien les muestra al niño recién nacido. El gozo por el comienzo de la salvación, la admiración ante los caminos de Dios, la gratitud por la misericordia derramada para toda la humanidad, tantos sentimientos semejantes habrán invadido a María en la noche de la Natividad del Señor.
Dios pronto le mostrará nuevamente sus deseos, con ocasión de la presentación de Jesús en el Templo (Lc 2, 22-38). La Ley prescribía que todo primogénito debía ser consagrado al Señor y, además, que toda madre debía cumplir con el rito de la purificación (Ex 13, 11-16; Lev 12, 6-8). María y José acatan fielmente estas prescripciones impulsados por un profundo espíritu de entrega a Dios. Más allá del significado ordinario del rito, los anima una real voluntad de oblación. María es la Virgen Oferente, la que consagra al Padre todo su ser y su Hijo, a quien ama más que a su propia vida. (Ver Marialis Cultus 20).
Te felicito, Sus Beatífica , son preciosas las narraciones de la gestación del Niño Jesús. La simbiosis explicada así. " Una vida en dos personas o 2 personas en 1 vida . La simbiosis explicada así es maravillosa, aunque yo sepa lo que es la simbiosis. Por tal razón la vida de la madre y su hijo nunca se pueden separar. Muchas gracias. Me da consuelo el saber que mi madre que está en el Cielo, y yo aquí en la tierra seguimos juntas.
ResponderEliminarHermosa tu respuesta. Toca el corazón. Cariños. Dios te cuida.
ResponderEliminar