Muchas veces la religión provocó miedo, por
no decir terror, a sus fieles. Se predicaba el temor frente al Dios castigador
y juez y por lo tanto, fue una forma de someter a las personas y ejercer poder
sobre ellas mediante el temor. Nada más lejos del Evangelio de Jesucristo.
Ahora bien, debemos entender qué quiso
decir la Sagrada Escritura
con la frase “temor de Dios”. Encontramos en el Salmo 111,10; Prov 1,7; 9,10.
es decir en los libros sapienciales, por ejemplo, “El temor del Señor es el
comienzo de la sabiduría”. En este caso la palabra temor significa tomar
en serio a Dios, sentirse afectado por su exigencia,
reverenciar la distancia entre su Grandeza y nuestra pequeñez.
En la experiencia mística se vive un AMOR
IMPONENTE DE DIOS, pero no está ausente el temor reverente pues se despierta en
nosotros un impulso de adrenalina a causa de nuestra condición primitiva que
nos coloca en estado de alarma. Si Dios irrumpe en nuestra vida reaccionamos
con temor y temblor. Debemos también tener en cuenta que la experiencia divina
siempre son dos cosas: algo fascinante y algo tremendo; algo que me atrae y
entusiasma, pero que con su poder también me asusta y me provoca una especie de
temor por su imponente diversidad. Pero es un miedo que no quita la paz, es un
temor que tiene que ver con la admiración y el asombro, la sorpresa. Pero todos
ellos son aspectos que forman parte de la auténtica experiencia del Dios Totalmente
Otro. Esa especie de temor sin embargo, nos sensibiliza para la experiencia
divina: aumenta nuestra capacidad de atención y de observación. Podríamos
decir entonces que ese temor se convierte así en un requisito esencial para la
experiencia directa de Dios. Es necesario sin embargo aclarar que
DIOS NO ES UN PRODUCTO DE NUESTRO MIEDO, todo lo contrario, me "desencapsula" de
mi egocentrismo y de esa forma se hace posible una experiencia a la que de lo
contrario los sentidos no tienen acceso. Podríamos agregar, sin temor a
equivocarnos, que el miedo abre a las personas a Dios. Es la puerta por la que
irrumpe en el espíritu humano, la experiencia religiosa. No estamos hablando de
terror ni de pánico ni de temor paralizante. Repito, es algo reverencial. Ese
es el sentido bíblico del “temor a Dios”. Es un reconocimiento a Dios. Temer y
reconocer van de la mano. Así podemos entonces entender la frase bíblica arriba
citada de los libros sapienciales: “El temor del Señor es el comienzo de la
sabiduría”. Aprendemos a ver con una luz más intensa las cosas de Dios y por lo
tanto también se aclara nuestra vida.
En la experiencia mística de ser UNO CON
DIOS queda totalmente superada la distancia entre el Creador y su Criatura.
Asimismo, no olvidemos que existe una tensión constante entre el temor que nos
distancia reverentemente y el que también nos empuja hacia Dios. En este
volvernos a Dios, sentirnos empujados a Él, experimentamos un amor que nos
transforma y nos hace felices. La meta de este amor en el que el ser humano
vivencia la unión con Dios es su elevación a Él, su divinización. Es decir que
bien podemos afirmar que ese temor que remarca la distancia entre Dios y
nosotros, nos conduce finalmente a la experiencia mística y a nuestra
salvación. El temor a la separación o a la distancia queda totalmente superado.
Cuando Juan nos dice “En el amor no existe
el miedo” pareciera contradecir lo que hemos dicho. No obstante ambos conceptos
son ciertos. Por un lado, el amor supera al temor. Por el otro, el temor
profundiza al amor. Nunca podremos disolver por completo la tensión entre uno y
otro. Alguien dijo el temor acompaña al amor como una sombra. Esta tensión
otorga al amor su verdadera fuerza. Pero se trata, repetimos, de un amor que no
está determinado por el miedo sino que se trata de un momento interior que es
superado. Si entendemos el temor del
Señor de este modo, en verdad será el comienzo de la sabiduría: nos conducirá a
una fe que despertará en nosotros el anhelo de su amor infinito. Este tipo de
temor de Dios nos libera del temor a nuestros hermanos, a los demás. Ya lo dice
el escritor del libro del A.T. “Sabiduría de Jesús, hijo de Sirá 34,16)”, en
Hebreo Ben Sirá de donde deriva el nombre de EL SIRÁCIDA que también se le
suele dar a este libro: “El que teme al Señor no se intimida por nada y no se
acobarda porque Dios es su esperanza”. (NOTA: Este libro sapiencial, escrito
alrededor del año 180 a.C.,
luego tomará el nombre de Eclesiástico que significa Libro de la Asamblea porque era leído
mucho en las reuniones de los fieles de la Iglesia latina).
Ahora bien, hablando del miedo común el que
hemos venido tratando en todos estos encuentros a lo largo de todo el año,
recordemos que tiene su costado positivo: a veces el miedo nos puede animar a
rendir al máximo. También el miedo tiene la función de mostrarnos nuestros
límites. También el miedo que angustia ha llevado a muchos artistas a escribir
sus mejores páginas.
Por último voy a concluir haciendo una
breve síntesis: El miedo es parte esencial de nosotros, los seres humanos. La
calidad de nuestro ser humano va a depender del modo en que nos relacionemos
con el miedo. Reprimirlo lleva a la rigidez y consume mucha energía. El que
mantiene su miedo bajo llave sentirá falta de energía para la vida. Se sentirá
frecuentemente agotado. Por esta razón, el temor debe ser transformado.
Entonces se convertirá en una fuente de vida, de verdad, de claridad y de
atención. El camino hacia esa transformación pasa por el diálogo con el miedo y
por su apertura en dirección hacia Dios. Es decir que también esta emoción
negativa puede conducirnos a LA
ORACION.
Cuando hablemos con nuestro miedo,
chocaremos contra actitudes importantes y posturas erróneas. Y al dialogar con
él, nos remitirá una y otra vez a lo auténtico de nuestra vida. Básicamente –
tal es la convicción de la
Biblia – sólo Dios puede calmar el temor. Pero la fe no debe
pasar por alto las condiciones naturales de la mente. También existen miedos
que la fe en Dios no puede sanar. Entonces, es necesaria la humildad para
dirigirnos a los abismos y tratar de descubrir, no pocas veces con ayuda
profesional, cuál es la causa del miedo y enfrentar lo que allí está delante de
nosotros y tal vez no nos atrevemos a ver. El valor para observarlo y hablar de
él lo obtenemos a menudo de una persona que nos guía, de un terapeuta o de un
acompañante espiritual. Necesitamos personas que no tengan miedo de nuestro
miedo. Delante de ellas y con ellas, podremos hablar sobre nuestros temores. El
acompañante que enfrenta nuestro miedo sin miedo podrá ayudarnos a que nos
relacionemos de otro modo con éste. Pero en última instancia, ninguna persona
podrá quitarnos el miedo. Recién cuando lleguemos al fundamento más interno de
nuestra alma, al núcleo divino, entonces se calmará, ya que allí, donde Dios
vive en nosotros, el temor ya no tiene acceso.
Debemos tener siempre presente que si nos
atrevemos a hablar de nuestros miedos, perderán su fuerza. Observemos nuestros
miedos y hablemos con otros acerca de ellos. El que observa sus miedos ya no
estará determinado por ellos. Quien sólo lucha o confronta contra esta emoción
“negativa”, provocará una fuerza antagónica tan intensa que girará
continuamente en torno a él y será perseguido por él. Sin embargo, quien lo
observe con cariño y entable amistad con el miedo será conducido por él hacia
una vitalidad y libertad mayores, hacia una nueva profundidad de la confianza y
del amor. Y, finalmente, el temor lo conducirá al fundamento último de su vida
y de su amor.
Como hemos visto la Palabra de Dios nos
muestra caminos muy humanos, caminos colmados de sabiduría, para relacionarnos
con el miedo. Jesús sabía acerca de los temores de las personas. Se dirigió de
tal manera a esas personas, que perdieron su miedo cuando se supieron
protegidos y sostenidos por la bondad y la misericordia de Dios. La relación de
Jesús con el miedo nos invita a mirar del mismo modo bondadoso y misericordioso
a nuestros temores. Así se convertirán en amigos que nos acompañen, que nos
señalen lo esencial y que nos protejan de las sobre-exigencias. El miedo nos
acompañará hasta la muerte en que caeremos indefectiblemente en los brazos de
Dios. Pero si vivimos nuestras experiencias de temor en esta vida, de la mano
de Dios, cuando las entregamos en la oración y cuando vivenciamos ese amor
profundo al orar o meditar contemplativamente, el miedo YA NO NOS DOMINARA. En
medio de nuestros temores podremos escuchar siempre la palabra consoladora,
alentadora y liberadora de Jesús que nos dice: “NO TEMAS”. Según un exegeta
esta palabra aparece en la
Biblia 365 veces. Esto representa un “No Temas” que nos dice
Jesús para cada día de nuestra vida. Podemos ver allí la promesa de Dios de
quitarnos el miedo. Es un tema diario: mirar al miedo que nos produce el
autoconocimiento, el ver nuestras verdades y al mismo tiempo transformarlo con
la mirada en Jesucristo. En definitiva es El quien lo transforma si yo se lo
permito. Si yo le doy mi sí cuando me siento a meditar, a estar con El para que
obre en mí. ¿Me decidiré a hacerlo? El me estará esperando siempre.
Bibliografía: Administra tus miedos de Anselm Grün