EL MIEDO QUE
PARALIZA
Jn 5, 1-9
5:1 Después de esto, se celebraba una fiesta
de los judíos y Jesús subió a Jerusalén.
5:2 Junto a la puerta de las Ovejas, en Jerusalén,
hay una piscina llamada en hebreo Betsaida, que tiene cinco pórticos.
5:3 Bajo estos pórticos yacía una multitud de
enfermos, ciegos, lisiados y paralíticos, que esperaban la agitación del agua.
5:5 Había allí un hombre que estaba enfermo desde
hacía treinta y ocho años.
5:6 Al verlo tendido, y sabiendo que hacía tanto
tiempo que estaba así, Jesús le preguntó: "¿Quieres curarte?"
5:7 Él respondió: "Señor, no tengo a nadie que
me sumerja en la piscina cuando el agua comienza a agitarse; mientras yo voy,
otro desciende antes".
5:8 Jesús le dijo: "Levántate, toma tu camilla
y camina".
5:9 En seguida el hombre se curó, tomó su camilla y
empezó a caminar. Era un sábado.
Jesús sana la raíz
de los problemas pues ve en lo profundo del corazón de las personas. En este
pasaje Jesús le exige al enfermo entrar en contacto con su propia voluntad al
preguntarle ¿quieres sanarte? Analicemos con detenimiento esta pregunta. Hoy en
día los psicólogos hablan de “placer secundario” cuando descubren que ciertas
personas en realidad no quieren sanarse, pues “obtienen beneficios” de la
propia enfermedad. Por supuesto esto es una trampa en la que ha caído esa
persona y hay que ayudarla a que lo vea. Los beneficios pueden ser que el hecho
de vivir lamentándose la lleva a la persona a una situación de comodidad en la
que hasta experimenta el placer de llamar la atención, de ser escuchada, de
tener a todos en vilo. Si se sanara, ya no tendría quién la escuche o le haga
caso. Se evade así de la responsabilidad de asumir su propia vida. No quiere
sanarse porque “perdería”, según su visión equivocada y distorsionada de la
realidad, esas ventajas.
En otra parte del
texto vemos que el enfermo se queja de los demás que no quieren acercarlo a la
pileta y de esa forma no puede curarse. Jesús no se deja manipular y confronta
al enfermo con su propia fuerza. No acepta lamentos por parte del paralítico
sino que le ordena ponerse de pie. Le quita la ilusión de pensar que los demás
son los culpables de su enfermedad. Por eso lo increpa con la frase cortante
“Levántate, toma tu camilla y camina” En medio de su debilidad, su parálisis e
inseguridades, el enfermo debe
levantarse por sí mismo y no debe dejarse encadenar más por su camilla
que representa sus bloqueos. Debe reconciliarse con sus bloqueos.
Debe hacerle frente a sus debilidades, parálisis e inseguridades y debe
llevarlos debajo de su brazo. Sólo así
ve Jesús que este hombre será capaz de recorrer su propio camino: reconciliándose
con sus bloqueos, sus debilidades, sus inseguridades. El enfermo debe
primeramente asumir su responsabilidad y cuidarse. Levantarnos en medio de
nuestras inseguridades es el camino más saludable. Tratar con nuestras angustias,
no reprimirlas para no dejarnos paralizar por ellas. Demostremos que somos
Hijos de Dios, que somos libres, que confiamos en El, que tenemos fe, que
queremos salir a flote, que queremos curarnos, ser felices, que nos sentimos
dignos de ello, que nos lo merecemos. Merecemos estar bien, caminar erguidos y con dignidad frente a cualquier
embate de la vida. La vida no consiste en no tener enfermedades o conflictos sino
que saber vivir, recordemos, consiste en adaptarme y adoptar los medios que
Dios me ha dado y ponerlos en práctica para superarme todos los días. No tengo
que esperar a hacerlo cuando mi angustia esté curada. Tengo que
hacerlo YA. Debo levantarme y recorrer mi camino.
He aquí también el
objetivo del acompañamiento espiritual. Muchos quieren ser liberados de los síntomas
desagradables como la inhibición, el temblor, el rubor o la inseguridad, lo que hoy se conoce como "fobia social".
Pero
el objetivo no es que todos los síntomas de la enfermedad desaparezcan, sino
que sepamos tratar de otra manera con la angustia, el temor que me paraliza, con
la inseguridad o las inhibiciones. En este caso, debo saber ponerlas debajo del
brazo y caminar entre la multitud, en mi vida cotidiana. Paulatinamente, veré
cómo la angustia, el temor, la ansiedad se van a ir aplacando porque habré
aprendido a no dejarme encadenar por ellas. He aprendido a mirarlos de frente y
hasta se han convertido en mis amigos.
Con frecuencia
esos miedos que nos bloquean tienen que ver con el miedo a no lograr la
aprobación de los demás pues tengo miedo a cometer un error, tenemos miedo del
juicio de los demás, al ridículo. Tenemos tan baja nuestra autoestima que nos
calificamos en función de la opinión ajena. Le doy así poder a la opinión de
los demás. Los demás y sus opiniones rigen mi vida. Debo tomar conciencia de
que no estoy conmigo cuando me dejo guiar por un sentimiento así, sino que
estoy en los demás, en sus pensamientos y en sus palabras. Si hablan de mí
negativamente, me desmorono y si hablan en forma positiva, se me levanta el
ánimo. Muchas personas no se animan a
hablar en forma directa de sus problemas con las personas que se los ocasionan
inclusive planteando qué debiera cambiar en un grupo, o comunidad o en su
empleo, procurándose de esa forma constantes disgustos trabajando en ambientes
insanos. Tienen miedo de qué podrán decir los demás si me quejo. Me van a
llamar “persona complicada”, “el problema es tuyo”, “tenés problemas con todos”
o tal vez digan “es un buchón”. Para evitar estos reproches, viven un verdadero
infierno aguantando malos tratos y abusos y por lo tanto viven en constante
angustia. El juicio imaginado de los otros es tan fuerte para él/ella, que le impide
dar los pasos que en realidad serían los necesarios. Ojo que todo va al cuerpo:
en forma de dolores de cabeza, palpitaciones, falta de apetito, insomnio, mala
digestión de los alimentos, problemas respiratorios, cardiovasculares, entre otros y aún más
graves como el cáncer o la depresión.
Si me doy permiso
para cometer errores, el problema se relativiza y ya no representa un drama
para mí. Puedo hablar libremente de mis sentimientos con quien sea. Ejerzo la
verdadera libertad de los hijos de Dios. No me defino en función de lo que los
demás puedan opinar o decir de mí, sea esto bueno o malo, sino que me defino en
función de Dios. Estoy en las manos de Dios. Trataré de hablar amablemente
siempre que me lo permitan, si no, emplearé LA
SANTA IRA.
En otro pasaje
bíblico Mateo 9, 2, Jesús actúa de otra manera con un enfermo de parálisis. El
texto dice así:
“Después de esto,
Jesús subió a una barca y cruzó al otro lado del lago para llegar al pueblo de
Cafarnaúm, donde vivía. 2 Allí,
algunas personas le llevaron a un hombre acostado en una camilla, pues no podía
caminar. Al ver Jesús que estas personas confiaban en él, le dijo al hombre: «
¡Ánimo, amigo! Te perdono tus pecados.»
En primera instancia
no lo cura, sino que primero le concede el perdón de los pecados. Es evidente
que ve que su parálisis no es puramente física, sino que proviene de una
actitud interior, que es la actitud del pecado. En este caso el pecado de este
hombre no es la trasgresión de algún mandamiento sino la negación de la vida.
Jesús no reprocha al paralítico, sino que le concede el perdón de Dios, lo
libera de la opresión que le ocasiona el sentimiento de culpa.
¿Cuánto hace que
no te confesás? ¿Sabés que el Sacramento de la Reconciliación es
verdaderamente milagroso?
Con esto
Jesús-Dios, demuestra al ser humano que lo acepta tal como es, también con su
negación y su rechazo por la vida. Perdonando sus pecados, le hace experimentar
que tiene derecho a ese amor incondicional y así esa experiencia lo librará de
su parálisis. Los psicólogos conductistas van
a utilizar algunos ejercicios por ejemplo para las personas que no
pueden hablar en público, le harán leer algún pasaje, o hablar de algún tema.
Esto puede ayudar, pero, en última instancia, la curación debe comenzar más
profundamente. Debe calmar el miedo al juicio de los demás, ubicado en lo
profundo del alma humana y esto solamente se logra si somos concientes
del amor incondicional de Dios. El perdón que Jesús concede al paralítico
radica en la aceptación del enfermo tal como es. Jesús no es el médico que
empieza a tratar de solucionar exclusivamente los problemas físicos de la
persona humana sino que como El conoce el alma de los hombres como nadie, se
dirige precisamente en primer lugar a nuestra alma enferma, a nuestra actitud
interior, que conduce a la enfermedad del cuerpo y de la mente.
Una persona solía
transpirar mucho cuando tenía que hablar en público. Decidió tomar el toro por
las astas y salir igual, transpirando, convencido de que eso también es él, es
su manera de ser. Una vez que lo aceptó dejó de ser un problema su
transpiración. Muy rara vez lo molesta. Cuando aparece la mira con afecto y
ésta pierde su poder y ya no lo
paraliza. Así como este ejemplo podríamos tal vez buscar en nuestro interior,
cuál es ese bloqueo o trampa que me he fabricado y cómo tratar con él/ella a
partir de lo que he aprendido hoy.