domingo, 18 de noviembre de 2012

ESTAR CONSIGO MISMO

Nicolás Caballero, cmf
 

 












 Una forma de espacio, aunque elemental, puede ser la llamada relajación, hoy tan trivializada. Asumida desde la fe, es descanso, y un relativo espacio abierto al amor de Dios; un espacio en la propia corporalidad. Un espacio como sagrado:
- preservado:
de influencias negativas exteriores; de miradas que pueden robar­nos el mérito (Mt 6, 6).
- reservado:
para estar consigo mismo (vivir consigo); y para estar con Dios: so­los con El Solo.
¡No es fácil difícil estar consigo mismo! Ni siquiera sabemos quiénes somos, per­didos, como estamos, entre tantos fragmentos de nosotros mismos. Ninguno de esos fragmentos nos dice quiénes somos, ni nos refiere con verdad. Son fragmen­tos que determinan nuestra personalidad pero no refieren nuestra hondura real. Dios busca entre esos 'escombros', la persona que salió de sus manos: original, si­lenciosa, sencilla. Esos fragmentos, de los que solemos vivir, a los que nos afe­rramos, no pueden fundamentar nuestra verdad ni la experiencia humana y reli­giosa de nosotros ni tampoco la de Dios.
Estar consigo mismo
tiene que ser una experiencia de sencillez, de naturalidad, donde la mirada útil para la contemplación, comienza a ser posible cuando deja­mos de estar dependiendo de nuestros fragmentos prehistóricos y abrimos la ven­tana al cielo abierto, a antes de los tiempos.
Estar consigo
será -cuando ocurra- una experiencia sencilla de desestructura­ción y de desinstalación. Podremos sentirnos como algo invertebrado, precisa­mente cuando nos dejamos en Dios, con la paradójica pretensión de no pretender nada: estar sin eficacia - dice Juan de la Cruz. ¡En Dios!, siendo conscientes de es­tar en lo que siempre hemos estado sin vivirlo de verdad (Hch 17,28). Ajenos a tan sublime realidad, hemos cambiado el estar en él y el tener una oscura experiencia de su presencia, en fe, por esa forma, aparentemente más realista e imaginativa de pensar en Él, de segregar palabras de forma imparab1e. Podríamos fundar una cá­tedra con palabras, pero sólo nos realiza la sencilla postura sentados a los pies de Dios: sin eficacia, sin la pretensión de querer aferrarlo con nuestras manos. ¡Es li­bre como el aire; se escaparía! ¿Tendremos que volver a ser evangelizados los que creemos saber tantas cosas de Dios? Todo esto requiere catequesis y, sobre todo, humildad. No es fácil aprender el modo de ver de los sencillos ... Nos hemos vuel­to complicados ... ¡Difícil ser uno mismo! La oración es el camino ... y el no sa­ber ...

viernes, 9 de noviembre de 2012

TEMORES


Temía estar solo, hasta que aprendí a quererme a mí mismo.

Temía fracasar, hasta que me di cuenta que únicamente fracaso cuando no lo intento.

Temía lo que la gente opinara de mí, hasta que me di cuenta que de todos modos opinan.

Temía me rechazaran, hasta que entendí que debía tener fe en mi mismo.

Temía al dolor, hasta que aprendí que éste es necesario para crecer.

Temía a la verdad, hasta que descubrí la fealdad de las mentiras.

Temía a la muerte, hasta que aprendí que no es el final, sino más bien el comienzo.

Temía al odio, hasta que me di cuenta que no es otra cosa más que ignorancia.

Temía al ridículo, hasta que aprendí a reírme de mí mismo.

Temía hacerme viejo, hasta que comprendí que ganaba sabiduría día a día

Temía al pasado, hasta que comprendí que es sólo mi proyección mental y ya no puede herirme más.

Temía a la oscuridad, hasta que vi la belleza de la luz de una estrella.

Temía al cambio, hasta que vi que aún la mariposa más hermosa necesitaba pasar por una metamorfosis antes de volar.

Hagamos que nuestras vidas cada día tengan mas vida y si nos sentimos desfallecer no olvidemos que al final siempre hay algo más.
 
Hay que vivir ligero porque el tiempo de morir está fijado.
 
 
Ernest Hemingway 

martes, 6 de noviembre de 2012

La oración

Fuente: Duc in Altum - Juan Pablo II

32. Para esta pedagogía de la santidad es necesario un cristianismo que se distinga ante todo en el arte de la oración. El Año jubilar ha sido un año de oración personal y comunitaria más intensa. Pero sabemos bien que rezar tampoco es algo que pueda darse por supuesto. Es preciso aprender a orar, como aprendiendo de nuevo este arte de los labios mismos del divino Maestro, como los primeros discípulos: « Señor, enséñanos a orar » (Lc 11,1). En la plegaria se desarrolla ese diálogo con Cristo que nos convierte en sus íntimos: « Permaneced en mí, como yo en vosotros » (Jn 15,4). Esta reciprocidad es el fundamento mismo, el alma de la vida cristiana y una condición para toda vida pastoral auténtica. Realizada en nosotros por el Espíritu Santo, nos abre, por Cristo y en Cristo, a la contemplación del rostro del Padre. Aprender esta lógica trinitaria de la oración cristiana, viviéndola plenamente ante todo en la liturgia, cumbre y fuente de la vida eclesial,17 pero también de la experiencia personal, es el secreto de un cristianismo realmente vital, que no tiene motivos para temer el futuro, porque vuelve continuamente a las fuentes y se regenera en ellas.
 
¿No es acaso un « signo de los tiempos » el que hoy, a pesar de los vastos procesos de secularización, se detecte una difusa exigencia de espiritualidad, que en gran parte se manifiesta precisamente en una renovada necesidad de orar? También las otras religiones, ya presentes extensamente en los territorios de antigua cristianización, ofrecen sus propias respuestas a esta necesidad, y lo hacen a veces de manera atractiva. Nosotros, que tenemos la gracia de creer en Cristo, revelador del Padre y Salvador del mundo, debemos enseñar a qué grado de interiorización nos puede llevar la relación con él.
 
La gran tradición mística de la Iglesia, tanto en Oriente como en Occidente, puede enseñar mucho a este respecto. Muestra cómo la oración puede avanzar, como verdadero y propio diálogo de amor, hasta hacer que la persona humana sea poseída totalmente por el divino Amado, sensible al impulso del Espíritu y abandonada filialmente en el corazón del Padre. Entonces se realiza la experiencia viva de la promesa de Cristo: « El que me ame, será amado de mi Padre; y yo le amaré y me manifestaré a él » (Jn 14,21). Se trata de un camino sostenido enteramente por la gracia, el cual, sin embargo, requiere un intenso compromiso espiritual que encuentra también dolorosas purificaciones (la « noche oscura »), pero que llega, de tantas formas posibles, al indecible gozo vivido por los místicos como « unión esponsal ». ¿Cómo no recordar aquí, entre tantos testimonios espléndidos, la doctrina de san Juan de la Cruz y de santa Teresa de Jesús?
 
Sí, queridos hermanos y hermanas, nuestras comunidades cristianas tienen que llegar a ser auténticas « escuelas de oración », donde el encuentro con Cristo no se exprese solamente en petición de ayuda, sino también en acción de gracias, alabanza, adoración, contemplación, escucha y viveza de afecto hasta el « arrebato del corazón. Una oración intensa, pues, que sin embargo no aparta del compromiso en la historia: abriendo el corazón al amor de Dios, lo abre también al amor de los hermanos, y nos hace capaces de construir la historia según el designio de Dios.18

 

sábado, 3 de noviembre de 2012

El Cristo Interior

 
 
            Moment of Christ - The Path of Meditation
          John Main,OSB




“Y a ustedes, ¿quién les va a hacer daño si se esfuerzan por hacer el bien?  Dichosos si sufren por causa de la justicia!  No teman lo que ellos temen, ni se dejen asustar.  Más bien honren en su corazón a Cristo como Señor.  Estén siempre preparados para responder a todo el que les pida razón de la esperanza que hay en ustedes”      
(1 Pedro 3:13-15)

´Honren en su corazón a Cristo...´  El mundo en que vivimos pasa. Todos lo sabemos, los reinados suben, tienen períodos de poder y luego se caen.  Y la lección de la historia es que cuando se caen, se caen muy rápido.  La sabiduría, en este caso, es tener la habilidad de identificar lo que dura, comprender lo que perdura y lo que es verdaderamente importante.  Las primeras comunidades Cristianas comprendieron muy claramente que cada uno de nosotros poseemos, y lo poseemos en este momento, en esta vida, un principio eterno, algo en nuestro corazón que perdura para toda la eternidad – Nuestro Señor Jesucristo.  Por eso debemos “honrar a Cristo en nuestro corazón”.

Para poder vivir nuestras vidas bien no debemos deprimirnos al ver que el mundo pasa, que las civilizaciones se caen.  No debemos molestarnos cuando vemos que en el mundo hay un gran caos.  Todos lo sabemos – hay mucha confusión.  Hay mucha gente confusa y también podemos ver que también en nuestras vidas tenemos períodos de confusión y de caos.  Pero el reto que cada uno tenemos, y que cada ser humano debe finalmente enfrentar, es el poder encontrar en el mundo real, en este mundo caótico y que pasa, la paz verdadera, el orden y la armonía adecuada y que permitirá dar sentido a las voces que compiten por nuestra atención. 

De nuevo, las primeras comunidades Cristianas veían esto con mucha claridad, pues lo sabían por
su propia experiencia que Jesús mismo es el camino al orden, a la armonía y a la paz.  Ellos sabían que El es el camino que nos lleva a la armonía resonante de la misma Trinidad, al orden, al supremo orden que está basado en el amor del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.

El camino de la meditación no es un camino de escape.  Sobre todo, no es un camino a la ilusión.  No estamos tratando de escaparnos de un mundo con fines desordenados o principios caóticos ni tampoco estamos tratando de construir un mundo alternativo de ilusiones de nosotros mismos.  Lo que Jesús nos promete es que si nos afianzamos en El, en reverencia en nuestro corazón, si creemos en El y en Aquel que lo envió, entonces todo el caos y la confusión del mundo dejan de tener poder sobre nosotros.  Las tensiones, las cadenas, los retos, están ahí pero sin que puedan destruirnos, pues hemos encontrado la roca que es Cristo.  Esta es la tarea real.  Este es el reto real que cada uno de nosotros debemos de enfrentar para entrar a la realidad de Cristo, la roca en la que debemos construir nuestras vidas, con la absoluta seguridad de que El nos ama con nuestros errores, con nuestros cambios de corazón y de mente y en todo momento de nuestras vidas, hasta el último momento de nuestra vida, porque El es el Amor supremo.

Es por eso que San Pedro nos dice qué importante es honrar a Cristo en nuestro corazón. Arraigados en El, entonces nos arraigamos en el principio de la vida, en la misma realidad, y fundados en El, nada tiene poder sobre nosotros, ni siquiera la muerte.  El reto es encontrar el camino hacia El,  encontrando el camino hacia nuestro corazón y que lo podamos honrar desde ahí.  El camino de la meditación es
consecuentemente un camino para aprender a morir a la ilusión, a la irrealidad, y así de esta manera aprendemos a resucitar con Cristo, a resucitar más allá de nosotros mismos y de nuestras limitaciones a la vida eterna.  Es aprender esto ahora, hoy mismo, y dejar de posponer la vida eterna para cuando nos vayamos al cielo.  

El Reino de los Cielos está aquí entre nosotros, y debemos abrirnos a ello porque, como lo dice San Pedro, debemos estar vivos en el Espíritu y estar totalmente vivos en la vida de Dios.  Como Cristianos, no debemos conformarnos con menos. 


Nuestra vida cristiana no es cuestión de solamente pasar por la vida.  Cada palabra del Nuevo Testamento nos dice que es de suprema importancia  vivir nuestras vidas en una continua expansión, expansión del corazón, expansión del Espíritu, creciendo en el amor y arraigándonos cada vez más en Dios.  Cada uno de nosotros debemos entender nuestro potencial, que estamos expandiendo nuestro
universo, por lo que cada uno de nosotros posee el potencial de energía-expansión que es nada menos que infinita.

En la misma carta de San Pedro él nos dice que debemos vivir una vida de orden, fundada en la oración y nos dice además que nos amemos unos a otros con toda nuestra fuerza.  Este es el camino de la meditación – tocar la fuente de la vida, la fuente de la energía y del poder, para que así podamos vivir nuestras vidas en plenitud.  Y lo hacemos honrando al Señor en nuestro corazón.  Mira de nuevo lo que dice San Pedro:

“Y a ustedes, ¿quién les va a hacer daño si se esfuerzan por hacer el bien?  Dichosos si sufren por causa de la justicia!  No teman lo que ellos temen, ni se dejen asustar.  Más bien honren en su corazón a Cristo como Señor....  Por esto también se les predicó el Evangelio aún a los muertos para que, a pesar de haber sido juzgados según criterios humanos en lo que atañe al cuerpo, vivan conforme a Dios en lo que atañe al espíritu...  así que para poder orar bien, manténganse sobrios y con la mente despejada.  Sobre todo, ámense los unos a los otros profundamente, porque el amor cubre multitud de pecados”.  (1 Pedro 3:13-15; 4:6, 7-8)