Hacia fines del siglo XX hemos sido testigos de una oleada
mística caracterizada por el olvido de la historia, la primacía de la
interioridad, el distanciamiento de la Iglesia y la desatención de sus exigencias. Se insiste
en la necesaria consonancia de la mística cristiana con la de otras religiones
y con todos los movimientos de retorno a la interioridad más allá de la religión.
La fe positiva, histórica, sacramental es forzada a comprenderse en las claves
generales de la religión.
El cristianismo es antes que mística, una religión profética
(derivada de una palabra que Dios nos dirige por los profetas y por
Jesucristo el Hijo encarnado). Es una religión histórica
(originada en lugar y tiempos concretos, no en espacios etéreos o en tiempos míticos.
Es una religión fundada por sujetos perfectamente identificables; es una religión
personal
y personalizadora, tanto por lo que se refiere al Dios que ocupa el
centro centrándolo todo, como por lo que se refiere al hombre, sujeto con
rostro único, futuro individual y destino eterno. Estas características son
comunes a las religiones occidentales monoteístas (judaísmo, cristianismo
e Islam), generalmente contrapuestas a las religiones orientales (budismo, hinduismo,
confucionismo).
El cristianismo no es sólo el resultado de una búsqueda,
experiencia o conquista del hombre, sino fruto de una revelación de Dios a la que el
hombre responde con la audición y con esta forma consecuente de oír que es la
obediencia y que referida a Dios llamamos fe.
Las tres cumbres de la mística cristiana en las que se han
unido experiencia, reflexión y palabra, vida interior y acción exterior
fecunda, son San Agustín, Santa Teresa y San Juan de la
Cruz. Pero ellos no han sido los únicos
grandes en la historia de la mística. Ya veremos más adelante, otros máximos
exponentes de esta Gracia de Dios.
Como dijimos más arriba, hoy asistimos a una oleada de
propuestas y de pretensiones, de ofertas y de discursos que poco tienen que ver
con la auténtica mística cristiana. Una
mística que no integre la dimensión profética del cristianismo, precisamente
con la identificación desde el Cristo evangelizador, crucificado y resucitado
por nosotros, no es cristiana.
Existen actualmente movimientos que son una nueva forma de
gnosticismo (http://es.wikipedia.org/wiki/Gnosticismo):
una huída ante el escándalo de la cruz de Cristo, un ocultamiento de nuestra
condición pecadora y de la necesidad de justificación que el hombre tiene.
Algunas personas y grupos católicos sufren una dicotomía, inclinándose unos a una
pura visión histórica centrada en el pasado de los hechos que dieron origen al
cristianismo y otros, dejando en el silencio la historia, la institución y la
sacramentalidad, se centran exclusiva o primordialmente en experiencias
religiosas actuales. De ahí las batallas dadas entre los grupos partidarios del
Jesús
histórico y los partidarios del Cristo interior, reclamando cada uno
de ellos poseer al único verdadero.
Sólo hay legitimidad para hablar de mística cuando ésta
entronca con la historia positiva de Dios en la revelación
que se inicia con Abraham, cuando se remite a la persona de Jesús, cuando nace
y crece en la comunión eclesial, vive abierta en el amor a los demás y se
siente responsable del mundo.
En entradas posteriores seguiremos desarrollando este tema
tan interesante sobre la óptica cristiana de la mística.
Agradezco mucho vuestros e-mails agradeciendo este
esfuerzo de mi parte. Lo hago con mucho placer. No es en absoluto obligatorio
contestar las propuestas de actividades ni participar en ellas. Esto no es un
curso, sino una exposición de temas que nos llevan a entender, dentro del espíritu
de la Iglesia,
de qué estamos hablando cuando decimos mística cristiana y cómo la han vivido
los más grandes exponentes de nuestra riquísima tradición.
Actividad para la semana: Tomemos el siguiente pasaje de
San Gregorio de Nisa:
“Si un caminante a mediodía cuando los rayos de sol caen
ardientes sobre la cabeza, llega a una fuente, de aguas claras y cristalinas,
¿se sentará al lado del agua para comenzar a filosofar sobre su naturaleza, a
investigar de dónde, cómo y por qué cauces ha llegado hasta allí? ¿O dejará
todo esto a un lado y se arrojará de bruces al agua, para poner sobre ella sus
labios, saciar su sed, humedecer su lengua, regalar descanso a su cansancio y
agradecer a aquél que le ha regalado esta gracia? Así se tú semejante a este
sediento.”
¿Qué significa para ti este pasaje? ¿Cómo llega a tu corazón?
¿Qué pretende indicarte?