jueves, 14 de febrero de 2013

VISITA


Surgió imprevistamente la idea de visitar la Abadía Benedictina de Los Toldos, en la Provincia de Buenos Aires. Nos decidimos sin dudar los cuatro amigos y emprendimos el camino en la mañana del 7 de febrero.

Teníamos una necesidad imperiosa de orar y dejar a los pies de San Benito y de la Virgen Negra, nuestras inquietudes para que las transmitieran al Señor de lo Imposible.

Llegamos cerca del mediodía a este lugar santo en el cual Dios nos dio la bienvenida cordial saludándonos con flores y plantas bellísimas a nuestro paso cansado.
El día caluroso presagiaba sin embargo una estadía plena de regalos de la Divina Providencia. Durante el almuerzo nos encontramos con personas encantadoras con quienes compartimos relatos, saludos y exquisita comida.

La sala nos acogió con una suave brisa ingresando libre y fresca por los ventanales bien orientados hacia el parque. En ella tuvimos reuniones en las que quisimos arreglar el mundo, la comunidad y nuestras propias vidas, todo así de prisa, pues estaríamos muy poco tiempo. En seguida nos dimos que cuenta que era el Señor quien nos iba descargando las mochilas pesadas de nuestros hombros: las preocupaciones, los miedos y dolores.

Las celebraciones litúrgicas compartidas con la hermosa comunidad de monjes durante todo el día nos dejaron impregnados del Espíritu Santo que no nos abandonó ni un instante en nuestras charlas, inspirando cada frase, cada idea, cada gesto y cada decisión.

Descansamos plácidamente en las cómodas habitaciones muy bien equipadas para los rigores del clima. La vista desde mi ventana me hablaba de un cielo siempre estrellado que me había desacostumbrado a disfrutar en la ciudad. El silencio nocturno de los pájaros invitaba a la lectura y al descanso profundo y verdaderamente reparador. 




















En la bellísima Capilla, la Eucaristía diaria, los tiempos de silencio y quietud frente al Santísimo Sacramento, el rezo del Santo Rosario a la Virgen Negra y las secretas confidencias de cada momento a San Benito, nos llenaron de alegría pues nuestra hambre fue hartamente saciada.




La visita al Museo, la Librería, la Quesería, el Cementerio, el corral de vacas y los tambos nos hablaban de una labor sencilla pero firme por parte de estos seres de Dios, los monjes, que supieron encontrarse con El en la oración para llevarlo luego a todos sus quehaceres cotidianos. Así cuando comíamos el queso, o leíamos un libro en la Biblioteca, o disfrutábamos el parque cuidadosamente mantenido, nos nutríamos de ese amor puest0 en cada una de esas tareas. 

Las vocaciones monásticas son las columnas orantes que sostienen el mundo en que vivimos. Llegue hasta Ti Señor, mi oración y Acción de Gracias a Ti por cada uno de ellos. Quisiera nombrarlos a todos, pero aún no aprendí sus nombres. Gracias Señor por el Padre Abad Enrique, el Padre Juan Carlos,  el Padre Max, el Padre Roberto, el Padre Pedro, el Padre Mamerto, el Padre Héctor y demás sacerdotes, por los Hermanos, los Novicios, postulantes y aspirantes.

Toda vez que visito uno de estos sitios santos no sólo vuelvo renovada a la ciudad, sino que entiendo un poco más que gracias a la Misericordia de Nuestro Señor, estos seres han dado su vida por El, respondiendo tan generosamente a Su llamado para el bien de todos nosotros.

Gracias a todos. Me encomiendo humildemente a vuestra oración.
 

miércoles, 6 de febrero de 2013

GRACIAS

Queridos amigos:

Quiero dar gracias a todos ustedes por sus comentarios a través del correo electrónico. También pueden dejarlos aquí mismo al final de cada entrada nueva. 

Bienvenidos a todos aquéllos que se han incorporado hace poco como seguidores de este blog que pretende compartirles las enseñanzas de aquéllos grandes experimentados en la oración contemplativa.

Para todos aquellos que leen las entradas y aún no son seguidores, los invito  cordialmente a clickear en "participar en este sitio" aquí a la derecha y seguir las instrucciones correspondientes para figurar así en la lista.

Salgo por unos días y a mi regreso estaré continuando con los escritos correspondientes. Mientras tanto podrán leer también las entradas antiguas.


Un abrazo en Cristo a mis queridos seguidores del mundo entero.  

lunes, 4 de febrero de 2013

El proceso de la contemplación - Thomas Keating




Con anterioridad al Concilio Vaticano II hemos sido víctimas de un sistema de creencias muy nocivo dentro de la Iglesia. Se nos ha infundido una imagen de un Dios tirano, un juez implacable, un policía que siempre nos vigila. La herejía hansenista que considera a la naturaleza humana desesperadamente corrompida ha llevado, dentro de la iglesia, a penitencias extremas en un contexto patológico de sentimientos de culpa, autodestrucción y miedo.



Debemos reconocer esas actitudes infantiles que tenemos hacia Dios y ponerlas a un lado.



Al practicar la oración contemplativa, entramos en conexión con la vida divina dentro de nosotros. La repetición de la palabra sagrada es un gesto de consentimiento a la presencia y a la acción de Dios en nosotros. La amistad con Cristo ha llegado al compromiso, cuando decidimos establecer un programa de oración para la vida diaria destinado a acercarnos más a Cristo y a profundizar en la vida de amor trinitaria. Nos estamos identificando con el misterio pascual (vida, pasión, muerte y resurrección de Cristo) no como algo exterior a nosotros, sino como algo interior. Identificándonos con el crucificado que soportó todas las consecuencias de nuestra alienación personal de Dios, somos curados de nuestras heridas emocionales y de las heridas que hemos infligido en nuestra conciencia. El faso yo cae, dándonos la libertad constante de los hijos de Dios. En virtud de la muerte sacrificial y la resurrección de Cristo, participamos por la gracia, en la divinidad de Cristo.



Uno de los legados permanentes del Concilio Vaticano II fue el llamamiento a volver a los Evangelios y a la teología bíblica como fuentes primarias de la espiritualidad cristiana. La Palabra de Dios en la Escritura y encarnada en Jesucristo es la fuente de la contemplación cristiana. San Gregorio Magno sintetizó esta tradición diciendo: “la contemplación es el conocimiento de Dios que está impregnado de amor”.



La práctica de la oración contemplativa no es un esfuerzo por dejar la mente en blanco, sino por ir más allá del pensamiento discursivo, de las imágenes y de la oración afectiva, hasta el nivel de la comunión con Dios, que es una forma de intercambio más íntima. La meta de la oración contemplativa no es tanto el vacío de pensamientos sino el vaciamiento del falso yo. Se trata de dejar de adherirnos  a nuestra propia actividad. Nuestras reflexiones y actos de voluntad son condiciones preliminares necesarias para familiarizarnos con Cristo, pero tenemos que superarlas si queremos compartir la oración más personal de Cristo al Padre, que se caracteriza por el autovaciamiento total o kenosis tal como se describe en Filipenses 2, 5-10. 

 


La oración contemplativa es entonces la apertura de la mente y el corazón –todo nuestro ser- a Dios más allá de pensamientos, palabras y emociones. Movidos por la gracia de Dios que nos sostiene, abrimos nuestra conciencia a Dios que, como sabemos por la fe, está dentro de nosotros, más íntimo que la respiración, más íntimo que el pensamiento, más íntimo que las elecciones, más íntimo que la propia conciencia. La oración contemplativa es un proceso de transformación interior, una relación iniciada por Dios, y que conduce, si consentimos en ello, a la divina unión.



… continuará en otros posts.