domingo, 15 de julio de 2012

SOBRE EL SOSIEGO Y LA QUIETUD

 

Hace siglos, los Padres del desierto vivían conducidos por este principio de sabiduría: Fuge, tace, quiesce: “Huye, calla y reposa”.

Desde la perspectiva de quiénes queremos vivir la contemplación en medio de la vida diaria, creo que podríamos hacer esta traducción de aquel principio sabio: “Huye de la dispersión, de la superficialidad, sosiégate, serénate, y serás conducido a la quietud del Espíritu”.

Para que el agua del Espíritu que mana dentro de nosotros pueda inundarnos e inundar todo lo que tocamos, necesitamos tener una actitud de sosiego, de serenidad y de quietud, en medio del mundo de relaciones y de acontecimientos en los que vivimos.

No es fácil, pero es posible y es imprescindible, si queremos dejar al Espíritu del Padre hacer su obra en nosotros.

HUYE DE LA DISPERSION, DE LA SUPERFICIALIDAD.
 Los grandes regalos que la civilización actual ofrece al hombre, entrañan una gran dificultad para vivir desde dentro y en reposo profundo.

Hay más posibilidades de moverse, existe un diluvio de información, nos llegan medios de presiones masivas, de estímulos de todo tipo en una sociedad rica, pluralista y libre, nuevas comodidades y objetos de todo tipo.

El uso indiscriminado de estas realidades está haciéndonos personas llenas de estrés; muy dispersas; personas nerviosas que viven fuera de sí, personas superficiales a caballo de la última novedad; personas poco silenciadas que no viven el presente, disfrutándolo; personas evadidas y desarmónicas. En El arte de amar, Erik Fromm escribe: “Nuestra cultura lleva a una forma difusa y descentrada, que casi no registra paralelo en la historia. Se hacen muchas cosas a la vez… Somos consumidores con la boca siempre abierta, ansiosos y dispuestos a tragarlo todo… Esta falta de concentración se manifiesta claramente en nuestra dificultad para estar a solas con nosotros mismos”.

Es tan fuerte esta situación que incluso se percibe en la vida de muchos sacerdotes y en las comunidades religiosas de vida activa, a quienes vemos estresados, sin tiempo para el encuentro personal, atrapados por horas de televisión, sin espacios gratuitos y con un clima de parloteo que, a veces, son para preocupar.

Hemos de ser conscientes de esta situación quienes queremos dejarnos conducir por el Espíritu hacia “el estado del hombre adulto, a la madurez de la plenitud de Cristo” (Ef 4,13). Así superamos positivamente la ambivalencia de la realidad actual en la que debemos vivir.

ES NECESARIO VIVIR DESDE LA PROFUNDIDAD


No es posible que se de en nosotros un nivel de conciencia mística, viviendo en el nivel de conciencia superficial.

Es necesario hacer fondo. Vivir desde lo hondo de nosotros, desde dentro, desde “la sustancia del alma”.

La vida del Espíritu es una sorprendente revelación de nuestra realidad fundamental y del Dios que vive en lo profundo de nosotros. Esto exige del creyente vivir desde su realidad esencial.
Viviendo desde la profundidad, nuestra personalidad se armoniza y cada pieza de nuestro puzzle se va colocando en su sitio y aflorando nuestro rostro original.

Viviendo en ella, nos relacionamos con las personas desde una actitud de veracidad. Es mi yo verdadero quien sale a acoger al otro con quien me relaciono.

Desde la profundidad puedo percibir los acontecimientos en su objetividad y puedo implicarme y comprometerme con ellos en lo que desde mi verdadera realidad puede aportarles.

Desde la profundidad capto las ataduras, las distorsiones que desde mi falso yo están interceptando la relación verdadera con todo cuanto existe. Sitúo bien las tormentas de superficie que se dan en mí.

Por último, sólo desde la profundidad puedo adorar, puedo vivir en comunión con lo que es el Núcleo Esencial de cuanto existe.

SOSIÉGATE, SERÉNATE.


Para poder vivir desde la hondura es necesario no sólo serenar la superficie, sino hacer todo un camino de sosiego que nos introduzca en la quietud del Espíritu.

Comencemos por cuidar el lugar donde vivimos. Muchos de los ruidos y de las tensiones que nos rodean son controlables. En tu casa, en el trabajo, en tu vida de relaciones pueden disminuirse los ruidos para ir construyendo un ambiente sereno relajado, acogedor.

Una habitación ordenada, el detalle de una flor, el modo de caminar, tu manera de relacionarte con quienes vives, un tono de música apropiada, la austeridad en los muebles y los adornos de tu casa… son medios muy eficaces para vivir en un ambiente sereno y sosegado.

Todos tenemos la experiencia de lugares que sólo entrar en ellos nos sosiegan y nos sitúan dentro de nosotros.

Otro paso es el sosiego de la persona.

Soltar las tensiones musculares innecesarias, lograr un tono de relajación corporal que mantenga nuestro cuerpo en armonía. Hay que revisar nuestras costumbres en la comida, equilibrar más la tensión y el descanso, hacer un pequeño tiempo diario de ejercicio corporal…

El cuerpo es la cara del espíritu, es la expresión sensible de la transcendencia, es el templo de la divinidad… y debemos ayudarle para que pueda transparentarla.

Llegamos así al sosiego psicológico.

Esta es la armonía de todas nuestras dificultades. Fruto de ser señores de nuestro ser, de vivir conscientemente cada una de nuestras actividades, de estar aquí y ahora con aquellas dimensiones del ser que ahora necesitamos ejercitar. La serenidad es el fruto de una adecuación del adentro con el afuera, en todo momento.

La serenidad no es posible, además, sino en la medida en que nuestro mundo inconsciente vaya estando aclarado y descongestionado. Miedos, ansiedades, conflictos internos, influjos sutiles… todo debe irse limpiando con la luz, la fuerza y la inteligencia del espíritu.

San Juan de la Cruz nos dirá que para que “el entendimiento esté dispuesto para la divina unión ha de quedar limpio del todo. Un entendimiento íntimamente sosegado y acallado, puesto en fe” (2S. 9,11).

Así llegamos al gran sosiego, a la serenidad fundamental: la serenidad del corazón. Es el silencio de las raíces del ser, de donde nace el desorden radical: “Lo que sale del corazón del hombre es lo que contamina al hombre. Porque de dentro del corazón de los hombres salen las intenciones malas” (Mc 7,20-23). Por eso Tony de Mello ha dicho que el silencio profundo es “la ausencia de egoísmo”.

La persona sosegada del todo es aquélla que vive en la paz del corazón. La que domina sus apetencias, la que ha salido de sí para vivir en el amor al Otro y a los otros, es la persona libre que tiene todo bajo sus pies, es el indiferente positivo de San Ignacio: “Igual muerte que vida, salud que enfermedad, riqueza que pobreza…”, es aquél que ve todo sólo desde el querer de Dios, es el pobre de corazón.

“En esta desnudez halla la persona espiritual su quietud y descanso, porque, no codiciando nada, nada le fatiga hacia arriba y nada le oprime hacia abajo, porque está en el centro de su humildad”, dice San Juan de la Cruz (I S.13,13).

Es este silencio del corazón el que nos capacita para ver a Dios. “Bienaventurados los limpios de corazón porque ellos verán a Dios”. Y nos capacita para ver al hermano desde la verdad, para acogerlo en su realidad, sin proyectar sobre él nuestras ilusiones o nuestras frustraciones, o nuestras tentaciones de dominio. Este sosiego del corazón nos capacita para amar; un amor adulto y un amor teologal. Hace salir de nosotros la actividad verdadera, ese hacer que nos madura y hace crecer el Reino de Dios en la vida humana.

NECESIDAD DE ADIESTRAMIENTO.


Todo este proceso de sosiego y serenidad, impulsado en nosotros por el Espíritu, necesita de nuestra colaboración.

Hace falta todo un nuevo estilo de ascesis que deje crecer en nosotros la armonía y la unidad a la que somos llamados, en medio de un ambiente consumista y burgués en el que nos toca vivir.

Es necesaria una disciplina personal, comunitaria y ambiental.
El Evangelio lo de deja claro: “Buscad primero el Reino de Dios y su justicia y todas las demás cosas se os darán por añadidura. No os preocupéis del mañana; el mañana se preocupará  de sí mismo. Cada día tiene bastante con su propia dificultad” (Mt 6,33-34). “El que no renuncie a todos sus bienes, no puede ser mi discípulo” (Lc 14,33). “Venid a un lugar solitario para descansar un poco” (Mc 6,31). “Si alguno quiere seguir conmigo, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame. Porque quien quiera salvar su vida, la perderá pero quien pierda su vida por mí la encontrará” (Mt 16, 24-25).
Necesitamos, incluso, alguna metodología que nos acompañe durante esta peregrinación hacia el sosiego del corazón, al menos durante las primeras etapas. Las diversas generaciones creyentes han ido ejercitando en su época el método popular adecuado que conducía al sosiego y la serenidad del espíritu.

Hoy también se nos ofrecen viejos y nuevos métodos para el silencio del ser. Cada uno ha de encontrar el que más le ayude.
Urge, también, encontrar el espacio de soledad y el ritmo de soledad que cada uno necesita para crecer. Jesús armonizaba soledad y servicio. A veces de noche, otras de madrugada. A veces marchando a la montaña, otras internándose en el mar o en el huerto de un amigo. A veces, los pequeños momentos oracionales que cada día realizaba como un buen israelita, a veces la fidelidad a los momentos semanales en la sinagoga o las grandes semanas en las que subía a Jerusalén.

La soledad es imprescindible en dimensiones diversas y en equilibrio con la actividad y el tiempo dedicado a las relaciones fraternales. La actividad será  motor de crecimiento en nosotros, si encontramos el ritmo adecuado de soledad y de presencia en la vida.

El abad Moisés dijo al abad Macario: Yo deseo estar en sosiego y serenidad, pero los hermanos no me dejan. El abad Macario, le contestó: Me parece que tú eres de natural tierno y delicado y no eres capaz de deshacerte de un hermano inoportuno. Si realmente buscas el sosiego del corazón, ve al desierto, bien dentro, a Petra; verás cómo allí encontrarás el reposo que buscas. Así lo hizo y consiguió la paz”.

Cada uno según su modo de ser y las circunstancias en las que debe vivir, debe encontrar la medida de soledad que necesita para responder a las exigencias que Dios pone en su corazón.

ASI ENTRARAS EN LA QUIETUD DE ESPIRITU.


El sosiego y la serenidad de toda la persona va introduciéndonos en una activa quietud que en su momento va siendo madurada por el don de la quietud del Espíritu.

La verdadera quietud es intensidad de amor. Es poner en dirección de Dios todas las fuerzas, todas las capacidades, todo el corazón. Es amar si medida a quien nos ama desmesuradamente.
La quietud es como un enraizamiento en Dios; es tenerlo a El como la única tierra en que hemos sido plantados, en la que crecemos y desde la que fructificamos.

Va haciéndose en nosotros en la medida en que estamos tomados por el único necesario. “Marta, Marta, aún estás tomada por muchas preocupaciones y no te das cuenta que sólo una es necesaria. María la ha encontrado y de allí su quietud y su enraizamiento en la tierra auténtica” (Lc 10,41-42).

Esta quietud es contemplación. Así define la contemplación San Juan de la Cruz: “la atención amorosa a Dios en paz interior y quietud y descanso” (2S. 13,4). Y también: “Es una quietud amorosa y sustancial” (2S. 14,4). Y en el mismo capítulo: “Poniéndose la persona delante de Dios, se pone en acto de noticia confusa, pacífica, amorosa y sosegada, en que está  la persona bebiendo sabiduría, amor y sabor” (2S. 14,2).

La quietud es la paz de Dios que exulta en el fondo del corazón.
La quietud no es inactividad. Los místicos han actuado, han hecho lo que tenían que hacer, pero desde ese núcleo sagrado y quieto de quien sólo busca “la honra y gloria de Dios”.

La quietud tampoco es ausencia de sufrimientos: no hay verdadera quietud, sin buena cruz. Pero se puede sufrir mucho y crecer en la quietud. Algunas personas me han dicho: “Estoy sufriendo mucho desde esta situación sin salida, pero hay un núcleo dentro de mí que sigue inalterable, en total paz”.

Cuando este don de la quietud va asentándose en la persona de Dios, este mismo don va siendo el único Maestro, el guía espiritual del ser humano. Ya no necesita otros medios y maestros que le conduzcan en su clara oscuridad.

“En soledad vivía
y en soledad ha puesto ya su nido,
y en soledad la guía
a solas su querido,

también en soledad de amor herido” (Canción 35)



Es la sabiduría de Dios, la única sabiduría del que vive en esta quietud: “Sabiduría de Dios, secreta o escondida, en la cual, sin ruido de palabras y sin ayuda de algún sentido corporal ni espiritual, como en silencio y quietud, a oscuras de todo lo sensitivo y natural, ensaña Dios ocultísima y secretísimamente a la persona sin ella saber cómo; lo cual algunos llaman “entender no entendiendo“. (Canción 39,12).

En el punto final de este largo camino del sosiego y la serenidad, “Hay personas que con sosiego y quietud van aprovechando mucho” (S. Prólogo, 7).

Aventura maravillosa la que hemos descrito. Aventura esencial que va a lograr en nosotros la integración de toda nuestra persona, la fecundidad en su quehacer y el crecer sin cesar en esa tierra teologal del único Dios.

Mi amado, las montañas,
los valles solitarios, nemorosos,
las ínsulas extrañas,
los ríos sonorosos,
el silbo de los aires amorosos;
la noche sosegada,

en par de los levantes de la aurora,

la música callada,

la soledad sonora,

la cena que recrea y enamora.
(Cántico Espiritual, 14,15)

jueves, 12 de julio de 2012

UN EJEMPLO DE DIALOGO INTERRELIGIOSO NOS DA EL MAESTRO DANIEL BARENBOIM

Tras concierto en su honor
El Papa: "Busquen la paz con la armonía del diálogo evitando siempre la violencia".

El Papa: Busquen la paz con la armonía del diálogo evitando siempre la violencia

VATICANO, 12 Jul. 12 / 10:25 am El Papa, hizo un especial llamado a buscar la paz en el mundo entero a través de la armonía del diálogo y evitando siempre el recurso a la violencia y las armas. 
 
Así lo señaló ayer por la noche en su discurso luego del concierto en su honor por el día de San Benito ofrecido por el maestro Daniel Barenboim y los músicos de la West-Eastern Divan Orchestra, realizado en el palacio apostólico de Castelgandolfo.
 
El Papa reflexionó sobre el mensaje de la música, concretamente cuando es un grupo de personas el que toca: "pueden imaginar cuánto me alegra acoger a una orquesta cómo esta, que ha nacido de la convicción o, mejor todavía de la experiencia de que la música une a las personas, por encima de cualquier división porque la música es la armonía de las diferencias", indicó.
 
"De la multiplicidad de timbres de los diversos instrumentos puede nacer una sinfonía. ¡Pero esto no sucede mágica ni automáticamente! Se realiza sobre todo gracias al esfuerzo del director y de cada músico. Un esfuerzo paciente, fatigoso, que exige tiempo y sacrificio, en el esfuerzo de escucharse mutuamente, evitando excesivo protagonismo y privilegiando el éxito del conjunto".
 
El Papa dijo luego que "mientras expreso estos pensamientos, la mente contempla la gran sinfonía de la paz entre los pueblos a la que todavía no hemos llegado. Mi generación, como la de los padres del Maestro Barenboim ha vivido la tragedia de la Segunda Guerra Mundial y de la Shoah".
 
"Y es muy significativo que el maestro, luego de haber logrado las metas más altas para un músico, haya puesto en marcha un proyecto como el de la West-Eastern Divan Orchestra: un grupo en el que tocan músicos israelíes, palestinos y de otros países árabes; personas de religión judía, musulmana y cristiana". 
 
Tras resaltar la excelencia profesional de los músicos que ejecutaron las sinfonías quinta y sexta de Ludwig van Beethoven, el Santo Padre dijo que ambas tienen un significado muy interesante ya que expresan dos aspectos de la vida: "El drama y la paz; la lucha del hombre contra el destino adverso y su inmersión serena en el ambiente bucólico. Beethoven trabajó en estas dos obras casi contemporáneamente. Tanto así es verdad que ambas fueron ejecutadas por primera vez juntas –como esta noche– en el memorable concierto del 22 de diciembre de 1808 en Viena".
 
El Papa dijo luego que el mensaje de estas piezas "en nuestros días es que para lograr la paz es necesario comprometerse, dejando de lado la violencia y las armas, comprometerse en la conversión personal y comunitaria, con el diálogo y la búsqueda paciente de posibles acuerdos".
 
"A cada uno de vosotros os deseo
que sigáis sembrando en el mundo la esperanza de la paz a través del lenguaje universal de la música", concluyó.

martes, 10 de julio de 2012

PARA BUSCADORES SOLITARIOS DE DIOS


Algunos consejos a la hora de usar una imagen

 
Una imagen es una obra de arte destinada a propiciar la oración y la contemplación. No es por lo tanto un objeto de decoración o de adorno.
Ha sido creada para ayudar a los creyentes en la plegaria individual, familiar o de pequeños grupos.
Mantenla oculta siempre que no estés en oración y evita que lo profanen miradas de otras personas o las tuyas propias cuando no estás orando.
No es un objeto para enseñarlo a las amistades ni una decoración exótica para la casa.
Es una evocación de lo Sagrado a través de una imagen.
Antes de elegir un icono, una imagen o una figura, mira bien si realmente evoca en ti lo Sagrado. No tengas prisa en elegir. Tómate todo el tiempo que haga falta.
Un icono, una figura, una imagen, un templo o cualquier lugar de oración no es imprescindible; afortunadamente Dios está en todas partes; pero lo que tienes que ver es si tú lo ves en todas partes. Si es así, no te hace falta ningún elemento externo de ayuda, pero tienes que ser muy sincero y si no es así, y resulta que una imagen, un icono, determinadas iglesias o cualquier otro elemento te ayuda a evocar la presencia de lo Sagrado, entonces es bueno y sabio el que lo utilices.

Algunos consejos sobre la oración

En la oración no se trata de pedir cosas a Aquel que todo conoce. La oración no es para decirle a Dios lo que quieres sino para escuchar lo que Él quiere para ti y que no es otra cosa que compartir lo que Él es: Tranquilidad profunda, Beatitud, Paz, Bondad, Belleza, Amor …
No se trata de pedir cosas sino de comprender que no necesitas nada más que la presencia de Dios y descansar en esa morada llena de sus cualidades.
Antes de orar debes de comprender que detrás de todos tus deseos de objetos o de situaciones del mundo, solo hay un deseo: la paz profunda. Y ese deseo último que tanto anhelas y que proyectas en los objetos y situaciones del mundo solo lo puedes obtener en la interioridad. La tranquilidad y la plenitud solo están en tu espíritu, que es el espíritu de Dios.
Una persona se pone a orar cuando ha comprendido claramente la futilidad y la relatividad de todos los objetivos convencionales humanos que, aún teniendo su importancia relativa, no pueden darle la paz profunda, la plenitud que todo ser humano anhela con nostalgia. Es comprendiendo claramente esto, bien sea por la propia inteligencia, o movido por las constantes dificultades de la vida, cuando uno se acerca a la Paz, la Belleza, la Bondad, la Plenitud y la Alegría que proporciona el contacto con lo Absoluto y con lo Sagrado a través de la oración en su calidad más contemplativa.
Sumergirse en el “acto orante” es el síntoma más claro de que se ha llegado al discernimiento (entre lo verdadero y lo falso), al desapego (de las cosas del mundo), a la sumisión (a la presencia de Dios), a la humildad (respecto a nuestra capacidad humana), a la sabiduría (habiendo comprendido donde está la plenitud y el gozo verdaderos), a la caridad (al abrazar en nuestra oración a toda la creación), y a todas las demás virtudes… Todas las virtudes están contenidas en la oración.
Orar es un acto simple de colocación ante la presencia de lo Sagrado.
No te compliques con rituales ni con palabrería o con lecturas excesivas. Orar es muy sencillo, no hace falta que te leas todos los libros que hay sobre el tema. Se trata de orar, no de leer sobre ello. Vale más un minuto de presencia en lo Sagrado que un año de lecturas sobre la oración.
El rato de oración es un paréntesis de tranquilidad en tu vida. Nunca tengas prisa. La prisa, la ansiedad, la complicación y la dispersión son los mayores enemigos del espíritu. Mantenlos a raya cueste lo que cueste. Nunca te dejes llevar por ellos. Mantente todo el tiempo que haga falta hasta que reconozcas la presencia de lo Sagrado. Esto puede llevarte desde unos pocos minutos hasta horas. Ten paciencia y espera.
Evita hacerlo de manera mecánica y rutinaria; hazlo, no por obligación, sino por devoción. Eso te coloca en una actitud y en una atmósfera totalmente diferentes.
El pensamiento racional puede llegar a ser un gran enemigo del espíritu. No pienses, razones ni elucubres sobre lo que haces. Simplemente hazlo; simplemente reza. Entra en esa atmósfera, no pienses sobre ella. El pensamiento no entiende esos estados y antes, durante o después de la oración, pondrá todo tipo de impedimentos y de razonamientos haciéndote ver lo absurdo de la práctica. El pensamiento empleará todo tipo de argumentos de lo más convincentes e ingeniosos. ¡No hagas caso al pensamiento! Diga lo que diga la mente, tú continúa con tu práctica de oración.
Ten en cuenta que esto te sucederá, incluso, después de muchos años de práctica y de frecuentación de esos “lugares del Espíritu”. Muchos son los testimonios de personas de oración y de vida interior que así lo confirman. Nunca hagas caso a esos pensamientos. La mente pensante, hiper desarrollada en las personas actuales, no puede abarcar ciertas moradas y se resiste con todas sus fuerzas poniendo una barrera que debemos vencer con perseverancia e inspiración.
* * *
Enciende una vela delante del Oratorio y siéntate en el suelo, con las piernas cruzadas, sobre los talones o en un banquillo, según prefieras.
Puedes permanecer así desde unos minutos…. hasta el día entero. No hay límite para la adoración. Acuérdate del consejo evangélico de «permanecer en oración constante».
Preferentemente puedes rezar el Santo Rosario o el Ave María, haciéndolo con tranquilidad y dejando que en tu alma se reproduzca la receptividad de la Virgen María ante el anuncio del Ángel.
También puedes emplear una invocación más simple como por ejemplo:

"AMOR PADRE DIOS ¡¡ TE AMO !!"

La repetición se irá uniendo, poco a poco, a la respiración: AMOR al tomar aire, AMOR al expulsarlo.
Puede llegar un momento en el que el aliento en sí, se transforma en oración. El contenido de la palabra se trasvasará al aliento, al cuerpo y al mundo. Entenderás lo que es «ver a Dios en las formas y las formas en Dios».
Si decides usar otra plegaria, mira que sea una sencilla frase o palabra que evoque en ti lo Sagrado y que repetirás con tranquilidad dejándote impregnar por su sabor.
Puedes centrar tu atención en el corazón. Eso enraíza la oración en el cuerpo y despeja a la mente del continuo pensamiento. De esa manera el espíritu se “corporaliza” y el cuerpo se “espiritualiza”. En el corazón vivirá entonces una llama orante permanentemente encendida; como una luz que señala donde hay un “templo vivo de Dios”.
Puedes abrir los ojos de vez en cuando un momento y mirar a la imagen que te inspira, de manera que añadas un impulso más hacia las alturas a través de la visión.
No fuerces la plegaria, ni mucho menos la respiración. Una de las claves fundamentales de la oración está en aprender la manera en que la plegaria “suceda” por sí misma, a su propio ritmo, “se rece” en ti, lo mismo que la respiración “ocurre” sin ningún esfuerzo.
Los momentos más propicios para la oración son el amanecer y el anochecer (los tradicionales momentos de Laudes y Vísperas), pero puedes hacerlo en cualquier otro momento del día o de la noche.
Con el tiempo la oración se irá haciendo continua en tu vida, tanto la «Oración Verbal» cuando sea posible, como la «Presencia en el Sabor de lo Sagrado» que se mantendrá como plano de fondo a lo largo de todo el día.
Sobre ese sagrado “lienzo de fondo” verás que se van dibujando las situaciones, los movimientos, las conversaciones, el trabajo etc… Toda tu vida quedará cubierta por el manto de tranquilidad de lo Sagrado e iluminada por la “dorada luz del Tabor”; un gran manto de tranquilidad, lucidez, comprensión y gracia que irá abarcando las situaciones, los paisajes, las personas en cada momento de tu vida.
También con el tiempo esa invocación, ese sabor o esa luz, se mantendrán por la noche durante los sueños.
Si sois una familia, acostumbraros a orar juntos al atardecer o antes de dormir. ¡Apaga la televisión y enciende el Oratorio… tu alma te lo agradecerá!
A los niños les resulta muy fácil la oración siempre y cuando no se les complique con palabrerías inútiles o con doctrinas que no llegan a comprender. Enséñales a orar con el Padre Nuestro o con una invocación simple. Ya tendrán tiempo para doctrina y teología más adelante. Los niños captan magníficamente el “sabor” de lo Sagrado y les deja un recuerdo indeleble en sus almas. Valen más unos minutos de oración contemplativa todas las noches; viendo además el ejemplo de sus padres; que todas las explicaciones teóricas que se les pueda dar. Cuando sean mayores te agradecerán las horas pasadas en esa atmósfera sagrada en vez de viendo la televisión. Habrás sembrado una semilla de paz, alegría y plenitud con unas consecuencias que ni siquiera imaginas ahora.
Si en periodos largos de oración sientes molestias en el cuerpo, aprende a moverte muy lenta y armoniosamente. Inclínate hacia delante, hacia los lados o extiéndete hacia atrás. Haz, armoniosa y lentamente, torsiones hacia los lados o cualquier otro movimiento que te alivie las molestias. Aprende a moverte tan suavemente que el movimiento no perturbe el estado de oración. Así el movimiento también será oración e invocación.
De la misma manera que una palabra o una frase pueden invocar y evocar lo sagrado, también un movimiento, un gesto o la evocación visual de una imagen pueden hacerlo. Si sinceramente ese es tu caso hazlo así, pero no lo hagas por estar a la moda o por ser original; mira si eso realmente te sitúa en presencia de lo Sagrado. A fin de cuentas lo que importa es llegar a la presencia de Dios y el vehículo que empleemos para ello será, simplemente, aquel que más nos ayude a ese fin.
Reconocerás la presencia del Espíritu por sus frutos. Ahí donde aparezca una Alegría sin motivo mundano, una Bondad desinteresada, un Amor en estado puro y sin excepciones, una Belleza que todo lo abarca con su manto, una Paz interior y un Agradecimiento independientes de las circunstancias exteriores, ahí estará sin duda el Espíritu.
Cuando aparezca esa Alegría sin objeto, contémplala, quédate mirándola; permanece en esa vivencia durante todo el tiempo que puedas, minutos, horas o días. Cuando aparezca la Bondad, contémplala, quédate impregnándote de esa vivencia; quédate con ella todo el tiempo que puedas. Así con todas las demás cualidades divinas: el Amor, la Libertad, la Misericordia, la Infinitud, el Silencio, la Paz profunda, etc… Conforme vayan apareciendo en la oración, quédate contemplándolas y así irán tomando cada vez más presencia en tu vida.
También reconocerás la presencia de lo Sagrado cuando al intentar describir la vivencia aparezcan las paradojas. Expresiones como: una “vacuidad plena”, una “plenitud sutil”, un “silencio sonoro”, una “densidad ligera”, una “soledad acompañada”, etc. denotan que se ha visitado ese lugar donde mora el Espíritu.
A veces también lo puedes reconocer por algunos cambios físicos: notarás un cambio en la respiración que tomará una calidad “diferente”, más profunda o más intensa o más lenta, según el momento o las personas. Puedes notar también algunos cambios en la calidad de la mirada, o en la relajación de la columna o de los plexos nerviosos. Pero todos estos cambios, si es que ocurren, ocurrirán de manera espontánea y como consecuencia de la profundización, no puedes forzarlos ni fingirlos desde afuera.
De la oración contemplativa al silencio contemplativo solo hay un paso. No fuerces el silencio; llegará de forma natural cuando el alma quede impregnada del Espíritu en una unidad. Entonces, de manera natural, cesará la repetición de la plegaria y te mantendrás en la simple presencia silenciosa. No quieras, por orgullo, llegar a lo más alto y permanece tranquilamente ahí donde Dios te ha puesto y donde puedas sentir su presencia. En estos tiempos es una pena que muchas personas con gran capacidad y vocación de interioridad, por querer llegar directamente al último peldaño de la unión mística…. ni siquiera alcancen el primero de paz interior. El silencio forzado será un silencio “vacuo”, desprovisto de gracia, y que no tiene ningún sentido espiritual. Con frecuencia, incluso, se convierte en algo angustioso. Eso en vez de acercarte al Cielo, te deja a las puertas del Infierno. El silencio en sí mismo no es el objetivo, sino la presencia de Dios. La presencia de Dios viene acompañada de silencio, pero el silencio no siempre es acompañado por la presencia de Dios.
La palabra caerá como una fruta madura cuando aparezca lo que ella invoca. Entonces reposa y descansa en ese Santo Silencio, en esa Santa Presencia. Cuando veas que ese perfume desaparece, cuando veas que vuelve la inquietud o la sequedad, entonces vuelve a la palabra hasta que el fuego se avive de nuevo. Una y mil veces.
Por otra parte no debes forzar la oración verbal, la palabra, cuando veas que el silencio te ha tomado o esté llamando a tu puerta. En esos momentos, incluso la palabra que te elevaba puede convertirse en un estorbo y hacerte descender de esa «ligereza plena». No tengas miedo al silencio. La simple presencia, o el simple aliento son oración cuando están impregnados de Gracia.
Si tienes la bendición de encontrar un maestro de oración aprende de él, será una gran suerte. Desgraciadamente en los tiempos que corren, esto es cada vez más difícil por no decir imposible. Esto no debe desanimarte, confía en la inspiración y en la ayuda del Espíritu Santo y haz el camino en soledad. Si no tienes ayuda en la tierra confía en la ayuda del Cielo. La ayuda para el espíritu llega a raudales a las pocas personas que, en este profanado mundo de hoy en día, optan por una orientación interior. Con el tiempo puede que encuentres a algunas pocas personas como tú. Os reconoceréis enseguida.
Aunque estés en soledad, ponte en camino y ora en soledad. El mundo del espíritu ha estado desde siempre lleno de ermitaños y solitarios, y ahora, con el actual descalabro espiritual, sigue estándolo aunque permanezcan ocultos en las ciudades. Si lo puedes hacer en grupo o en familia hazlo así, pero sea cual sea la situación no dejes de meditar, orar y contemplar lo Sagrado.
No puede un ser humano hacer acto más bello que la oración. Sumergirse en el acto orante es sumergirse en la belleza que encierra dicho acto… El abandono y la entrega al acto orante es la mayor belleza que puede acompañar nuestra vida; esa entrega… esa rendición ante lo que nos sobrepasa…
Uno puede optar por cubrir su vida con un manto de belleza o permanecer en la sequedad, el desasosiego, la inquietud, la fealdad o en la amargura. En algún momento de tu vida tendrás que optar por lo uno o por lo otro, más allá de ideologías, argumentaciones y razonamientos de la mente pensante.
Merece la pena apostar por lo primero y que tu paso por este mundo esté acompañado de la Luz, el Calor y la Belleza de lo Sagrado, convirtiéndote así en un foco de irradiación de esas cualidades para tu entorno.
Si tu impulso y tu vocación son fuertes, esa opción se hará de una vez y para siempre. Pero lo más habitual es que esa opción sea un gesto que se renueva cada día o cada momento del día en una apuesta y una decisión constante.
Hay momentos de “sequedad” interior; cuando la “noche oscura”, el desánimo y la aspereza invaden cada célula. En esos momentos lo mejor es poner orden en la vida exterior y mantener un “mínimo” de oración. Pueden bastar tres minutos a la mañana y tres a la noche. Eso no cuesta ningún esfuerzo a pesar de que estemos en plena “noche oscura”. Aunque te parezca poco, eso es mejor que nada. En esos momentos tienes que ser humilde y reconocerte en tu humanidad. No puedes en ese estado ponerte metas muy altas; se como un niño, Dios no te pide nada más allá de tus posibilidades actuales. Comprobarás como tan solo tres avemarías pueden obrar milagros…

Algunos consejos para cuando se hace oración en grupo

Si en algún momento tienes la bendición de encontrar otras personas que, como tú, también practican la oración contemplativa, puede ser positivo el reunirse para orar en común algún día de la semana o quizás en períodos más largos como un fin de semana.
Cuando varias personas se reúnen es necesario un mínimo de estructuración para que la reunión pueda ser espiritualmente productiva y no termine por ser un desorden y una dispersión totalmente antiespiritual. Recuerda que la belleza y el orden son un reflejo y una cualidad de lo Absoluto.
Al tomar cualquier decisión, hasta la más mínima, o hasta la que parezca sin ninguna importancia, no perdáis nunca de vista el objetivo de «estar en presencia de lo Sagrado». Comprobar si aquella decisión realmente es buena para favorecer la presencia de Dios o no.
Hay que ser muy sincero y muy tajante en esto porque de ello depende la eficacia espiritual del grupo.
Tanto en el caminar solitario como cuando se hace en pequeños grupos, es posible y puede ser incluso recomendable la practica del Oficio Divino o la simple salmodia del Salterio como fuente de gracia, de inspiración y, cuando se hace en grupo, como oración compartida. Esto se puede hacer al comienzo del periodo de práctica y sin que llegue a ser la parte predominante, de manera que la mayor parte del tiempo sea de oración interior.
Los salmos se pueden recitar en grupo simplemente con el tono normal de lectura, pero todavía mejor es hacerlo con la entonación gregoriana que es muy sencilla de aprender y practicar, y que además crea una atmósfera mucho más contemplativa.
En reuniones de varios días, y si esto fuera posible, se puede incluir la celebración de la Eucaristía. Hacerlo de la manera más austera. Hacerlo sin prisa. Que no se pierda el sabor interior orante durante la celebración.
De utilizar cánticos, que sean gregorianos, evitando esa clase de músicas emocionales y dulzonas que se acostumbran hoy en día y que no favorecen para nada la elevación espiritual. No confundáis una subida emocional o sentimental, con la ascensión espiritual. Es mejor no emplear cantos antes que emplearlos mal. Si no conocéis la música gregoriana mejor hacerlo con la simple y austera palabra, y con abundantes momentos de silencio…. la mejor de las músicas.
Al estar en grupo es mejor marcar unos periodos de oración que resulten adecuados para el grupo. Alguien se encargará de marcar el tiempo con un toque de campana y si se hace la salmodia, alguien se encargará de dirigirla mínimamente.
Sobre todo nada de complicación y de dispersión. Lo más simple es lo más eficaz. Si a la simple oración se añaden algunos elementos es con el fin de facilitar la presencia del Espíritu, la inspiración, o el funcionamiento grupal, pero no es para nada obligatorio. Si no es necesario añadir nada, tanto mejor; y si se hace, que sea para mejorar la calidad de transparencia interior no para difuminarlo todo con decoraciones o emocionalidades.
El lema de un grupo contemplativo orante debe de ser el tradicional monástico de «Soledad compartida».

de un Ermitaño Anónimo

viernes, 6 de julio de 2012

SAN BASILIO EL GRANDE - Siglo IV d.C.

Recogimiento-interior
(Epístola 11, 2-4)


Si alguien quiere venir en pos de mí, dice el Señor, niéguese a si mismo, tome su cruz y sígame (Mt 16, 24). Para eso hay que procurar que el pensamiento se aquiete. No es posible que los ojos, si se mueven continuamente de un lado para otro, arriba y abajo, vean con claridad los objetos. Sólo cuando se fija la mirada la visión es clara. Del mismo modo, es imposible que la mente de un hombre que se deje llevar por las infinitas preocupaciones de este mundo, contemple clara y establemente la verdad.

Quien no está sujeto por los lazos del matrimonio se ve turbado por ambiciones, impulsos desenfrenados y amores locos; a quien ya tiene sobre sí el vínculo conyugal, no le faltan un tumulto de inquietudes: si no tiene hijos, el anhelo de tenerlos; si los tiene, la preocupación de educarlos, el cuidado de su mujer y de la casa, el gobierno de sus criados, la tensión que los negocios traen consigo, las riñas con los vecinos, los pleitos en los tribunales, los riesgos del comercio, las fatigas de la agricultura. Cada día que alborea trae consigo particulares cuidados para el alma; y cada noche, heredera de las preocupaciones del día, inquieta el ánimo con los mismos pensamientos.

Hay un solo camino para liberarse de estos afanes: aislarse. Pero esta separación no consiste en estar físicamente fuera del mundo, sino en aliviar el ánimo de sus lazos con las cosas corporales, estando desprendido de la patria, de la casa, de las propiedades, de los amigos, de las posesiones, de la vida, de los negocios, de las relaciones sociales, del conocimiento de las ciencias humanas; y preparándose para recibir en el corazón las huellas de la enseñanza divina. Esta preparación se alcanza despojando el corazón de lo que, a causa de un hábito malo y muy enraizado, lo monopoliza. No es posible escribir sobre la cera si no se borran los caracteres precedentes; tampoco se pueden imprimir en el alma las enseñanzas divinas, si antes no desaparecen las costumbres que estaban.

El recogimiento procura grandes ventajas. Adormece nuestras pasiones, y otorga a la razón la posibilidad de desarraigarlas completamente. ¿Cómo se puede vencer a las fieras, sino con la doma? Así la ambición, la ira, el miedo y la ansiedad, pasiones nocivas del alma, cuando se aplacan con la paz privándolas de continuos estímulos, pueden ser derrotadas más fácilmente.

jueves, 5 de julio de 2012

PAN DE VIDA



Autor: P. Mariano de Blas

Se nos da como Pan de vida. Eso es la Eucaristía: Un Dios que se regala como se regala un pedazo de pan. Cristo nos vio, y nos ve, y tal vez nos seguirá viendo con hambre, mucha hambre y sed. Hambre y sed de felicidad, de vida, de paz y de amor. Hambre, también, de cambiar, de ser fiel, de ser distinto. Entonces Él pensó: "Necesitan un pan espiritual, un pan especial, y, si yo me hago ese pan, calmarán su hambre de todo". Y así, Cristo es la vida, y comemos la vida; Cristo es la verdad, la felicidad, la paz, y, al comerlo a Él, comemos la vida, le verdad, la felicidad y la paz.

Tenemos todo en ese pan de la Eucaristía, pero hay que tomarlo con fe. Yo preguntaría a tantos jóvenes y adultos hambrientos, angustiados, desesperanzados, buscadores de la verdad, del amor y de la felicidad: ¿Dónde van a buscar eso que necesitan? ¿Por qué no le dan a Cristo Eucaristía la oportunidad de que realmente sacie su hambre y su sed? Porqué Él nos dijo: "Venid a mí todos los que andáis fatigados y agobiados por la carga, y yo os aliviaré". ¿Creemos, o no creemos en esas palabras de Dios?

Porque, cuando nos sentimos enfermos, vamos al médico; cuando tenemos hambre, vamos a buscar pan; cuando tenemos sed, vamos a buscar agua, y, cuando por dentro en el alma sentimos hambre y sed, ¿a dónde vamos?, ¿a Jesucristo?, ¿a ese pan de la vida?

¿Qué es el Sagrario para ti?, ¿qué sacas de allí?, ¿sacas paz, energía, valor, amor, celo apostólico? Uno podría decir, si ha comulgado el día de hoy, si de veras he recibido ese Pan de Vida ¡qué felicidad, qué fuerza y qué horno de amor!