domingo, 29 de enero de 2023

EL MIEDO A DIOS

Este es un miedo de rancio abolengo que seguramente puede alardear de una antigüedad mayor que la de todos los demás miedos que hemos visto hasta ahora. Desde el hombre de Cro-Magnon que trataba de ganarse, a base de sacrificios y ritos mágicos, a los espíritus que, en su imaginación, presidían la tormenta, la caza y la muerte, hasta el ateo de hoy, atormentado por la ansiedad en su lecho de muerte, las cosas, lamentablemente,  no han cambiado demasiado.

 Dios castigador

Ahora bien, lo triste es que esto suceda en personas creyentes que se supone deberían tener una experiencia de plenitud total cuando se relacionan con Dios.

Lamentablemente, sucede que se nos ha inculcado una concepción irracional de Dios. La mamá que le dice a su hijo “si no te portás bien, Dios te va a castigar o el Niño Jesús se va a entristecer” está justamente sembrando en ese pequeño ser, el germen del miedo a algo que aún no conoce y que de esa forma, lo está empezando a conocer MUY MAL. 

 

Otro concepto erróneo que cometen los creyentes es creer que Dios recompensa a los buenos y castiga a los malos. No existen personas malas ni buenas en su totalidad. Todos tenemos ambas características y a veces nos inclinamos al bien y otras, al mal siempre movidos por el uso de nuestra libertad. No somos títeres de Dios. Nos creó libres para elegir y optar ya sea por una cosa o por la otra. No necesito aclarar que no estamos hablando aquí de aquéllas personas que padecen trastornos mentales. 

Por otra parte también se nos ha cincelado en nuestro corazón y en nuestra mente, la imagen de un Dios legislador que dicta normas a los seres humanos: bien sabemos que sobre todo en el A.T. hay unas 900 y pico de prescripciones que ningún ser humano normal podría cumplir en su totalidad y que los fariseos y escribas (la elite religiosa de la época de Jesús) se ocupaban de machacar y machacar en las pobres personas que asistían a la Sinagoga. Los pobres que no podían ir, porque estaban enfermos o porque no sabían ni leer ni escribir y menos entender, eran considerados marginales, despreciables, y por supuesto CONDENABLES por ese Dios legalista.

 

No olvidemos que han sido los seres humanos quienes han inventado o “creado” esas imágenes o antropomorfismos erróneos de Dios. (¡¡¡Atención debemos entender la Biblia desde Jesucristo!!!) Así, ese Dios legislador lo que espera es que yo cumpla y obedezca una serie de normas so pena del correspondiente castigo cuando no las cumplo. Así nos hemos construido un Dios que nos obliga a amar a los enemigos, a perdonarlos de tal forma que, obrar con justicia y equidad no es sólo mejor sino que se ha transformado en una obligación cuya contravención es castigada.

Trataremos siempre de seguir las huellas de Jesucristo por el camino de la paz y del amor, pero muchas veces no nos saldrá bien. La cuestión es volver a empezar cuantas veces sea necesario.  Tal vez a algunos nos lleve toda la vida. Pero de eso se trata la FIDELIDAD.

A partir del Concilio Vaticano II, la Iglesia destaca que la vida de fe no debe jamás consistir en una ciega obediencia a un sin fin de reglamentaciones.  El Dios de Jesús es un Dios de diálogo, de unidad que acepta las originalidades, es un Dios de vida comunitaria (La Santísima Trinidad nos lo demuestra), es un Dios que respeta al que piensa distinto. El Dios de Jesús SALVA, SANA, REDIME, NOS RESUCITA. Un Dios así, no es un Dios para tenerle miedo, es un DIOS PARA ADORARLO, AMARLO, AGRADECERLE Y ALABARLO TODOS LOS DIAS DE NUESTRA VIDA. ¿LO HACEMOS?

 

Otro grave concepto erróneo es que Dios “nos manda pruebas por amor”. Pues permítanme decirles que yo no creo en ese Dios. Yo no soy y Dios lo sabe, ningún conejo de indias sobre el que Dios experimenta y observa cómo fracaso, cómo me equivoco, cómo sufro, como reviento de ira, como me deshago en depresión, etc. etc. En todo caso, cuando me suceden cosas malas, El está a mi lado y llora conmigo pues está clavado conmigo en esa cruz, en todas mis experiencias de dolor, Jesús está en la cruz conmigo, a mi lado. Precisamente, se hizo hombre para someterse a los límites de nuestra vida en la tierra y por eso Él puede comprender lo que significan nuestras angustias, nuestras rebeldías interiores, nuestros cansancios. Es el compañero de camino que entiende, como nadie, lo que nos pasa. El sabe de verdad lo que se siente, porque al hacerse hombre también asumió la emotividad humana y con esa emotividad vivió la desilusión, la humillación, el dolor físico, el miedo, la angustia cuando la muerte se acerca, etc. PERO HA REDIMIDO TODO ESTO. VINO A LA TIERRA PARA REDIMIRNOS POR DESIGNIO DE DIOS PADRE. Por eso tenemos que tener humildad para entender que su compañía es verdaderamente compasiva. En Hebreos 2,18 Dios nos dice “Por haber experimentado personalmente la prueba y el sufrimiento, él puede ayudar a aquéllos que están sometidos a la misma prueba”.´

Por otra parte, mi experiencia de fe hace que yo vea al mundo con otra mirada pues lo interpreto desde la bondad. El amor deriva de la fe. Si yo creo que algo es bueno, podré verlo bondadoso. Esto no es un mandamiento que nos haya sido impuesto a nosotros por Dios y por lo tanto algo que nos sobre-exige. Al haber yo reconocido que algo es bueno y que es valioso para mí, automáticamente voy a tratarlo bien, voy a aceptarlo, voy a practicarlo, voy a tratar de incorporarlo a mi vida, voy a amarlo y voy a tratarlo bondadosamente. Cuando alabo a Dios, es porque lo he experimentado como bueno y no porque me lo mande la Iglesia. Jesús no nos impuso jamás una cantidad de nuevas prescripciones o mandamientos, sino que nos ha enseñado primero a ver desde una nueva óptica nuestra vida, al mundo y a Dios. Y desde esta nueva óptica que ha predicado con su ejemplo, nace automáticamente una nueva conducta y un nuevo sentimiento de existencia. Jesús nos ha abierto los ojos con su forma de tratar a las personas, con sus palabras, con su vida y con su muerte. Nos regala la fe como una nueva visión, el amor como una nueva conducta y la alabanza como expresión de nuestro nuevo sentimiento hacia la vida.

martes, 10 de enero de 2023

COMO ADQUIRIR CONFIANZA Y FE PARA VENCER NUESTROS MIEDOS

No lo vamos a lograr sencillamente proponiéndonoslo. Pero contamos con los recursos que el Señor nos dejó en herencia:

Ya hablamos del valor de la práctica de los Sacramentos. Sin embargo, la confianza crecerá aún más si me encuentro a menudo con Jesús en la oración contemplativa (silencio y quietud). No podemos persuadirnos a creer, pero todos tenemos la intuición de que esta fé nos puede liberar. 

También a través de la Lectio Divina, cuando oramos las historias  bíblicas de curación, esto también hará crecer nuestra fe. Sólo debemos identificarnos con el enfermo y decirnos “Así estoy yo y este Jesús que está vivo, hoy viene a mi encuentro en la lectura orante de la Biblia, en la lectura de libros espirituales, en la experiencia de los santos, en la enseñanza de los doctores de la Iglesia, en mis momentos de oración contemplativa de silencio y quietud, en la Eucaristía en la que se hace presente en Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad. 

 

¿Voy a Misa? ¿Practico mi fé? ¿Profundizo en el conocimiento de mi fé cristiana? ¿Recurro a los sacramentos? ¿Me confieso a menudo? Debo confesar mi falta de confianza en Dios y mis temores, mi desaliento, mi egoísmo, mi falta de obediencia a los médicos y tantas otras cosas que no consideramos pecado, pero que son muy graves! Son pecados contra Dios, contra su amor, contra su fidelidad, su generosidad. Son pecados contra Su Madre, que dijo “Sí” a todo lo que se le presentó en la vida. Cuando los confesamos SIN JUSTIFICARNOS, Cristo en ese mismo instante por medio del Sacerdote que en ese momento oficia “in persona Christi,” NOS LIBERA Y SANA. ¡Hagamos la prueba!

Tengamos siempre presente que Jesús, sin embargo, confía en nosotros, en mí particularmente:  quiere verme feliz, cree en mí. ¿Lo dejo actuar en mí? ¿Practico la oración en la que me encuentro con El en silencio y quietud? ¿O espero magia de parte de El? Este también es otro pecado contra Dios.

Si yo permito que El me toque y me tome, entonces su fuerza y su vitalidad comenzarán a fluir en mí.

San Juan de la Cruz enseña que el silencio interior es el “lugar” donde el Espíritu Santo unge el alma y sana las más profundas heridas. ¿Lo creo? 

La realidad es lo que es, pero el problema radica en nosotros que no podemos relacionarnos con ella debido a los obstáculos que llevamos dentro. Cuando estos últimos han sido eliminados en su totalidad por la acción del Espíritu Santo en nosotros, la luz de la presencia de Dios iluminará nuestro espíritu en todo momento, así estemos absorbidos por un sinnúmero de actividades y problemas. En lugar de dejarnos apabullar por situaciones externas, el auténtico “Yo”, en íntima unión con Dios, podrá dominarlas.

La invocación del Santo Nombre de Jesús u Oración de Jesús, o la repetición de una palabra sagrada o símplemente el silencio acompasado de nuestra respiración,  es la llave que abre nuestro corazón y nos permite ingresar en lo más profundo de El. Es entonces cuando aflora mi verdadero Yo. Allí, salvo Dios, nadie más tiene acceso. Entonces tengo la sensación de que estoy allí a solas con Dios. Todos mis problemas quedan afuera. Los asuntos que deba tratar hoy, no los trato en el momento en que estoy orando en forma contemplativa pues hasta allí, hasta ese centro, no llegan. Incluso los graves problemas del mundo: el hambre, el cambio climático, la corrupción, el narcotráfico, el terrorismo, las guerras,  son asuntos que no entran en este momento de encuentro con mi Señor que me espera en lo profundo de mi alma. Todo esto me da un sentimiento de libertad. Hay un lugar al que puedo retirarme y nadie más que Dios puede encontrarme allí. Nadie puede ingresar en mis pensamientos y sentimientos y nada ni nadie me preocupa allí: ni mi salud, ni mis familiares, ni mis posesiones etc. etc. ESTOY A SOLAS CON DIOS. ¿Tengo conciencia de lo que esto significa? ¿O creemos en un Dios lejano, insensible, indiferente, frío? Hay un punto en mí que es totalmente intangible para aquello que me inunda diariamente. Notaré grandes cambios en mi vida cotidiana: lo que haga a conciencia me hará bien. Notaré que los problemas que deberé enfrentar ya no me dominarán, no serán una roca en mi corazón o una espada clavada. Sabré tomar distancia entre ellos y yo. Y no pretendo decir con esto que de esta forma estaremos huyendo de los problemas. Esto no se trata de quietismo ni evasión, es ORACION EN SU FORMA MAS PURA. EL NOS DARÁ ESTA GRACIA SI LE DEDICAMOS UN TIEMPO AL SILENCIO Y LA QUIETUD DIARIAMENTE. 

Por supuesto que, por estar fascinado por el lugar del silencio absoluto, existe la tentación de querer quedarme allí en el Tabor. Pero Dios me llama para que salga del Tabor como lo hizo con el profeta Elías que, huyendo, se había escondido en una cueva: “Sal y ponte en el monte ante Yahveh” (1 Re 19, 11). Por las montañas, por el huracán de mi vida cotidiana, por allí pasará Dios. No debo ocultarme en ningún refugio. Pero sólo podré afrontar las tormentas una vez que haya experimentado en la oración, que en mí hay un “lugar” donde la tormenta no me alcanza. Esta vivencia es decisiva para mi vida.  Mi vida ya no me oprime, no me tiene en stress permanente, porque sé guardar una distancia interior, busco morar  en un lugar en el que nadie me persigue, en un lugar en el que puedo ser yo a mis anchas, A SOLAS CON DIOS. AMÉN.