sábado, 6 de octubre de 2018

... Continuación ... La unión con Dios

Reflexiones de un monje contemplativo.
 
Esta unión con Dios que constituye el verdadero fin de la aproximación apofática es una unión con Dios en sus energías y no en su esencia. Si recordamos lo que se ha dicho con respecto al tema de la Trinidad y de la encarnación, es posible distinguir tres clases de unión:
En primer lugar, existe entre las tres Personas de la Trinidad una unión según la esencia: el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo son "uno en esencia". Esta unión no existe entre Dios y los santos. Aunque "deificados", los santos no se convierten en miembros adicionales de la Trinidad. Dios sigue siendo Dios y el ser humano sigue siendo ser humano. La persona humana se convierte en Dios por la GRACIA, pero no se convierte en Dios en esencia. La distinción entre Creador y criatura está atenuada por el amor mutuo, pero no queda abolida. Por cerca que Dios esté de la presencia humana, Dios seguirá siendo siempre "el Absolutamente Otro".


En segundo lugar, existe entre la naturaleza divina y la naturaleza humana de Cristo encarnado una unión "hipostática" o personal. Divinidad y humanidad están tan estrechamente unidas en Cristo que constituyen una única persona, pertenecen a una sola persona.

En la unión mística entre Dios y el alma, hay dos personas y no una sola; digamos, para ser precisos, que hay cuatro personas: una persona humana y las tres Personas divinas de la indivisible Trinidad. Es una relación yo-tú: El "tú" sigue siendo "tú", por próximo a él que esté el "yo". Los santos son sumergidos en el abismo del amor divino, pero no son aniquilados. "Cristificación"  no significa aniquilación.

En la eternidad, Dios es "TODO EN TODOS" (1 Cor 15,28), pero Pedro sigue siendo Pedro, Pablo sigue siendo Pablo y Felipe sigue siendo Felipe. "Cada uno mantiene su propia naturaleza y su identidad, pero todos están llenos del Espíritu" ("Homilías de San Macario").
La unión entre Dios y los seres humanos que él ha creado no es según la esencia, ni según la hipóstasis, sino SEGÚN LA ENERGÍA. Los santos no se convierten en Dios, pero participan en las energías de Dios, es decir que participan en su vida, en su poder, en su gracia y en su gloria. Como ya hemos dicho, las energías no deben ser "objetivadas", consideradas como un intermediario entre Dios y el hombre, ni tampoco como una "cosa", o un don que Dios concede a su creación. Las energías son verdaderamente Dios mismo, no Dios como existe en sí mismo, en su vida interior, sino Dios tal como se comunica él mismo por el amor que viene de él. Quien participa en las energías de Dios encuentra a Dios frente a frente, a través de una unión de amor directa y personal, en la medida en que un ser creado es capaz. Decir que el hombre participa en las energías de Dios pero no en su esencia, equivale a afirmar que entre el hombre y Dios existe una unión, pero no una confusión; literalmente, es afirmar que "la vida de Dios es mía", aún repudiando el panteísmo. Es afirmar la proximidad de Dios proclamando su alteridad.