El filósofo danés Soren Kierkegaard
distinguió el temor de la angustia. El temor, dice, siempre se refiere a algo
determinado, a un peligro concreto: tengo miedo al lobo, a que el avión se
caiga, al examen, etc. En cambio, la angustia no está referida a un objeto. En
ella permanece incierto lo que se percibe como peligro. La definió como un
estado de ánimo indeterminado. Es un sentimiento básico del ser humano
postmoderno. Los filósofos existencialistas como Heidegger, Jaspers, Sartre y
Camus, conciben al “ser en el mundo” del hombre como determinado por la
angustia. Heidegger dirá “la angustia no se angustia frente a algo
intramundano, sino frente al estar-en-el-mundo mismo”. Este sentimiento vuelca
al ser humano sobre sí mismo y lo aísla. “En la angustia uno se siente
desazonado” pues ésta le muestra al ser humano que está en el mundo, pero no en
su casa. Este “no estar en su casa” lleva a la experiencia de desazón del ser,
lo que hoy llamamos angustia existencial. Heidegger se refiere con esto a que
el ser humano se siente extraño en este mundo, se siente alienado. La angustia
lo obligará a tener que descubrir su esencia más interna, “la propiedad de su
ser”. Lo obliga a la libertad de elegirse a sí mismo. En este estado de
angustia es como si el ser estuviera inmerso en la nada. Muchos filósofos
describen la vida del ser humano actual como “ser en la angustia”. Esto es
típico de nuestro tiempo. Nuestra angustia está estrechamente ligada a nuestra
relación con el mundo. Tenemos miedo de perder el mundo y todo lo que nos
vincula a él: bienes materiales, éxito, fama, afecto, aprobación, compañía,
salud, fuerza. Tenemos miedo de nuestra finitud. Sentimos como que nuestro
anhelo de infinito no se puede satisfacer. El mundo no cumple lo que promete:
nos ofrece seguridad y sostén, nos promete recompensa por nuestro servicio y
reconocimiento por lo que hacemos, pero no cumple lo que promete. Todo lo que
vinculamos con el mundo es frágil: nuestro cuerpo es vulnerable, la posesión es
pasajera. No podemos llevarnos nada de esta vida.
Ahora bien, en el Evangelio según San Juan,
encontramos que Jesús también vincula la angustia con el ser en el mundo.
Recordemos el pasaje de Jn 16,33 “Os he dicho estas cosas para que tengáis paz
en mí. En el mundo tendréis que sufrir: pero no teman, yo he vencido al mundo”.
Los gnósticos y muchos seguidores de Cristo se agarraron de este pasaje para huir
del mundo, seguir un camino espiritual, llegar a ser uno con Dios
en la mística pero para escapar de este mundo y de su poder.
El camino que indica el Evangelio para
relacionarse con la angustia es otro: el sendero de la fe debe vincular ambos
polos entre sí: La angustia ligada al ser en el mundo puede derrotarse cuando
la persona aprende a dirigirse al mundo sin angustia por lo cual, al mismo
tiempo, sentirá la libertad interior del mundo y de su poder. Es una
cuestión interior que no depende de lo externo en absoluto.
Tenemos otro filósofo religioso llamado
Eugen Drewermann que relacionó la angustia del ser de la filosofía
existencialista con las cuatro formas básicas de angustia humana. El hombre
vive en este mundo como un ser libre entre los polos de la necesidad y la
posibilidad, de la finitud y la infinitud. El ser humano debe soportar en sí
mismo esta bipolaridad y vincular ambos polos. La angustia
se torna amenazante cuando, al no querer tolerar o atravesar esta tensión, el
hombre coloca toda su energía en un polo y se aferra a él. Las cuatro angustias
básicas tienen relación con estos puntos que marcan el ser en el mundo del ser
humano. Se vinculan con nuestra actitud frente al mundo. Y, finalmente, SOLO
PUEDEN SUPERARSE EN LA FE.
La primera angustia básica es la de la PERSONA COMPULSIVA
. Esta persona gira en torno al polo de la necesidad. Por miedo a
todo lo posible, esta persona se encierra en un mundo de necesidades. En
consecuencia, “todo el sentimiento de vida, todo el pensamiento, toda la
actitud de la existencia están dominados por este axioma: Para estar
autorizado, necesito tener derecho a existir”. La angustia del compulsivo es la
angustia frente a la propia falta de valor. Me siento carente de valor en el
mundo. Por esta razón, debo comprobar mi valor mediante el servicio y el
trabajo. Pero cuanto más me esfuerzo por demostrarlo, tanto más se intensifica
la angustia. Por último, esta angustia sólo puede superarse en la fe, de manera
que, independientemente de todo servicio, experimente el ser aceptado
incondicionalmente por Dios tal como soy.
La segunda angustia básica es la de la PERSONA HISTERICA
que gira en torno al polo de la posibilidad infinita. Es la
angustia frente a la inconsistencia del ser, frente a lo efímero, a la finitud.
Por no tener un sostén firme, porque el mundo y todo lo que es valioso en él
desaparece, debe buscar un sostén exterior. Este puede ser la posesión de cosas
a las que se aferra firmemente o también a una persona. Pero si espera un apoyo
absoluto y una seguridad absoluta de una persona, la sobre-exigirá y por lo tanto
huirán de él y luego se quejará de estar solo y pondrá toda la responsabilidad
en lo exterior, en los demás: el mundo es malo, la gente es egoísta, se
victimiza. En consecuencia no podrá calmar su angustia profundamente arraigada.
Esto sólo PUEDE HACERLO LA FE EN DIOS,
que da sostén. Dios es el fundamento sobre el cual puedo construir mi casa de
vida sin tener miedo a que se derrumbe.
La tercera angustia es la de la PERSONA CON
TENDENCIA DEPRESIVA. Esta persona duda de la eternidad. Es la
angustia frente a la culpa del ser. Por el mero hecho de ser en el mundo, ha
cargado infinita culpa sobre sí mismo. Esta persona les quita a otros el tiempo
y el espacio que necesitan para vivir. Los sofoca. Muchos, sin embargo, tratan
de combatirla agotándose por los demás. Quieren saldar al mismo tiempo su
deuda. Pero cuanto más se esfuerzan entregándose a los demás, tanto más se
sobre-exigen a sí mismos y, en algún momento, explotan. Su angustia por la
culpa los persigue hasta la sobre-exigencia. Los conduce a la desesperación,
que Kierkegaard ha descripto como la forma primitiva de la angustia.
La cuarta angustia es la de la PERSONA
ESQUIZOIDE. Esta persona
siente angustia frente a la proximidad. No puede aceptar el polo de la finitud.
No está en contacto con sus sentimientos y, por lo tanto, actúa en forma fría y
distante. Es el típico personaje que no se involucra con nada ni con nadie en
forma profunda o cercana. Describe lesiones o experiencias suyas dolorosas pero
como si no estuviera involucrado. Por no estar emocionalmente vinculado consigo
mismo, con los demás ni con el mundo, proyecta sus propias fantasías sobre los
demás. Coloca su pensamiento en el lugar de la realidad. Por girar únicamente
en torno a sí mismo, el mundo le resulta ajeno. No se integra, o se integra
hasta ahí. Parece encerrado en un bunker que puede ser su familia, su limitado
círculo de amistades selectas. Sólo la fe puede liberar de la angustia a esta
persona esquizoide al brindarle un sentimiento de hogar y seguridad. “Recién
sobre el fondo de una bondad absoluta detrás de todas las cosas y en ellas, la
persona puede dejar de persistir en su angustia esquizoide frente al mundo” nos
dirá el filósofo de la religión Drewermann.
En el Evangelio según San Juan, se nos
presenta un Jesús que no tiene miedo. Él descansa en Dios. En Dios ha superado
toda la angustia humana. Jesús también atraviesa la Pasión como alguien que se
encuentra por encima de cualquier amenaza humana. El ha encontrado su centro en
Dios. Por esta razón, tampoco un Pilatos puede correrlo de su núcleo. E incluso
los verdugos no pueden hacerle nada. Sólo matar su cuerpo. Pero él entenderá la
muerte horrenda que le causan, como un ir hacia el Padre. Jesús ha superado en
sí mismo la angustia. Y así nos invita a superarla en la fe. Al mirar a Jesús,
puedo relacionarme de otro modo con ella: si estoy angustiado, siempre debo
preguntarme si estoy dependiendo patológicamente del mundo, y por lo tanto, así permito que éste y sus
parámetros me determinen.
EL CAMINO PARA LIBERARSE DE LA ANGUSTIA CONSISTE
EN SOLTARSE DE LA ATADURA DEL
MUNDO, lo cual implica apagar el yo para que de esa forma la persona pueda
liberarse de las cosas y de las influencias extrañas, ya no tendrá temor, ya no
podrá decepcionarse, descansa en Dios, descansa en sí mismo (esto me remite al
Budismo: “si el mundo no me importa, tampoco podrá angustiarme”.Pero esta forma
de superación sólo es útil para las angustias que genera el mundo en mí pues al
apagar el yo, se anula su origen. Pero ¿cómo hacer cuando un ser humano
comienza a sufrir en sí mismo y cuando choca infaliblemente contra el tipo de
angustia que lo hace ser cada vez más yoico porque desciende de su ser persona,
es decir, cuando ya no se trata de la angustia que surge del reflejo del mund0
en el consciente, sino de la propia reflexión de la conciencia?”. Aquí
Drewermann ve a la fe cristiana como la terapia eficaz pues se trata de la
relación con una persona, la persona de Cristo, frente a la cual nosotros
mismos podemos desarrollar nuestro ser persona. Y él cita las famosas palabras
de Martin Buber: “Yo llego a ser yo en el tú”. ¿Vieron
cómo superamos momentos de angustia cuando una persona viene afectuosa a
nuestro encuentro y nos permite ser nosotros mismos? Pero no se trata de una
persona humana a la cual únicamente volveríamos a aferrarnos, sino que se
trata, en definitiva, de la PERSONA DIVINA,
el Tú Divino frente al cual se calma totalmente nuestra angustia por el ser
persona. El único camino para liberarse
de la angustia en general consiste en que el “yo aprenda frente al Yo Absoluto
de Dios a acuñar su propio yo” (similitud con Jung cuando habla del “sí mismo”
y del “Sí Mismo”). Ese encuentro que tengo con Dios que me acepta
incondicionalmente, que no me evalúa ni juzga, sino que me deja valer tal como
soy, es el lugar en el que vislumbro algo del Ser Persona Absoluto de Dios, que
es el fundamento último de mi ser, que en lo profundo de mí toma esa angustia que
tengo por mí mismo. En la persona de Jesucristo, resplandece para
nosotros el Tú de Dios en forma única. Jesús nos transmite una confianza absoluta en la bondad de Dios,
que pudo calmar su angustia profundamente arraigada. Para ello, utilizó
imágenes y símbolos arquetípicos (por ejemplo el Padre Misericordioso, el Buen
Pastor que busca a la oveja perdida dejando a las otras 99) que llegan hasta la
profundidad del inconsciente humano, y de esa forma se calma y se ilumina el
origen de la angustia.
De acuerdo con el Evangelio de Juan, Jesús
superó el mundo. El no se dejó dirigir por los parámetros de éste. Y confió en
Dios, su Padre. Esto lo liberó del poder del mundo. El descubrió el mundo,
desenmascaró sus vacías promesas y vio su existencia terrena en total relación
con su Padre Divino. En la fe participamos de esta superación de la angustia de
Jesús. Allí superamos el mundo. Si bien continuamos en él, ya no somos de él.
Dado que nuestro fundamento más profundo está oculto en Dios, el mundo ya no tiene
poder sobre nosotros. Ya no puede atemorizarnos. En la fe vemos el mundo con
otros ojos. Miramos el fundamento, la esencia de las cosas. Y en todo vemos,
finalmente, a Dios. Por esta razón, estamos en el mundo, pero no dominados por
éste. Si todo está penetrado de Dios, el mundo pierde lo atemorizante.
Entonces, encontramos a Dios en el mundo. La superación de la angustia de
acuerdo con el Evangelio de Juan consiste, por un lado, en la libertad
frente al mundo y, por el otro, en su transformación mediante la fe.
En la fe vemos que el propio Dios ha venido a este mundo a través de
Jesucristo. Y colmado de Dios, éste se convierte en nuestro hogar. Pero el
hogar más profundo en medio del mundo es el sabernos fundados en Dios. Estar en
El nos regala la verdadera libertad frente a nuestra angustia.