jueves, 24 de diciembre de 2015

LA NOSTALGIA DE LA NAVIDAD

 
La Navidad es una fiesta llena de nostalgia. Se canta la paz, pero no sabemos construirla. Nos deseamos felicidad, pero cada vez parece más difícil ser feliz. Nos compramos mutuamente regalos, pero lo que necesitamos es ternura y afecto. Cantamos a un niño Dios, pero en nuestros corazones se apaga la fe. La vida no es como quisiéramos, pero no sabemos hacerla mejor.
No es solo un sentimiento de Navidad. La vida entera está transida de nostalgia. Nada llena enteramente nuestros deseos. No hay riqueza que pueda proporcionar paz total. No hay amor que responda plenamente a los deseos más hondos. No hay profesión que pueda satisfacer del todo nuestras aspiraciones. No es posible ser amados por todos.
La nostalgia puede tener efectos muy positivos. Nos permite descubrir que nuestros deseos van más allá de lo que hoy podemos poseer o disfrutar. Nos ayuda a mantener abierto el horizonte de nuestra existencia a algo más grande y pleno que todo lo que conocemos.
Al mismo tiempo, nos enseña a no pedir a la vida lo que no nos pueda dar, a no esperar de las relaciones lo que no nos pueden proporcionar. La nostalgia no nos deja vivir encadenados solo a este mundo.
Es fácil vivir ahogando el deseo de infinito que late en nuestro ser. Nos encerramos en una coraza que nos hace insensibles a lo que puede haber más allá de lo que vemos y tocamos. La fiesta de la Navidad, vivida desde la nostalgia, crea un clima diferente: estos días se capta mejor la necesidad de hogar y seguridad. A poco que uno entre en contacto con su corazón, intuye que el misterio de Dios es nuestro destino último.
Si uno es creyente, la fe le invita estos días a descubrir ese misterio, no en un país extraño e inaccesible, sino en un niño recién nacido.
 
Así de simple y de increíble. Hemos de acercarnos a Dios como nos acercamos a un niño: de manera suave y sin ruidos; sin discursos solemnes, con palabras sencillas nacidas del corazón. Nos encontramos con Dios cuando le abrimos lo mejor que hay en nosotros.
A pesar del tono frívolo y superficial que se crea en nuestra sociedad, la Navidad puede acercar a Dios. Al menos, si la vivimos con fe sencilla y corazón limpio.

José Antonio Pagola

domingo, 13 de diciembre de 2015

EXHORTACION A LA CONTEMPLACIÓN DE DIOS

El Proslogion (en latín, Proslogio) es una obra del filósofo medieval Anselmo de Canterbury redactada entre 1077 y 1078 a manera de una meditación u oración dirigida a Dios. Su importancia radica en que en ella se expone el llamado argumento ontológico sobre la existencia de Dios. 
CAPÍTULO 1

Exhortación a la contemplación de Dios
¡Oh hombre, lleno de miseria y debilidad!, sal un momento de tus ocupaciones habituales; ensimísmate un instante en tí mismo, lejos del tumulto de tus pensamientos; arroja lejos de tí las preocupaciones agobiadoras, aparta de tí tus trabajosas inquietudes. Busca, a Dios un momento, sí, descansa siquiera un momento en su seno. Entra en el santuario de tu alma, apártate de todo, excepto de Dios y lo que puede ayudarte a alcanzarle; búscale en el silencio de tu soledad. ¡Oh corazón mío! , dí con todas tus fuerzas, dí a Dios: "Busco tu rostro, busco tu rostro, ¡oh Señor! Y ahora, ¡oh Señor, Dios mío! ... Señor, vuelve tus ojos hacia nosotros, escúchanos, ilumínanos, muéstrate a nosotros... Tú nos invitas, ayúdanos. Señor, yo te suplico que la desesperación no reemplace a mis gemidos; que la esperanza me permita respirar. Endulza la pena de mi corazón Señor con tus consuelos. Señor, empujado por la necesidad, he comenzado a buscarte; no permitas, te lo suplico, que yo me retire sin quedar saciado. Me he acercado para apaciguar mi hambre; que no tenga que volverme sin haberla satisfecho. Pobre como soy, imploro tu riqueza y  tu misericordia... Que me sea permitido volver los ojos hacia tu luz desde lejos o del fondo de mi abismo. Enséñame a buscarte, muéstrate al que te busca, porque no puedo buscarte si no me enseñas el camino. No puedo encontrarte si no te haces presente. Yo te buscaré deseándote, te desearé buscándote, te encontraré amándote, te amaré encontrándote".

sábado, 28 de noviembre de 2015

SOLO LA ORACION PUEDE SALVAR AL MUNDO



La Comunidad de Bose (Italia) ha publicado unos fragmentos de los escritos del monje Matta el Meskin, que a partir de 1951 llegó al Monasterio de Siria (Deir el Surian) por motivos de salud y se convirtió en su padre espiritual. Este decálogo de la “experiencia de Dios” es el fruto maduro de una vida entera vivida en intimidad con el Señor y del conocimiento del corazón del ser humano:
1. Ni el bienestar, ni la paz interior, ni la impresión de ser escuchados, ni ningún otro sentimiento pueden igualar la acción secreta del Espíritu Santo sobre la persona y hacerla digna de la vida eterna.
2. La oración es la acción espiritual más fuerte que tiene en sí la propia recompensa inmediata, sin necesidad de una prueba afectiva. La oración no puede tener un objetivo más importante que sí misma: ella es el fin más importante del acto más importante.
3. La oración es apertura a la energía activa de Dios, fuerza invisible, fuerza intangible. Según la promesa de Cristo (Jn 6, 37) el ser humano no puede retirarse de la presencia de Dios sin obtener un cambio esencial, una renovación que no aparecerá como una imprevista explosión, sino más bien como construcción minuciosa y lenta, casi imperceptible.
4. El que persevera delante de Dios y persiste en la confianza en él por medio de la oración, recibirá mucho más de lo que esperaba y mucho más de cuanto habría merecido.
 
5. El que vive en la oración acumula un inmenso tesoro de confianza en Dios. La fuerza y la certeza de este sentimiento superan el orden de lo visible y de lo tangible, porque la persona, en todo su ser, se impregna profundamente de Dios y el ser humano percibe la presencia de Dios con gran certeza, tanto de sentirse más grande y más fuerte de cuanto en verdad es. Adquiere entonces la convicción de otra existencia superior a su vida temporal, pero sin ignorar su propia debilidad, ni olvidando sus propios límites.
6. Este sentimiento de certeza de la presencia de Dios, de su fuerza, produce en la persona una ampliación del campo de percepción de la verdad divina, el desarrollo de la capacidad de discernimiento y de visión. La persona da testimonio entonces al emerger, desde lo profundo de sí misma, de un mundo nuevo, su mundo nuevo amado, el de Jesús, que viene de Dios y no de los sentidos o del yo. Este mundo que el ser humano aprende ya a conocer, según el querer del Espíritu y no de la razón, sin la intervención de la propia voluntad, de sus conocimientos o del esfuerzo humano.
 
7. La oración es aquel acto esencial en el cual Dios mismo, sin que nosotros nos demos cuenta, obra en nosotros el cambio, la renovación y el crecimiento de la persona.
8. El alcance de la oración es inmenso. Va más allá de quien la hace, ésta llega a toda la humanidad. Según la profundidad de la experiencia, su luz puede extenderse para iluminar las generaciones y testimoniar a Dios a los cuatro ángulos del mundo.
9. La violencia de la influencia del mal, de la injusticia, del amor al dinero que somete al mundo, puede ser templada y su aguijón eliminado sólo gracias a estos hombres, a estas mujeres, a estos jóvenes que con su vida y oración dan un sentido nuevo al mundo, una esperanza nueva a la vida. Esta se renueva a la luz de sus testimonios que se irradia por su renuncia a todo y por la consagración de su vida entera a Dios y a la Verdad.
 
Ante el terror y el desconcierto por la amenaza de la destrucción del mundo, no tenemos otra salida hacia la paz, la esperanza y la seguridad si no por la vida de las personas de oración que, por la fuerza divina que les habita, pueden aún crear en nosotros la inefable visión de un mundo que no puede ser destruido por el mal (Cf. MATTA EL MESKIN, L’esperienza di Dio nella preghiera, Ed. Qigajon, Comunità di Bose 2010, 9-16)


miércoles, 25 de noviembre de 2015

P. René Voillaume, Relaciones interpersonales con Dios y vida consagrada.Ed. Paulinas.Madrid, 1972, p.122s




“[…] Nos vemos obligados a decir algo sobre la oración permanente, porque tal estado de unión a Dios es uno de los frutos de la oración prolongada, que habitúa el alma a la continua presencia de Dios.
     Realmente no se trata de hacer esfuerzos desordenados para pensar de continuo en Dios, sino que se trata de un estado tranquilo que permite, dentro de la acción, sentirnos espontáneamente inclinados a un comportamiento en consonancia con el evangelio. Es una especie de presencia de la caridad, con todas las actitudes espirituales beatificadas por Cristo en el sermón de la montaña.
     La imagen de Cristo se halla suficientemente grabada en nosotros para hacernos obrar constantemente de una manera conforme a su espíritu. He aquí una comparación. Cuando alguien nos pregunta nuestro nombre, nosotros lo sabemos sin género de duda; nuestro nombre, está vinculado en cierto modo a la conciencia de nuestra personalidad. Y, sin embargo, no pensamos de continuo en nuestro nombre. Que, no obstante, es una realidad evidente y permanente en nosotros; se identifica con nosotros mismos.
     Pues bien, otro tanto ocurre con nuestro nombre divino, que es nuestra posesión por Jesucristo. Nuestas relaciones con él pueden llegar a ser algo consciente y permanentemente sentido, como una parte de nosotros mismos. Esto nos es connatural, está inscrito en nosotros. De tal suerte, que cuando pensamos en ello tenemos la impresión de no haber perdido nunca de vista la mirada de Dios, de no haber salido jamás de su presencia. El único cambio que se produce en la oración consiste en que entonces pensemos en ello, mientras no lo haciamos antes; pero nada importante ha cambiado, pues se trata de un estado permanente.”

(Nota: la presentación en “párrafos” del post, es obra de la fraternidad.)


viernes, 13 de noviembre de 2015

UN PUNTO DE VISTA MUY INTERESANTE

ACERCA DE LA DIMENSION MONASTICA DEL SER HUMANO
Cuando la persona desarrolla todas sus potencialidades se llega al “arquetipo del maestro” o como aquí vamos a ver, siguiendo a Raimon Pannikar, el “arquetipo del monje”, que en el fondo no es otra cosa que llegar a ser contemplativos, “amigos de Dios”. Dice Pannikar: “Este arquetipo monástico bajo diferentes nombres lo encontramos en la mayoría de las tradiciones humanas. Por eso es bastante comprensible que precisamente quienes han cultivado esta dimensión con más diligencia hayan intentado institucionalizarla. Y ésta es la paradoja: una vez lo monacal es institucionalizado, empieza a ser una especialización y corre el riesgo de ser exclusivo…Las instituciones son necesarias, y cuanto más humana es una necesidad más necesaria es la institución. El matrimonio podría ser un ejemplo y el monasticismo otro. Pero en el momento en que la institución monopoliza los valores que representa, aparece el peligro de la “institucionalización”. Hemos de recuperar la dimensión monástica del hombre como una dimensión constitutiva del ser humano. Si podemos demostrar esto entonces lo monacal no es el monopolio de unos pocos, sino que es una riqueza humana canalizada en diferentes grados de pureza y conciencia por distintas personas. Pero esta riqueza también puede ser frustrada. Cada ser humano tiene una dimensión monástica, y cada uno debe realizarla de forma distinta. El monasticismo en sus formas históricas habría sido pues no sólo un intento de cultivar esta dimensión primordial de una forma particular, sino también un compromiso público a desarrollar, de una forma ejemplar y acorde con el entorno cultural, el núcleo más profundo de nuestra humanidad”.

          Una vez llegados a este punto, Pannikar quiere decirnos lo que él considera que es ‘ser monje’: “El monje al fin y al cabo se convierte en monje no por un proceso de reflexión o por un mero deseo, sino que llega a monje como resultado de un impulso, fruto de una experiencia que eventualmente le conduce a hacer un cambio y, en último análisis, a romper algo en su vida (vivir una conversión) por amor de aquella “cosa” que supera o trasciende todo lo demás. Uno no se hace monje para hacer algo o ni siquiera para alcanzar algo, sino para SER (todo, uno mismo, el ser supremo…). Por monje, entiendo aquella persona que aspira alcanzar el fin último de la vida con todo su ser, renunciando a todo lo que no es necesario para ello, es decir, concentrándose en este único y singular objetivo. Precisamente esta singularidad, o más bien la exclusividad del fin que rehúsa todos los demás fines subordinados, aunque legítimos, distingue al camino monástico de todos los demás caminos espirituales hacia la perfección o salvación… El monje es una figura altamente personal. Por eso la tradición ha considerado al eremita -el idiorrítmico- como el monje perfecto”.

         Y ahora expone con nitidez su hipótesis:

“Mi hipótesis es que lo monacal, es decir, el arquetipo del cual el monje es una expresión, corresponde a una dimensión de lo humano, de modo que todo ser humano tiene potencialmente la posibilidad de realizar esa dimensión. Lo monacal es una dimensión que tiene que ser integrada a otras dimensiones de la vida humana para conseguir lo humano. No sólo de pan vive el hombre. Arquetipo, para mí, representa literalmente un “tipo fundamental”, es decir, un constituyente básico o relativamente permanente de la vida humana. Puede también significar algo que está escondido en la naturaleza humana, porque es causa y efecto de nuestro comportamiento básico y nuestras convicciones”.( Cf. R. PANIKKAR, Elogio de la sencillez, Verbo Divino, Estella (Navarra), 1993)

viernes, 30 de octubre de 2015

¿QUÉ ES LA CONTEMPLACION?



El Padre René Voillaume(1),  define la vida contemplativa como “un conocimiento experimental y sobrenatural de Dios, percibido por connaturalidad de amor; bajo el influjo de los dones del Espíritu Santo” (R. VOILLAUME, Lettres aux Fraternités I, Cerf, Paris 1960, 178). Así, la contemplación sobrenatural, en sí misma, está fuera del alcance directo de la persona y responde a una gracia que sólo Dios puede otorgar. Pero existe, no obstante, todo un conjunto de actos necesarios que nos preparan y encaminan hacia ella, si bien es necesario aclarar que la donación de esta gracia, jamás estará exigida por  preparación alguna, ésta suele ser, sin embargo, su prolongación, y la continuación normal, aunque misteriosamente gratuita, de nuestro encaminamiento hacia Dios. Lo cierto es que, con frecuencia, muchas personas quedan privadas de la gracia de la contemplación, al carecer de la debida preparación para acoger este  don.

La gracia de la contemplación presupone la disposición última de la persona a “abandonar todo aquello que no es de Dios”. Lo cual supone un desasimiento profundo de todo lo creado y, particularmente, de sí mismo. No significa esto que tal muerte esté totalmente en nuestro poder, porque las mismas gracias de contemplación habrán de consumarla en nosotros, al hacer penetrar el fuego acrisolador del amor en aquellas profundidades del alma en las que nada podemos hacer por nosotros mismos. Con todo, ese desasimiento radical, aun cuando no podamos realizarlo de un modo imperfecto, debe ser, al menos, intencionalmente querido y deseado, en la esperanza de que sea consumado por la acción de Dios en nuestras personas (Ibid., 180).
Pero esta muerte por la que la persona va alcanzando la debida disposición, no tiene que entenderse en un sentido  negativo sino que el movimiento de desprendimiento vendrá como fruto de nuestra adhesión a Dios por el amor. Esto implica que la contemplación cristiana es todo lo contrario de un asunto de técnica. La espiritualidad natural, como la de la India, por ejemplo, tiene técnicas bien determinadas. Y como bien dice el matrimonio Maritain (ver nota al pie), este aparato de técnicas es lo primero que impresiona a quien comienza a estudiar la mística comparada. Pues bien, una de las diferencias más obvias entre la mística cristiana y las otras místicas es su prescindencia o  libertad en lo que respecta a la técnica y a todas las recetas y fórmulas. (J. y R. MARITAIN, Liturgie et contemplation, Brujas 1959, 64-65). (2)
 

La meditación, la adoración, el retiro, el silencio son instrumentos al servicio del amor, y conservarán toda su eficacia sólo en la medida en que conduzcan al desarrollo de la caridad. Pues es precisamente en tanto y en cuanto estos instrumentos estén en relación a la caridad,  que podrán disponer a la contemplación. Esto explica que cuando falta la generosidad en las personas, estas prácticas puedan ser ineficaces. Repetimos: cuando falta la generosidad, las observancias, que deberían favorecer el desapego del corazón para su dilatación en el amor, pueden pasar a ser el refugio de una actitud mezquina para con Dios y para con el prójimo. (R. VOILLAUME, Au cœur des masses, Cerf, París, 1950, 183-186).


Yo agrego: “en otras palabras, no estaré buscando a Dios, sino a mí mismo con lo cual erróneamente estaría transitando el camino equivocado del narcisismo espiritual.

Pidamos con fe al Señor, el don de discernir a la luz del Espíritu Santo, todos estos acontecimientos de nuestra alma. ¡No temamos! El siempre responde con amor y delicadeza nuestros requerimientos en pos del crecimiento en la fe, que pasará esencialmente, por el perfeccionamiento en las virtudes y el abandono de los vicios (pecados).


NOTAS: (1) Una breve introducción sobre la persona que escribe este texto. Se trata del Padre René Voillaume.
(17 de Julio de 1905 – 13 de Mayo de 2003)
El día 13 de mayo de 2003 falleció el P. René Voillaume, muy cerca de los 98 años de edad. La vida de Rene Voillaume ha entrado en la historia de la espiritualidad cristiana y religiosa por haber sido el fundador de los Hermanitos de Jesús, de los Hermanitos y Hermanitas del Evangelio, el impulsor de varias asociaciones y movimientos sacerdotales y de laicos, a partir de los escritos e intuiciones de Carlos de Foucauld.
 
Con la Hermanita Magdalena, fundadora de las Hermanitas de Jesús, Rene Voillaume ha transmitido la herencia espiritual de Foucauld, y la ha sabido hacer fecunda en familias religiosas y en animación de vida evangélica que ha generado fidelidades y testimonios realmente asombrosos.


(2) Para ampliar sobre el matrimonio Maritain, visitar este enlace:

domingo, 25 de octubre de 2015

DISCERNIR LOS SIGNOS DE LOS TIEMPOS DESDE EL SILENCIO, LA ORACION Y LA REFLEXION

 

23/10/2015 – “Los tiempos cambian y nosotros los cristianos debemos cambiar continuamente”, con libertad y en la verdad de la fe. Lo afirmó el Papa Francisco en su homilía de la Misa matutina celebrada en la capilla de la Casa de Santa Marta.

El Pontífice reflexionó sobre el discernimiento que la Iglesia debe hacer viendo los “signos de los tiempos”, sin ceder a la comodidad del conformismo, sino dejándose inspirar por la oración.

Los tiempos hacen lo que deben: cambian. Y los cristianos deben hacer lo que quiere Cristo, a saber: evaluar los tiempos y cambiar con ellos, permaneciendo “firmes en la verdad del Evangelio”. Lo que no se admite es el tranquilo conformismo que, de hecho, hace que permanezcamos inmóviles.

Inspirándose en un pasaje de la Carta de San Pablo a los Romanos, el Santo Padre explicó que el Apóstol predica con “mucha fuerza la libertad que nos ha salvado del pecado”. Mientras el Evangelio relata que Jesús habla de los “signos de los tiempos” definiendo hipócritas a quienes saben comprenderlos pero no hacen lo mismo con el tiempo del Hijo del Hombre. Dios nos ha creado libres y “para tener esta libertad  debemos abrirnos a la fuerza del Espíritu y entender bien qué cosa sucede dentro y fuera de nosotros”, usando el “discernimiento”:

“Tenemos esta libertad para juzgar lo que sucede fuera de nosotros. Pero para juzgar debemos conocer bien lo que sucede fuera de nosotros. ¿Y cómo se puede hacer esto? ¿Cómo se puede hacer esto, que la Iglesia llama ‘discernir los signos de los tiempos’? Los tiempos cambian. Es precisamente de la sabiduría cristiana conocer estos cambios, conocer los diversos tiempos y conocer los signos de los tiempos. Lo que significa una cosa y lo que significa otra cosa. Y hacer esto sin miedo, con libertad”.

El Papa Bergoglio reconoció que no es una cosa “fácil”, porque son demasiados los condicionamientos externos que también afectan a los cristianos induciendo a muchos a un más cómodo “no hacer”:

“Este es un trabajo que nosotros no solemos hacer: nos conformamos, nos tranquilizamos con ‘me han dicho, he oído, la gente dice, he leído…’. Así estamos tranquilos… ¿Pero cuál es la verdad? ¿Cuál es el mensaje que el Señor quiere darme con aquel signo de los tiempos? Para entender los signos de los tiempos, ante todo es necesario el silencio: hacer silencio y observar. Y después reflexionar dentro de nosotros. Un ejemplo: ¿por qué hay tantas guerras ahora? ¿Por qué ha sucedido algo? Y rezar… Silencio, reflexión y oración. Sólo así podremos comprender los signos de los tiempos, y qué cosa quiere decirnos Jesús”.

Y comprender los signos de los tiempos no es un trabajo exclusivo de una élite cultural.
 
Jesús – recordó Francisco – no dice “miren cómo hacen los universitarios, miren cómo hacen los doctores, miren cómo hacen los intelectuales…”. Y subrayó que Jesús habla a los campesinos que, “en su sencillez” saben “distinguir el trigo de la cizaña”:

“Los tiempos cambian y nosotros los cristianos debemos cambiar continuamente. Debemos cambiar firmes en la fe en Jesucristo, firmes en la verdad del Evangelio, pero nuestra actitud debe  moverse continuamente según los signos de los tiempos. Somos libres. Somos libres por el don de la libertad que nos ha dado Jesucristo. Pero nuestro trabajo es mirar qué cosa sucede dentro de nosotros, discernir nuestros sentimientos, nuestros pensamientos; y ver qué cosa sucede fuera de nosotros y discernir los signos de los tiempos. Con el silencio, con la reflexión y con la oración ”.

Fuente: Radio Vaticana

lunes, 19 de octubre de 2015

SAN BERNARDO DE CLARAVAL

"¡Tantas veces como me vio derramar lágrimas de angustia y llanto sin fin, El ha derramado sobre las heridas de mi alma el bálsamo de la misericordia y el aceite de Su alegría.
San Bernardo
¡Con qué frecuencia mi oración comenzó a desesperarse pero terminó en la alegría y la esperanza del perdón!
Los que han experimentado esto lo saben: Que el Señor Jesús es verdaderamente el médico que sana los corazones rotos y cura las heridas." 
"El Espíritu del Señor me ha ungido... Me ha enviado para dar la buena nueva a los mansos y sanar a los quebrantados. "(Lc 4, 18)
(Merci cher Dudu)

jueves, 8 de octubre de 2015

ACERCA DE LA FELICIDAD: UN BELLO TEXTO ATRIBUIDO A NUESTRO PAPA FRANCISCO

"Puedes tener defectos, estar ansioso y vivir irritado algunas veces, pero no te olvides que tu vida es la mayor empresa del mundo.  Sólo tu puedes evitar que ella vaya en decadencia.  Hay muchos que te aprecian, admiran y te quieren.
Me gustaría que recordaras que ser feliz, no es tener un cielo sin tempestades, camino sin accidentes, trabajos sin cansancio, relaciones sin decepciones.  Ser feliz es encontrar fuerza en el perdón, esperanza en las batallas, seguridad en el palco del miedo, amor en los desencuentros. Ser feliz no es sólo valorizar la sonrisa, sino también reflexionar sobre la tristeza.

No es apenas conmemorar el éxito, sino aprender lecciones en los fracasos. No es apenas tener alegría con los aplausos, sino tener alegría en el anonimato. Ser feliz es reconocer que vale la pena vivir la vida, a pesar de todos los desafíos, incomprensiones, y períodos de crisis. Ser feliz no es una fatalidad del destino, sino una conquista para quien sabe viajar para adentro de su propio ser. Ser feliz es dejar de ser víctima de los problemas y volverse actor de la propia historia. 

Es atravesar desiertos fuera de sí,  pero ser capaz de encontrar un oásis en lo recóndito de nuestra alma. Es agradecer a Dios cada mañana por el milagro de la vida. Ser feliz es no tener miedo de los propios sentimientos.  Es saber hablar de sí mismo.  Es tener coraje para oír un "no".  Es tener seguridad para recibir una crítica, aunque sea injusta.  Es besar a los hijos, mimar a los padres, tener momentos poéticos con los amigos, aunque ellos nos hieran.  Ser feliz es dejar vivir a la criatura libre, alegre y simple, que vive dentro de cada uno de nosotros.

Es tener madurez para decir 'me equivoqué'. Es tener la osadía para decir 'perdóname'. Es tener sensibilidad para expresar 'te necesito'. Es tener capacidad de decir 'te amo'. Que tu vida se vuelva un jardín de oportunidades para ser feliz... Que en tus primaveras seas amante de la alegría.  Que en tus inviernos seas amigo de la sabiduría. Y que cuando te equivoques en el camino, comiences todo de nuevo. Pues así serás más apasionado por la vida. Y descubrirás que ser feliz no es tener una vida perfecta, sino utilizar las lágrimas para regar la tolerancia, usar las pérdidas para refinar la paciencia, aprovechar las fallas para esculpir la serenidad, utilizar el dolor para compensar el placer, usar los obstáculos para abrir las ventanas de la inteligencia. Jamás desistas.
Jamás desistas de las personas que amas. Jamás desistas de ser feliz, pues la vida es un espectáculo imperdible!"
Papa Francisco

domingo, 4 de octubre de 2015

Teresa de Jesús y las grandes tradiciones místicas

Muy interesante. Como se puede observar, se puede dialogar, pero, si bien hay muchos puntos que nos unen, los caminos son totalmente distintos. Se trata de mantener siempre cada uno su propia identidad. No se trata de invadirnos ni de hacer proselitismo, sino simplemente maravillarnos de cómo Dios hace las cosas, permite la diversidad como desafío para que aprendamos a encontrarnos.
No olviden clickear en las líneas perpendiculares del ícono "música bella" a la derecha y debajo de la foto de Mozart en esta página, para pausar la música de fondo del blog y así poder escuchar claramente este video.


viernes, 25 de septiembre de 2015

CON EL APORTE DE MI AMIGA BERNARDETTE, UN BELLO TEXTO DE THOMAS MERTON

La vida de contemplación en la acción y la pureza de corazón es, pues, una vida de gran sencillez y de libertad interior.
 
Uno no busca en ella nada especial ni pretende ninguna satisfacción en particular, sino que se contenta con lo que es. Hace lo que hay que hacer, y cuanto más concreto sea, mejor, sin preocuparse por los resultados. Se siente satisfecho con tener buenos motivos para llevarlo a cabo y el pensar que puede cometer errores no le produce demasiada ansiedad.
 
De ese modo puede nadar en la viva corriente de la vida y estar constantemente en contacto con Dios, en el anonimato y la cotidianidad del momento presente en su evidente tarea.

En este tipo de momentos, andar por la calle, barrer el suelo, lavar los platos, pasar la azada por la tierra para cuidar las alubias, leer un libro, dar un paseo por el bosque… todo ello puede enriquecerse con la contemplación y con la oscura sensación de la presencia de Dios.
 Esta contemplación es más pura si cabe porque uno no la “observa” para ver si está ahí. Semejante “caminar con Dios” es una de las formas más sencillas y seguras de llevar una vida de oración, y de una de las más infalibles. Nunca atrae la atención de nadie, y menos aún la atención del que la vive. Y uno pronto aprende a no desear ver nada especial en sí mismo. Este es el precio de su libertad.


martes, 22 de septiembre de 2015

HOY PUEDO DECIR QUE TENGO UN CORAZÓN SACERDOTAL, ME PREOCUPA EL DESTINO DE MIS SEMEJANTES

Todo comenzó cuando sentí que mi vida quedaba en suspenso y que, de dar un paso, me precipitaría en el abismo. Pero di ese paso adelante convencido de que aquel abismo, aunque oscuro y peligroso, era Dios. Y caí en él sintiendo, mientras me desplomaba, una felicidad inaudita, casi insoportable.
- Sí, sí, sí -alcancé a decir mientras era absorbido por aquel abismo, hasta que de pronto, sin saber cómo ni por qué, volví a encontrarme arriba, como si nunca hubiera empezado a caer en sus manos divinas y como si todo aquello fuera un sueño del que ahora me despertaba para volver a la normalidad.
La opción por Dios pasa necesariamente por la perdición humana: no podemos llegar a Él sin vaciarnos o renunciar a lo que somos. Ese momento de renuncia, olvido o vaciamiento es muy raro en la vida de los hombres, pero cuando se produce, aunque sea por pocos segundos, se experimenta algo que a falta de otro nombre habrá que llamar milagro.
Mi acceso a Dios no fue un ascenso, como otros lo describen, sino más bien una caída en el abismo de sus manos. Él puso ese abismo ante mí y yo, evitando el pensamiento, di en un segundo el paso decisivo: "Sí, sí, sí". Aún resuenan en mí aquellas tres palabras que dije; y dije "sí", porque aquello que me estaba sucediendo lo deseaba ardientemente.
Desde entonces, aunque luego volviera a la superficie, entre Dios y yo quedó sellada una unión aún superior. Y supe entonces que ningún otro ideal del mundo, por sublime que fuera, satisfaría mi corazón.
Yo he sido llamado por Dios y solo en Él quiero descansar; este es mi deseo más profundo. Me pregunto cómo llegar a esta meta lo mejor y lo antes posible y, mientras tanto, visito a los enfermos y escribo mis libros, predico sobre el silencio y hago meditación. Mi corazón está en ese abismo por el que un día empecé a caer y por el que, según presumo, caeré también en el instante de mi muerte. Meditar es acercarse a ese abismo, convocarlo. Pero el abismo aparece cuando quiere y a nosotros compete tan solo, llegado el momento, dar un solo paso. Uno solo. Es así de sencillo. Toda la vida caminando para poder dar, en el instante cumbre, un solo paso.
Hoy puedo decir que tengo un corazón sacerdotal, pues percibo cómo me preocupa el destino de mis semejantes y cómo les miro y hablo como si fueran hijos que necesitan del cariño, protección y consejo de un padre. Nunca me he sentido padre hasta ahora; me entristece y enfada ver cómo se pierde la gente tomando derroteros equivocados e insensatos. "No lo hagas, por favor", les digo.
Me alegro cuando les va bien y me sonrío con indulgencia cuando veo cómo ponen su esperanza en cosas hermosas, sí, pero que pronto les decepcionarán. Lloro cuando lloran porque se han perdido y no les puedo ayudar. Tengo, por primera vez en casi 25 años de sacerdocio, un corazón auténticamente paternal. Será que me he hecho viejo, me digo, burlándome de mí. Pero no es eso. Es solo que hacen falta décadas para empezar a ser aquello a lo que habíamos sido llamados.
Hoy veo a mis semejantes sentados en los bancos de la Iglesia, o en los asientos del metro, o incluso en la calle, corriendo quién sabe adónde, y tengo ganas de decirles: "Venid a mí los que estáis cansados y agobiados y yo os aliviaré". Así lo pienso, tal cual, como si yo fuera Cristo, sin ningún pudor. ¿Y qué haría si vinieran? ¿Qué hago, de hecho, cuando vienen? Les doy el único nombre que nos puede salvar, el de Cristo. Les digo que repitan esa palabra, solo "Jesucristo", y que esa palabra, sin nada más, les purificará.
Hoy soy un apóstol de la oración del corazón, en eso me he convertido. Y reparto estampas de la Virgen a los enfermos. ¡Yo, que nunca imaginé que repartiría estampas! Y rezo el rosario por las noches, caminando de un lado al otro en la iglesia de la que soy capellán. Me he convertido en un cura de los de antes, pienso. Y sonrío al comprender que hay que vivir tanto para volver al punto en el que fuimos engendrados en el Espíritu.
Un corazón sacerdotal. Solo con escribirlo me emociono como si fuera un niño. Ese corazón mío ha dejado por fin de ser duro y frío y es ahora, por fin, ¡qué tarde, Dios mío!, sencillamente el corazón de un hombre sencillo.

Pablo D'Ors

martes, 15 de septiembre de 2015

PAPA FRANCISCO Y EL TEMA DE LA AMISTAD EN UNA RADIO ARGENTINA

Queridos amigos: Les comparto un programa de radio en el que participa nuestro Santo Padre Francisco. El tema: LA AMISTAD. Recuerden poner pausa a la música de fondo de este blog clickeando en las líneas perpendiculares del ícono "música bella" debajo y a la derecha de esta página. Que lo disfruten!!! Vale la pena escucharlo varias veces. 


viernes, 11 de septiembre de 2015

¿ESTAMOS LLAMADOS TODOS LOS SERES HUMANOS A DESARROLLAR NUESTRA INTELIGENCIA ESPIRITUAL?


 
Más allá de la Inteligencia Racional (IR) y de la Inteligencia Emocional (IE) el ser humano tiene la Inteligencia Espiritual (IES) que es la facultad que nos capacita para relacionarnos con Diosencontrar el sentido de nuestras vidas y responder a nuestra llamada íntima que es la propia vocación. El rechazo a ciertas imágenes de Dios ha llevado a muchas personas a la increencia o a la salida de la institución eclesial, quedando el ser humano a merced de sí mismo y de los valores que le propone la sociedad. Pero la imagen de Dios a la que tenemos que aspirar es la de un ser bondadoso al extremo que nos acompaña y está presente en nuestras vidas en lo más profundo de nuestro ser. Como dice el apóstol Pablo: “¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿Tribulación, o angustia, o persecución, o hambre, o desnudez, o peligro, o espada? ...estoy seguro de que ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni potestades, ni lo presente, ni lo por venir, ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús Señor nuestro” (Romanos 8,35-39). No desarrollar nuestra (IES) es como quedar decapitados en nuestro interior.
Si la (IR) se alimenta con raciocinios, la (IE) con emociones, la (IES) se alimenta del silencioNecesitamos el silencio para entrar en contacto con Dios, mediante la oración, y poder escuchar su voz: “Habla Señor, que tu siervo escucha” (1Sm 3,9). Dios quiere comunicarse con nosotros, pero no le queremos escuchar. Deberíamos dedicarle un tiempo para darle la oportunidad de que nos hable. Se trata de entrar sin miedo en el interior de uno mismo, abandonando la superficialidad de las cosas, para descubrir las maravillas interiores. "Dios nos crea criándonos y en ningún instante nos deja de la mano y nos deja de criar". (Teresa de Ávila). El hecho de haber sido creados a imagen de Dios genera en nosotros un dinamismo interior: somos imagen suya, pero hemos de llegar a ser “verdadera imagen suya” desplegando nuestra Inteligencia espiritual. Y el culmen de este camino interior, como nos dice Olivier Clément, “es la oración incesante. Quien llega a ella se ha establecido en su morada espiritual. Cuando el Espíritu pone su morada en un hombre, éste ya no puede dejar de orar, ya que el Espíritu ora continuamente dentro de él. No importa si duerme o está despierto,la oración estará siempre trabajando en su corazón. No importa si come o bebe, si descansa o trabaja, el incienso de la oración se prolongará desde su corazón por si solo. La oración dentro de él ya no estará relacionada con un momento especial, es ininterrumpida. Incluso cuando duerme, su acción continúa, a escondidas, ya que el silencio de un hombre que se ha hecho libre, de por sí ya es una oración. Sus pensamientos se los sugiere Dios, el mínimo impulso de su corazón es como una voz que canta para el Invisible en silencio y en secreto”. Todo un reto.

 José Luis Vázquez Borau

martes, 1 de septiembre de 2015

SOBRE EL SUFRIMIENTO



Escrito por Hno. Heraldo del Santo Abandono

Queridos hermanos, quería comentarles algo sobre el sufrimiento, lo que he meditado sobre él en los períodos en que se me hizo compañero de viaje.
He tratado de ver en qué consiste, cuál es su característica esencial y me pareció ver que el sufrimiento no es sentir angustia, dolor, ansiedad, tristeza, tedio de la vida, desgana, pereza de vivir. No, todo eso puede surgir por diversas circunstancias de nuestra vida social, por diversos acontecimientos, por nuestra misma constitución orgánica y nuestra propia psicología, puede surgir por causas conocidas o desconocidas, voluntarias o involuntarias, causas algunas que tienen solución y otras que no, o que la tienen muy difícil.
Creo que podemos “padecer” todas esas cosas y sin embargo no sufrir. Porque creo que el sufrimiento es otra cosa. Creo que el sufrimiento lo generamos nosotros, fuera existe el dolor, el padecer, pero el sufrir está en nosotros, el origen del sufrimiento es una “disconformidad“.
Es resistir lo real, rebelarse contra lo que acontece una vez acontecido, es rechazar lo que está y desear ardientemente lo que no está.
Es un producto de nuestros deseos, cuando le damos preeminencia sobre lo real, cuando ellos no se “conforman“, no se adaptan con lo real.
El sufrimiento es una atención a un deseo insatisfecho, por eso la raíz del sufrimiento está en el deseo, pero tiene además un componente cognitivo, perceptual, dirigir nuestra atención a lo que no es, poner nuestros ojos en lo que hubiéramos querido que fuera pero que no es, dar nacimiento a una ilusión.
Si el sufrimiento es una disconformidad, la paz está en la conformidad, “conformarse” a lo real, a lo que acontece, a lo que tenemos.
Esto no implica no buscar aquellas buenas cosas que legítimamente podemos desear, no trabajar por nuestro progreso en las distintas dimensiones de nuestra vida, no luchar por la justicia, caer en un fatalismo resignado, en una perezosa pasividad.
Por el contrario, significa poner de nuestra parte todo nuestro empeño en busca de lo mejor, tanto empeño como si todo dependiera de nosotros y nada más que nosotros, pero esperar y aceptar el resultado como si todo dependiera de Dios. Esta actitud es la que nos traerá la paz.
Lograr esta conformación con lo real, lograr no resistir lo que es y no ansiar vehementemente lo que no es, creo que sólo ocurrirá si ponemos nuestro deseo en lo único que nos sacia completamente y en lo único que tenemos con absoluta certeza, Dios, el Dios que nos ama incondicionalmente.
Toda criatura, entendiendo por ello toda cosa, persona o circunstancia, no nos sacia por completo, y en cualquier momento podemos carecer de ella. Dios es la única realidad que nos sacia completamente. Nuestro corazón, por Él creado ha sido por El diseñado para descansar en Él, “Nos hiciste Señor para Ti y nuestro corazón estará inquieto hasta que descanse en Ti” decía San Agustín.
Dios es además, lo único que tenemos siempre, Dios nos está amando permanentemente, incluso cuando pecamos él nos sigue amando, Él no puede no amar.
No se trata de querer lograr una aceptación resignada, fría, dura y voluntarista de lo que sucede, de lo que es, no se trata de una actitud estoica, sino de saber por la Fe, o sea creer, que lo que sucede, lo que es, aunque sea doloroso, es el “lugar” y el “momento” donde puedo unirme con Dios, es la ventana a través de la cual me conecto con el Eterno, es la única oportunidad que tengo de conformar mi voluntad con la de Dios, el llamado por algunos “sacramento” del momento presente.
Practicar la aceptación amorosa de lo real (repito, una vez que hayamos hecho todo lo que podamos para que suceda lo que honestamente creemos es lo mejor para nosotros y lo que nos rodea), decía que practicar esta aceptación es un acto tremendamente liberador.
Lo que nos esclaviza no es sujetarnos a lo que es, sino al contrario apegarnos a nuestros deseos que no son. Esclavo se es de las ilusiones.
Y la posibilidad de hacer esta aceptación amorosa es el saber por la Fe, o sea creer, que nada se le escapa a la amorosa Providencia de Dios. Este tema es muy delicado y ríos de tinta se han vertido tratando de relacionar la Providencia de Dios con el hecho de la existencia del mal, del dolor, en sus varias manifestaciones.
La reflexiones de la mente en algunos momentos me ayudaron, pero cuando el aguijón del dolor penetró en lo más profundo de mi corazón, ningún argumento racional me dio paz, sino sólo una actitud, creer firmemente que ese dolor de algún misterioso modo, desconocido por mi razón, contribuía a mi perfección, a mi liberación, en definitiva a mi salvación, la que siempre Dios me está ofertando en Jesús.
No sé por qué tal dolor, no sé por qué ese y no otro, no sé si era la única opción posible o no para mí, no sé si es ocasionado sobre todo por mí mismo, mis acciones, o por la conjunción de innumerables variables genéticas, sociales, históricas, económicas o por disposición divina.
No lo sé, pero sí sé una cosa: que Dios es infinitamente Bueno, infinitamente Sabio e infinitamente Poderoso, y que ni un cabello cae de nuestra cabeza sin su consentimiento como dice Jesús en el Evangelio, por lo tanto, en esta situación, más allá de si sea ella buscada, querida o solamente permitida por Dios (nada sucede sin su permiso) no me pongo a indagar tanto en ello, sé por la Fe, o sea creo, que su Bondad, Sabiduría y Poder infinitos, respectivamente Desea, Sabe y Puede sacar de cada situación, hacer surgir de ella y a través de ella mi bien principal, es decir la redención, la salvación.
Sabiendo esto, creyendo esto, trato de abandonarme a su voluntad. Cada vez que ocurrió de las veces que lo intenté, la paz llegó a mi corazón y allí se alojó. La paz es el fruto del Santo Abandono.

"¡Padre mío, que se haga tu Voluntad y no la mía!"