domingo, 16 de abril de 2017

... Continuación ... El combate espiritual

La tradición ha clasificado en ocho los malos pensamientos que son causa de los vicios capitales: gula, lujuria, avaricia o codicia, tristeza, acedía, ira, vanagloria, soberbia u orgullo. Estos son la fuente en la que se originan todos los demás afectos desordenados.

El aumento de los malos pensamientos tiene como causa y reina a la soberbia.

La gula no sólo tiene que ver con la búsqueda desordenada del placer por las comidas, sino con todos los trastornos alimenticios y adicciones de todo tipo (drogadicción, alcoholismo, etc.).
 

La lujuria es la búsqueda desordenada del placer sensible en el campo de la sexualidad (pedofilia, trata de personas, infidelidades, entre otras).
La codicia es la avidez y apego por los bienes temporales (emoción: miedo al futuro) (consecuencias: luchas de poder, corrupción, robos, acumulación de objetos materiales, indiferencia ante el dolor ajeno, etc).
 
La ira es la excitación del ánimo por un bien que no se consigue obtener, con el deseo desordenado de venganza. Si ésta dura mucho se convierte en rencor, verdadero cáncer del ánimo. (Consecuencias: abuso de poder, irracionalidad, maltrato, violencia de género, etc.).
 
La tristeza proviene de una dependencia exagerada del mundo. Se siente melancolía por el tiempo pasado. Se lo idealiza con tal de huir del presente. Si la tristeza se reprime, se transforma en ira.
 
La acedía es otra forma de huir del presente pues se siente un total disgusto por el lugar donde se vive así como por el modo de vida que se lleva. Se siente uno aburrido, angustiado, con una gran congoja interior. Este sentimiento desordenado será luego también conocido como pereza o desidia, pues nos lleva a descuidar nuestros deberes tanto espirituales como temporales por el empeño que ellos exigen de nuestra parte. Gregorio el Grande enumera como consecuencias de la acedía, la desesperación, el desaliento, el mal humor, la amargura, la indiferencia, la somnolencia, el aburrimiento, la evasión de sí mismo, el hastío, la curiosidad, la dispersión en murmuraciones, la intranquilidad del espíritu y del cuerpo, la inestabilidad, la precipitación y la versatilidad.
 La vanagloria es el deseo desordenado de honores, fama, superioridad, preeminencia sobre los demás. Se trata de una glorificación del Yo, no de una entrega a Dios.
 La soberbia u orgullo es la hinchazón del alma que lleva a considerarse autosuficiente y por lo tanto niega la necesidad de Dios y menos aún considerarlo como Padre Omnipotente. Lleva a una total desintegración de la personalidad pues la persona, al verse como Dios, niega su condición humana.
 
... Continuará...