jueves, 8 de abril de 2021

LA VIDA DEL DESIERTO

"Con el salmista, el amante de la soledad puede exclamar: «Huiré a lo lejos, me albergaré en el desierto» (Sal. 54,8). Dejar su morada a la manera de Abraham sin saber lo que se va a descubrir, partir fuera, a la aventura, hollando tierras desnudas, o también partir hacia adentro, al lugar secreto donde "verdea" lo divino. La soledad en tanto que acercamiento a una "terra incognita" se manifiesta siempre reveladora."

"Desde el fondo del abismo, he gritado hacia ti" (Sal. 130, 1). Y el abismo del fondo del hombre clama hacia el abismo divino: abyssus abyssum invocat (Sal. 42,8). Ciertos traductores harán alusión a chorros, a cataratas. Para que el Eterno devenga una "roca", un pasaje por lo torrentoso se comprueba como necesario. La vuelta a la fuente no puede efectuarse sin paso por el tumulto de los remolinos.

Osar descender al desierto interior, o también tener la audacia de iniciar la ascensión de la montaña de adentro. Estos movimientos que podrían parecer opuestos son idénticos”.
"El desierto es un lugar privado de caminos en el cual todo deviene vía de acceso. Tal es el misterio del desierto y de la oración brotante. En la privación de los caminos, en el seno de un perpetuo desenraizamiento exigiendo el rechazo de todo equipaje, es decir de toda posesión, de todo saber, de toda rutina, la existencia deviene novedad de vida. Y esta novedad comporta otro lenguaje en el diálogo de la oración, en el monólogo de las llamadas sucesivas y también en la vibración del silencio provocando el paso del tiempo a la eternidad".

“En el desierto interiorizado, la oración deviene una escucha y una visión, la oreja y el ojo se acompañan. El oído se hace mirada contemplativa, él intelige hacia adentro. En ese instante, la oración suscita el asombro.

Un asombro tal nace del esplendor que se descubre: este escapa al decir y a la escritura. La oración deviene silenciosa. El miedo se disuelve. Ningún temor por el porvenir podría subsistir. El Eterno nutre el nómada del desierto, en el interior Él lo protege, lo toma a su cargo y lo conduce”.

“El silencio deviene un "si" de confiante ternura. Todo ocurre en el instante. El pasado se desvanece. El porvenir no conlleva ningún terror porque la oración se adhiere a aquello que ha venido, viene y vendrá. Por su despliegue el "si", perpetua plegaria, toma una dimensión privada de toda frontera. El "si" destruye las barreras, desmantela las fortificaciones. Esta plegaria se instala como un río, fluye...

Silencio de una plegaria que no tiene ya más nada que expresar. Situada en el hecho de un amor cognoscente y de un conocimiento amoroso, el "si" de la oración se esboza como una sonrisa.

Así la oración se presenta como una sonrisa maravillada. En el desierto de sí mismo, el orante se sitúa más allá del sufrimiento y de la alegría, más allá de la soledad, más allá de lo creado, más allá de la luz y de la noche, más allá del desierto y del valle. Nada más que un despliegue del misterio de la Presencia”.
Marie Madelaine Davy. La vía del desierto.