Dice Pablo D’Ors (Madrid, 1963) que no ha parado de hablar desde que publicó «Biografía del Silencio».
Con nosotros lo hace en su casa, un curioso edificio en el centro de la
capital que fue también causa de sus desvelos y desencadenante de una
crisis personal que le condujo a la meditación. Enmarcado por
estanterías repletas de libros, este sacerdote y escritor de largo
recorrido responde a las preguntas despacio, eligiendo las palabras con
mimo y un tempo pausado que invita al que le escucha a detenerse
también, a parar. D’Ors ha vendido ya 150.000 ejemplares de este pequeño
libro sobre la meditación publicado por Siruela que le ha regalado una
segunda vida y una familia nueva, Amigos del Desierto. Es la red de
meditadores desde la que enseña a creyentes y no creyentes una práctica espiritual que hunde sus raíces en el cristianismo
oriental y que la Iglesia actual ha acogido con reservas. Se trata,
asegura, de traducir al mundo de hoy el mensaje de siempre en un momento
en el que el silenciamiento interior es una necesidad de primer orden.
- ¿Qué es la meditación?
-
La meditación es una práctica de silenciamiento y quietud. Es un
trabajo que se hace con el cuerpo y la mente y cuyo propósito
fundamental es el autoconocimiento. Yo suelo meditar una hora y media al día.
- ¿Cuándo se inició usted?
-
Empecé con 13 ó 14 años después de leer un libro de un falso lama. Me
llegó tanto que convencí a dos compañeros de clase para que nos
rapáramos el pelo y nos sentáramos como los lamas a meditar. Sin tener
ni idea, claro.
- ¿Por qué le impactó?, ¿qué le llamaba de todo eso?
-
El mito del Tíbet, la cima del mundo. En el adolescente que yo era ya
había una inquietud espiritual revestida del afán de aventura propio de
la edad. Al año siguiente, un profesor de Filosofía nos hizo una
relajación corporal que también me llamó mucho la atención. Más tarde,
entré en un seminario católico en el que había muchos tiempos de silencio que me sirvieron para introducirme de manera más genérica. Pero mi práctica espiritual rigurosa comienza a mis 41 años.
- ¿Qué le pasó en 2005 para que retomara la meditación más seriamente?
- En esto no soy nada original. Lo que hubo fue una crisis personal en la que muchas cosas exteriores de mi vida se fueron derrumbando.
Y cuando se cae lo de fuera, no te queda más remedio que agarrarte a lo
de dentro. Buscar un asidero más sólido. Así arrancó una búsqueda
personal que me llevó a estar siete años en el camino del zen.
- ¿Quiénes fueron sus maestros?
-
Empecé con un maestro budista, Anton Tenkei, pero en el sentido más
estricto del término fui discípulo de Carmen Monske. Ella enseñaba un
zen muy neutro, sin ningún tipo de referencia budista. Mi último maestro fue Pedro Vidal, también zen pero de confesión cristiana.
Llegó un momento en el que comprendí que lo que yo estaba buscando, un
método para hacer la aventura interior, estaba en mi propio patrimonio
espiritual: la contemplación cristiana. Gracias al jesuita húngaro
Franzs Jalics, que ahora tiene 91 años, volví a la práctica del
silenciamiento desde la cosmovisión cristiana.
- ¿Cómo le ha transformado personalmente la meditación? Ya con 41 años, con una fe arraigada y su vocación sacerdotal.
- Lo principal que me ha dado es claridad porque es un proceso de higiene mental y cordial. Normalmente
tenemos una gran confusión intelectual y sentimental. El quitar cosas
propicia que haya más espacio y, cuando lo hay, distingues mejor. Es
como si en una habitación repleta empiezas a quitar y empiezas a ver. El
segundo fruto, aunque pueda parecer paradójico, es la humildad. Saber
quién eres, tener una visión realista de ti mismo. Esa humildad, ese
saber cuál es tu lugar, es lo que te da la paz interior.
- ¿Puede afirmar que ha cambiado su vida?
- Estoy haciendo cosas que no haría si no fuera meditador. Estos últimos años, gracias sobre todo a la red de Amigos del Desierto,
me he convertido en un profesor de meditación y compañero del camino
interior para cientos de personas. Esto ha reconfigurado mi sacerdocio y
siento que tiene sentido que me digan “Padre Pablo” porque ahora sí
experimento la paternidad espiritual.
- ¿Cree que la Iglesia ha entendido su nueva manera de ejercer el sacerdocio?
-
De hecho, sí. Hace tres años pedí permiso a mi superior eclesiástico,
al arzobispo de Madrid, para que me liberara de mi trabajo como capellán
hospitalario y dedicarme en exclusiva a la difusión de la práctica
contemplativa y me lo dio. Esto no significa que en muchos sectores de
la Iglesia, puede que incluso en la mayoría, la práctica de la
meditación no sea muy entendida. Hay que tener en cuenta que tiene un
fundamento en nuestra tradición, en el pasado cristiano, pero quizá no
en el católico. Me refiero al Hesicasmo, una corriente espiritual del cristianismo oriental en torno a los siglos V al IX.
- ¿Por qué cree que «Biografía del silencio» ha tenido tan buena acogida entre cristianos y no cristianos?
- Amigos del Desierto nace en buena medida gracias al éxito comercial y existencial del libro. Recoge mi práctica de meditador de los primeros cinco años.
Llevaba un diario donde apuntaba lo que iba sintiendo en las sentadas y
lo que iba reflexionando, así que más que escribirlo quité toda la paja
y llegué a la quintaesencia de lo que quería transmitir.
- ¿Por qué cree que tenemos tan poca paz interior hoy en día?
-
Una de las razones del éxito del libro es precisamente su oportunidad.
Cayó en un momento en el que crecía claramente el interés por la
meditación; su prestigio se ha construido sobre el desprestigio de la
religión. Sin embargo, el hecho de que muchas personas hayan abandonado
las formas religiosas no quiere decir que su sed espiritual esté saciada
o anulada. Persiste y hay que buscar nuevas formas de alimentarla. La
meditación es una de ellas.
-
¿Qué ha hecho tan mal la religión para que la gente se vuelque de esta
forma en el "mindfulness", el yoga y otras prácticas orientales?
-
Suelo decir que la religión es la copa y la espiritualidad es el vino, y
que lo que nos sacia realmente es el vino. La religión tiene que estar
al servicio de suscitar la experiencia espiritual y los cristianos nos
hemos quedado en la copa. Las formas, necesarias para ir al fondo de la
cuestión, han dejado de ser cauce y se han quedado en sí mismas. No es
malo el rito, lo malo es el ritualismo. La gente no siente que eso les
alimente. A esto se suma que el lenguaje tanto verbal como gestual del cristianismo no responde a la sensibilidad ni a la cultura contemporáneas.
- ¿Pasamos hoy más tiempo fuera que dentro?
- Hemos creado una cultura de la exterioridad, representada fundamentalmente por el teléfono móvil. Cuanta mayor conexión fuera, menor conexión dentro. Se pierde la dimensión interior porque nuestra cultura nos impulsa y estimula a estar siempre hacia fuera.
- Entonces quizá haya poco dentro a lo que agarrarse en las crisis existenciales.
-
Sobre todo es que no sabes ni siquiera si puedes volver dentro, ni si
lo hay, ni cómo hacerlo. Buena parte del éxito de muchas escuelas de
meditación radica en esta búsqueda. Hoy no hablamos tanto de
espiritualidad como de interioridad, que es la manera laica de decir lo mismo.
-
¿No le parece que estas nuevas corrientes de espiritualidad son un poco
individualistas, egocéntricas, con el foco puesto siempre uno mismo?
-
Creo que la meditación auténtica, con fundamento y un buen maestro, no
te aleja de Dios. Aunque no se verbalice de manera explícita.
- ¿Puede incluso que el que la practica ni lo sepa?
-
Quien realmente se conoce a sí mismo, antes o después apunta al
misterio. Ese misterio lo podrás llamar Dios o no, pero ahí está. En ti
se ha generado una actitud espiritual. La verdadera meditación tiene dos
dimensiones, una inmanente y otra trascendente. La primera es la
meramente terapéutica; la segunda es una forma de conocimiento de ti
mismo y del universo.
- ¿Dónde enmarca el «mindfulness»?
-
No es otra cosa que la traducción secular del dharma budista, su
mensaje. Esto significa que el «mindfulness» no es puramente laico pese a
que los términos y las prácticas se presenten en un lenguaje puramente
secular. Esto es lo que, modestamente, Amigos del Desierto y yo queremos
hacer con el cristianismo.
Que sea una traducción secular, para el mundo de hoy, del mensaje
cristiano. Para Occidente la figura de Cristo es mucho más próxima que
la de Buda, así que el salto cultural que hay que hacer para ser
meditador cristiano es mucho menor. Creo que prescindir de las
religiones es un suicidio porque es tanto como prescindir de nuestro
pasado. Quien prescinde de su pasado no sabe cuál es su presente.
- ¿Cómo se llevan el ego del escritor y el «no ego» del meditador? ¿Quién gana?
-
Debo decir que para mí silencio y palabra son dos caras de la misma
moneda. El secreto de la palabra es el silencio y el del silencio, la
palabra. Una palabra hace diana en el corazón del lector en la medida en
que ha sido fraguada en el silencio. Con el tiempo he ido descubriendo
que mi doble vocación, sacerdotal y literaria, es la misma. El ego, que no es otra cosa que la tendencia a autoafirmarse, es necesario para vivir. No se trata de matar al ego, sino de colocarlo en su sitio.
- ¿Qué hacemos peor, escucharnos o escuchar al otro?
-
Es como preguntar qué es más complejo, amarse a uno mismo o a los
demás. Es exactamente lo mismo. Por eso digo que la meditación es una
escuela de escucha. Si aprendes a escucharte a ti mismo podrás escuchar a
los demás. Nadie puede dar lo que no tiene.
- ¿No le parece que estamos obsesionados con el “aquí y el ahora”, que nos falta proyección?
-
El subrayado en el presente no debería hacernos perder de vista la
importancia del pasado y el futuro. Recordar es pasar la historia por el
corazón y nos ayuda a comprender quiénes somos. Un árbol sin raíz no se
sostiene; el pasado es nuestra raíz y hay que cuidarla. Lo mismo digo
del futuro. El hombre no es sin proyección. La espiritualidad cristiana
ha subrayado siempre el futuro, el horizonte, y la budista, el presente.
Creo que ahora estamos en un tiempo de síntesis.
- ¿Meditar te hace mejor persona?
-
Eso tendrían que decirlo los otros, pero yo me veo a mí mismo menos
egocéntrico ahora que hace unos años. Más magnánimo, con el alma más
grande. El criterio para verificar que un camino de meditación es
auténtico es si te hace más compasivo, más caritativo. Si el otro
tiene un papel más importante en tu vida. La meditación corre el riesgo
de pervertirse si olvida la dimensión trascendente y se queda en la
búsqueda utilitarista de beneficios personales.
- Me llama la atención cuando dice que es más importante ser uno mismo que alguien “bueno”.
-
Me refiero a que lo esencial es el indicativo de la gracia y no el
imperativo moral. Lo decisivo para la construcción de una persona es
experimentar lo que eres, y en la medida en que lo hagas te comportarás
de una manera o de otra. No tenemos que estar tan preocupados por ser
buenos, por la dimensión moral, como por la metafísica del ser. Ser
quienes estamos llamados a ser. Si lo somos, si tú eres tú realmente,
serás bueno.
- Habrá gente que sea ella misma y sea egoísta.
-
Todo esto se sostiene en una visión del mundo, que es la mía, según la
cual la lucha entre la luz y la sombra no es paritaria. Lo que hay
fundamentalmente es luz. Este punto de partida no es algo subjetivo, es
contrastable. Por ejemplo, si miras cuántos trenes han descarrilado hoy
en el mundo y cuántos han llegado a su destino verás que la inmensa
mayoría ha llegado bien. Si hacemos lo mismo con todo lo demás, vemos
que el bien es significativamente mayor. Lo que ocurre es que los medios
de comunicación nos hacen creer que el mal es lo que hay, cuando es al
contrario. Es como el cielo y las nubes. Las nubes pueden taparlo pero
lo que en realidad hay es un cielo. Estamos bien hechos.
- ¿En qué momento fecha el nacimiento de su vocación?
-
A los 18 años. Es como cuando uno se enamora y sabe que es la persona
adecuada en cuanto la conoce. Fue una experiencia de encuentro con el
misterio, con la gracia de Jesucristo. Es una seducción, una
fascinación, un sentir que es el eje vertebrador de tu vida, que le da
sentido, fuerza. Fue la experiencia del entusiasmo, por eso se llama así
mi último libro. Estar habitado por los dioses, por el espíritu. La
sensación de que había algo sustancial que lo sostenía todo. De esa
experiencia, la más decisiva de mi vida, nunca he dudado.
- ¿No ha tenido crisis de fe?
- He tenido crisis de muchos tipos pero una radical, en el sentido de dudar de haber vivido algo así, nunca.
- En un momento en el que el 50% de las parejas se separa, una relación así llama la atención. ¿Cuál es el secreto?
-
Dios es un amante excepcional, es fiel en medio de nuestras
infidelidades, devaneos, confusión. Él se mantiene. Entiendo que desde
una lógica no creyente esto puede sonar muy raro, pero millones de
personas en la historia han creído y creen en esto aún, así que o es una
demencia colectica o hay algo que hace que estas palabras sean
sensatas.
- Hablando de seducción, en su libro «Biografía del Silencio» dice que el amor romántico es el último mito de Occidente.
-
La mayoría de los occidentales opina que lo más decisivo de la vida es
el amor de la pareja y de los hijos. El riesgo de esto es mitificar a la pareja, convertirla en un mito. Pensar que el otro te va a dar la felicidad es un grave peligro.
El horizonte no ha de ser la pareja sino la plenitud y la pareja, el
compañero en ese camino. Si la pones como horizonte, antes o después te
va a decepcionar porque todo el mundo tiene límites.
- ¿Cuál es para usted el sentido de la vida?
- Redimir el mundo. Poner luz donde hay oscuridad, amor donde hay desamor, esperanza donde hay desesperanza, claridad en la duda. En la medida en que hacemos eso, estamos bien y sembramos bien.