“Alma cristiana, si no
encuentras en ti misma la fuerza de adorar a Dios en espíritu y en verdad, si
tu corazón no siente aún el calor y la dulce satisfacción de la oración
interior, entonces aporta al sacrificio de la oración lo que puedas, lo que
esté dentro de las posibilidades de tu voluntad, lo que esté en tu poder.
Familiariza, ante todo, al humilde instrumento de tus labios con la
invocación piadosa, frecuente y persistente.
Que ellos invoquen el poderoso Nombre de Jesucristo a menudo y
sin interrupción.
No es un gran esfuerzo, y está dentro de las posibilidades de todo
el mundo. Esto es, también, lo que ordena el precepto del Santo Apóstol:
“ Por Él ofrezcamos de continuo a Dios sacrificio de alabanza,
esto es, el fruto de los labios que bendicen Su Nombre”. (Hebreos 13, 15)
No silencies la ininterrumpida invocación de tu oración, aun cuando
puede que tu llamada salga de un corazón aún en guerra consigo mismo y medio
lleno por el mundo.
No te preocupes. Sigue adelante con la oración, no dejes que
enmudezca, y no te inquietes.
Ella se irá purificando a sí misma por la repetición. Nunca dejes
que tu memoria olvide esto: Mayor es Quien está en vosotros que quien está en
el mundo
Dios es mayor que
nuestro corazón, y conoce todas las cosas, dice el Apóstol”.
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Breve comentario y ejercicio
Como si fuera el último día de nuestra vida, hagamos lo que esté en nuestro poder para rezar más y mejor, para avisarle a la mente que un nuevo hábito esta naciendo desde el calor del corazón…Desde nuestra profundidad surge un anhelo de unión con Dios, una búsqueda amorosa que hemos llevado adelante toda la vida, aunque a veces hayamos creído perseguir otras cosas.
¿Que hemos buscado desde que vinimos a la vida sino el abrazo amoroso de Aquél que nos creó? ¿No nos hemos sentido cautivados una y otra vez por Su misterio?
Cuantas veces hemos dicho: ¡ Amor de mi vida, donde estás que no te puedo encontrar !
Lo hemos buscado tanto y terminaremos diciendo mas tarde o más temprano, como el santo: ”sino que eras tú quien …… estabas dentro de mí, más interior que lo más íntimo mío…” (Confesiones San Agustín)
Les proponemos el siguiente ejercicio para hoy
Nada llamativo, discretamente, cuando hablemos, saludemos, entablemos relación, prestemos atención a los ojos del otro. Quizás lo hagamos con frecuencia con algunas personas que amamos; se trata en este caso de hacerlo con el panadero, la verdulera, el taxista.
Miremos los ojos del otro y si lo recordamos, cuando le
atendamos, repitamos con suavidad en nuestro interior:
“Señor Jesucristo, ten misericordia
de todos nosotros”