sábado, 20 de septiembre de 2014

DIOS MISERICORDIOSO Y JUSTO

—¿Y cómo puede Dios, siendo infinitamente misericordioso, castigar con tanto rigor a los pecadores, condenándoles a las terribles penas del infierno?
        Dios es infinitamente misericordioso, pero también es infinitamente justo. Y la justicia exige que las almas sean juzgadas de acuerdo con la forma en que han elegido seguir esta vida. Cuando alguien se condena, es siempre por culpa suya: se condena porque se empeña, ocultándose detrás de múltiples excusas y justificaciones, en no tomar esa mano que Dios le tiende. No es tanto Dios quien rechaza al hombre como el hombre quien rechaza a Dios.

        —De todas formas, he escuchado tantos relatos curiosos de las penas del infierno que me parecen casi ridículos... ¿No es una explicación un poco infantil?

        Por fortuna, el dogma católico no tiene por qué coincidir siempre con las ocurrencias de cada orador, y quizá no hayas tenido mucha suerte con los que tú has escuchado. Pero lo que la Iglesia dice es que las almas de los que mueren en estado de pecado mortal sufrirán un castigo que no tendrá fin. Morir en pecado mortal sin estar arrepentido ni acoger el amor misericordioso de Dios, significa la autoexclusión voluntaria y definitiva del premio del cielo. Y puesto que no sabemos ni el día ni la hora en que habremos de rendir cuentas a Dios, todo esto es un llamamiento a la responsabilidad con que usamos nuestra libertad en relación al destino eterno.

        —Pero que un castigo sea eterno, podría no ser justo...

        No hay que preocuparse por eso, puesto que Dios es justo. Dios no predestina a nadie a ir al infierno. No descarga sobre un hombre ese golpe fatal sin haberle puesto a la vista la vida y la muerte, sin haberle dejado la elección, sin haberle ofrecido mil veces la mano para apartarse del borde del precipicio. Si el hombre se esfuerza, con un esfuerzo serio y eficaz, por alcanzar su salvación eterna, no ha de tener miedo a la muerte, porque Dios no está esperando un descuido para cazarle en un renuncio. 

        —¿Y qué explicación das al hecho de que haya tantos creyentes a los que la amenaza del infierno no les hace cambiar de vida?

        Es un antiguo problema. Algo parecido a lo que sucede a un estudiante perezoso que no se decide a ponerse a estudiar porque todavía le queda tiempo. Imagínatelo en el calor de principios de junio, cuando el día del examen está allá lejos, a finales de mes. Sabe perfectamente que cada vez le va a costar más enderezar la situación, pero se deja arrastrar por la pereza. La gran diferencia, en el caso de la muerte, es que se trata de un examen cuya fecha no se avisa y que no tiene segunda convocatoria.

        O parecido al médico que conoce perfectamente las consecuencias de sus "excesos", pero todo su saber, si no cuenta con la debida fuerza de voluntad, es débil frente a esa seducción y no le hace abandonar esos errores.

        A lo largo de los siglos, ha habido muchos hombres que han llegado a sacrificar la hacienda, el honor, la salud, incluso la vida, por la satisfacción de un momento. ¿Por qué? Es sencillo. El placer halaga el presente y en cambio los males están distantes, y el hombre se hace la ilusión de que ya logrará luego de algún modo evitarlos.

        Y a lo mejor lo hace sin siquiera perder sus antiguas convicciones. Solo las pone un poco a un lado. Quizá por eso algunos se ponen nerviosos al oír hablar de la muerte. Igual que sucede al estudiante de nuestro ejemplo cuando oye hablar de los exámenes, o al médico al pensar en las consecuencias de sus "excesos", pues en ambos casos la hora de la verdad se acerca inexorablemente.


 En definitiva, habrá un juicio, en el que se hará justicia, y eso puede producir un sano sentimiento de intranquilidad, que nos haga sopesar lo que hacemos bien y mal, que nos lleve a ser conscientes de que hemos de presentarnos a un tribunal.

Esto no es un mensaje de amenaza, sino una llamada a nuestra responsabilidad para no malgastar la vida, para no obrar mal, para hacer todo el bien que podamos.



A PESAR DEL MIEDO, LA ESPERANZA...

"El contemplativo no siente una necesidad imperiosa ni una ambición ansiosa de contactos humanos, sino que es guiado por la visión de lo que ha contemplado más que por las preocupaciones triviales de un mundo posesivo. No va de un lado para otro, de la exaltación a la depresión, arrastrado como una hoja muerta por las modas del momento, porque está en contacto con lo que es básico, central y último. No permite a nadie adorar a ídolos, e invita constantemente a sus hermanos los hombres a plantearse preguntas reales, a menudo penosas y molestas, a mirar qué es lo que hay bajo la superficie de una conducta anodina y a retirar todos los obstáculos que le impiden llegar al corazón de lo que importa. El contemplativo crítico se quita la máscara ilusoria de un mundo manipulador y tiene el coraje de mostrar en qué consiste la situación real del mundo. Sabe que muchos le toman por payaso, por loco, por un peligro para la sociedad y una amenaza para la humanidad. Pero no le asusta morir, puesto que su visión le hace trascender la diferencia entre la vida y la muerte y le otorga la verdadera libertad para hacer lo que tiene que hacerse aquí y ahora, sin importarle los peligros que eso conlleva. Más que nada, contemplará los signos ciertos de esperanza en la situación en la que él mismo se encuentra...".
Henri Nouwen
"El sanador herido"

miércoles, 10 de septiembre de 2014

EL REGALO INMENSO DE LA RECONCILIACION

A la protagonista de aquella historia -una respetable mujer norteamericana-, le atormentaba por una parte la culpabilidad de haber abandonado su fe, y por otra el deseo de volver a ella.
        "Sin embargo -decía-, me horrorizaba la idea de entrar en un confesonario. Una vida entera de pecado que me paralizaba.
        "Hasta que un fin de semana de reunión familiar, mis hijos empezaron a hablar de en dónde deseaba cada uno ser enterrado. Y sentí el terrible impacto de la realidad, de la verdad. Me di cuenta de que, a pesar de no haber vivido como cristiana, quería morir como tal. 
         "Había logrado, aunque penosamente, racionalizar mi carencia de fe en la vida, pero no podía llevar la mentira hasta la muerte. Y tomé la decisión de confesarme. Y lo hice. En pocos instantes, experimenté el retorno de mi dignidad. Me sentía ligera y libre. Al descargar todo ese lastre, había dejado a Dios entrar de nuevo en mi vida. Y sentí una nueva suerte de libertad". 
        A veces cuesta mucho aceptar la verdad. Incluso cuando ya la conocemos con certeza. Incluso cuando la conocen también quienes nos rodean, y nosotros sabemos que lo saben. Aquella mujer plantó cara a la mentira gracias al pensamiento de la muerte, y se unió a esa gran cantidad de escépticos en materia de religión que dejaron de serlo en cuanto se presentó la callada cercanía de la muerte. Como ha escrito Lloyd Alexander, "una vez que tienes el valor de mirar al mal cara a cara, de verlo por lo que realmente es y de darle su verdadero nombre, carece de poder sobre ti, y puedes destruirlo".
         Siempre hay una mentira en la raíz de todo desánimo, un apartarse de la verdad, de la realidad. Cuando la enfermedad o un riesgo imprevisto hacen ver que estamos como colgados de un hilo sobre el abismo de la eternidad, aquel antiguo escepticismo -tan firme en esos días en que la muerte se veía como una eventualidad lejana- deja de ser una postura cómoda. La pregunta sobre qué hay después de la muerte deja de ser una cuestión ociosa y pueril. La desdeñosa seguridad de antes se trueca en una incertidumbre cruel que agita el alma.

        "Para nosotros, los demonios -cuenta con gracia Lewis en Cartas del diablo a su sobrino-, resulta enormemente desastroso en los hombres ese continuo acordarse de la muerte. Lo ideal es que mueran en costosas clínicas, entre doctores que mienten, enfermeras que mienten, amigos que mienten prometiéndoles vida, estimulando la creencia de que la enfermedad todo lo excusa, omitiendo toda alusión a un sacerdote...".
 
        Hablar de la muerte no tiene por qué ser una locura o una morbosidad. Incita a buscar significado a la existencia. Como escribió Séneca, "se precisa de toda la vida para aprender a vivir; y, lo que es más extraño todavía, se necesita toda la vida para aprender a morir". Pensar en la muerte obliga a las personas a pensar en cómo llevan la vida.
 
Alfonso Aguiló

lunes, 1 de septiembre de 2014

CRISTIANISMO Y MISTICA ... continuación (ver entradas antiguas)


Queridos amigos, estas exposiciones son la continuación de un trabajo que les comparto desde Octubre 2013. De manera que pueden dirigirse a las entradas de esa época, todos aquéllos que no las han visto. Gracias por vuestro apoyo y seguimiento. 

LA ESCUELA RENANA

Son tres grandes figuras místicas: El Maestro EcKhart, Enrique Susón y Juan Taulero, tres teólogos, predicadores, místicos dominicos que representan lo más granado de los llamados “místicos renanos” del siglo XIV. Los tres formaron parte del ámbito cultural-teológico promovido, desde Colonia principalmente por san Alberto Magno (1206-1280), muy impregnado del aroma de la teología neoplatónica-agustiniana, aunque ya conocían la doctrina tomista. Las enseñanzas filosóficas y místicas de santo Tomás de Aquino, no habían logrado todavía su implantación real en los Estudios Generales de la Espiritualidad Dominicana.

Maestro Eckhart (1260-1328) 
 
 Ocupó la cátedra en París, fue la eminencia intelectual que dio origen y marcó el estilo de la “escuela teológica-mística renana”. Como genio intelectual, gustó las delicias del saber filosófico-religioso occidental y oriental; trató de fundirlo todo en una profunda Unidad de visión en el ser, en la contemplación, en Dios; y pergreñó una peculiar teología espiritual en la que una Deidad supraesencial “Omnicomprensiva” se halla más allá de toda palabra y concepto, pero entra creativamente en relación con el hombre y convoca a éste para que, vaciándose místicamente de sí mismo, se funda progresivamente en Él para ser uno y feliz en el Uno.

Sus agudísimas reflexiones (en latín escolástico) o en alemán naciente) tenían por objetivo mostrar a los creyentes (incluidos los de buena fe que militaban en movimientos espirituales emergentes, como el de las “beguinas” que pululaban Por Colonia, Estrasburgo o París) cómo estaban llamados a pensar, contemplar y vivir inmersos en el misterio de Dios: Dios, unidad esencial Fontal de la que todo fluye y a la que todo refluye, Ser en el que siempre fuimos, Ser que místicamente se da en nosotros tanto más cuanto nosotros ya no-somos, y Ser hacia el que nos elevamos mediante la purificación y vaciamiento de todo lo que no sea Él.


Enrique Susón (1295-1366)
 
Es un discípulo agradecido de Eckhart, cuyas lecciones frecuentó en Colonia. Al conocerlo y tratarlo quedó deslumbrado por su inteligencia, enseñanza y orientación. Para él es “doctor eminente, superior a los demás”, maestro en el "desposeimiento radical” y en la doctrina de la unión con Dios, "rosa sin espinas”, “hombre santo y bienaventurado”. Y esa admiración le hizo sentirse obligado a defender al Maestro y su doctrina cuando algunas proposiciones suyas fueran malinterpretadas y condenadas. Actitud valiente que, sin embargo, le originó muchas amarguras, humillaciones, críticas por temerario en su lenguaje teológico. Y eso no fue justo, pues su admiración y seguimiento no fue ciego ni total.



Juan Taulero (1300-1361)
No tuvo a Eckhart como maestro en Colonia pero asimiló muy bien su doctrina y escala mística, y no tiene reparo en decir que este maestro supera a Santo Tomás cuando habla, por ejemplo, de la presencia de Dios que nace en el alma, en el fondo del alma, como cielo del alma, tema clave en su teología mística.

Humanamente hablando, Taulero es una figura de gran personalidad, de audacia en sus expresiones teológico-místicas cuando el tema lo requiere, de profundidad especulativa cuando se lo propone. Pero habitualmente se muestra más comedido que Eckhart en sus afirmaciones, más abierto a la espiritualidad moderna, y siempre contundente frente al libre pensamiento. No fue poeta, pero sí brillantísimo predicador. Tampoco fue profesor, pero expone magníficamente su teología mística, y a veces sus sermones son auténticos tratados de espiritualidad. Muy pocos en la historia de la mística ha volado tan alto como él en las vivencias de la unión perfecta con Dios, según los grados de la escala del amor unitivo. 
NOTA: Queridos amigos: en este mismo blog, en el apartado Biblioteca, encontrarán escritos relacionados que les serán muy propicios para ahondar en estos temas. Sobre todo en el enlace: Abandono.com
... continuará en futuros posts...