Entrevistamos a Maribel Rodríguez, doctora en Medicina, médico
psiquiatra, máster en Psicoterapia y experta en Logoterapia y en
Hipnosis. Ha sido profesora de la Facultad de Medicina de la Universidad
San Pablo CEU y de la Facultad de Ciencias Humanas y Sociales de la
Universidad Pontificia de Comillas. Actualmente es directora de la
Cátedra Edith Stein en el Centro Internacional Teresiano Sanjuanista
(CITeS) de Ávila, cuya tarea central es tender puentes entre
antropología, psicología y espiritualidad. Ejerce su actividad clínica
en su consulta privada en Madrid.
¿Qué definición propone del término espiritualidad?
Las definiciones de lo
que es la espiritualidad son muy variadas, quizás haya tantas formas de vivirla como personas. Procuraré resumir
las que me parecen más acertadas, con una variedad de opciones en la que
cualquier persona pueda encontrar su manera de entender la espiritualidad.
La espiritualidad tiende a considerarse como la
dimensión más esencial del ser humano, o a relacionarse con aspectos
inmateriales de la existencia, como nuestra capacidad de amar o de tener
compasión o de sacar fuerzas de lo más profundo de nosotros mismos. También se
asocia con la trascendencia, con la esperanza, con la inspiración, con el
propósito y con el sentido de la vida y con el sentido último de todas las
cosas. En otros casos se ha relacionado la
espiritualidad con la capacidad de conectar armónicamente con lo más profundo
de uno mismo, con los demás, con la naturaleza, con Dios o con una realidad
superior. O bien se ha entendido como lo que inspira y alimenta el amor, la
ética, la creatividad, la consciencia o la percepción de lo sagrado.
Viktor Frankl plantea que la espiritualidad es lo
que tenemos de humano y la dimensión esencial en la que acontece nuestra
existencia. La espiritualidad puede aportar ciertos recursos
internos y puede darnos fuerzas, creatividad, humanidad o sentido a la vida.
Algo que puede ser muy importante en las situaciones difíciles que se nos
presentan, aportándonos elementos que permitan superarlas o afrontarlas mejor.
¿Cuál es la relación entre espiritualidad y salud mental?
En la mayoría de los
estudios que tratan de buscar esa relación, se encuentra una asociación
positiva entre cultivar la dimensión espiritual y mejor salud mental (menos ansiedad, menos depresión, menos adicciones, menos riesgo de
suicidio, mejor pronóstico de enfermedades mentales, etc.). La espiritualidad
también se ha relacionado con un mayor bienestar psicológico. No obstante,
hay algún estudio que pone de manifiesto que esa relación puede ser inversa
cuando se viven formas de espiritualidad más infantiles o narcisistas. Por
lo que habría que discernir, en cada caso, si la espiritualidad lleva a mirar
más allá de uno mismo y a amar más a otros (y en este caso hablaríamos de
espiritualidad más “saludable”), o bien si la espiritualidad es una forma de
regresión narcisista al servicio de los propios egoísmos (y en ese caso, esa
manera de vivirla nos perjudicaría y no sería “saludable”).
A la
hora de abordar el sufrimiento psíquico en las circunstancias actuales,
¿cómo debe acercarse el clínico a la exploración de la dimensión
espiritual del sujeto?
Hay varias formas de
acercarse a la espiritualidad del sujeto, con dos líneas fundamentales de
abordaje. La primera es preguntando directamente si a una persona en concreto
la religiosidad o la espiritualidad le ayuda a
sobrellevar mejor su situación de sufrimiento (lo que incluiría preguntar
aspectos generales de su visión espiritual y por prácticas espirituales o
religiosas que le puedan resultar de ayuda). También es importante preguntar
si esa religiosidad o espiritualidad puede generarle algún problema
(pensemos en cuando se vive de forma estricta, cuando hay conflictos con una
comunidad, etc.).
La segunda línea general
de abordar la cuestión es con preguntas más indirectas, como plantearle a la persona qué le está dando fuerzas en estos
momentos de dificultad o qué le ha dado fuerzas en otros momentos difíciles de
su vida (muchas veces surgen alusiones a la espiritualidad).
En
cuanto a los profesionales de la salud, ¿cree que deben cuidar la
dimensión espiritual o que, sin saberlo, ya lo están haciendo? ¿Tiene
que ver este cuidado con comulgar con una confesión religiosa o es
aplicable a cualquier ser humano?
No considero que el
cuidado de la dimensión espiritual se pueda considerar como un “deber”, sino que
creo que es una oportunidad de crecer y de encontrar fuerzas adicionales y
sentido ante lo que nos toca vivir. Creo que todo ser humano
que busca expresar ciertos valores en su vida, como el bien y la verdad, la
justicia o el amor, ya está poniendo de manifiesto algo espiritual que le
construye como persona y que le ayuda a dar sentido a su vida cotidianamente.
El hacernos conscientes de ello nos puede ayudar a cultivarlo con más énfasis y
a darnos cuenta de cómo nos llega a construir como personas, de una manera más
completa, aportándonos más riqueza, profundidad, más luz y fuerzas para
combatir las dificultades que tenemos que atravesar en nuestros días.
Ese cuidado puede
hacerse dentro o fuera de una confesión religiosa. Al ser una dimensión
constituyente de todo ser humano, se da en todas las personas, tanto si son
religiosas como si no. La diferencia es que la
religión aporta, entre otras cosas, un método de cultivar la dimensión
espiritual y un camino compartido con otros.
¿Cómo
se cultiva esa otra escucha de uno mismo y de los demás? Más aun
teniendo en cuenta que están en circunstancias muy adversas por lo que
respecta a la propia seguridad, desbordados por la virulencia de la
infección, viéndose obligados a ser los únicos acompañantes de enfermos
moribundos o teniendo que informar a sus familias.
Hay muchas formas de
cultivar esta dimensión. Creo que la principal, en estas circunstancias, es
aprender a mirar lo mejor y más profundo de nosotros mismos y a potenciarlo, siendo conscientes del bien que podemos albergar y aportar a otros,
valorando lo que somos como seres humanos que tienen la oportunidad de traer
salud, alivio y compañía humana a otras personas que sufren (pacientes y
compañeros de trabajo). Acordarnos de esto y ponerlo en práctica, en nuestro
trabajo como profesionales de la salud, me parece que es algo fundamental.
Añado una serie de posibilidades, porque creo que puede ser de ayuda para
contemplar diversas opciones:
- Ser conscientes de qué puede ser esa dimensión
espiritual, preguntarnos por ella, explorándola para conocernos mejor a
nosotros mismos. Conocernos puede hacer que nos demos cuenta de esa dimensión que todos
tenemos en lo profundo y que puede aportarnos luz y fuerzas en la adversidad y
ayudarnos a afrontar las dificultades cotidianas que nos toca vivir.
- Cultivar la conexión con la espiritualidad: con oración, meditación, petición, intención de tener compasión y amor
(hacia nosotros mismos y hacia los demás), lecturas espirituales, etc. También
puede ayudar el hecho de darnos espacios para el silencio (aunque sea durante
segundos), para estar con nosotros mismos y cultivar así nuestra vida interior.
Podríamos aprovechar ese silencio interior para mirarnos con empatía y amor,
apoyándonos en la perspectiva de que algo que nos sostiene desde dentro o más
allá de nosotros puede ser de gran ayuda ante la adversidad. Otra opción puede
ser hacer una oración en mitad de la acción pidiendo fuerzas, pidiendo por la
salud y el bienestar del paciente que tenemos delante o simplemente
transmitiéndole acogida y cariño (algo que es también fundamental hacer con
nosotros mismos). También se puede meditar poniendo plena atención al momento
presente y a lo que toca hacer en este momento, dejando de lado distracciones y
“ruidos” mentales.
- Tener experiencias comunitarias: tener una red de
encuentro y de soporte, dentro de la misma fe, perspectiva espiritual o
práctica de meditación, puede ser también de gran ayuda. En nuestro trabajo, también ayuda si compartimos algo de esa práctica con
compañeros que tengan una perspectiva similar a la nuestra, o al menos podemos
hablar de ello y apoyarnos mutuamente.
- Buscar el sentido de la vida, como planteaba Viktor Frankl, captando el valor de lo que hacemos y de lo
que sucede en cada momento. También se puede buscar el sentido mirando la
vida desde una perspectiva global de nuestra existencia o buscando el sentido
último de todas las cosas (como, por ejemplo, tratando de percibir un orden
implícito que lo sostiene todo).
- Buscar sentido al sufrimiento: ante el sufrimiento,
Viktor Frankl propone poner en marcha los valores de actitud. Por ejemplo, tomar consciencia de que ante lo que estamos pasando puede
existir la posibilidad de adoptar una actitud constructiva, viéndola como
posibilidad de aprendizaje, entrega, superación personal, cooperación con
otros, etc. Para Frankl esa libertad de cultivar la mejor actitud posible se
sostiene en la capacidad del espíritu para oponer resistencia a circunstancias
adversas.
- Cultivar la aceptación, dándonos cuenta de que nuestro yo
no es el que lo controla todo y de que la realidad que nos rodea es más que
nosotros mismos y nuestros deseos. Para las personas
religiosas, esto se manifestaría poniendo todo lo que no pueden controlar en
manos de Dios y centrando la acción en lo que realmente sea posible controlar.
La aceptación es un elemento fundamental para tolerar la incertidumbre y
desarrollar humildad y apertura ante la realidad.
- Cultivar la libertad interior: lo que quiere decir que en nuestro interior hay un espacio íntimo en el
que no puede entrar nadie más que nosotros, desde donde podemos mirar lo que
ocurre fuera con más libertad y perspectiva, así como encontrarnos con nosotros
mismos en lo más íntimo y profundo que tenemos. Tomar consciencia de la
libertad interior nos permite ejercerla y tener más capacidad de elección, lo
que puede dar más posibilidades de crecer en la adversidad.
- Tomar consciencia de fuerza del amor y ponerlo en
práctica: el amor es fundamental para sobrevivir en
situaciones adversas, para unirnos a otros y dar sentido a la relación de
ayuda. Ese amor debe incluirnos también a nosotros mismos para ser completo y
debe llevarnos a cuidarnos de manera adecuada. A su vez, el amor nos ayuda a mirar
más allá de nosotros mismos y aumenta las posibilidades de que podamos ver más
allá de nuestro dolor. En la situación que vivimos hay muchas vías de expresar
ese amor, desde el cuidado de nuestros pacientes actuando con ellos como nos
gustaría ser cuidados nosotros, hasta el cuidado y respeto a las relaciones con
nuestros compañeros, familiares, etc., pues a todos nos toca, hoy en día, bregar
con una dosis, mayor o menor, de sufrimiento.
- Cultivar la consciencia de la belleza: la belleza aporta sentido, nos abre el horizonte hacia una percepción más
amplia de las situaciones dolorosas, de tal forma que, si prestamos atención a
la belleza de las pequeñas cosas cotidianas, es más fácil poder soportar los
días adversos y que la negatividad no nos invada. Puede consistir en darnos
tiempo para ver imágenes que nos resulten bellas, percibir detalles cotidianos
que nos inspiren esa belleza en mitad de las dificultades que nos toquen vivir
(a veces, tan sólo mirar por un instante la luz que entra por la ventana, nos
puede conectar con la belleza y aliviar nuestro malestar).
El
filósofo Wittgenstein acaba el “Tractatus Lógico-Filosófico” con el
aforismo: “de lo que no se puede hablar, más vale callar”. ¿Qué le
sugiere? ¿Recomendaría una cierta dosis de silencio en las actuales
circunstancias?
Sí, necesitamos silencio ante lo que aún no podemos comprender y
asimilar. Lo que no quiere decir que una vez comprendido, discernido y sometido
a un juicio crítico, no podamos hacer un análisis correcto de la situación y
actuar en consecuencia.
Por último, como directora de la Cátedra Edith Stein de Ávila, ¿qué nos diría una mística como ella hoy?
Creo que nos diría fundamentalmente que el sufrimiento tiene sentido,
siempre y cuando sepamos mirarlo desde el lugar más profundo de nosotros
mismos, con apertura al amor, a la entrega y a la empatía con el sufrimiento de
otros. Para ella, el sufrimiento supone una oportunidad de aprender y de estar
más unidos a un Dios que sufre con nosotros porque se ha permitido vivir la
vulnerabilidad humana en la cruz, por lo que nos acompaña hasta en los dolores
más intensos de la vida. Para ella, también es importante la experiencia de
vivir con la confianza en que nuestra realidad interna y externa es sostenida
por Dios, a pesar de todas las cosas difíciles que nos queden por atravesar.