"Como venimos diciendo, Dios se manifiesta como Padre en la creación, en cuanto origen de la
vida, y, al crear, muestra su omnipotencia. Las imágenes usadas por la
Sagrada Escritura al respecto son muy sugestivas (cf. Is 40, 12; 45, 18; 48, 13; Sal 104, 2.5; 135, 7; Pr 8, 27-29; Jb
38–39). Él, como un Padre bueno y poderoso, cuida de todo aquello que
ha creado con un amor y una fidelidad que nunca decae, dicen
repetidamente los Salmos (cf. Sal 57, 11; 108, 5; 36, 6). Así, la
creación se convierte en espacio donde conocer y reconocer la
omnipotencia del Señor y su bondad, y llega a ser llamamiento a nuestra
fe de creyentes para que proclamemos a Dios como Creador. «Por la fe
—escribe el autor de la Carta a los Hebreos— sabemos que el
universo fue configurado por la Palabra de Dios, de manera que lo
visible procede de lo invisible» (11, 3). La fe, por lo tanto, implica
saber reconocer lo invisible distinguiendo sus huellas en el mundo
visible.

El creyente puede leer el gran libro de la naturaleza y
entender su lenguaje (cf. Sal 19, 2-5); pero es necesaria la
Palabra de revelación, que suscita la fe, para que el hombre pueda
llegar a la plena consciencia de la realidad de Dios como Creador y
Padre. En el libro de la Sagrada Escritura la inteligencia humana puede
encontrar, a la luz de la fe, la clave de interpretación para comprender
el mundo. En particular, ocupa un lugar especial el primer capítulo del
Génesis, con la solemne presentación de la obra creadora divina que se
despliega a lo largo de siete días: en seis días Dios realiza la
creación y el séptimo día, el sábado, concluye toda actividad y
descansa. Día de la libertad para todos, día de la comunión con Dios. Y
así, con esta imagen, el libro del Génesis nos indica que el primer
pensamiento de Dios era encontrar un amor que respondiera a su amor. El
segundo pensamiento es crear un mundo material donde situar este amor,
estas criaturas que le correspondan en libertad. Tal estructura, por lo
tanto, hace que el texto esté caracterizado por algunas repeticiones
significativas. Por ejemplo, se repite seis veces la frase: «Vio Dios
que era bueno» (vv. 4.10.12.18.21.25), para concluir, la séptima vez,
después de la creación del hombre: «Vio Dios todo lo que había hecho, y
era muy bueno» (v. 31). Todo lo que Dios crea es bello y bueno,
impregnado de sabiduría y de amor; la acción creadora de Dios trae
orden, introduce armonía, dona belleza.

En el relato del Génesis
emerge luego que el Señor crea con su Palabra: en el texto se lee diez
veces la expresión «Dijo Dios» (vv. 3.6.9.11.14.20.24.26.28.29). Es la
palabra, el Logos de Dios, lo que está en el origen de la
realidad del mundo; y al decir: «Dijo Dios», fue así, subraya el poder
eficaz de la Palabra divina.
El Salmista canta de esta forma: «La
Palabra del Señor hizo el cielo; el aliento de su boca, sus ejércitos...
porque Él lo dijo, y existió; Él lo mandó y todo fue creado» (33, 6.9).
La vida brota, el mundo existe, porque todo obedece a la Palabra
divina.

Pero hoy nuestra pregunta es: en la época de la ciencia y de la
técnica, ¿tiene sentido todavía hablar de creación? ¿Cómo debemos
comprender las narraciones del Génesis? La Biblia no quiere ser
un manual de ciencias naturales; quiere en cambio hacer comprender la
verdad auténtica y profunda de las cosas. La verdad fundamental que nos
revelan los relatos del Génesis es que el mundo no es un conjunto de fuerzas entre sí contrastantes, sino que tiene su origen y su estabilidad en el Logos,
en la Razón eterna de Dios, que sigue sosteniendo el universo. Hay un
designio sobre el mundo que nace de esta Razón, del Espíritu creador.
Creer que en la base de todo exista esto, ilumina cualquier aspecto de
la existencia y da la valentía para afrontar con confianza y esperanza
la aventura de la vida. Por lo tanto, la Escritura nos dice que el
origen del ser, del mundo, nuestro origen no es lo irracional y la
necesidad, sino la razón y el amor y la libertad. De ahí la alternativa:
o prioridad de lo irracional, de la necesidad, o prioridad de la razón,
de la libertad, del amor. Nosotros creemos en esta última posición."
Esto lo enseñaba nuestro querido Papa Benedicto XVI en su Audiencia General del 6 de febrero de 2013. La teología nos presenta estas verdades y las explica desde Dios.
Pero... si la Tierra es la caja de resonancia de la presencia divina ¿por qué estamos haciendo tanto daño a lo que Dios creó y nos regaló? ¿Por qué destruimos la belleza y la bondad de la Creación? De nosotros se espera que dejemos un mundo mejor del que hemos encontrado ... pero ... ¿es así?
Nos hemos olvidado de poner más énfasis en nuestra dimensión espiritual sobre las cosas materiales. Debemos desaprender las malas catequesis que nos hablaron de "Dominar" la Creación como sinónimo de "depredar": grandes leopardos, largos y gruesos colmillos de elefante, pieles de visón, árboles de espléndida madera: en búsqueda del beneficio, estamos destruyendo justamente aquéllo que nos sustenta. Como Francis Bacon decía insistentemente en su defensa del nuevo método científico, basado en la experimentación, hemos hecho de la tierra "una esclava, la hemos usado mezquinamente, hemos extraído su riqueza en nuestro beneficio y hemos matado su espíritu".

Curiosamente la tierra puede existir sin nosotros, pero nosotros, aunque nos definamos como criaturas superiores, no podemos existir sin la tierra que estamos destruyendo a toda marcha.
Dios creó la tierra, por tanto la tierra respira el aliento de Dios.
La naturaleza trae grandes mensajes espirituales para todos nosotros. La naturaleza y sus ciclos nos dan lecciones de equilibrio y armonía, de fidelidad y generosidad sin medida. Nos da una imagen de la siembra y la cosecha que nos guía en los buenos tiempos y nos sustenta en los malos.

Ciertamente yo creo que Dios, la plenitud de Dios, está en todas partes, en todas las cosas, que todas las cosas comparten la misma vida divina, que todas tienen el mismo fin divino y que ninguna de ellas puede alcanzar la plenitud sin las otras. Mientras sigamos negando nuestra interconexión con el resto de la naturaleza, no encontraremos a Dios allí donde se manifiesta de una manera más diáfana: en una creación que, como nos dice con toda claridad la ciencia moderna, no se extingue, sino que simplemente se convierte en energía de otro tipo.

Decir "Creo en Dios creador de la Tierra", es la invitación a vivir cada vez más unidos a Él y así seguramente dejaremos un mundo mucho mejor que el que se nos ha dado. Eso es lo que Dios espera de nosotros. Para eso nos creó. Y nos creó a su imagen y semejanza. Por lo tanto debemos ser coherentes por tal honor. Amén.