Hablar de Dios creador o de cualquier otro atributo, sin tener experiencia contemplativa, no sería honesto. A Dios, en primer lugar se lo contempla, al mismo tiempo que se pone en práctica su voluntad, su Reino. Solamente después se lo piensa... Es necesario situarse en un primer momento en el terreno de la mística y de la práctica. Sólo posteriormente puede haber un discurso honesto y respetuoso sobre Dios. Podemos decir, por todo eso, que el momento inicial es el silencio. La etapa siguiente es hablar.
A la mayoría de los científicos de la naturaleza le causa dificultades la apelación de las religiones proféticas a un Dios Creador. Lo cual es comprensible pues los dos relatos de la creación del libro del Génesis fueron escritos en torno al 900 a.C y 500 a.C respectivamente. Ninguno de ellos ofrece información científica sobre el surgimiento del mundo y el ser humano. Pero sí que transmiten un impresionante testimonio de fe sobre el origen último del universo, que el científico de la naturaleza no puede confirmar ni refutar: en el principio de todas las cosas está Dios. Es una forma de expresar que el mundo y el ser humano, junto con el espacio y el tiempo, no deben su existencia a ningún otro poder, sino única y exclusivamente a Dios.
Pero estos antiquísimos relatos de la creación, que no hablan en fórmulas matemáticas ni modelos físicos, sino en imágenes (metáforas) y alegorías (parábolas), representan verdades sobre las que también los científicos deberían reflexionar, porque no sólo son relevantes para la ciencia sino sobre todo para nuestra vida:
- Que Dios es el origen de todo;
- Que no rivaliza con ningún principio científico.
- Que el mundo en su conjunto, la materia, el cuerpo humano y su sexualidad son fundamentalmente buenos.
- Que el ser humano es la meta del proceso de la creación y que ya la creación de Dios plasma la misericordiosa solicitud de éste por el mundo y el ser humano.
Precisamente la astrofísica me enseña que los años que dura mi vida no son nada con la edad de la humanidad. Y tampoco los años de vida de la humanidad son nada en comparación con la totalidad de la Vía Láctea que engloba unos cien mil millones de estrellas, una de las cuales es el Sol. Y ésta, nuestra Vía Láctea es a su vez una mota de polvo en comparación con esos cúmulos de galaxias que al principio fueron entendidos como "niebla", cada uno de los cuales contiene sin embargo, diez mil galaxias, de suerte que el número de galaxias observables alcanza los cien millones. A la vista de esto, tampoco el científico de la naturaleza podrá reprimir la antigua pregunta: "¿Qué soy yo en medio de este universo? ¿Qué sentido tiene el todo? ¿De dónde proviene el todo? ¿De la nada? ¿Explica entonces algo la nada? Y nuestra razón, ¿se da por satisfecha con ello? ¿Existe alguna posible alternativa? Como única alternativa, que la razón, sin embargo, no puede ofrecerme porque trasciende el horizonte espacio-temporal de experiencia, se me ocurre la siguiente:
"El todo procede del Creador, fundamento de fundamentos, al que llamamos Dios, y más en concreto, Dios Creador". Y aunque no sea capaz de demostrar este hecho, dispongo de buenas razones para afirmarlo: "si el Dios que existe es verdaderamente Dios, no lo es sólo aquí y ahora para mí, sino que ya es Dios al comienzo, Dios desde toda la eternidad. Creer en un Dios Creador, sólo significa afirmar en ilustrada confianza, que el universo, el mundo y el ser humano, no quedan inexplicados en lo que a su origen último se refiere.Que el mundo y el ser humano no son arrojados absurdamente de la nada a la nada. Que a pesar de todo cuanto carece de sentido y valor,como globalidad están llenos de sentido y valor, de suerte que no son caos, sino cosmos: porque tienen en Dios su fundamento primigenio, su artífice, su creador, su seguridad primera y última. Nada me fuerza a adoptar esta fe sino que puedo decidirme con plena libertad a vivirla.
La fe en un creador fundamento de fundamentos transforma mi posición en el mundo, mi actitud hacia él. Cimenta mi confianza radical y concretiza mi fe en Dios. Esto reclama de mi consecuencias prácticas: asumir mi responsabilidad sobre los otros y sobre el medio ambiente y abordar mis tareas cotidianas con seriedad, con más esperanza y con mayor realismo.
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