Cuando digo que creo en el Creador, estoy diciendo muchas más cosas acerca de mí que de Dios. Digo muchas más cosas acerca de lo que significa ser una criatura que acerca de lo que significa ser Creador.
La esencia del Credo es simplemente que no soy Dios. Sin embargo, podemos observar que muchos se sienten Dioses y no criaturas. Por ejemplo, lo vemos en los que trafican personas, drogas, armas, órganos. Y también yo me siento Dios cuando espero que Él haga a escala universal lo que yo no hago en el pequeño rincón del mundo en el que habito: cuando no practico la caridad, cuando no escucho el dolor de mi prójimo, cuando no comparto las manzanas de mi manzano, cuando juzgo y condeno arbitrariamente cuando sé que no estoy capacitada para hacerlo; es entonces cuando me erijo a mí mismo en principio y fin del universo, me hago Dios.
Aprender que estoy incompleto, admitir que hay cosas que no sé, que hay situaciones que no comprendo, asumir los efectos de las cosas que no he hecho bien ... son elementales experiencias humanas COMO CRIATURA. Esta es una tarea que puede llevar toda la vida, pero si no se hace, la vida puede quedar vacía y privada de toda interioridad. Aceptar mi condición de criatura, me libera un poco de la tendencia a apoyarme en mi propia vida. Es así como voy aprendiendo que yo no tengo toda la fuerza, ni todas las respuestas ni toda la riqueza que quiero. Puedo equivocarme, me puede doler, pero también puedo aprender. Rebajarme a pedir ayuda, admitir mis limitaciones, es ahí donde empieza la gloria de mi condición de mortal. "Mi fuerza está en mi debilidad", escribe Pablo en 2 Cor 12, 10. Este pasaje sólo se entiende cuando atraviesas una situación límite que te baja del pedestal del egoísmo, narcisismo, soberbia, autosuficiencia. Por ejemplo ante una enfermedad, valoras la ayuda de las personas a tu alrededor. El momento en que consigo comprender que son las cualidades que no tengo, las que me hacen reclamar las cualidades de los otros y a ellos las mías, marca mi inicio espiritual. De repente ser una criatura se convierte en un don, en un poder y en el principio de un crecimiento personal sin límites.
Pero además, el saberme criatura me llevará a comprender con facilidad la profunda necesidad humana en el marco de situaciones de guerras, epidemias, o de cualquier otro acontecer trágico que tal vez, antes me resultaban indiferentes. El error de una persona endiosada, sin experiencia de criatura es esperar que Dios resuelva semejante pecado, pues es precisamente esta actitud equivocada la que niega toda responsabilidad por parte de la criatura.
No tenemos un Dios "desapasionado, insensible, impotente", que nos crea y nos abandona, como dijo una persona asqueada de un Dios indiferente en un mundo lleno de dolor. Por el contrario, este Dios, la plenitud del Ser, ha vertido en nosotros todos los sentimientos necesarios para percibir esas cosas por nosotros mismos. El error radica en que en nombre de la religión, eludimos la responsabilidad que todos tenemos frente a tales cosas y se las devolvemos a Dios junto con toda la obligación de resolverlas y además lo culpamos por permitirlas. Eso es una gran inmadurez espiritual. Deberíamos acercarnos más a su Presencia y en actitud humilde de silencio y quietud, dejar que nos transfigure a Su Imagen y Semejanza, pues la hemos tapado con nuestro Ego.
Ignoramos, las demandas, los deberes, el conocimiento profundo y diario de que somos nosotros los que alborotamos en la vida jugando a ser Dios y generando el caos donde deberíamos poner orden. Hemos pecado como pueblo y, si queremos, podemos arrepentirnos y reparar nuestro pecado. No debemos exigirle a Dios que haga aquéllo que nosotros debemos hacer y no hacemos.
Si Dios nos evitara las consecuencias de nuestros pecados colectivos, sería un Dios que nos estaría arrebatando nuestra condición de criaturas condenándonos a la servidumbre; nos convertiría en robots; nos robaría la dignidad humana. Desear que Dios cambie el mundo puede ser el signo inequívoco de que hay algo que nosotros no somos capaces de hacer.
"Dios oye el grito del pobre" nos recuerda el salmista. Dios no dice una palabra acerca de cambiar las cosas, sólo dice que Dios oye, que recuerda y que espera que nosotros lleguemos a ser más de lo que somos. Como niños nacidos con el potencial de ser adultos, así también en el plano espiritual, Dios nos ha creado con la posibilidad de llegar a ser enteramente humanos, personas totalmente maduras, completamente espirituales.
Así como la ciencia nos dice que la creación no es un acto único y estático, nosotros, en el plano espiritual, tampoco estamos completos. Estamos todavía en desarrollo. Cada día se espera de nosotros que seamos más humanos y que hagamos de la humanidad un vestigio de la divinidad. Lo que hagamos cada uno de nosotros en su pequeño y solitario rincón, resonará en todo el universo.
Decir creo en el Creador es proclamar desde el fondo del alma que sabemos que la vida es un don, una responsabilidad, una aventura.
Es posible que continúen las injusticias, las guerras, la corrupción, la inmoralidad y que, lo que es peor aún, se tome todo ello como actos normales o naturales, pero lo que se espera de mí es que responda a la inhumanidad con humanidad, a la oscuridad con el brillo de Dios, a la muerte con el aliento vivificador del Creador. De mí se espera que me alimente del Ser que es la fuente de mi ser, de modo que todos podamos crecer y alcanzar un día el pleno desarrollo llegando a ser aquéllo de lo que fuimos hechos, ser todo lo que requiere la condición de criaturas.
Mi deber: COOPERAR CON EL CREADOR que ciertamente no ha creado al ser humano para que pase necesidades o viva en la indigencia o miserablemente, sin salud, trabajo o ningún bienestar. Hoy la gran interpelación por parte de Dios a su criatura es: "¿Y tú qué puedes hacer para que esto no ocurra?".