martes, 29 de abril de 2025

... QUE FUE CONCEBIDO POR OBRA DEL ESPÍRITU SANTO ...

El misterio de la encarnación en la que la generosa comunicación que Dios hace de sí mismo al género humano alcanza su culmen, es, en efecto, la obra más grande (maximum opus) realizada en la Historia por el Espíritu Santo. Siendo en efecto, el don más sublime y más completo que Dios hace de sí mismo a toda la Creación por amor (la encarnación), se pone de manifiesto que es la persona del Espíritu Santo, el cual  en la intimidad de la vida Trinitaria es Amor-Don y el sujeto mismo del que emana toda gracia divina, el que obra la encarnación por medio de la Santísima Virgen. El artífice divino de esta obra es el Espíritu Santo.

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Los dos evangelistas a quienes debemos la narración del nacimiento y de la infancia de Jesús de Nazaret, se pronuncian del mismo modo sobre esta cuestión. 

Según Lucas, en la anunciación del nacimiento de Jesús, María pregunta "¿Cómo será esto puesto que no conozco varón?", y recibe esta respuesta: "El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del altísimo te cubrirá con su sombra, por eso el que ha de nacer será santo y será llamado Hijo de Dios" (Lc 1, 34s). El Espíritu aparece de esta manera como el agente de una nueva creación que ya está actuando en este mundo.

 La anunciación - Henry Ossawa Tanner - Historia Arte (HA!)

Mateo narra directamente: "El nacimiento de Jesucristo fue de esta manera: Su madre, María estaba desposada con José y antes de estar juntos ellos, se encontró encinta por obra del Espíritu Santo" (Mt 1, 18). El texto pertenece al comentario que incluye Mateo al final de la genealogía de Jesús, el Mesías, Hijo de David, Hijo de Abraham (1,1). José turbado por esta situación, recibe en sueños la siguiente explicación: "No temas tomar contigo a María, tu esposa,  porque lo concebido en ella viene del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo a quien pondrás por nombre Jesús (Yehoshua, Yahveh salva) porque él salvará a su pueblo de sus pecados". (Mt 1,20s). El evangelista añade una explicación final remitiendo a los lectores al texto del Emmanuel del libro de Isaías (vv 23-23; Is 7, 14). El Hijo de Dios se identifica con el Emmanuel.

Todos los datos recogidos de la tradición hallada en los evangelios de Mateo y de Marcos, el Espíritu Santo, con rasgos todavía muy cercanos a la concepción del Antiguo Testamento,  aparece como la fuerza salvadora de Dios que interviene al final de la historia actuando en aquel personaje que viene a cumplir el designio de Dios. Jesús, como Siervo de Yahveh y como Hijo de David, recibe la plenitud del Espíritu Santo que lo capacita para cumplir la misión encomendada por el Padre y que en el Antiguo Testamento se encontraba separada en aquellas dos figuras mesiánicas: Hijo de David a quien se le había prometido que de su linaje descendería el que sería el Salvador, el Mesías (Ungido por el Espíritu Santo) y el Siervo de Yahveh descripto por Isaías en el que anticipa cómo sería la redención/salvación de la humanidad por un Jesús que ha de tirar por tierra todos los conceptos triunfalistas del Mesías del Antiguo Testamento. 

Meditaciones sobre el Espíritu Santo - La Croix en español

La tarea más característica del Espíritu Santo, aquélla de "dar la vida", es ejercida por Él en forma supremamente perfecta ("suprema plenitud") al producir la milagrosa concepción y el nacimiento virginal de Jesús. Obrando en María Virgen la concepción y el nacimiento de Jesús, el Espíritu Santo comienza, en efecto, a derramar su vida divina sobre todo el género humano. Y continuará haciéndolo después ininterrumpidamente en y por medio del Hijo de Dios encarnado, dado que la superabundante vida divina recibida por él, es la fuente de cualquier otra gracia ofrecida a los seres humanos (y a través de ellos, en cierto modo, a todas las criaturas materiales) por el Espíritu.

 Os ha nacido… un Salvador” - Conexión SUD

Por obra del Espíritu Santo se realiza el misterio de la unión hipostática, esto es la unión de la naturaleza divina con la naturaleza humana, la unión de la divinidad con la humanidad en la única persona del verbo-hijo. 

Cuando María en el momento de la anunciación pronuncia su "Fiat": "Hágase en mí según tu palabra", concibe de modo virginal un hombre, el hijo del hombre, que es el Hijo de Dios. Mediante este "humanarse" del verbo-hijo, la autocomunicación de Dios alcanza su plenitud definitiva en la historia de la creación y de la salvación. Esta plenitud adquiere una especial densidad y elocuencia expresiva en el contexto del evangelio de San Juan, "la Palabra se hizo carne". La encarnación de Dios-Hijo significa asumir la unidad con Dios no sólo de la naturaleza humana, sino asumir también con ella, en cierto modo, todo lo que es "carne": toda la humanidad, todo el mundo visible y material. La encarnación, también tiene, por tanto, todo su significado cósmico y su dimensión cósmica. "El primogénito de toda la creación", al encarnarse en la humanidad individual de Cristo, se une en cierto modo, a toda la realidad del hombre, el cual es también "carne", y en ella a toda "carne" y  a toda la creación.

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El Espíritu Santo que cubrió con su sombra el cuerpo virginal de María, dando comienzo en ella a la maternidad divina, al mismo tiempo hizo que su corazón sea perfectamente obediente a aquella autocomunicación de Dios que superaba todo concepto y toda facultad humana. "¡Feliz la que ha creído!",  así es saludada María por su parienta Isabel, que también estaba llena del Espíritu Santo. En las palabras de saludo a la que "ha creído", parece vislumbrarse un lejano (pero en realidad muy cercano) contraste con todos aquellos de los que Cristo dirá que "no creyeron". María entró en la historia de la salvación del mundo mediante la obediencia de la fe. Y  la fe, en su esencia más profunda, es la apertura del corazón humano ante el don: ante la autocomunicación de Dios por el Espíritu Santo. Escribe San Pablo: "El Señor es el Espíritu, y donde está el Espíritu del Señor, allí está la libertad" (2 Cor 3, 17). Cuando Dios Uno y Trino se abre al hombre por el Espíritu Santo, esta "apertura" suya revela y a la vez da a la creatura-hombre la plenitud de la libertad. Esta plenitud, de modo sublime, se ha manifestado precisamente mediante la fe de María, mediante la "obediencia de la fe". Sí ¡Feliz la que ha creído!.

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Cuando decimos "que fue concebido por obra del Espíritu Santo", estamos aceptando que materia y espíritu forman un todo. Que si la presencia de Dios puede estar contenida en la carne, entonces toda carne contiene lo santo, toda carne está bajo el impulso de Dios. Esa carne que algunos seres humanos, en su ardor por alcanzar la perfección, desdeñan como peligrosa,  ha sido dotada por Dios de una enorme capacidad para lo divino. La noción de que la divinidad no rechaza lo humano es una gloriosa declaración de fe. Cuando recordamos que Jesús fue concebido por el Espíritu Santo, conocemos la vida espiritual a la que estamos destinados pues ese mismo Espíritu habita en nosotros. Como Jesús fue formado por el Espíritu, nosotros sabemos que también ahora somos formados por Él. La conciencia del Espíritu dentro de nosotros es la conciencia de lo cósmico, creado por Dios y encarnado en Jesús.

El Espíritu abrió a Jesús a un mundo situado más allá de sí mismo. El Espíritu hace algo semejante con nosotros si nos permitimos llegar a ser más grandes que las limitaciones de una humanidad en la que la divinidad aún no se ha desplegado del todo. Roguemos al Señor que abra nuestro corazón para dejarnos transformar por la Gracia de su Santo Espíritu. No debemos temer porque es el Espíritu Santo quien nos ha de guiar. Amén.

 La Oración En La Iglesia: Un Viaje De Fe Y Conexión | Iglesia Del Pilar

 

martes, 15 de abril de 2025

...NUESTRO SEÑOR...

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La iglesia primitiva no empezó a llamar a Jesús "Nuestro Señor", sino hasta después de la resurrección. Entonces "Señor" significaba "el divino", el que es igual a Dios, más que "Maestro". Antes de todo esto, cuando recorría su tierra, hablaba con la gente, acudía a la sinagoga, participaba en banquetes, predicaba en los campos, incluso cuando colgaba en la cruz, Jesús había sido maestro, rabino, profeta, hijo de David, rey de los judíos, títulos que el pueblo judío conocía muy bien.

A raíz de la Pascua, la comunidad comenzó a ver a Jesús como el "Señor".

Jesús el "Señor", ese Jesús que encarnó el poder sagrado, ese Jesús cuyo triunfo sobre la muerte reveló su divinidad, era Señor Divino, Rey de la tierra y del mar, del suelo y del cielo, de la materia y del espíritu, de todo cuanto existió y cuanto tiene que existir. "Ante Él", escribió Pablo, "toda rodilla se doble y toda cabeza se incline". Fue una transición grandiosa. 

Pero no olvidemos, que no es menos "Señor" aquél Jesús que caminaba por suelos polvorientos, que sanaba todo tipo de dolencias y aquél Jesús que fue crucificado como un malhechor. El Credo nos invita a que revisemos constantemente esos dos conceptos.

 Jesucristo

La autoridad personal de Jesús superaba con mucho a la autoridad oficial del sistema que existía en torno a él.  No llevaba filacterias, montaba en borricos, no ostentaba posiciones. Escuchaba a todo el mundo: escuchaba a los mendigos, a los ciegos, a los soldados extranjeros, a los ricos, a las hemorroísas, a los niños pequeños y a los conflictivos fariseos. Su única norma era el Amor. Se dedicaba a perdonar los pecados, a curar a los enfermos y a combatir los legalismos de las instituciones para que la gente pudiera ser libre. Predicaba que cuando la misericordia y la paz, la compasión y la justicia penetraban en las personas, el Reino de Dios irrumpía en sus vidas al mismo tiempo. Y le seguían en masa de un extremo al otro del país. Jesús era el Señor sin señorío como lo da el mundo.  No mandaba sobre nadie. Murió en una cruz y se opuso a un imperio.

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Aquél a quien el Credo llama Señor, es la imagen de un Dios poderoso que no busca imponer por la fuerza ni siquiera lo bueno. Este Dios no excluye a nadie, inunda a todos los seres humanos creyentes y no creyentes por igual, con los frutos de la tierra, la alegría de la vida, la bondad de la creación.

Mi Credo rinde homenaje al "Señor" que miraba pacientemente al joven rico cuyo compromiso era aún parcial, que no se ensañaba con los abatidos y que aconsejaba a Pedro "perdonar hasta setenta veces siete".

El Credo, sin embargo, no sólo nos pide que recordemos a ese Jesús que conocimos antes de la Resurrección sino también al Glorioso Señor Divino que reina junto al Padre, en comunión con el Espiritu Santo. Amén.

 Catholic.net - La Santísima Trinidad – Ciclo A

jueves, 3 de abril de 2025

... SU ÚNICO HIJO ...

Llamar a Jesús "Hijo único de Dios" es una imagen con un gran peso. Contiene significados que van más allá del literal. Es una afirmación rotunda. Desde el punto de vista de la historia, esta expresión fue formulada como una respuesta al gnosticismo que sostenía que de la deidad suprema emanaban múltiples demiurgos o deidades inferiores. Según éstos, estas deidades y demiurgos eran responsables de la creación.

El Credo, por su parte, afirmaba que Dios era uno y que la relación entre Dios y Jesús era única y exclusiva, y no había ninguna otra que se le pareciera. Jesús no era un demiurgo ni una deidad inferior, Jesús era Dios.

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La expresión también pretendía hacer ver a un mundo no cristiano, pero acostumbrado a utilizar la fórmula "Hijo de Dios" cuando querían expresar el origen divino de su rey, que en este caso se trataba de un rey que se relacionaba de forma muy diferente de la que mantienen los reyes del mundo. Este Dios no era un potentado, ni este Jesús tenía deseo alguno de ser algo tan mezquino como un rey burocrático. Este Dios no era uno de tantos, ni este Jesús era un político que pretendiera ser divino. Este Jesús no era un cualquiera. Todo lo contrario: el Dios cósmico había depositado su divinidad en el embrión humano. 

La teología cristiana sostiene que Jesús es Hijo de Dios por su esencia y nosotros por participación. Dios se manifiesta en Jesús de manera única, o como dice Karl Rahner, Dios se ha expresado a sí mismo de manera absoluta en Jesús (Rahner, Cristianismo, 732 ss.).

Ahora bien, si profundizamos más y no nos quedamos tan sólo en los hechos históricos, es de destacar que Jesús y Dios son íntimos, y Jesús, el humano, aparece como nuestra invitación a imitarlo y por lo tanto,a llevar nosotros también a experimentar dicha intimidad con Dios. Dios se hace hombre en Jesús y se constituye en la prueba de que nosotros podemos ser igual que él: yo debo saber que también he sido hecho para la gloria; que yo también puedo llegar a ser la parte más verdadera de mí y que yo puedo también llegar a ser aquello  para lo que fui creado con la sustancia de la divinidad. Hijo de Dios significa, como venimos diciendo, que Jesús tiene una relación especial con Dios y que está ligado a Él de manera especial. El mero concepto "hijo", expresa la relación estrecha de Jesús con el Padre. Pero si bien esta relación de Jesús con el Padre es única, no es exclusiva pues nosotros también podemos sentirnos verdaderamente hijos e hijas de Dios (Ratzinger, Introducción, 174-181). En esto radica la revolución del amor de Jesús.

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En la creencia de Jesús como el hijo de Dios, se hace visible algo esencial de nuestra fe. Es determinante en Jesús que él no fue una persona que se abrió a Dios a través de la meditación o el ascetismo. Ya la Biblia y luego principalmente los Padres de la Iglesia griegos ven distinto al movimiento: éste no se produce del hombre hacia Dios, sino de Dios hacia el hombre. Dios se ha hecho hombre. El propio Dios ha venido a esta tierra y en Jesús, Dios se ha ligado por siempre a toda la humanidad.

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El mensaje de la Navidad nos dice: "Dios se ha hecho carne" . Él adoptó nuestra carne mortal. Él se ha hecho niño, desamparado y débil. Dios adoptó la naturaleza humana con todas sus consecuencias. En Jesús, Él no apareció como el Dios Todopoderoso que a todos asusta, sino como un hombre vulnerable, como uno que se introduce en las intrigas de la política y luego muere cruelmente en la Cruz.

Dios adoptó la existencia humana hasta la muerte, incluso hasta la muerte violenta. "La Palabra se hizo carne" (Jn 1,14). Esto es algo inaudito que modifica todos los parámetros humanos y religiosos. 

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Dios, en Jesús, adoptó todos los niveles del ser humano: el desamparo del niño, la rebelión de la pubertad, la maduración, el envejecimiento y la muerte. Pasó por todas las experiencia que debemos atravesar, para santificarlas y redimirlas. En Jesús, Dios nos enseña que no es alguien lejano sino cercano, alguien que se ha solidarizado con nosotros.

Si como cristianos se nos preguntara respecto a cómo entendemos a Jesús como Hijo de Dios, no será suficiente con repetir afirmaciones dogmáticas. Sabemos que esta es una verdad frente a la cual nuestra razón capitula. No obstante, en experiencias profundas de oración nos abrimos a este misterio de tal forma que llegamos a saber que, en Jesús, Dios se ha hecho visible y experimentable. Dios se hace hombre para que el hombre se divinice. La vida de Dios está en nosotros. Esa es nuestra condición de Hijos e Hijas de Dios. Dios ha descendido hasta nosotros para penetrarnos con su vida divina. Esa vida divina no nos dispensa de nuestra existencia humana, sino que nos habilita a llegar a ser completamente seres libres, es decir el ser que Dios ha imaginado cuando nos creó.

Dios se ha convertido en uno de nosotros y así elevó y bendijo a toda la raza humana.

La infinitud de Dios penetra nuestra finitud; la inmortalidad de Dios, nuestra mortalidad; la eternidad de Dios, nuestro carácter efímero.

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Cuando rezo el Credo aliento en mi corazón la esperanza de una relación con Dios que me engrandezca y así poder llegar a ser, al igual que Jesús,  aquello para lo que he sido creado. Cuando digo "Creo en Jesucristo, Hijo único de Dios", estoy diciendo que creo en la plenitud de lo que yo mismo puedo llegar a ser y estoy invitado a ser.

La humanidad debe saber que Dios está invitándonos permanentemente a experimentarlo en el fondo de nuestro ser. Es allí donde está nuestra chispa divina. Es allí donde mora Dios en mí. El problema es que Dios se manifiesta únicamente cuando nosotros le demostramos que queremos vivir en Él. Jesús es el signo que nos dice que estamos capacitados para hacerlo. Necesitamos EXPERIMENTAR A DIOS VIVO EN NOSOTROS. PERO SOMOS NOSOTROS QUIENES MUCHAS VECES ESTAMOS MUERTOS. Sin embargo, Él no nos abandona. 

Jesús nos muestra el camino. Roguemos al Señor que la humanidad despierte y se deje transformar por Dios. 

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