lunes, 5 de septiembre de 2011

EL MISTERIO DEL MAL

Fuente: Anselm Grün

Los antiguos monjes del desierto tuvieron una fuerte experiencia de la relación con el mal, con las sombras, con el contenido del inconciente. Su lenguaje mitológico que describe la amenaza del mal como tentación de los demonios, fue para aquellos monjes una ayuda para señalar la superación de lo que C. Jung llama las propias sombras o el inconciente personal y colectivo.

Los monjes no reprimían el contenido del inconciente sino que lo sacaban a la luz, lo exponían, lo cercaban y así le quitaban su peligrosidad.

Sin embargo, la psicología con su lenguaje empírico no puede captar en su totalidad lo que hay detrás de esas amenazas y riesgos. El lenguaje mitológico, tras lo comprensible psicológicamente, deja todavía espacio para lo NO COMPRENSIBLE, para lo simplemente presentible o sugerible. Esta realidad que aparece en las imágenes e ideas de la mitología no puede reducirse a puros estados psicológicos. La psicología puede SOLAMENTE describir el reflejo empíricamente cognoscible de esta realidad, pero la realidad misma SE LE ESCAPA.

Experimentamos en nuestro camino hacia Dios constantemente una fascinación por el mal, sentimos cómo el mal quiere atraernos. Los mecanismos que se producen en nosotros y los fenómenos físicos y psíquicos que aparecen, los puede describir la psicología. Sin embargo, lo que hay DETRAS de esta fascinación, el MISTERIO del mal, que constantemente ha sido expuesto en las religiones, filosofías y mitos de todos los pueblos, queda como INACEPTABLE para la investigación psicológica.

C. Jung piensa que muchas alteraciones neuróticas podrían ser causadas porque hay contenidos en nuestro inconciente para los cuales no tenemos ningún lenguaje. Como no pueden ser ni dichos ni manifestados, no los podemos hacer concientes y por ello actúan perturbadoramente en nuestra conciencia.

En nuestro camino hacia Dios, experimentamos que hay en nosotros muchas cosas que intentan apartarnos de Dios. Hay impulsos, deseos, necesidades encubiertas, afán de poder, emociones negativas que nos hacen ciegos para ver la realidad. Afectos vehementes que nos confunden y nos impiden la mirada hacia Dios. Los monjes han experimentado que no se puede ir a Dios sin plantearse estos impulsos y emociones. No se los puede reprimir, tenemos que autoconfesárnoslos y tratar con ellos.

Los antiguos monjes pueden ayudarnos a superar nuestros riesgos y nuestras tentaciones mediante el reconocimiento claro del mal en nosotros y luchar con todo empeño por una transparencia interior y apertura sin reservas ante Dios para que nuestro corazón se abra constantemente al Espíritu y al Amor de Dios.

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