Una historia del Lejano Oriente cuenta que un general depravado sometía a pillaje a una zona rural atemorizando a los habitantes. Era, según se dice, particularmente cruel con los monjes del lugar, a los que despreciaba.
Un día, al final de un asalto, uno de sus oficiales le informó que, por miedo a él, todos los habitantes habían huído de la localidad, con excepción de un monje que se había quedado en el monasterio prosiguiendo sus actividades cotidianas.
El general se enfureció ante la audacia del monje y envió a sus soldados a buscarlo para hacerlo comparecer ante él.
"¿Sabes quién soy?" - rugió ante el monje- "Soy quien puede atravesarte con una espada sin pestañear".
Pero el monje replicó sosegadamente "Y ¿sabes tú quién soy yo? Soy quien puede dejarte atravesarme con una espada sin pestañear".
Un día, al final de un asalto, uno de sus oficiales le informó que, por miedo a él, todos los habitantes habían huído de la localidad, con excepción de un monje que se había quedado en el monasterio prosiguiendo sus actividades cotidianas.
El general se enfureció ante la audacia del monje y envió a sus soldados a buscarlo para hacerlo comparecer ante él.
"¿Sabes quién soy?" - rugió ante el monje- "Soy quien puede atravesarte con una espada sin pestañear".
Pero el monje replicó sosegadamente "Y ¿sabes tú quién soy yo? Soy quien puede dejarte atravesarme con una espada sin pestañear".
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