Les comparto un trabajo mìo para el Taller Literario, basado en mi experiencia personal de visita al Bosque en vacaciones.
El bosque estaba allì, imponente, escondido dentro de una ciudad bulliciosa y por momentos insoportable.
Fue como entrar a otro mundo: hùmedo, fresco, puro ... en el que los incontables tonos de verde se mezclaban en una especie de lucha furiosa con los rayos de luz solar que pretendìan escabullirse por entre los àrboles para llegar al suelo. Rara vez lo lograban. El bosque siempre salìa triunfante pues la lucha entre la luz y la sombra era desigual.
La caminata contemplativa nos hizo entender màs profundamente por què la tupida alfombra rastrera se empeñaba en treparse a los àrboles abrazando los troncos de màs de 50 años y unos 20 metros de altura, hasta perderse llegando a la copa, en una desfachatada simbiosis de la naturaleza.
Entendimos que la vida siempre triunfa sobre la muerte, que nada puede detener la fuerza y energìa vital de las cosas, de las almas, de los seres en su camino a las alturas desconocidas y misteriosas del cielo, pues el tiempo no se queda quieto.
El bosque resultò un maestro espiritual ùnico: bello, saludable, pròspero, solidario. Acunado en brazos del viento, se dejaba mecer entonando su canciòn de cuna despidiendo la tarde. Asì es la vida, tu vida, mi vida: una invitaciòn constante a la opciòn de construir aunque algunos destruyan, tal vez porque no entendieron, o quizàs porque no han visitado el bosque para mirarlo con los ojos del corazòn.
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