Algunos consejos a la hora de usar una imagen
Una
imagen es una obra de arte destinada a propiciar la oración y la
contemplación. No es por lo tanto un objeto de decoración o de adorno.
Ha sido creada para ayudar a los creyentes en la plegaria individual, familiar o de pequeños grupos.
Mantenla
oculta siempre que no estés en oración y evita que lo profanen miradas
de otras personas o las tuyas propias cuando no estás orando.
No es un objeto para enseñarlo a las amistades ni una decoración exótica para la casa.
Es una evocación de lo Sagrado a través de una imagen.
Antes
de elegir un icono, una imagen o una figura, mira bien si realmente
evoca en ti lo Sagrado. No tengas prisa en elegir. Tómate todo el tiempo
que haga falta.
Un
icono, una figura, una imagen, un templo o cualquier lugar de oración no
es imprescindible; afortunadamente Dios está en todas partes; pero lo
que tienes que ver es si tú lo ves en todas partes. Si es así, no te
hace falta ningún elemento externo de ayuda, pero tienes que ser muy
sincero y si no es así, y resulta que una imagen, un icono, determinadas
iglesias o cualquier otro elemento te ayuda a evocar la presencia de lo
Sagrado, entonces es bueno y sabio el que lo utilices.
Algunos consejos sobre la oración
En
la oración no se trata de pedir cosas a Aquel que todo conoce. La
oración no es para decirle a Dios lo que quieres sino para escuchar lo
que Él quiere para ti y que no es otra cosa que compartir lo que Él es:
Tranquilidad profunda, Beatitud, Paz, Bondad, Belleza, Amor …
No
se trata de pedir cosas sino de comprender que no necesitas nada más
que la presencia de Dios y descansar en esa morada llena de sus
cualidades.
Antes
de orar debes de comprender que detrás de todos tus deseos de objetos o
de situaciones del mundo, solo hay un deseo: la paz profunda. Y ese
deseo último que tanto anhelas y que proyectas en los objetos y
situaciones del mundo solo lo puedes obtener en la interioridad. La
tranquilidad y la plenitud solo están en tu espíritu, que es el espíritu
de Dios.
Una
persona se pone a orar cuando ha comprendido claramente la futilidad y
la relatividad de todos los objetivos convencionales humanos que, aún
teniendo su importancia relativa, no pueden darle la paz profunda, la
plenitud que todo ser humano anhela con nostalgia. Es comprendiendo
claramente esto, bien sea por la propia inteligencia, o movido por las
constantes dificultades de la vida, cuando uno se acerca a la Paz, la
Belleza, la Bondad, la Plenitud y la Alegría que proporciona el contacto
con lo Absoluto y con lo Sagrado a través de la oración en su calidad
más contemplativa.
Sumergirse
en el “acto orante” es el síntoma más claro de que se ha llegado al
discernimiento (entre lo verdadero y lo falso), al desapego (de las
cosas del mundo), a la sumisión (a la presencia de Dios), a la humildad
(respecto a nuestra capacidad humana), a la sabiduría (habiendo
comprendido donde está la plenitud y el gozo verdaderos), a la caridad
(al abrazar en nuestra oración a toda la creación), y a todas las demás
virtudes… Todas las virtudes están contenidas en la oración.
Orar es un acto simple de colocación ante la presencia de lo Sagrado.
No
te compliques con rituales ni con palabrería o con lecturas excesivas.
Orar es muy sencillo, no hace falta que te leas todos los libros que hay
sobre el tema. Se trata de orar, no de leer sobre ello. Vale más un
minuto de presencia en lo Sagrado que un año de lecturas sobre la
oración.
El
rato de oración es un paréntesis de tranquilidad en tu vida. Nunca
tengas prisa. La prisa, la ansiedad, la complicación y la dispersión son
los mayores enemigos del espíritu. Mantenlos a raya cueste lo que
cueste. Nunca te dejes llevar por ellos. Mantente todo el tiempo que
haga falta hasta que reconozcas la presencia de lo Sagrado. Esto puede
llevarte desde unos pocos minutos hasta horas. Ten paciencia y espera.
Evita
hacerlo de manera mecánica y rutinaria; hazlo, no por obligación, sino
por devoción. Eso te coloca en una actitud y en una atmósfera totalmente
diferentes.
El
pensamiento racional puede llegar a ser un gran enemigo del espíritu.
No pienses, razones ni elucubres sobre lo que haces. Simplemente hazlo;
simplemente reza. Entra en esa atmósfera, no pienses sobre ella. El
pensamiento no entiende esos estados y antes, durante o después de la
oración, pondrá todo tipo de impedimentos y de razonamientos haciéndote
ver lo absurdo de la práctica. El pensamiento empleará todo tipo de
argumentos de lo más convincentes e ingeniosos. ¡No hagas caso al
pensamiento! Diga lo que diga la mente, tú continúa con tu práctica de
oración.
Ten
en cuenta que esto te sucederá, incluso, después de muchos años de
práctica y de frecuentación de esos “lugares del Espíritu”. Muchos son
los testimonios de personas de oración y de vida interior que así lo
confirman. Nunca hagas caso a esos pensamientos. La mente pensante,
hiper desarrollada en las personas actuales, no puede abarcar ciertas
moradas y se resiste con todas sus fuerzas poniendo una barrera que
debemos vencer con perseverancia e inspiración.
* * *
Enciende
una vela delante del Oratorio y siéntate en el suelo, con las piernas
cruzadas, sobre los talones o en un banquillo, según prefieras.
Puedes
permanecer así desde unos minutos…. hasta el día entero. No hay límite
para la adoración. Acuérdate del consejo evangélico de «permanecer en
oración constante».
Preferentemente
puedes rezar el Santo Rosario o el Ave María, haciéndolo con
tranquilidad y dejando que en tu alma se reproduzca la receptividad de
la Virgen María ante el anuncio del Ángel.
También puedes emplear una invocación más simple como por ejemplo:
"AMOR PADRE DIOS ¡¡ TE AMO !!"
La repetición se irá uniendo, poco a poco, a la respiración: AMOR al tomar aire, AMOR al expulsarlo.
Puede llegar un momento en el que
el aliento en sí, se transforma en oración. El contenido de la palabra
se trasvasará al aliento, al cuerpo y al mundo. Entenderás lo que es
«ver a Dios en las formas y las formas en Dios».
Si decides usar otra plegaria,
mira que sea una sencilla frase o palabra que evoque en ti lo Sagrado y
que repetirás con tranquilidad dejándote impregnar por su sabor.
Puedes centrar tu atención en el
corazón. Eso enraíza la oración en el cuerpo y despeja a la mente del
continuo pensamiento. De esa manera el espíritu se “corporaliza” y el
cuerpo se “espiritualiza”. En el corazón vivirá entonces una llama
orante permanentemente encendida; como una luz que señala donde hay un
“templo vivo de Dios”.
Puedes abrir los ojos de vez en
cuando un momento y mirar a la imagen que te inspira, de manera que
añadas un impulso más hacia las alturas a través de la visión.
No fuerces la plegaria, ni mucho
menos la respiración. Una de las claves fundamentales de la oración está
en aprender la manera en que la plegaria “suceda” por sí misma, a su
propio ritmo, “se rece” en ti, lo mismo que la respiración “ocurre” sin
ningún esfuerzo.
Los momentos más propicios para
la oración son el amanecer y el anochecer (los tradicionales momentos de
Laudes y Vísperas), pero puedes hacerlo en cualquier otro momento del
día o de la noche.
Con el tiempo la oración se irá
haciendo continua en tu vida, tanto la «Oración Verbal» cuando sea
posible, como la «Presencia en el Sabor de lo Sagrado» que se mantendrá
como plano de fondo a lo largo de todo el día.
Sobre ese sagrado “lienzo de
fondo” verás que se van dibujando las situaciones, los movimientos, las
conversaciones, el trabajo etc… Toda tu vida quedará cubierta por el
manto de tranquilidad de lo Sagrado e iluminada por la “dorada luz del
Tabor”; un gran manto de tranquilidad, lucidez, comprensión y gracia que
irá abarcando las situaciones, los paisajes, las personas en cada
momento de tu vida.
También con el tiempo esa invocación, ese sabor o esa luz, se mantendrán por la noche durante los sueños.
Si sois una familia,
acostumbraros a orar juntos al atardecer o antes de dormir. ¡Apaga la
televisión y enciende el Oratorio… tu alma te lo agradecerá!
A los niños les resulta muy fácil
la oración siempre y cuando no se les complique con palabrerías
inútiles o con doctrinas que no llegan a comprender. Enséñales a orar
con el Padre Nuestro o con una invocación simple. Ya tendrán tiempo para
doctrina y teología más adelante. Los niños captan magníficamente el
“sabor” de lo Sagrado y les deja un recuerdo indeleble en sus almas.
Valen más unos minutos de oración contemplativa todas las noches; viendo
además el ejemplo de sus padres; que todas las explicaciones teóricas
que se les pueda dar. Cuando sean mayores te agradecerán las horas
pasadas en esa atmósfera sagrada en vez de viendo la televisión. Habrás
sembrado una semilla de paz, alegría y plenitud con unas consecuencias
que ni siquiera imaginas ahora.
Si en periodos largos de oración
sientes molestias en el cuerpo, aprende a moverte muy lenta y
armoniosamente. Inclínate hacia delante, hacia los lados o extiéndete
hacia atrás. Haz, armoniosa y lentamente, torsiones hacia los lados o
cualquier otro movimiento que te alivie las molestias. Aprende a moverte
tan suavemente que el movimiento no perturbe el estado de oración. Así
el movimiento también será oración e invocación.
De la misma manera que una
palabra o una frase pueden invocar y evocar lo sagrado, también un
movimiento, un gesto o la evocación visual de una imagen pueden hacerlo.
Si sinceramente ese es tu caso hazlo así, pero no lo hagas por estar a
la moda o por ser original; mira si eso realmente te sitúa en presencia
de lo Sagrado. A fin de cuentas lo que importa es llegar a la presencia
de Dios y el vehículo que empleemos para ello será, simplemente, aquel
que más nos ayude a ese fin.
Reconocerás la presencia del
Espíritu por sus frutos. Ahí donde aparezca una Alegría sin motivo
mundano, una Bondad desinteresada, un Amor en estado puro y sin
excepciones, una Belleza que todo lo abarca con su manto, una Paz
interior y un Agradecimiento independientes de las circunstancias
exteriores, ahí estará sin duda el Espíritu.
Cuando aparezca esa Alegría sin
objeto, contémplala, quédate mirándola; permanece en esa vivencia
durante todo el tiempo que puedas, minutos, horas o días. Cuando
aparezca la Bondad, contémplala, quédate impregnándote de esa vivencia;
quédate con ella todo el tiempo que puedas. Así con todas las demás
cualidades divinas: el Amor, la Libertad, la Misericordia, la Infinitud,
el Silencio, la Paz profunda, etc… Conforme vayan apareciendo en la
oración, quédate contemplándolas y así irán tomando cada vez más
presencia en tu vida.
También reconocerás la presencia
de lo Sagrado cuando al intentar describir la vivencia aparezcan las
paradojas. Expresiones como: una “vacuidad plena”, una “plenitud sutil”,
un “silencio sonoro”, una “densidad ligera”, una “soledad acompañada”,
etc. denotan que se ha visitado ese lugar donde mora el Espíritu.
A veces también lo puedes
reconocer por algunos cambios físicos: notarás un cambio en la
respiración que tomará una calidad “diferente”, más profunda o más
intensa o más lenta, según el momento o las personas. Puedes notar
también algunos cambios en la calidad de la mirada, o en la relajación
de la columna o de los plexos nerviosos. Pero todos estos cambios, si es
que ocurren, ocurrirán de manera espontánea y como consecuencia de la
profundización, no puedes forzarlos ni fingirlos desde afuera.
De la oración contemplativa al
silencio contemplativo solo hay un paso. No fuerces el silencio; llegará
de forma natural cuando el alma quede impregnada del Espíritu en una
unidad. Entonces, de manera natural, cesará la repetición de la plegaria
y te mantendrás en la simple presencia silenciosa. No quieras, por
orgullo, llegar a lo más alto y permanece tranquilamente ahí donde Dios
te ha puesto y donde puedas sentir su presencia. En estos tiempos es una
pena que muchas personas con gran capacidad y vocación de interioridad,
por querer llegar directamente al último peldaño de la unión mística….
ni siquiera alcancen el primero de paz interior. El silencio forzado
será un silencio “vacuo”, desprovisto de gracia, y que no tiene ningún
sentido espiritual. Con frecuencia, incluso, se convierte en algo
angustioso. Eso en vez de acercarte al Cielo, te deja a las puertas del
Infierno. El silencio en sí mismo no es el objetivo, sino la presencia
de Dios. La presencia de Dios viene acompañada de silencio, pero el
silencio no siempre es acompañado por la presencia de Dios.
La palabra caerá como una fruta
madura cuando aparezca lo que ella invoca. Entonces reposa y descansa en
ese Santo Silencio, en esa Santa Presencia. Cuando veas que ese perfume
desaparece, cuando veas que vuelve la inquietud o la sequedad, entonces
vuelve a la palabra hasta que el fuego se avive de nuevo. Una y mil
veces.
Por otra parte no debes forzar la
oración verbal, la palabra, cuando veas que el silencio te ha tomado o
esté llamando a tu puerta. En esos momentos, incluso la palabra que te
elevaba puede convertirse en un estorbo y hacerte descender de esa
«ligereza plena». No tengas miedo al silencio. La simple presencia, o el
simple aliento son oración cuando están impregnados de Gracia.
Si tienes la bendición de
encontrar un maestro de oración aprende de él, será una gran suerte.
Desgraciadamente en los tiempos que corren, esto es cada vez más difícil
por no decir imposible. Esto no debe desanimarte, confía en la
inspiración y en la ayuda del Espíritu Santo y haz el camino en soledad.
Si no tienes ayuda en la tierra confía en la ayuda del Cielo. La ayuda
para el espíritu llega a raudales a las pocas personas que, en este
profanado mundo de hoy en día, optan por una orientación interior. Con
el tiempo puede que encuentres a algunas pocas personas como tú. Os
reconoceréis enseguida.
Aunque estés en soledad, ponte en
camino y ora en soledad. El mundo del espíritu ha estado desde siempre
lleno de ermitaños y solitarios, y ahora, con el actual descalabro
espiritual, sigue estándolo aunque permanezcan ocultos en las ciudades.
Si lo puedes hacer en grupo o en familia hazlo así, pero sea cual sea la
situación no dejes de meditar, orar y contemplar lo Sagrado.
No puede un ser humano hacer acto
más bello que la oración. Sumergirse en el acto orante es sumergirse en
la belleza que encierra dicho acto… El abandono y la entrega al acto
orante es la mayor belleza que puede acompañar nuestra vida; esa
entrega… esa rendición ante lo que nos sobrepasa…
Uno puede optar por cubrir su
vida con un manto de belleza o permanecer en la sequedad, el
desasosiego, la inquietud, la fealdad o en la amargura. En algún momento
de tu vida tendrás que optar por lo uno o por lo otro, más allá de
ideologías, argumentaciones y razonamientos de la mente pensante.
Merece la pena apostar por lo
primero y que tu paso por este mundo esté acompañado de la Luz, el Calor
y la Belleza de lo Sagrado, convirtiéndote así en un foco de
irradiación de esas cualidades para tu entorno.
Si tu impulso y tu vocación son
fuertes, esa opción se hará de una vez y para siempre. Pero lo más
habitual es que esa opción sea un gesto que se renueva cada día o cada
momento del día en una apuesta y una decisión constante.
Hay momentos de “sequedad”
interior; cuando la “noche oscura”, el desánimo y la aspereza invaden
cada célula. En esos momentos lo mejor es poner orden en la vida
exterior y mantener un “mínimo” de oración. Pueden bastar tres minutos a
la mañana y tres a la noche. Eso no cuesta ningún esfuerzo a pesar de
que estemos en plena “noche oscura”. Aunque te parezca poco, eso es
mejor que nada. En esos momentos tienes que ser humilde y reconocerte en
tu humanidad. No puedes en ese estado ponerte metas muy altas; se como
un niño, Dios no te pide nada más allá de tus posibilidades actuales.
Comprobarás como tan solo tres avemarías pueden obrar milagros…
Algunos consejos para cuando se hace oración en grupo
Si en algún momento tienes la
bendición de encontrar otras personas que, como tú, también practican la
oración contemplativa, puede ser positivo el reunirse para orar en
común algún día de la semana o quizás en períodos más largos como un fin
de semana.
Cuando varias personas se reúnen
es necesario un mínimo de estructuración para que la reunión pueda ser
espiritualmente productiva y no termine por ser un desorden y una
dispersión totalmente antiespiritual. Recuerda que la belleza y el orden
son un reflejo y una cualidad de lo Absoluto.
Al tomar cualquier decisión,
hasta la más mínima, o hasta la que parezca sin ninguna importancia, no
perdáis nunca de vista el objetivo de «estar en presencia de lo
Sagrado». Comprobar si aquella decisión realmente es buena para
favorecer la presencia de Dios o no.
Hay que ser muy sincero y muy tajante en esto porque de ello depende la eficacia espiritual del grupo.
Tanto en el caminar solitario
como cuando se hace en pequeños grupos, es posible y puede ser incluso
recomendable la practica del Oficio Divino o la simple salmodia del
Salterio como fuente de gracia, de inspiración y, cuando se hace en
grupo, como oración compartida. Esto se puede hacer al comienzo del
periodo de práctica y sin que llegue a ser la parte predominante, de
manera que la mayor parte del tiempo sea de oración interior.
Los salmos se pueden recitar en
grupo simplemente con el tono normal de lectura, pero todavía mejor es
hacerlo con la entonación gregoriana que es muy sencilla de aprender y
practicar, y que además crea una atmósfera mucho más contemplativa.
En reuniones de varios días, y si
esto fuera posible, se puede incluir la celebración de la Eucaristía.
Hacerlo de la manera más austera. Hacerlo sin prisa. Que no se pierda el
sabor interior orante durante la celebración.
De utilizar cánticos, que sean
gregorianos, evitando esa clase de músicas emocionales y dulzonas que se
acostumbran hoy en día y que no favorecen para nada la elevación
espiritual. No confundáis una subida emocional o sentimental, con la
ascensión espiritual. Es mejor no emplear cantos antes que emplearlos
mal. Si no conocéis la música gregoriana mejor hacerlo con la simple y
austera palabra, y con abundantes momentos de silencio…. la mejor de las
músicas.
Al estar en grupo es mejor marcar
unos periodos de oración que resulten adecuados para el grupo. Alguien
se encargará de marcar el tiempo con un toque de campana y si se hace la
salmodia, alguien se encargará de dirigirla mínimamente.
Sobre todo nada de complicación y
de dispersión. Lo más simple es lo más eficaz. Si a la simple oración
se añaden algunos elementos es con el fin de facilitar la presencia del
Espíritu, la inspiración, o el funcionamiento grupal, pero no es para
nada obligatorio. Si no es necesario añadir nada, tanto mejor; y si se
hace, que sea para mejorar la calidad de transparencia interior no para
difuminarlo todo con decoraciones o emocionalidades.
El lema de un grupo contemplativo orante debe de ser el tradicional monástico de «Soledad compartida».
de un Ermitaño Anónimo
Susana muchas gracias, me ha encantado.
ResponderEliminarVolveré para copiarlo.
Un abrazo. Dios te bendiga.
Querida Marian: Es verdad. Es un material que no tiene precio. Te mando un abrazo muy grande y todo mi cariño desde Buenos Aires.
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