Thomas Merton
Una breve
mirada hacia la experiencia contemplativa.
Lo único que
puede salvar al mundo del colapso moral completo es una revolución espiritual.
Si todos los cristianos cumpliéramos con el credo que profesamos, esa
revolución se produciría. La expresión fundamental de este espíritu
revolucionario la constituyen el deseo de apartarse de lo mundano, el desapego
y la unión con Dios.
El ser
humano se encuentra en la mayor crisis de su historia porque la propia religión
se encuentra en la balanza. El desasosiego actual en cinco continentes, con
seres humanos cada vez más temerosos de ser aniquilados, ha puesto de rodillas
a muchos.
Hoy el
problema religioso real no se trata de las persecuciones a la Iglesia sino en las almas
de quienes entre nosotros creen en Dios de corazón y reconocen su obligación de
amarlo y servirlo ¡pero no lo hacen!
El mundo en
que vivimos, es terreno reseco para la semilla de la verdad de Dios. No puedes
amar a Dios a menos que lo conozcas. Y no podrás conocerlo a menos que
dispongas de algo de tiempo y algo de paz para orar/meditar, rezar, pensar en
El y estudiar Su Verdad. En nuestra civilización el tiempo y la paz no se
logran fácilmente. No podemos dedicarnos a Dios sin asumir una vida
interior.
Todo lo que
hagamos al servicio de Dios debe ser vitalizado mediante el poder sobrenatural
de Su Gracia. Pero la gracia no es concedida según la proporción con que nos
dispongamos a recibirla mediante la práctica interna de las virtudes
teologales: fe, esperanza y caridad. Estas virtudes exigen un ejercicio pleno y
constante de nuestra inteligencia y voluntad. Pero este ejercicio es
frecuentemente obstruído por influencias externas que nos enceguecen con la
pasión y nos distraen de combatirse mediante una disciplina constante de
recogimiento, meditación, oración, estudio, mortificación de los deseos (hoy
desapego del ego) y al menos con alguna soledad y aislamiento.
No es
deseable ni posible que todo cristiano se retire del mundo e ingrese en un
monasterio trapense. Sin embargo el repentino interés de los occidentales por
la vida contemplativa parece probar muy claramente una cosa: que la contemplación, el ascetismo, la
oración mental y el apartarse de lo mundano son elementos que los cristianos de
nuestra época necesitamos redescubrir inmensamente. Pío XII ya les recordaba a los católicos que
su santidad personal y la unión con Cristo en una honda vida interior es lo más
importante de todo.
La
malignidad imperante en el mundo moderno debería ser un indicador suficiente de
que no sabemos tanto como suponemos. Pero también es cierto que las épocas de
mayor desesperación a veces desembocaron en épocas de triunfo y de esperanza.
Por
naturaleza el ser humano tiene propensión al bien y NO AL MAL. Y debemos tener
en cuenta que además de nuestra naturaleza, disponemos de algo infinitamente
mayor: la gracia de Dios, que de modo poderoso nos eleva a la Verdad infinita y no se
niega a quien la desea.
TODA LA FELICIDAD DEL HOMBRE E
INCLUSIVE SU CORDURA DEPENDEN DE SU CONDICION MORAL. Y como la sociedad no
existe para nada en el vacío, sino que está constituída por los individuos que
la componen, en última instancia los problemas de la sociedad no pueden ser
resueltos sino en los términos de la vida moral de los individuos. Si los
ciudadanos son sanos, la ciudad será sana. Si los ciudadanos son animales
salvajes, la sociedad será una jungla.
PERO LA MORALIDAD NO ES UN FIN EN SI
MISMA. Para un cristiano, la virtud no constituye una recompensa. Dios es
nuestra RECOMPENSA. La vida moral conduce a algo que la trasciende: a la
experiencia de la UNION CON
DIOS, y a nuestra TRANSFORMACION EN EL. Esta transformación se perfecciona en
la otra vida y a la luz de la gloria. No obstante, aún en la tierra el ser
humano puede saborear de antemano el cielo mediante la CONTEMPLACION
MISTICA. Ya sea que la experimente o no, el hombre de fe, ya
está viviendo en el CIELO.
El hecho de
que la contemplación sea en realidad accesible a escasos hombres no significa
que carezca de importancia para la humanidad como un todo. Si, a la larga, la
salvación de la sociedad depende de la salud moral y espiritual de los
individuos, el sujeto de la contemplación pasa a ser inmensamente importante,
dado que la contemplación es un indicador de la MADUREZ ESPIRITUAL.
Está íntimamente ligada a la santidad. No se puede salvar al mundo apenas
mediante un sistema. Sin la caridad no es posible la paz.
Sabemos que
la contemplación es una OBRA DE LA
GRACIA.
La Verdad
que el ser humano necesita conocer es la realidad trascendente. Nuestra vida
cotidiana es una existencia limitada donde, la mayor parte del tiempo,
parecemos estar ausentes de nosotros mismos y de la realidad porque nos
involucramos en las preocupaciones vanas que acosan los pasos de todo ser
humano viviente. Pero hay momentos en los que súbitamente parece que
despertamos y descubrimos el significado pleno de nuestra realidad presente. No
es posible abarcar esos descubrimientos con fórmulas o definiciones. Son un
asunto de EXPERIENCIA PERSONAL, DE INTUICION INCOMUNICABLE. A la luz de tal
experiencia es muy fácil darse cuenta de lo trivial de todas las pequeñeces que
ocupan nuestras mentes. Allí es cuando recuperamos un poco de la calma y del
equilibrio que siempre deberíamos tener y entendemos la vida como un don demasiado
grande para dilapidarlo.
La paradoja
de la contemplación es que Dios nunca es realmente conocido a menos que también
se lo ame. Y sólo podemos amarlo cuando hacemos Su Voluntad (optamos por el
Bien). Esto explica por qué el hombre moderno, que sabe tantas cosas, es a
pesar de todo, un ignorante. Dado que carece de amor, no logra ver la única
Verdad que importa y de la cual dependen todas las demás.
La gloria de
Dios resplandece de manera inefable a través de quienes El ha unido a Sí mismo.
De ningún
modo la economía cristiana es una mera filosofía o un sistema ético y mucho
menos una teoría social.
Cristo no
fue un sabio que vino a enseñar una doctrina. El es Dios que se encarnó para
efectuar la transformación mística de la HUMANIDAD.
Por supuesto
que trajo una doctrina mucho más grandiosa que todo lo que se había predicado
antes o hasta entonces. Pero esa doctrina no desemboca en ideas morales o
preceptos de ascetismo. LA ENSEÑANZA DE
JESUCRISTO ES LA SEMILLA DE
UNA NUEVA VIDA. La recepción de la
Palabra de Dios mediante la fe inicia la transformación del
ser humano. Lo eleva sobre este mundo y sobre su propia naturaleza y transporta
sus actos de pensar y desear, a un nivel sobrenatural. Nos volvemos
participantes de la naturaleza divina, Hijos de Dios en los que Cristo vive. A
partir de ese momento, la puerta de la eternidad se abre por completo en lo
profundo del alma humana y nos podemos convertir en contemplativos. Entonces
nos asomamos a un abismo de luz tan brillante que es oscuridad. Luego arderemos
con el deseo de ver la plenitud de la
Luz y como Moisés en la nube del Sinaí clamaremos: ¡MUESTRAME
TU ROSTRO!
Para llegar
a esta experiencia contemplativa madura es necesario el despojamiento interior
(desapego del ego por el camino del autoconocimiento en la repetición de nuestra palabra o frase sagrada (1). Cuando la fe se despliega hacia una comprensión espiritual profunda y
se desplaza más allá del alcance de los conceptos hacia la oscuridad que sólo
puede ser iluminada por el fuego del amor, el ser humano comienza
auténticamente a conocer a Dios del único modo que puede satisfacer su alma.
La persona
que se contenta solamente con el conocimiento conceptual de Dios y que no arde
para poseerlo mediante el amor, jamás llegará a conocerlo realmente.
Ante todo la
vida contemplativa exige apartarse de los sentidos sin rechazar completamente
la experiencia sensorial. Se actúa también por encima del plano del
razonamiento pero sin olvidar que la razón asume un papel esencial en la
ascesis interior. La oración mística o meditación, como lo sabemos, se eleva
por encima del funcionamiento natural de la inteligencia, aunque siempre es
esencialmente inteligente. En definitiva, la función más elevada del
espíritu humano es obra de la inteligencia transformada sobrenaturalmente en la
visión beatífica de Dios.
Así y todo
la voluntad desempeña un papel integral en toda contemplación dado que, no hay
contemplación sin amor. El amor es a la vez el punto de partida de la
contemplación y su deleite.
DIOS
USUALMENTE CONCEDE ESTE DON A QUIENES SE DESPEGAN DE TODO APEGO.
Finalmente
la contemplación mística nos llega como toda gracia, a través de Cristo. La
contemplación es la plenitud de la vida de Cristo en el alma y consiste ante
todo en la indagación sobrenatural de los misterios de Jesús. Esta obra se
realiza en nosotros mediante el E. S. sustancialmente presente en nuestra alma
mediante la gracia, junto con las otras dos Divinas Personas. La cúspide
suprema de la contemplación es una unión mística con Dios en la cual el alma y
sus facultades se dicen “transformadas” en Dios, e ingresan a una participación
plenamente consciente de la vida secreta de la Trinidad de Personas al
unísono con Su Naturaleza.
El
misticismo cristiano tradicional aunque por cierto no es intelectualista en el
mismo sentido de la filosofía mística de Platón y sus discípulos, de ningún
modo niega lo racional ni lo intelectual.
No existe
enemistad alguna entre el misticismo cristiano y la ciencia física, la
filosofía natural, la metafísica ni la teología dogmática. La contemplación es
supra-racional, sin desdeñar en lo más mínimo la luz de la razón. Los Papas
modernos han insistido en la armonía fundamental entre la sabiduría “adquirida”
o especulativa y la sabiduría “infundida” que es un don del E. S. y una contemplación
auténtica. El Papa Pío XI, al tomar a Santo Tomás de Aquino como modelo para
sacerdotes y teólogos, señaló que la santidad de este sabio consistía en la
maravillosa conjunción de la ciencia especulativa y la contemplación infusa que
se combinaron para alimentar la pura llama de su amor perfecto por Dios de tal
modo que toda la teología de Santo Tomás de Aquino tiene una finalidad única:
inducirnos en la unión íntima con Dios.
La Iglesia
no pretende santificar a los hombres destruyendo su humanidad, sino elevándola
con todas sus facultades y dones. Al mismo tiempo la Iglesia no deja que el ser
humano se ilusione sobre sí mismo, es decir que la persona humana debe saber de
la impotencia de las facultades naturales para lograr la Unión Divina mediante sus
propios esfuerzos, esto sería un misticismo falso pues el ser humano no puede
lograr nada espiritualmente sólo con el esfuerzo de su propia inteligencia.
En el
sentido estricto de la palabra, la experiencia contemplativa es siempre una
experiencia de Dios, que no es aprehendido como una abstracción, ni como un Ser
distante y extraño, sino como algo íntima e inmediatamente presente en el alma
con Su infinita Realidad y Esencia.
Esta es la
sustancia del misticismo cristiano.
(1) Nota: La meditación u oración centrante u oración de Jesús nos lleva a esta experiencia contemplativa y si Dios lo quiere, nos uniremos con El en la oración pura. No buscamos esto. Esto sucede por GRACIA. La oración es un don. S.T.
Querida Susy:
ResponderEliminarQue gracia todo lo que haces, que gracia que puedas moverte con libertad para hacer lo que vives en cuanto a oración contemplativa.
Entre a tu blog, me colmó de alegría, me encantó, estás bendecida.
Tenemos por lo que veo varios amigos en común, en tu blog te detienes de especial manera en uno Thomas Merton que es un amigo muy querido por mi, amigo que Dios puso a mi lado en el momento que lo estaba necesitando.
Por eso me animo a compartirte lo que sigue.
Es sumamente curioso lo que me sucedió, o bien pensado no, en ese entonces daba catequesis, por más de 17 años tuve la gracia de ser catequista primero de comunión y luego de confirmación, practicábamos la oración del silencio (sin saber que eso iniciarse en la meditación) casi siempre frente al Sagrario. De él partíamos.
Daba catequesis en una gran sala donde había funcionado una biblioteca.
Esperando la hora, me entretuve mirando los libros que descansaban desde hacía años en los estantes, libros antiguos, algunos verdaderos tesoros. Uno me llamó mi atención, en grades letras pude leer: Ascenso a la Verdad, su autor me era desconocido, Thomas Merton. Recuerdo su encuadernación rústica, era grueso,letras grandes, lo tomé y me quedé perpleja, jamás había sido leído, sus páginas estaban unidas por los bordes,a la manera de serrucho. Me lo prestaron .
En ese entonces a más de 25 años, el anhelo de Dios ya había echado raíces, estaba sedienta, como suele pasar en estos casos, buscas y buscas, sin descanso, pero solo Dios sabe cual será tu camino. Ese libro fue esclarecedor en todo sentido. Lo devolví, y quise adquirirlo sin éxito pero permaneció agotado por mucho tiempo.
Susana, me encanta tenerte de compañera de peregrinación.
Te abrazo en el amor infinito de Jesús y María, que sigas bendecida.
Alicia
Gracias Alicia por tus palabras tan hermosas. Tus descripciones tan elocuentes. Te abrazo en Cristo y María.
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