OCTUBRE 4, 2013
FIESTA DE SAN FRANCISCO DE ASIS
Invoco al Santo de Asís de la Hermana Pobreza para que me bendiga en estas exposiciones que pretenden aportar un pequeño granito de arena en un tema tan precioso como este.
El catolicismo afirma que el
hombre es imagen de Dios e indestructible por el pecado, aún afectado y
vulnerado por él, con sus terribles consecuencias religiosas, morales y
sociales. Esa base de naturaleza ordena el hombre a Dios, lo califica para oír
su palabra y le hace posible una comunicación, amor y experiencia de Dios
válida y valiosa: HOMO CAPAX DEI.
Tomemos por ejemplo a Santa
Teresa. Para ella, como para todos los místicos cristianos, la experiencia de
Dios es un don que Dios hace al alma, nunca una conquista que ella se puede
proponer o a la que se llega mediante la práctica de técnicas diversas.
Como hemos dicho ya en otras
entradas, el cristianismo es una religión profética antes que una religión
mística. La experiencia mística es un don que Dios da a determinadas almas y
que no se puede construir con nuestros propios esfuerzos. Así se explica la admirable variedad de
los santos. Los reconocidos como místicos no son ni los más grandes ni los más
aptos para ser imitados. Santa Teresa y San Juan de la Cruz son reconocidos como los
exponentes máximos para la era moderna. Ahora bien ¿le son inferiores san
Francisco de Asís, santo Tomás de Aquino, san Juan de Dios, san Francisco
Javier, san Vicente de Paul, Edith Stein, la Madre Teresa de Calcuta y
tantos otros santos modernos?. El cristianismo no eleva la razón ni la
experiencia a categorías supremas, sino que eleva la voluntad, la libertad y la
acción. Por eso el amor a Dios y al prójimo son los verdaderos criterios de
santidad. Nuestra perfección se realiza en la normal vida cristiana, vivida con
alegría y generosidad y hasta el fondo, sin pretensiones de alta teología o de
experiencias místicas. Vale más la permanencia fiel en la oración y el soportar
la soledad que toda misión conlleva, que todos los éxtasis juntos.
De Jesús no se nos narra ningún
fenómeno de interioridades especiales. En cambio se nos habla constantemente de
su oración y de su oración nocturna: “Salió hacia la montaña para orar y pasó
la noche entera orando a Dios” (Lc 6, 12). Y se nos narra su permanencia fiel
en el fracaso, en la agonía de Getsemaní y en el proceso hasta la muerte.
¡Larga oración de Jesús y profunda soledad sin poder comunicar ni siquiera a
los más íntimos ni su ser más propio, ni las exigencias de su misión, ni su
horizonte de futuro! ¡Y justamente por esta soledad asumida y sostenida hasta
el final, ha sido el que más compañía ha creado en el mundo! Ni la santidad, ni
la experiencia mística, ni la felicidad se pueden perseguir como objeto directo
o inmediato. Estas son realidades que resultan del cumplimiento fiel de una
misión y de la respuesta objetiva a los imperativos que la historia, el prójimo
y Dios nos van proponiendo cada día por delante. Quien las busca por sí mismas
de antemano, las pierde. Estas no son otra cosa que el resultado objetivo de la
verdad de nuestras acciones encaminadas a responder a Dios con amor y a cumplir
su voluntad. ESTE ES EL REAL REINO DE DIOS Y DEL HOMBRE QUE HAY QUE BUSCAR Y
TODO LO DEMAS VENDRA COMO AÑADIDURA.
Queridos amigos, vamos lentamente
desmadejando el ovillo enmarañado de propuestas actuales que se ofrecen como
cristianas y no lo son. Se deben respetar las raíces de cada tradición y
precisamente no faltarles el respeto mezclando en un sincretismo atroz, hecho a
imagen y conveniencia de seudo movimientos espiritualistas de esta era post
moderna.
Justamente son las grandes
tradiciones como por ejemplo el hinduismo y el budismo (éste último en la
figura del Dalai Lama), quienes aconsejan conservar nuestras tradiciones y
crecer en ellas y desde ellas.
A través de estos escritos no
pretendemos desvalorizar otras experiencias, pero se requiere honestidad y
humildad de parte de algunos grupos, para reconocer que será tal vez una
experiencia válida, pero no cristiana.
Esta invitación a este reconocimiento no pretende
fomentar divisiones, sino por el contrario, informar a mucha gente de buena fe
que busca legítimamente esa paz que le permita interactuar en un mundo
convulsionado y difícil y acepta como cristianas algunas propuestas que no lo son y que además, muy poco tienen que ver con las históricas tradiciones religiosas del mundo.
Nosotros sabemos que nuestra Paz es el Señor
Jesucristo. Lo experimentamos tanto en la
profundidad del corazón como en la misión que el Señor nos encomienda: el amor
al prójimo, la ayuda a los más necesitados, reconocer a Cristo en el que sufre.
Debemos entender muy bien qué es la mística, pues si mística es todo, en
definitiva no es nada.
Humildemente trato de compartir
algunos escritos de la Universidad Católica
de Argentina, precisamente para desmitificar la mística cristiana.
Gracias al Concilio Vaticano II
(que ya veremos con más detalle) podemos establecer una relación amistosa con
todas las confesiones religiosas en un marco de fraternidad y diálogo
edificante. Tomamos sus aportes valiosísimos (por ejemplo lo corporal para el
hinduismo), en concordancia con las enseñanzas de las constituciones y
documentos Nostrae Aetate, Unitatis Redintegratio, Ad Gentes, Lumen Gentium que
invito a que lean.
Gracias por vuestra participación
en los comentarios y coincidir conmigo en que estos temas no deben ser tratados
con miedo ni fomentar polémicas sino un sentido de admiración ante la obra de
Dios que crea la diversidad como desafío para el AMOR Y EL RESPETO ENTRE NOSOTROS.
Susana