jueves, 5 de junio de 2014

HAZTE UN TIEMPO

 San Agustín decía: “si no me lo pregunto sé que es el tiempo, si me lo pregunto ya no sé que es” y a la mayoría de nosotros nos suele pasar eso, vivimos en el tiempo, se nos escurre minuto a minuto, hora tras hora y día tras día, para llegar a fin de año y repetirnos la clásica frase: “como se nos fue el año”. Y no solo el año sino que se nos va la vida, a veces sin tiempo para preguntarnos como la estamos viviendo.

Si en el transcurso de la vida estamos siendo Señores de nuestra existencia, o ella nos va empujando. Sería bueno detenernos unos minutos y revisar nuestra espiritualidad. Me dirán: “no tengo tiempo para espiritualidad” sin darnos cuenta que la espiritualidad es lo que puede hacer que vivamos mejor y más intensamente todas las cosas de la vida. Ese breve lapso de tiempo dedicado a viajar al interior de nosotros mismos, posibilita reencontrarnos con lo que somos y no con lo que hacemos.

Por eso un primer punto para repensar nuestra espiritualidad, es que tiene que estar basada en el “ser” y no en el “hacer”. Los Griegos de la edad de oro de la filosofía, consideraban la principal ocupación de la vida de un hombre el “ocio”, el tiempo que le restaban era el “neg-ocio”, hoy consideramos prioritario el negocio y el ocio, no es un tiempo libre para pensar, sino para llenarlo de actividades.

La distancia más grande que debe recorrer un ser humano mide apenas 30 centímetros, va de la cabeza al corazón, nuestros malestares provienen muchas veces de la falta de coordinación entre esos dos instrumentos del alma. La meditación ordena nuestras ideas y nos ayuda a percibir cuales son nuestros sentimientos. La oración surge de la humildad de la condición humana. El silencio interior nos pone en presencia de nuestra pobreza y ese es el fundamento para dirigirse a Dios. Se que solo no puedo, en ese silencio me encuentro con el Otro con mayúscula. De pronto el corazón se vuelve un santuario en el desierto. La zarza interior comienza a arder y escucho la voz de Dios que me dice: “quítate las sandalias, porque estas pisando un lugar sagrado”. Me puedo encontrar frente a ese Otro que me dice en lo más profundo de mi ser ” quien soy” y que debo “hacer”, la misión surge de un encuentro con Dios, es comprender para que fui hecho y hacia donde debo direccionar mis esfuerzos. Para los cristianos la plenitud de ese encuentro se da en el Espíritu Santo, presencia de Dios en el corazón del hombre, descanso en el trabajo, alegría en nuestro llanto y fuerza para emprender cualquier misión. En la espera de un nuevo Pentecostés, el amor de Dios en el Espíritu es quien nos ayuda a unificar nuestras lenguas para hablar un nuevo idioma, el del amor que todo lo cree y todo lo transforma.

La auténtica espiritualidad no es evasiva de nuestros compromisos y trabajos sino que nos posibilita realizarlos  con una renovación de sentido que transforme la rutina en aventura y la soledad de la existencia en un mano a mano con Dios en la vida cotidiana. Como dice un himno de la Liturgia de las Horas: “quien diga que Dios a muerto, que salga a la luz y vea, si el mundo es o no tarea de un Dios que sigue despierto, Ya no es su sitio el desierto, ni en la montaña se esconde, decid si preguntan ¿Dónde? Que Dios esta –sin mortaja- en donde un hombre trabaja y un corazón le responde”.

Pbro. Guillermo Marcó

San Agustín decía: “si no me lo pregunto sé que es el tiempo, si me lo pregunto ya no sé que es” y a la mayoría de nosotros nos suele pasar eso, vivimos en el tiempo, se nos escurre minuto a minuto, hora tras hora y día tras día, para llegar a fin de año y repetirnos la clásica frase: “como se nos fue el año”. Y no solo el año sino que se nos va la vida, a veces sin tiempo para preguntarnos como la estamos viviendo: si en el transcurso de la vida estamos siendo Señores de nuestra existencia, o ella nos va empujando. 
Sería bueno detenernos unos minutos y revisar nuestra espiritualidad. Me dirán: “no tengo tiempo para espiritualidad” sin darnos cuenta que la espiritualidad es lo que puede hacer que vivamos mejor y más intensamente todas las cosas de la vida. Ese breve lapso de tiempo dedicado a viajar al interior de nosotros mismos, posibilita reencontrarnos con lo que somos y no con lo que hacemos.

Por eso un primer punto para repensar nuestra espiritualidad, es que tiene que estar basada en el “ser” y no en el “hacer”. Los Griegos de la edad de oro de la filosofía, consideraban la principal ocupación de la vida de un hombre el “ocio”, el tiempo que le restaban era el “neg-ocio”, hoy consideramos prioritario el negocio y el ocio, no es un tiempo libre para pensar, sino para llenarlo de actividades.
La distancia más grande que debe recorrer un ser humano mide apenas 30 centímetros, va de la cabeza al corazón, nuestros malestares provienen muchas veces de la falta de coordinación entre esos dos instrumentos del alma. La meditación ordena nuestras ideas y nos ayuda a percibir cuales son nuestros sentimientos. La oración surge de la humildad de la condición humana. El silencio interior nos pone en presencia de nuestra pobreza y ese es el fundamento para dirigirse a Dios. Se que solo no puedo, en ese silencio me encuentro con el Otro con mayúscula.
De pronto el corazón se vuelve un santuario en el desierto. La zarza interior comienza a arder y escucho la voz de Dios que me dice: “quítate las sandalias, porque estas pisando un lugar sagrado”. Me puedo encontrar frente a ese Otro que me dice en lo más profundo de mi ser ” quien soy” y que debo “hacer”, la misión surge de un encuentro con Dios, es comprender para que fui hecho y hacia donde debo direccionar mis esfuerzos. Para los cristianos la plenitud de ese encuentro se da en el Espíritu Santo, presencia de Dios en el corazón del hombre, descanso en el trabajo, alegría en nuestro llanto y fuerza para emprender cualquier misión. En la espera de un nuevo Pentecostés, el amor de Dios en el Espíritu es quien nos ayuda a unificar nuestras lenguas para hablar un nuevo idioma, el del amor que todo lo cree y todo lo transforma.
 
La auténtica espiritualidad no es evasiva de nuestros compromisos y trabajos sino que nos posibilita realizarlos con una renovación de sentido que transforme la rutina en aventura y la soledad de la existencia en un mano a mano con Dios en la vida cotidiana. Como dice un himno de la Liturgia de las Horas: “quien diga que Dios ha muerto, que salga a la luz y vea, si el mundo es o no tarea de un Dios que sigue despierto, Ya no es su sitio el desierto, ni en la montaña se esconde, decid si preguntan ¿Dónde? Que Dios está –sin mortaja- en donde un hombre trabaja y un corazón le responde”.

Pbro. Guillermo Marcó

4 comentarios :