viernes, 18 de julio de 2014

De “Nicéforo, el solitario” (segunda mitad del siglo XIII):

La enseñanza de un Gran Maestro de oración de la filocalia (amor por lo bello)
• Por tu parte, como te digo, siéntate, recoge tu espíritu e introdúcele –me refiero a tu espíritu – en tus narices; es el camino que toma el soplo para ir al corazón. Empújalo, fuérzalo a descender en tu corazón al mismo tiempo que el aire inspirado. Cuando esté allí, verás la alegría que seguirá: no tendrás que lamentar nada. Del mismo modo que el hombre que vuelve a su casa después de una ausencia no puede contener la alegría de reencontrar a su mujer y sus hijos, así el espíritu, cuando se ha unido al alma, desborda con una alegría y una delicia inefables.
 
Hermano mío, acostumbra entonces a tu espíritu a no apresurarse a salir. En los comienzos le faltará celo, es lo menos que se puede decir, para esta reclusión y este encierro interiores. Pero una vez que haya contraído el hábito, no experimentará ya ningún placer en los circuitos exteriores.
• Agradece a Dios si desde el principio puedes penetrar con el espíritu en el lugar del corazón que te he mostrado.
• Comprende que, mientras tu espíritu se encuentre allí no debes callarte ni permanecer ocioso.
 
Pero, no debes tener otra preocupación ni meditación que el grito de: «¡Señor Jesucristo, Hijo de Dios, tened piedad de mí!». Ninguna tregua, a ningún precio. Esta práctica, manteniendo tu espíritu al abrigo de las divagaciones, lo vuelve inexpugnable e inaccesible a las sugestiones del enemigo, y, cada día, lo eleva mas en el amor y en el deseo de Dios.
Pero si, hermano mío, a pesar de todos tus esfuerzos, no llegas a penetrar en las partes del corazón conforme a mis indicaciones, haz como te digo y, con la ayuda de Dios, alcanzarás tu objetivo. Sabes que la razón del hombre tiene su asiento en el pecho. En efecto, es en nuestro pecho donde hablamos, decidimos, componemos nuestros salmos y nuestras oraciones mientras nuestros labios permanecen mudos. Después de haber arrojado de esta razón todo pensamiento (tu puedes hacerlo, solo necesitas desearlo) entrégale el «¡Señor Jesucristo, tened piedad de mí!» y dedícate a gritar interiormente, con exclusión de cualquier otro pensamiento, esas palabras.
Cuando con el tiempo hayas dominado esa práctica, ella te abrirá la entrada del corazón tal como te lo he dicho y sin ninguna duda. Yo lo he experimentado en mi mismo. Con la alegría y toda la deseable atención tu verás venir a ti todo el coro de las virtudes, el amor, la alegría, la paz y todo lo demás. Gracias a ellas todas tus demandas serán acogidas en nuestro señor Jesucristo...

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