Un artículo de Alfonso Aguiló.
—¿No
es un poco infantil creer en los milagros? Mucha gente sostiene que todos
tienen una explicación natural...
Efectivamente
-te respondo glosando ideas de André Frossard-, muchos han buscado dar una explicación
natural a los milagros del Evangelio.
Los
progresos de la medicina -aseguran esas personas- sugieren hoy día posibles
explicaciones naturales a los milagros de curaciones de paralíticos,
sordomudos, endemoniados, etc. Por ejemplo, todas las enfermedades pasan por
fases de remisión, sobre todo contando con la sugestión que podía darse en
estos casos, y con que no se sabe si luego recayeron en su mal. También
explican fácilmente la resurrección de muertos. Dicen que en aquella época los
certificados de defunción se extendían por simples apariencias, y no es de
extrañar que algunos luego se reanimaran (según estos hombres, el número de
personas enterradas vivas en la antigüedad debió ser enorme). Otros milagros,
como caminar sobre las aguas
o la multiplicación de los panes, los explican
como efecto de espejismos, ilusiones ópticas o cosas semejantes.
Y los
fenómenos sobrenaturales, como modos ingenuos de explicar a los espíritus
sencillos las realidades habituales difíciles de entender. Para todos los
milagros, incluso para los más espectaculares, encuentran una sencilla
explicación. El del paso del Mar Rojo, por ejemplo, aseguran que pudo
perfectamente producirse por efecto de un movimiento sísmico o atmosférico que
habría separado el mar en dos y, al cesar bruscamente el golpe de viento con el
paso del último hebreo, las líquidas murallas del mar se volvieron a juntar
engullendo a los soldados del faraón. Desde luego, hay explicaciones naturales
de los milagros más milagrosas aún que los propios milagros.
Parece
como si esas personas, que se afanan tanto por enseñarnos a leer "de una
forma madura" el Evangelio, tuvieran miedo de ser tildadas de espíritus
simplistas, y por eso hacen gala de un ingenio muy notable para racionalizar la
fe y eliminar de ella todo fenómeno sobrenatural, sugiriendo a cambio
asombrosas interpretaciones figuradas, simbólicas o alegóricas. Al final,
acaban queriendo que creamos que lo único verdadero de todos los Evangelios son
las notas a pie de página que ellos ponen.
Sin
embargo, se les podría objetar que, desde los orígenes, todos los grandes
espíritus nacidos de la fe cristiana han dado crédito a los relatos
-evidentemente milagrosos- de la
Anunciación, de la Ascensión o de Pentecostés,
sin prestarse jamás a
ese tipo de interpretaciones. Por otra parte, no se tiene noticia de que
ninguno de esos expertos en enseñarnos a interpretar la Sagrada Escritura
haya tenido jamás siquiera alguna de las alucinaciones o espejismos a las que
tanto recurren para explicar los milagros que han sucedido a los demás.
Tendrían que explicarnos cómo pudieron ser tan corrientes en aquella época, y
además de modo colectivo y ante personas enormemente escépticas ante ellos.
Quizá sea porque como ellos nunca han visto a un ángel, ni se han encontrado
con un cuerpo glorioso -yo tampoco-, no admiten que nadie haya podido tener tan
buena suerte. Acaban por parecerse a esas personas que se resisten a creer que
Armstrong haya pisado la Luna
por el simple hecho de no haber podido estar allí con él.
—Pero
quizá cuando avance más la ciencia se encuentre explicación a esos milagros...
La
creencia o increencia en los milagros -escribió Lewis- está al margen de la
ciencia experimental. No importa lo que esta progrese: los milagros son reales
o imposibles con independencia de ella. El incrédulo pensará siempre que se
trata de espejismos o hechos naturales de causas desconocidas. Pero no por
imperativos de la ciencia, sino porque de antemano ha descartado la posibilidad
de lo sobrenatural.
—¿Y
te parece muy importante para la fe admitir los milagros?
El
Evangelio sin milagros queda reducido a una colección de amables moralejas
filantrópicas. La predicación de los apóstoles y el testimonio de los mártires
perdería casi todo su sentido. Por otra parte, si los milagros son imposibles,
no se puede creer que Dios se hizo hombre, ni su resurrección, que son milagros
centrales de la fe cristiana. "Desechados los milagros -asegura Lewis-,
solo queda, aparte de la postura atea, el panteísmo o el deísmo. En cualquier
caso, un Dios impersonal que no interviene en la Naturaleza, ni en la
historia, ni interpela, ni manda, ni prohíbe. Este es el motivo capital por el
que una divinidad imprecisa y pasiva resulta para algunos tan tentadora."
Susana:
ResponderEliminarMuy interesante y enriquecedor tu blog.
Los aprecio mucho, muchas gracias.
Margarita.
Muchas gracias Margarita. Son artículos muy interesantes que me facilita una amiga que tengo en Washington D.C.
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