La Navidad es una fiesta llena de nostalgia. Se canta la paz, pero no
sabemos construirla. Nos deseamos felicidad, pero cada vez parece más
difícil ser feliz. Nos compramos mutuamente regalos, pero lo que
necesitamos es ternura y afecto. Cantamos a un niño Dios, pero en
nuestros corazones se apaga la fe. La vida no es como quisiéramos, pero
no sabemos hacerla mejor.
No es solo un sentimiento de Navidad. La vida entera está transida de
nostalgia. Nada llena enteramente nuestros deseos. No hay riqueza que
pueda proporcionar paz total. No hay amor que responda plenamente a los
deseos más hondos. No hay profesión que pueda satisfacer del todo
nuestras aspiraciones. No es posible ser amados por todos.
La nostalgia puede tener efectos muy positivos. Nos permite descubrir
que nuestros deseos van más allá de lo que hoy podemos poseer o
disfrutar. Nos ayuda a mantener abierto el horizonte de nuestra
existencia a algo más grande y pleno que todo lo que conocemos.
Al mismo tiempo, nos enseña a no pedir a la vida lo que no nos pueda
dar, a no esperar de las relaciones lo que no nos pueden proporcionar.
La nostalgia no nos deja vivir encadenados solo a este mundo.
Es fácil vivir ahogando el deseo de infinito que late en nuestro ser.
Nos encerramos en una coraza que nos hace insensibles a lo que puede
haber más allá de lo que vemos y tocamos. La fiesta de la Navidad,
vivida desde la nostalgia, crea un clima diferente: estos días se capta
mejor la necesidad de hogar y seguridad. A poco que uno entre en
contacto con su corazón, intuye que el misterio de Dios es nuestro
destino último.
Si uno es creyente, la fe le invita estos días a descubrir ese
misterio, no en un país extraño e inaccesible, sino en un niño recién
nacido.
Así de simple y de increíble. Hemos de acercarnos a Dios como
nos acercamos a un niño: de manera suave y sin ruidos; sin discursos
solemnes, con palabras sencillas nacidas del corazón. Nos encontramos
con Dios cuando le abrimos lo mejor que hay en nosotros.
A pesar del tono frívolo y superficial que se crea en nuestra
sociedad, la Navidad puede acercar a Dios. Al menos, si la vivimos con
fe sencilla y corazón limpio.
José Antonio Pagola