Se trata de la actividad más difícil de realizar de entre todas las
actividades que tenemos entre manos: hacer silencio. Cerramos los ojos y
bullen en nuestro interior infinidad de imágenes, situaciones y
problemas. No se hace ‘silencio interior’ sin más. Se necesita un
aprendizaje, se necesita una ambientación. Es importante tener un lugar
de oración en el hogar con la presencia de un icono de Jesús y de María,
madre de la Iglesia. Es importante apaciguar nuestro corazón para
ponernos a la escucha. Callar para escuchar la Voz que resuena en el
interior de nuestra conciencia. De esta manera ponemos las condiciones
para el encuentro con Dios, que nos habla con las ‘luces’ que manda a la
mente y los ‘estímulos’ que manda a nuestro corazón. Y esto no ocurre
si no hacemos silencio.
En el silencio entramos en diálogo con Dios. Algunas veces, su voz es la convicción imprevista de una verdad que no se tenía antes. En otras ocasiones es una emoción íntima que penetra nuestro espíritu. A veces nos habla por medio de los acontecimientos de la vida, que sin el silencio, no seríamos capaces de descubrir su significado. En el silencio vivimos el abandono en las manos de Dios para realizar nuestra vocación en favor de nuestros hermanos. Sin el silencio interior nunca descubriremos lo que somos ni lo que estamos llamados a ser. Debemos saber escuchar la voz del Señor, seguir sus impulsos y secundar sus fines, que son siempre fines de bondad y amor. Y Él, cuando nos habla, nos reprende, infunde valor, estimula y consuela.
En el silencio entramos en diálogo con Dios. Algunas veces, su voz es la convicción imprevista de una verdad que no se tenía antes. En otras ocasiones es una emoción íntima que penetra nuestro espíritu. A veces nos habla por medio de los acontecimientos de la vida, que sin el silencio, no seríamos capaces de descubrir su significado. En el silencio vivimos el abandono en las manos de Dios para realizar nuestra vocación en favor de nuestros hermanos. Sin el silencio interior nunca descubriremos lo que somos ni lo que estamos llamados a ser. Debemos saber escuchar la voz del Señor, seguir sus impulsos y secundar sus fines, que son siempre fines de bondad y amor. Y Él, cuando nos habla, nos reprende, infunde valor, estimula y consuela.
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