Todos tenemos una energía habitual en nosotros. Somos lo bastante inteligentes como para saber
que si hacemos o decimos algo movidos por nuestra energía habitual,
estropearemos nuestras relaciones. Sin embargo, a pesar de ser
inteligentes, seguimos haciendo y diciendo cosas arrastrados por la ira.
Por eso muchos de nosotros hemos causado tanto sufrimiento en las
relaciones que mantenemos con los demás. Después de haber hecho daño a
alguien, lo lamentas muchísimo y te prometes no volver a hacerlo nunca
más. En ese momento eres muy sincero y estás lleno de buenos deseos.
Pero la próxima vez que una situación parecida vuelva a presentarse,
harás exactamente lo mismo, volverás a decir exactamente lo mismo y
causarás el mismo daño una y otra vez.
La inteligencia y el
conocimiento no te ayudarán a cambiar tu energía habitual, lo único que
puede ayudarte es la práctica de reconocerla, abrazarla y transformarla.
Por eso el Buda nos aconsejó practicar la respiración consciente, para
reconocer nuestra energía habitual en cuanto se manifieste y cuidar de
ella. Si logras abrazar tu energía habitual con la energía de ser
consciente, estarás a salvo y no volverás a cometer el mismo error.
Siempre que nuestra energía habitual se manifieste, lo único que
necesitamos hacer es reconocerla y llamarla por su nombre. Respiramos
conscientemente y decimos: «Hola, envidia; hola, miedo; hola, irritación
y cólera. Sé que estás ahí, y estoy pendiente de ti. Cuidaré de ti y te
abrazaré con la energía de ser consciente». Inspirando, damos la
bienvenida a nuestra energía habitual; espirando, le sonreímos. Cuando
lo hacemos, nuestra energía habitual deja de dominamos. Estamos a salvo.
Nos hemos liberado
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