Un
poema de Luis Rosales de inspiración sanjuanista dice así: “De noche,
iremos de noche, que para encontrar la Fuente, sólo la sed nos alumbra”.
A
Dios, por lo general, acudimos cuando en nuestra vida es de noche, es
decir, cuando comprendemos que le necesitamos. Cuando es de día, en
cambio, son tantas las luces que nos deslumbran que es fácil olvidarse
de la luz.
Al igual que
al final de cualquier túnel, por largo y oscuro que sea, hay siempre una
luz, en el más profundo centro de nuestras noches brilla siempre una
llama. Esa llama es Dios, que nos espera en el corazón de nuestras
tinieblas. La invitación, por tanto, no es a huir de la oscuridad, que
es lo que normalmente hacemos, sino a entrar en ella.
Nuestra
noche oscura particular puede ser ahora un vicio no erradicado, una
pasión desordenada, un pacto con la mediocridad, un problema económico o
familiar grave, una crisis de pareja, un miedo de apariencia
insuperable…Sea cual sea nuestra noche actual, Dios está ahí para
nosotros. Esta es la convicción cristiana más radical.
La
felicidad del hombre en este mundo depende de su conexión con su fuente
interior, lo que los cristianos llamamos Espíritu Santo. Sólo esta
Fuente puede saciar el corazón humano. El resto de las alegrías son
pasajeras, fugaces, efímeras…
Seducidos
por el espejismo de otras fuentes o, sencillamente por pereza, con
frecuencia, conscientes o no, nos alejamos de esa Fuente. A veces nos
distanciamos tanto de Ella que ya ni la vemos y hasta dudamos de que
exista. Y nos decimos. ¿No será una ilusión juvenil? ¿No me habré
engañado cuando creí beber?
Cuando
más lejos estamos de la Fuente, más se van apagando las esperanzas y
menos confianza tenemos en nosotros mismos y en los demás. El futuro se
va estrechando. Sentimos la vida como un peso que nos fatiga, crecen los
miedos y las seguridades a las que pretendemos agarrarnos. Todo eso
deja una huella física: se ensombrece el rostro y nuestra mirada se
apaga. Hay quien piensa que eso es la madurez, pero se trata más bien de
la decadencia espiritual o de la muerte en vida. Crecer bienes crecer
en vulnerabilidad.
Es en
esta situación límite, casi desesperada, cuando podemos conocer que
estamos profundamente insatisfechos. Antes, quizá, no habíamos tocado
fondo y aún nos dejábamos engañar por los sucedáneos de la felicidad: el
prestigio social, la compensación sensorial, la seguridad
material…Pareja, familia, trabajo…;nadie niega que todo eso sea
importante y bueno, pero no es, ciertamente el Reino de los cielos.
Lo
primero que hace falta para atisbar algo de ese Reino es tener sed;
sólo entonces acudiremos a la Fuente. Lo primero es desear la luz; sólo
entonces salimos de la noche. ¿Y cómo? Gritando. Sólo un grito imperioso
y desgarrado es escuchado por Dios. No hay oración sincera que Él no
atienda. Ni una sola. Tampoco hay ritual vacío que El escuche. Ni uno
solo.
Estar en Dios y
estar en las cosas de Dios no es en absoluto lo mismo. Podemos ser muy
religiosos y muy poco espirituales, y quizá sea ése nuestro cáncer.
Podemos recitar plegarias durante media hora sin haber conectado con Él
ni un segundo. Por desconfianza a Dios y a la vida -que es la misma
desconfianza- nos aseguramos todo tanto que, al final, no necesitamos
nada y, en consecuencia, nada hay que pedir de verdad.
¿Cuál
es hoy mi grito? Esta es la pregunta. ¿De qué necesito ser salvado en
este momento de mi vida? ¿Estoy dispuesto a convertirme en un pobre que
suplica?
Autor: Pablo D Ors
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